Bikini

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PRIMERA PARTE - La cámara la ama » 6

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Kim despertó sentada en una bañera de agua tibia, con la espalda apoyada en el borde curvo, las manos atadas bajo las burbujas.

El desconocido rubio estaba sentado en un taburete, lavándola con una esponja con toda naturalidad, como si la hubiera bañado muchas veces.

A Kim le dio una arcada y vomitó bilis en la bañera. El desconocido la alzó con un movimiento vigoroso, diciendo «Arriba». Ella volvió a notar cuán fuerte era, y esta vez reparó en un leve acento. No podía identificarlo. Quizá ruso. O checo. O alemán. Luego él quitó el tapón de la bañera y abrió la ducha.

Kim se contoneó bajo la lluvia y él la alzó y le sostuvo el cuerpo mientras ella gritaba y forcejeaba, tratando de patearlo pero perdiendo el equilibrio. Estuvo a punto de caerse, pero él la sostuvo de nuevo, riendo.

—Eres una criaturilla especial, ¿verdad? —le dijo.

Luego la envolvió en toallas blancas muy mullidas y la arropó como a un bebé. La sentó en la tapa del retrete y le ofreció una copa de algo para beber.

—Bebe esto. Te ayudará. De veras.

Kim meneó la cabeza.

—¿Quién eres? —preguntó—. ¿Por qué me haces esto?

—¿Quieres recordar esta velada, Kim?

—¿Bromeas, maldito pervertido?

—Este brebaje te ayudará a olvidar. Y te convendrá estar dormida cuando te lleve a casa.

—¿Cuándo me llevarás a casa?

—Todo terminará pronto —dijo él.

Kim alzó las manos y notó que la cuerda que le sujetaba las muñecas era diferente: azul oscuro, probablemente seda, y la forma de los nudos era intrincada, casi hermosa. Aceptó el vaso y lo vació.

A continuación, el desconocido le pidió que agachara la cabeza. Ella obedeció y él le secó el cabello con la toalla. Luego lo cepilló, haciendo rulos y rizos con los dedos, y sacó frascos y cepillos del largo cajón del mueble que rodeaba el lavabo.

Le aplicó maquillaje en las mejillas, los labios y los ojos con mano diestra, cubriendo una magulladura cerca del ojo izquierdo, mojando el cepillo con la lengua, combinando todo con la base.

—Soy muy bueno en esto, no te preocupes —le dijo.

Terminó su trabajo, la rodeó con los brazos, alzó el cuerpo envuelto por la toalla y la llevó a la otra habitación.

La cabeza de Kim cayó hacia atrás cuando él la depositó en la cama. Notó que él la estaba vistiendo, pero no lo ayudó en nada mientras le subía la braguita de un bikini por los muslos. Luego le ató el sujetador del traje de baño a la espalda.

El traje se parecía mucho al Vittadini que Kim había usado al final de la filmación. Rojo con una pátina plateada. Debió de haber murmurado «Vittadini», porque James Blonde le respondió:

—Es mejor aún. Lo escogí personalmente cuando estaba en St. Tropez. Lo compré sólo para ti.

—Tú no me conoces —dijo ella, torciendo el gesto.

—Todos te conocen, primor. Kimberly McDaniels, bello nombre, por lo demás. —Le movió el cabello a un costado y le anudó el cordel del sujetador sobre la nuca. Hizo un lazo y se disculpó por haberle tirado del pelo.

Kim quiso hacer un comentario, pero se olvidó de lo que iba a decir. No podía moverse. No podía gritar. Apenas podía mantener los ojos abiertos. Escrutó aquellos ojos grises que la acariciaban.

—Asombroso —dijo él—. Estás bellísima para un primer plano.

Ella intentó decir «Vete a la mierda», pero las palabras se enredaron y salieron como un suspiro largo y cansado.

Veieeerda.

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