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CUARTA PARTE - Caza mayor » 92

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Una llave giró en la cerradura y el pestillo se abrió. Di un respingo y giré en mi silla. ¿Henri? Pero era sólo Amanda, que trasponía el umbral con una bolsa de la compra. Me levanté de un brinco, cogí la bolsa y besé a mi chica.

—He conseguido los últimos dos pollos de granja de Cornualles. ¡Sí! Y mira, arroz integral y judías.

—Eres un ángel, ¿lo sabías?

—¿Has visto la noticia?

—No. ¿Qué ha pasado?

—Esas dos chicas que encontraron en Barbados. Una estrangulada y la otra decapitada.

—¿Qué dos chicas? No había encendido la televisión en una semana. No sabía de qué diablos hablaba Amanda.

—La noticia estaba en todos los canales, por no mencionar Internet. Necesitas emerger a la superficie, Ben.

La seguí a la cocina, dejé las compras en la encimera y encendí el televisor. Sintonicé MSNBC, donde Dan Abrams hablaba con John Manzi, ex investigador del FBI, que tenía mala cara.

«Hablamos de "asesino en serie" cuando hay dos o tres homicidios con un período de enfriamiento emocional intermedio —decía—. El homicida dejó el arma en una habitación de hotel, con el cuerpo decapitado de Sara Russo. Wanda Emerson fue hallada en el maletero de un coche, amarrada y estrangulada. Estos crímenes recuerdan las muertes de Hawai de hace un mes. A pesar de la distancia que los separa, yo diría que pueden estar vinculados. Apostaría por ello».

Proyectaron imágenes de las dos jóvenes en pantalla dividida mientras Manzi hablaba. Russo parecía tener menos de veinte años, Emerson un poco más. Ambas jóvenes exhibían sonrisas grandes y ávidas, y Henri las había matado. Estaba seguro de ello. Yo también hubiera apostado.

Amanda pasó junto a mí, metió los pollos en el horno, movió cacharros y lavó las verduras. Subí el volumen.

«Es demasiado pronto para saber si el asesino dejó muestras de ADN —decía Manzi—, pero la ausencia de un móvil, el acto de dejar las armas homicidas, nos dan la imagen de un criminal muy experto. No empezó en Barbados, Dan. La pregunta es a cuánta gente ha matado, durante cuánto tiempo y en cuántos lugares».

Durante la pausa comercial le dije a Amanda:

—Me pasé una eternidad escuchando a Henri hablar de sí mismo. Puedo asegurar que no siente el menor remordimiento. Está orgulloso de sí, casi en éxtasis. —Añadí que Henri me había dicho que esperaba que yo dedujera por qué quería que su historia apareciera en un libro—. Me está retando como escritor y como policía. Oye, quizá quiera que lo capturen. ¿Tiene sentido para ti?

Amanda se había mantenido firme, pero me mostró cuán asustada estaba cuando me estrujó las manos y me clavó la mirada.

—Nada de esto tiene sentido para mí. Ben. Ni el porqué ni lo que quiere, ni siquiera por qué te escogió para escribir el libro. Sólo sé que es un maldito psicópata. Y que sabe dónde vivimos.

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