Bikini

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CUARTA PARTE - Caza mayor » 94

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Me paseaba frente a mi edificio con mis petates cuando Amanda se acercó en su cuidada y rugiente Harley Sportster, una moto que irradiaba potencia, con asiento de cuero rojo.

Subí, rodeé su estrecha cintura con las manos y, con su largo cabello azotándome la cara, enfilamos hacia la 10 y desde allí a la Pacific Coast Highway, un tramo deslumbrante de carretera costera que parece prolongarse para siempre.

A nuestra izquierda y abajo, las olas encabritadas subían en arcos a la playa, desplazando a los surfistas que tachonaban las olas. Pensé que nunca había surfeado porque me parecía demasiado peligroso.

Me aferré mientras Amanda cambiaba de carril y aceleraba.

—¡Bájate los hombros de las orejas! —me gritó.

—¿Qué?

—Que te relajes.

Era difícil, pero me obligué a aflojar las piernas y los hombros.

—¡Ahora actúa como un perro! —gritó Amanda.

Volvió la cabeza y sacó la lengua, y me hizo gestos hasta que la imité. El viento de setenta kilómetros por hora me pegó en la lengua, distendiéndome, y los dos nos reímos tanto que nuestros ojos se humedecieron.

Todavía sonreía cuando atravesamos Malibú y cruzamos la frontera del condado de Ventura. Minutos después, Amanda frenó en Neptune's Net, un restaurante de mariscos con un aparcamiento lleno de motocicletas.

Un par de tíos la saludaron cuando entramos. Sacamos dos cangrejos de la cuba y diez minutos después los recogimos en la ventanilla, cocidos al vapor y servidos en platos de cartón con recipientes de mantequilla derretida. Bajamos los cangrejos con Mountain Dew, y luego volvimos a montar en la Harley.

Esta vez me sentí más cómodo en la moto, y al fin lo entendí: Amanda me ofrecía el regalo del júbilo. La velocidad y el viento me despejaban las telarañas de la mente, haciendo que me entregara al entusiasmo y la libertad de la carretera.

Mientras viajábamos hacia el norte, la carretera descendió al nivel del mar y nos llevó por las deslumbrantes localidades de Sea Cliff, La Conchita, Rincón, Carpenteria, Summerland y Montecito. Y luego Amanda me pidió que me agarrara con fuerza mientras salía de la autopista por la salida de Olive Mill Road, hacia Santa Bárbara.

Vi los letreros y supe adónde nos dirigíamos. Siempre queríamos pasar un fin de semana en ese lugar, pero nunca encontrábamos el tiempo.

Mi cuerpo entero temblaba cuando me apeé de la moto frente al legendario Biltmore Hotel, con sus tejados rojos, sus palmeras y su vista panorámica del mar. Me quité el casco y abracé a mi chica.

—Cariño, cuando dices que tienes un plan, sin duda no te andas con chiquitas.

—Estaba ahorrando mi bonificación navideña para nuestro aniversario, pero ¿sabes lo que pensé a las cuatro de esta mañana?

—Dime.

—Ningún momento mejor que ahora. Ningún lugar mejor que éste.

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