Bikini

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SEGUNDA PARTE - Vuelo nocturno » 40

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Julia se sentía ingrávida en los brazos de Henri, como un ángel. Sus largas piernas le ciñeron la cintura y él sólo tuvo que alzar las rodillas para que ella se le sentara encima.

Eso fue lo que hizo mientras se mecían en las olas, hasta que ella alzó la cara y le dijo:

—Charlie, esto ha sido el no va más, lo mejor.

—A partir de ahora mejorará —repitió él, su cantinela para esa cita.

Ella sonrió, lo besó suavemente y luego profundamente, un beso largo y salado, seguido por otro. Una electricidad cimbreante los rodeaba como el calor de un relámpago.

Él le desató el tirante del cuello y luego el de la espalda.

—Cuántos nudos para un simple bikini blanco.

—¿Qué bikini?

—Olvídalo —dijo él, mientras el sujetador se alejaba a la deriva, una cinta blanca en las olas negras hasta que desapareció sin que ella le diera importancia.

Estaba demasiado ocupada lamiéndole la oreja, con los pezones erectos como diamantes contra su pecho, gruñendo mientras él la movía para frotarla ávidamente contra su miembro.

Él pasó los dedos bajo el elástico de la braguita y tocó los puntos sensibles, haciéndola chillar y retorcerse como una niña.

Ella le bajó los pantalones cortos.

—Espera —dijo él—, pórtate bien.

—Pienso portarme muy mal —jadeó ella, besándolo, tirando de nuevo de los pantalones—. Me muero por ti.

Él le separó las piernas y tiró de la braguita. Luego salió de las olas llevando a la muchacha desnuda en los brazos. El agua les perlaba el cuerpo, plateado en el claro de luna.

—Aférrate a mí, pequeña —dijo Charlie.

La llevó hasta el lugar donde había dejado la bolsa de mano, junto a un montículo de roca de lava negra. Se agachó, la abrió y extrajo dos toallas playeras.

Todavía con la muchacha en brazos, extendió una toalla como pudo y depositó suavemente a Julia, para a continuación cubrirla con la segunda toalla.

Giró brevemente, puso la cámara Panasonic sobre la bolsa y la encendió, ladeándola un poco.

Luego se puso delante de Julia, se quitó el bañador y sonrió al ver que ella gemía de excitación. Se arrodilló entre sus piernas, lamiéndola hasta que ella gritó que no podía más, y entonces la penetró.

El rugido del océano tapó los gritos, tal como él había supuesto, y cuando terminaron, metió la mano en la bolsa y sacó un cuchillo de hoja dentada. Puso el cuchillo sobre la toalla.

—¿Para qué es eso? —preguntó Julia.

—Más vale ir con cuidado —dijo Charlie, restándole importancia—. Por si algún chico malo anda merodeando. —Le acarició el pelo corto, le besó los ojos y la abrazó—. Duérmete, Julia —dijo—. Conmigo estás a salvo.

—¿Mejorará todavía más? —bromeó ella.

—Quizá se ponga más guarro.

Ella rio, se acurrucó contra su pecho y Charlie le cubrió los ojos con la toalla. Julia pensó que le hablaba a ella cuando él le dijo a la cámara:

—¿Todos satisfechos?

—Totalmente satisfechos —suspiró ella.

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