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TERCERA PARTE - Recuento de victimas » 90

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El agotamiento me tumbó cuando salía el sol. Habíamos trabajado treinta y seis horas consecutivas, y aunque le ponía mucho azúcar al café y lo bebía hasta las heces, mis párpados se cerraban, y el pequeño mundo del remolque y las rugosas hectáreas de arena se desdibujaban.

—Esto es importante, Henri —dije, pero tuve un lapsus y olvidé lo que iba a decir, así que Henri me sacudió por los hombros.

—Termina la frase, Ben. ¿Qué es importante?

Era la pregunta que se haría el lector al principio del libro, y había que responderla al final.

—¿Por qué quieres publicar este libro? —pregunté. Luego apoyé la cabeza en la mesa, sólo por un minuto.

Oí que Henri caminaba por la caravana, creí ver que limpiaba las superficies. Le oí hablar, pero no supe si me hablaba a mí.

Cuando desperté, el reloj del microondas indicaba las once y diez.

Llamé a Henri, que no respondió. Me levanté del lugar estrecho que ocupaba a la mesa y abrí la puerta del remolque.

La camioneta no estaba.

Los engranajes de mi cerebro empezaron a lubricarse y regresé al interior. El ordenador y el maletín seguían en la mesa de la cocina. El montón de cintas que yo había etiquetado cuidadosamente formaba una pulcra pila. Mi grabadora estaba enchufada a la toma de corriente. Y entonces vi una nota junto a la máquina: «Ben, escucha esto».

Apreté el botón y oí su voz.

«Buenos días, socio. Espero que hayas descansado bien. Lo necesitabas, así que te di un sedante para ayudarte a dormir. Entenderás que quisiera pasar un tiempo a solas. Ahora deberías seguir el camino hacia el oeste, veinte kilómetros hasta la autopista Veintinueve Palms. He dejado suficiente agua y comida. Si esperas hasta el ocaso, podrás salir del parque por la mañana.

»Es muy posible que la teniente Brooks o uno de sus colegas pasen para echarte una regañina. Ten cuidado con lo que dices, Ben. Guardemos nuestros secretos por ahora. Recuerda que eres un novelista, así que procura pergeñar una excusa creíble. Tu coche está detrás del Luxury Inn, donde lo dejaste, y te he puesto las llaves en el bolsillo de la chaqueta, con el billete de avión.

»Ah, me olvidaba de lo más importante. Llamé a Amanda. Le dije que estabas a salvo y que pronto volverías a casa.

»

Ciao, Ben. Trabaja con empeño. Trabaja bien. Estaré en contacto».

La cinta siseó y el mensaje terminó.

El muy cabrón había llamado a Amanda. Era otra amenaza.

Fuera del remolque, el desierto ardía en el infierno de julio, obligándome a esperar hasta el ocaso para iniciar la caminata. Entretanto, Henri estaría borrando sus rastros, asumiendo otra identidad, abordando un avión sin impedimentos.

Ya no tenía la menor sensación de seguridad, ni volvería a tenerla hasta que «Henri Benoit» fuera a la cárcel o al otro mundo. Quería recobrar mi vida, y estaba dispuesto a obtenerla a cualquier precio.

Aunque yo mismo tuviera que matar a Henri.

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