Bikini

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TERCERA PARTE - Recuento de victimas » 59

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Henri despertó a solas al oír el campanilleo.

—Adelante —dijo.

Entró una muchacha con una flor roja en el cabello, se inclinó y le sirvió el desayuno en una bandeja de cama:

nahm prik, tallarines de arroz con salsa de chile y cacahuate, fruta fresca y un cuenco de té cargado.

La mente de Henri era un hervidero mientras comía, pensando en la noche anterior, disponiéndose a editar su vídeo para la Alianza.

Llevó el té a la mesa, examinó la filmación en su ordenador y echó un vistazo a la escena del masaje. Pasó a la escena del agua que caía en la tina bajo el ojo redondo de la claraboya y puso un título sobre el agua corriente: «

Ochibashigure».

La escena siguiente era una toma larga y morosa que empezaba con la cara inocente de los chicos y luego un pasaje por sus cuerpos jóvenes y desnudos, demorándose en la ropa que se habían quitado.

Cuando su propia cara apareció en la pantalla, Henri usó la herramienta de distorsión para deformar sus rasgos mientras alzaba a los niños para meterlos en la bañera. Esa toma era una belleza.

Cortó y pegó la secuencia siguiente, cerciorándose de que el montaje diera una impresión de impecable continuidad: un primer plano de sus manos sosteniendo a los chicos mientras forcejeaban y pataleaban, las burbujas que salían de sus bocas, ángulos de los cuerpos flotantes,

ochiba shigure. En japonés: «como hojas flotando en un estanque».

A continuación, un plano de la cara desencajada de Sadka, las gotas de agua que se adherían al pelo y la piel. Luego la cámara retrocedía para revelar a ambos chicos muertos sobre las tumbonas junto a la tina, los brazos y las piernas extendidos como en una danza.

Una mosca aterrizó en la mejilla húmeda de Sadka.

La cámara se aproximó, la pantalla se ennegreció. En

off, Henri susurró su frase característica: «¿Todos satisfechos?».

Pasó la película de nuevo, la trabajó y la redujo a diez minutos de hermosa videografía para Horst y su pandilla de pervertidos, un anticipo para que esperaran con ansia el siguiente rodaje.

Preparó un e-mail y adjuntó una foto fija del vídeo; ambos chicos con los ojos abiertos, bajo el agua, las caras contraídas de terror.

«Para placer de vuestra vista, os ofrezco a dos jóvenes príncipes por el precio de uno», escribió. Envió el e-mail cuando sonaba la campanilla de la puerta.

Se ciñó el cinturón de la bata y abrió. Los chicos le sonrieron y se echaron a reír.

—¿Así que estamos muertos, papá? —Dijo Aroon—. No nos sentimos muertos.

—No; estáis rozagantes. Mis dos niños buenos y vivarachos. Vamos a la playa —dijo Henri, apoyándoles las manos en los esbeltos hombros para salir por la puerta trasera de la villa—. El agua se ve maravillosa.

—¿Sin juegos, papá?

Revolvió el pelo del chico y Sadka le sonrió.

—No, sólo nadar y chapalear. Y luego volveremos aquí para mi masaje.

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