Bikini

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SEGUNDA PARTE - Vuelo nocturno » 19

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Entre los reporteros reunidos frente a la entrada principal del Wailea Princess, un hombre esperaba el inicio de la rueda de prensa.

Se confundía con la muchedumbre, parecía un tío que vivía con lo puesto, que quizá dormía en la playa. Llevaba gafas de sol panorámicas que le cubrían la cara como un parabrisas, aunque el sol estaba cayendo, una gorra de los Dodgers sobre el pelo castaño, zapatillas Adidas, pantalones abolsados y arrugados, y en el frente de su barata camisa hawaiana colgaba una réplica perfecta de un pase de prensa que lo identificaba como Charles Rollins, fotógrafo de

Talk Weekly, una revista que no existía.

Su cámara de vídeo era cara, una flamante Panasonic HD con micrófono estéreo y lente Leica, cuyo precio superaba los seis mil dólares.

Apuntó la lente a la suntuosa entrada del Wailea Princess, donde los McDaniels se estaban instalando detrás de un atril.

Mientras Levon ajustaba el micrófono, el supuesto Rollins silbó unas notas entre dientes. Disfrutaba del momento, pensando que ni siquiera Kim lo reconocería si hubiera estado con vida. Alzó la cámara sobre la cabeza y grabó a Levon saludando a los periodistas, pensando que los McDaniels le caerían simpáticos si llegaba a conocerlos. Qué diantre, ya le resultaban simpáticos. Era imposible que los McDaniels no ejercieran ese efecto.

«Míralos. La dulce y temperamental Barbara. Levon, con el corazón de un general con cinco estrellas. Ambos, la sal de la puta tierra».

Estaban afligidos y aterrados, pero aun así se comportaban con dignidad, respondiendo preguntas insensibles, incluida la infaltable «¿Qué le diría a Kim si ella los estuviera escuchando?».

—Le diría: «Te queremos, tesoro. Por favor, sé fuerte» —respondió Barbara con voz trémula—. Y a quien nos escuche, por favor, ofrecemos veinticinco mil dólares por cualquier información que conduzca al regreso de nuestra hija. Si tuviéramos un millón, lo ofreceríamos…

Barbara se quedó sin aliento, y Rollins vio que respiraba con un inhalador. Las preguntas seguían lloviendo sobre los padres de la supermodelo.

—¡Levon, Levon! ¿Le han pedido rescate? ¿Qué fue lo último que le dijo Kim?

Él se inclinó hacia los micrófonos y respondió con paciencia.

—La gerencia del hotel ha puesto un número de emergencia —dijo al fin, y lo leyó en voz alta.

Rollins miró a los periodistas que brincaban como peces voladores, barbotando más preguntas mientras los McDaniels bajaban y se dirigían al vestíbulo.

Rollins miró por la lente, hizo un acercamiento a la nuca de los McDaniels y vio a alguien que se abría paso en la muchedumbre, una celebridad de segunda que él había visto en C-Span, publicitando sus libros. Era un tío apuesto de casi, cuarenta años, periodista y autor de populares novelas de misterio, vestido con pantalones holgados y una camisa rosa arremangada. Le recordaba a Brian Williams enviando sus notas desde Bagdad. Quizás un poco más recio y enérgico.

Mientras Rollins observaba, el escritor estiró la mano para tocar el brazo de Barbara McDaniels y ella se volvió para hablar con él.

Charlie vio una entrevista con un auténtico periodista en acción. «Sensacional —pensó—. Los Mirones quedarán encantados. Kim McDaniels alcanzará el estrellato». Aquello se estaba transformando en gran noticia.

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