Bhagavad Gita

Bhagavad Gita


Introducción

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Este sentido del ser es el sentido de brahman. De experiencias similares a la descrita por Amiel, aunque por supuesto infinitamente más elevadas, proceden los poemas de san Juan de la Cruz, los más grandes poemas espirituales de todos los tiempos. En sus aforismos, san Juan de la Cruz afirma: «Para ser todo, no desees ser nada. Para conocerlo todo, no desees conocer nada. Para encontrar el gozo de todo, no desees gozar de nada». «Ser», «conocer» y «encontrar el gozo» se corresponden con sat, cit, apanda, ser, conciencia y gozo de los Upanishads.

El gran problema del alma humana podría entonces expresarse mediante las palabras de Hamlet, las cuales, como suele ocurrir con Shakespeare, trascienden con mucho su contexto:

Ser o no ser;

esa es la cuestión.

Si bien jñana, la luz de Dios, constituye el tema preeminente de la Bhagavad Gita —«El hombre de visión y yo somos uno», afirma Krisna en 7, 18—, descubrimos que es bhakti, el amor, lo que funciona como lazo de unión entre el hombre y Dios, y por lo tanto entre el hombre y el hombre. Podemos leer en la Gita palabras que suenan parecidas a las de Jesús: «Pues en esta promesa doy mi palabra: el que me ama no perecerá» (9, 31). «Aquel que, en esta unidad de amor, me ama en todo cuanto ve, doquiera que viva, en verdad ese hombre vive en mí» (6, 31). La Bhagavad Gita no recalca que a Dios se le alcance mediante jñana, porque jñana es Dios; afirma sin embargo, una y otra vez, que el amor es el medio de llegar a Dios, en el cual la luz y el amor son uno: «Por el amor me conoce verdaderamente, quién soy y qué soy» (18, 55), y «Sólo a través del amor pueden los hombres verme y conocerme, y venir a mí» (11, 54).

Sócrates nos dice que el amor es el mensajero entre los dioses y el hombre, y san Juan de la Cruz afirma que «Sólo el amor une el alma con Dios». Santa Teresa, siempre tan llana, dice: «No está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho», si bien añade que «El amor de Dios no debe construirse en nuestra imaginación, sino que debe ponerse a prueba mediante las obras». Estas ideas se hallan en el espíritu de la Bhagavad Gita. La visión de Dios es la gracia de Dios, pero la gracia de Dios es la recompensa del amor del hombre.

Y así encontramos en la Bhagavad Gita que el amor se halla entrelazado con la luz.

El amor es la fuerza que mueve el universo, el día de la vida, la noche de la muerte, y el nuevo día después de la muerte. El fulgor de este universo nos envía un mensaje de amor, y nos dice que toda la creación procede del amor, que el amor impulsa la evolución, y que una vez llegado a su fin, el amor devuelve todo a la eternidad. Y del mismo modo que la mente racional percibe que toda materia es energía, el espíritu percibe que toda energía es amor, y todo en la creación puede ser una ecuación matemática para la mente, y un canto de amor para el alma. El amor conduce a la luz: bhakti conduce a jñana, y jñana es el gozo de brahman, el gozo de lo infinito.

Nuestra alma, como un pájaro enjaulado, anhela la libertad del ancho aire. Leemos en palabras de Píndaro:

¡Productos de un día! ¿Qué somos, y qué no somos? Un sueño sobre una sombra es el hombre: y aun así, cuando del cielo cae un algo de esplendor divino, una gloria de luz le envuelve, y su vida es dulce.

Lo finito ansía lo infinito, y experimentamos la pena de las cosas pasajeras; pero más allá de las lágrimas de la humanidad existe un arco iris de gozo. Podemos amar lo infinito que hay en todo, y así hallar gozo en todo, como tan bellamente aparece expresado en el Brihad-Aranyaka Upanishad:

No es el amor a un esposo lo que hace querido a un esposo, sino el amor al alma que hay en el esposo lo que hace querido a un esposo.

No es el amor a una esposa lo que hace querida a una esposa, sino el amor al alma que hay en la esposa lo que hace querida a la esposa.

No es el amor a los hijos lo que hace queridos a los hijos, sino el amor al alma que hay en los hijos lo que hace queridos a los hijos.

No es el amor a todo lo que hace querido a todo, sino el amor al alma que hay en todo lo que hace querido a todo.

La Bhagavad Gita es un libro de luz y amor, si bien se trata ante todo de un libro de vida: después de jñana y bhakti, viene karma.

El término karma se halla conectado con la raíz sánscrita kri, que aparece en las palabras crear y creación. Karma es obra, y obra de vida. La palabra karma significa también «acción sagrada», y se halla conectada con el sacrificio de los Vedas: el ritual de la religión. Este es el sentido con el que ha de entenderse al leer la Gita. Karma, obra o acción, aparece a menudo en la Bhagavad Gita contrastando con jñana, o contemplación: el ritual externo contrasta con la vida espiritual interior. Ese fue el gran cambio espiritual que tuvo lugar en los Upanishads: del ritual externo se pasó a la vida interior. Este contraste también aparece en la Gita, si bien en esta última el término karma ha adquirido ya un sentido mucho más profundo, lo que nos lleva a uno de los conceptos más sublimes del hombre. Toda vida es acción, pero cada pequeña acción finita ha de abandonarse al infinito, del mismo modo que la inspiración parece constituir un recibir el don de la vida, y la espiración un abandonarse a la vida infinita. Cada pequeña acción en la vida, por humilde que sea, puede convertirse en un acto de creación, y por tanto en medio de salvación, porque en toda creación verdadera reconciliamos lo finito con lo infinito, de ahí el gozo de la creación. Cuando la visión es pura y pura es la creación, siempre existe dicha.

