Bikini

Bikini


TERCERA PARTE - Recuento de victimas » 82

Página 88 de 133

8

2

Por la mañana desperté cuando se abrió la puerta de la caravana y entró la luz del sol.

—Café y panecillos —dijo Henri—. Para ti, amigo. También huevos. Desayuno para mi socio.

Me incorporé en la cama plegable y Henri encendió la cocina, batió los huevos en un cuenco, hizo sisear la sartén. Una vez que comí, mi «socio» me llevó a un puesto de guardabosques cerrado, a un kilómetro de distancia, para que me duchase.

Durante el trayecto mantuve la mano en la manija de la puerta y escruté las dunas. No vi ninguna criatura viviente, salvo un conejo que se ocultaba detrás de un montículo de pedrejones y docenas de yucas que arrojaban su sombra filosa en la arena.

Después de mi ducha regresamos a la caravana y nos pusimos a trabajar bajo el toldo. Yo seguía pensando que Henri había confesado un homicidio. En alguna parte, una chica de catorce años había muerto estrangulada en una feria. Aún constaría algún registro de su muerte.

¿Henri me dejaría vivir con ese conocimiento?

Él volvió a la historia de Molly, en el punto donde se había interrumpido la noche anterior.

Estaba de buen talante, y gesticulaba con las manos para mostrarme cómo había arrastrado el cuerpo de Molly al bosque y lo había sepultado bajo la hojarasca. Dijo que se imaginaba el miedo que se propagaría de la feria a los pueblos circundantes cuando se denunciara la desaparición de Molly.

Él se había sumado a la búsqueda de Molly, había pegado carteles y asistido a la vigilia a la luz de las velas, y mientras tanto guardaba su secreto: que había matado a Molly y se había salido con la suya.

Describió el funeral de la muchacha, el ataúd blanco bajo un manto de flores. Había observado a la gente que lloraba, sobre todo a la familia de Molly, los padres y hermanos.

—Me preguntaba cómo sería tener esos sentimientos —me dijo—. Tú sabes algo sobre los asesinos en serie más famosos, ¿verdad, Ben? Gacy, Arder alias BTK, Dahmer, Bundy. Todos estaban motivados por compulsiones sexuales. Anoche pensaba que es importante para el libro establecer una distinción entre esos asesinos y yo.

—Un momento, Henri. Me contaste cómo te sentías al violar y matar a Molly. Y está el video en que apareces con Kim McDaniels. ¿Y ahora me dices que no eres como esos otros? No parece congruente.

—Pasas por alto lo importante. Presta atención, Ben. Esto es crucial. He matado a muchas personas y tuve relaciones sexuales con la mayoría de ellas. Pero, a excepción de Molly, cada vez que maté lo hice por dinero.

Afortunadamente la grabadora lo estaba registrando todo, porque mi mente estaba dividida en tres partes: el escritor, procurando unir las anécdotas de Henri en una narración atractiva; el policía, buscando pistas de la identidad de Henri a partir de lo que me revelaba, lo que excluía y los puntos ciegos psicológicos que él ignoraba que tenía; y la parte de mi cerebro que trabajaba con más intensidad era el superviviente.

Henri decía que había matado por dinero, pero había matado a Molly por furia. Y me había advertido que me mataría si yo no hacía lo que él decía. En cualquier momento podía infringir sus propias reglas.

Escuché. Traté de aprehender a Henri Benoit en todas sus dimensiones. Pero ante todo procuraba averiguar qué debía hacer para salvar el pellejo.

Ir a la siguiente página

Report Page