Bikini

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SEGUNDA PARTE - Vuelo nocturno » 20

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Un periodista con pantalones holgados y camisa rosa.

Sí, ése era yo.

Vi una oportunidad cuando los McDaniels se alejaron del atril y la muchedumbre estrechó filas, rodeándolos como un tornado.

Me abalancé y toqué el brazo de Barbara McDaniels, llamándole la atención antes de que desapareciera en el vestíbulo.

Yo quería esa entrevista, pero aunque hayas visto a muchos padres de gente perdida o secuestrada rogando por el regreso de sus hijos, es imposible no conmoverse. Los McDaniels me conmovieron en cuanto les vi la cara. Me mortificaba verlos tan doloridos.

Toqué el brazo de Barbara McDaniels. Ella se volvió, y yo me presenté y le entregué mi tarjeta. Por suerte para mí, conocía mi nombre.

—¿Es usted el Ben Hawkins que escribió

Rojo?

Todo en trazos rojos. Sí, ese libro es mío.

Dijo que le había gustado el libro, y su boca sonreía aunque su cara estaba rígida de angustia. En ese momento el personal de seguridad hizo un cordón con los brazos, un sendero a través de la muchedumbre, y entré en el vestíbulo con Barbara, que me presentó a Levon.

—Ben es un autor conocido, Levon. Recordarás que lo leímos para nuestro club del libro el otoño pasado.

—Estoy cubriendo la noticia de Kim para el

L.A. Times —le dije a McDaniels.

—Si busca una entrevista, lo lamento —dijo Levon—. Estamos agotados y quizá sea mejor que no hablemos hasta habernos reunido con la policía.

—¿Aún no han hablado con ellos?

Levon suspiró y sacudió la cabeza.

—¿Alguna vez ha hablado con un contestador automático?

—Quizá pueda ayudarle —dije—. El

L.A. Times tiene influencia aquí. Y yo fui policía.

—¿De veras? —McDaniels tenía los párpados caídos, la voz ronca y áspera. Caminaba como un hombre que acabara de correr una maratón, pero de pronto se interesó en mí. Se detuvo y me pidió que le dijera más.

—Estuve en el Departamento de Policía de Portland. Era detective. Ahora investigo crímenes para las crónicas policiales del

Times.

La palabra «crímenes» no le gustó.

—De acuerdo, Ben. ¿Cree que puede echarnos una mano con la policía? Nos están volviendo locos.

Caminé con los McDaniels por el fresco vestíbulo de mármol con sus techos altos y sus vistas al mar hasta un lugar apartado que daba a la piscina. Las palmeras susurraban en la brisa isleña. Chicos mojados en traje de baño pasaron corriendo, riendo despreocupadamente.

—Llamé a la policía varias veces —dijo Levon—. Obtuve un menú: «Billetes de aparcamiento, pulse uno. Juzgado de guardia, pulse dos». Tuve que dejar un mensaje. ¿Puede creerlo? Barbara y yo fuimos a la comisaría de este distrito. El horario estaba pegado en la puerta. «Lunes a viernes de nueve a dieciocho. Sábados de diez a dieciséis». No sabía que las comisarías cerraban. ¿Usted lo sabía?

La expresión de Levon era desgarradora. Su hija había desaparecido y la comisaría estaba cerrada. ¿Cómo podía este lugar tener ese aspecto paradisíaco cuando ellos vadeaban un pantano infernal?

—Aquí la policía se dedica principalmente a supervisar el tráfico, arrestar a conductores ebrios, esas cosas —dije—. Violencia doméstica, hurtos.

Y recordé que años atrás una turista de veinticinco años fue atacada en la isla grande por tres matones lugareños que la violaron y mataron. Era alta, rubia y dulce, muy parecida a Kim. Había otro caso, más famoso, una animadora de la Universidad de Illinois que se había caído del balcón de la habitación del hotel y había muerto en el acto. Estaba de parranda con un par de muchachos a quienes no hallaron culpables de nada. Y había otra chica, una adolescente lugareña, que visitó a sus amigos después de un concierto en la isla, y no fue vista nunca más.

—La rueda de prensa fue buena idea. La policía tendrá que tomar a Kim en serio —le dije.

—Si no recibo una llamada, volveré allí por la mañana —dijo Levon McDaniels—. Ahora queremos ir al bar, ver el lugar donde estaba Kim antes de desaparecer. Si quiere, puede acompañarnos.

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