Bikini

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SEGUNDA PARTE - Vuelo nocturno » 21

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El Typhoon Bar estaba en el entresuelo, abierto a los vientos alisios, maravillosamente aromatizado con sacuanjoche. Había mesas y sillas alineadas en la balaustrada que daba sobre la piscina. Más allá, una fila de palmeras descendía hasta la arena. A mi izquierda había un piano de cola, aún tapado, y a nuestras espaldas una larga barra. Un barman estaba cortando mondaduras de limón y sacando platos de fruta seca.

—El gerente de turno nos dijo que Kim estaba sentada a esta mesa, la más cercana al piano —dijo Barbara, palmeando tiernamente la superficie de mármol.

Luego señaló una puerta a unos quince metros.

—Aquél es el famoso baño de caballeros adonde fue el director artístico. Cuando le dio la espalda sólo un minuto.

Me imaginé el bar tal como debía de estar aquella noche. Gente bebiendo. Muchos hombres. Yo tenía muchas preguntas. Centenares.

Empezaba a encarar esta historia como si aún fuera policía. Si éste fuera mi caso, empezaría por las cintas de seguridad. Quería ver quién se hallaba en la barra cuando Kim estaba allí, saber si alguien la estaba observando cuando se levantó de la mesa, y quién había pagado la cuenta cuando ella se fue.

¿Se había ido con alguien? ¿Quizás a la habitación de él?

¿O había caminado hacia el vestíbulo, seguida por ojos vigilantes mientras bajaba la escalera, ondeando su cabello rubio?

Entonces, ¿qué? ¿Había salido, dejando atrás la piscina y las cabañas? ¿Alguna de esas cabañas estaba ocupada a horas tardías de aquella noche? ¿Alguien la había seguido a la playa?

Levon limpió cuidadosamente las gafas, primero una lente y luego la otra, y las alzó para ver si habían quedado limpias. Cuando se las caló de nuevo, me vio mirando el pasaje cubierto que conducía a la playa.

—¿Qué piensa, Ben?

—Todas las playas de Hawai son públicas, así que allí no habrá vídeos de vigilancia.

Me preguntaba si bastaría con la explicación más sencilla. ¿Kim había ido a nadar? ¿Se había metido en el agua y una ola la había arrastrado? ¿Alguien había encontrado sus zapatos en la playa y se los había llevado?

—¿Qué podemos contarle sobre Kim? —me preguntó Barbara.

—Quiero saberlo todo —dije—. Si no les importa, me gustaría grabar la conversación.

Barbara asintió y Levon pidió gin-tonics para ambos. Yo rehusé el alcohol y opté por un refresco.

Ya había empezado a dar forma a la historia de Kim McDaniels en mi cabeza, pensando en esa hermosa muchacha del Medio Oeste, con cerebro y belleza, a punto de hacerse famosa en todo el país, que había llegado a uno de los lugares más hermosos del mundo y había desaparecido sin dejar rastro. Una exclusiva con los McDaniels superaba mis expectativas, y aunque aún no podía saber si esa historia daría para un libro, era ciertamente una gran oportunidad periodística.

Más que eso, los McDaniels me habían conquistado. Eran buena gente.

Quería ayudarlos, y los ayudaría.

En ese momento estaban agotados, pero resistían. La entrevista estaba en marcha.

Mi grabadora era nueva, con una cinta virgen y pilas flamantes. Apreté el botón de grabación, pero, mientras el aparato zumbaba suavemente sobre la mesa, Barbara McDaniels me sorprendió.

Fue ella quien empezó a hacer preguntas.

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