Bikini

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SEGUNDA PARTE - Vuelo nocturno » 33

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Levon bajó la taza de café y la porcelana tintineó contra el platillo. Sabía que Barbara, Hawkins y aquella turba de turistas japoneses que pasaban en tropel veían que le temblaban las manos. Pero no podía evitarlo.

¡Aquel paparazzo chupasangre apuntando su cámara hacia él y Barbara! Y todavía sentía las reverberaciones de su estallido en la oficina del teniente Jackson. Aún sentía el empellón en la palma de las manos, aún sentía mortificación al pensar que ahora podría estar en un calabozo. Pero qué diantre, lo había hecho y punto.

Lo bueno era que quizás hubiera motivado a Jackson para preocuparse un poco por el caso de Kim. De lo contrario, mala suerte. Ya no dependían totalmente de Jackson.

Levon notó que alguien se acercaba a sus espaldas y que Hawkins se levantaba.

—Allí viene —dijo.

Levon vio que un treintañero cruzaba el vestíbulo con pantalones holgados y una chaqueta azul sobre una colorida camisa estampada hawaiana, el pelo rubio decolorado con la raya en medio.

—Levon, Barbara —dijo Hawkins—, les presento a Eddie Keola, el mejor detective privado de Maui.

—El único detective privado de Maui —precisó Keola, y su sonrisa mostró que llevaba un aparato de ortodoncia.

«Cielos —pensó Levon—, no es mucho mayor que Kim. ¿Éste fue el detective que encontró a la chica de los Reese?».

Keola estrechó la mano de los McDaniels y se sentó en una de las sillas de junquillo.

—Encantado de conocerlos —dijo—. Y discúlpenme por anticiparme, pero ya he movido algunos hilos.

—¿Ya? —preguntó Barbara.

—En cuanto Ben me llamó puse manos a la obra. Nací a quince minutos de aquí y estuve en la policía unos años cuando salí de la Universidad de Hawai. Tengo una buena relación laboral con la poli. —No era una frase jactanciosa, sólo una presentación de credenciales—. Tienen un sospechoso —añadió.

—Lo conocemos —dijo Levon, y le contó que Doug Hill era el ex novio de Kim, y luego le habló de la llamada telefónica que había recibido en Michigan y había resquebrajado su universo como si fuera un huevo.

Barbara le pidió que les hablara de Carol Reese, la joven estrella del atletismo de Ohio desaparecida un par de años antes.

—La encontré en San Francisco —dijo Keola—. Tenía un novio violento e imprevisible, así que se secuestró a sí misma, se cambió el nombre y todo lo demás. Estaba furiosa conmigo por haberla encontrado —Sonrió sacudiendo la cabeza.

—Dígame cómo lo hará en nuestro caso —pidió Levon.

Keola dijo que necesitaría hablar con el fotógrafo de Sporting Life, para verificar si había filmado a los curiosos durante el rodaje, y que hablaría con el personal de seguridad para ver las cintas del Typhoon Bar correspondientes a la noche en que Kim desapareció.

—Esperemos que Kim aparezca sola —continuó Keola—, pero en caso contrario habrá que hacer un riguroso trabajo detectivesco. Usted será mi único cliente. Pediré ayuda adicional a medida que la necesite y trabajaremos las veinticuatro horas. Mientras usted quiera continuar. Es mi modo de hacer las cosas.

Levon discutió los honorarios con Keola, pero en verdad no le importaba. Pensaba en los horarios exhibidos en la puerta de la comisaría de Kihei. De lunes a viernes de 8 a 17. Fines de semana y festivos, de 10 a 16. Mientras, Kim estaba en una mazmorra o una zanja, indefensa.

—Está contratado —dijo Levon—. El trabajo es suyo.

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