Bikini

Bikini


SEGUNDA PARTE - Vuelo nocturno » 27

Página 32 de 133

27

Puse el motor en marcha y seguí la luna hasta Stella Blue's, un alegre café de Kihei. Tiene techos altos y picudos y una barra en derredor, y con el fin de semana era un hervidero de lugareños y turistas recién desembarcados de sus cruceros. Pedí un Jack Daniels y mahi-mahi en la barra, y salí al patio para beber el trago en una mesa para dos.

Mientras la vela goteaba sebo en un vaso, llamé a Amanda.

Hace dos años que Amanda Diaz y yo estamos juntos. Es cinco años menor que yo, trabaja como chef y se describe como una motochica, lo cual significa que algunos fines de semana lleva a correr su antigua Harley por la carretera del Pacífico para aliviar el estrés que no puede descargar en la cocina. Amanda no sólo es lista y hermosa: cuando la miro, todas esas canciones de rock sobre corazones palpitantes y amor eterno cobran sentido.

En ese momento añoraba oír la voz de mi chica y ella no me defraudó, pues atendió al tercer tono. Después de saludarnos, le pregunté cómo había ido su jornada en Intermezzo.

—Un día demoledor, Ben. Remy ha despedido a Rocco, por enésima vez —dijo, e impostó su acento francés—. «¿Qué tengo que decirte para hacerte pensar como un chef? Esta confitura parece caca de paloma». Dijo «caca» como un cacareo. —Se echó a reír—. Claro, volvió a contratarlo diez minutos después, como de costumbre. Y luego yo quemé la crème brûlée. «Merde, Amanda, mon Dieu. Me estáis volviendo loco». —Rio de nuevo—. ¿Y tú, Ben? ¿Has conseguido material para ese artículo?

—Pasé buena parte del día con los padres de la chica desaparecida. Me han contado muchas cosas.

—Uf, qué deprimente.

Le resumí la entrevista con Barbara, y añadí que los McDaniels me caían bien, y que tenían otros dos chicos, dos varones adoptados en orfanatos rusos.

—El mayor se hallaba en tal estado de abandono que estaba casi catatónico cuando lo recogió la policía de San Petersburgo. Y el menor tiene síndrome de alcoholismo fetal. Kim decidió estudiar pediatría a causa de sus hermanastros.

—Ben, cariño.

—¿Se corta la comunicación?

—No; te oigo perfectamente. ¿Tú me oyes?

—Sí, muy bien.

—Entonces escucha: ten cuidado, por favor.

Sentí una leve irritación. Amanda era bastante intuitiva, pero yo no corría ningún peligro.

—¿Cuidado con qué?

—¿Recuerdas cuando dejaste tu maletín con todas tus notas sobre el caso Donato en un restaurante?

—¿De nuevo vas a recordarme lo del autobús? —Pues ya que lo mencionas…

—Estaba bajo tu hechizo, so tonta. Te miraba a ti cuando fui a cruzar la calzada. Si estuvieras aquí ahora, podría pasar lo mismo.

—Sólo digo que ahora tienes el mismo tono que entonces.

—¿De veras?

—Sí. Así que abre los ojos, ¿de acuerdo? Presta atención. Mira a ambos lados.

A unos metros, una pareja brindó y se cogieron las manos sobre una mesa pequeña. «Recién casados», pensé.

—Te echo de menos —dije.

—Yo también. Te mantengo la cama caliente, así que regresa pronto.

Envié un beso inalámbrico a mi chica de Los Ángeles y me despedí.

Ir a la siguiente página

Report Page