Tal vez un ejemplo de Homero pueda ayudarnos a comprender el concepto de karma en la Bhagavad Gita. En el Libro VI de la Odisea, mientras Ulises duerme al abrigo de un olivo, Nausícaa, la dulce hija del buen rey Alcínoo, se dirige al río a lavar la ropa acompañada de sus doncellas. Dice Homero:

Así que hubieron llegado a la noble corriente del río, con sus lavaderos perennes de agua clara y burbujeante que corría en abundancia para lavar aun lo más sucio, desuncieron las mulas y las arrearon a lo largo del vortiginoso río a pacer la dulce grama. Tomaron ellas del carro los vestidos cargándolos en sus brazos, lleváronlos a la oscura agua, y los pisaban en las pilas, compitiendo unas con otras en hacerlo con presteza. Luego que los hubieron aclarado, quitándoles toda suciedad, los extendieron en línea a la orilla del mar, allí donde las olas limpian los guijarros al batir sobre la costa. Bañáronse a continuación, ungiéronse con pingüe aceite, y comieron luego a orillas del río, aguardando a que el sol con sus rayos secara las ropas. Más tarde, cuando hubieron saciado su apetito, ama y criadas despojáronse de sus tocados y empezaron a jugar a la pelota, mientras Nausícaa, de níveos brazos, guiaba el canto de todas.

[Traducción al inglés de E. V Rieu].

Aparece aquí el gozo de la visión y la creación. El poeta ve cada acción, por humilde que sea, bajo el fulgor de la belleza eterna, y nosotros vemos a los actores disfrutando de puro gozo en su acción, como si actuaran para la eternidad. El poeta percibe las cosas en una eternidad de belleza y gozo, y los actores llevan a cabo sus acciones de manera hermosa, en eterna dicha. Ese es el espíritu de karma en la Bhagavad Gita. Nausícaa y sus doncellas lavan ropa para sí, y no para Dios, pero se hallan en el gozo de la acción, y por lo tanto en el gozo de Dios, tanto más que no son conscientes de esa grandeza. En Homero encontramos que la acción, aun la más humilde, es algo bello. En la Bhagavad Gita descubrimos que toda acción puede ser bella y sagrada. Y así oímos decir a Krisna: «Ofréceme todas tus acciones y asienta tu mente en el Supremo. Líbrate de las esperanzas vanas y los pensamientos egoístas, y lleva a cabo tu lucha desde la paz interior» (3, 30). Y una variante de la misma idea: «Que todo cuanto hagas, comas, des u ofrezcas en adoración sea una ofrenda a mí; y todo cuanto sufras, súfrelo por mí» (9, 27). Se trata de la misma voz de san Pablo a los corintios: «Por tanto, ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios» (I Cor. 10, 31). Esta obra, además, ha de hallarse libre de egoísmo: «Obren los sabios de manera desinteresada por el bien del mundo» (Gita 3, 25).

El elogio de la acción como medio de salvación aparece expresado posteriormente en el poema, cuando se nos dice que todo hombre alcanza la perfección cuando descubre el gozo en la acción, y encuentra el gozo en su acción cuando esta es alabanza de Dios; porque Dios es gozo.

La grandeza de la Bhagavad Gita es la grandeza del universo; pero al igual que el prodigio de las estrellas del cielo sólo se revela en el silencio de la noche, el prodigio de este poema únicamente se revela en el silencio del alma. Puede ser que comencemos a sentir de niños el misterio y el prodigio de este universo. Un día, siendo muy jóvenes, quizá unos cuantos versos de la Gita se abran paso hasta nuestro corazón. Aprendemos sánscrito motivados por la Bhagavad Gita. Leemos todas las traducciones que podemos encontrar, y comparamos diferentes interpretaciones. Leemos los comentarios de Sankara y Ramanuja, historias de filosofía india y literatura sánscrita, así como toda publicación sobre la Bhagavad Gita que esté a nuestro alcance. Y mucho más aún: puede ser que leamos la Bhagavad Gita en sánscrito una y otra vez, hasta llegar a conocer de memoria los versos más importantes y entonarlos en sánscrito, de forma que la lengua de esos versos termine resultándonos tan familiar como nuestra lengua materna. Tal vez acudamos a ese poema en momentos de pesar y de alegría, vinculándolo así a los momentos más hondos de nuestra vida; y anotemos los pensamientos y emociones que los versos despiertan en nosotros; y tal vez nuestra lectura continúe durante años; y de pronto un día sintamos que estamos leyendo la Bhagavad Gita por primera vez. ¿Por qué? Porque nuevos prodigios se nos han revelado, y sentimos que las palabras de Arjuna son ahora nuestras palabras: «Descríbeme de nuevo en detalle tu poder y tu gloria, pues nunca, nunca me canso de oír tus palabras de vida» (10, 18).

¿Cuál es la esencia de este gran poema? ¿Qué queda de todo él? La esencia de la Bhagavad Gita es la visión de Dios en todas las cosas, y de todas las cosas en Dios. Es la visión de Dante cuando dice en su Paradiso:

Nel suo profondo vidi che s’interna,

legato con amore in un volume,

ciò che per l’universo si squaderna.

La forma universal di questo nodo

creo ch’io vidi, perchè più di largo

dicendo questo, mi sento ch’io godo.

[En su profunda infinitud vi internarse, unidas por el amor en un volumen, las hojas desperdigadas de todo el universo.

La forma universal de esta compleja trama creo haber visto, porque al decir esto, siento en mí crecer el gozo].

Es la visión de Arjuna en la Bhagavad Gita:

Si de pronto surgiera en el firmamento la luz de mil soles, tal esplendor pudiera compararse con el fulgor del Espíritu Supremo.

Y vio Arjuna en ese fulgor el universo al completo en toda su variedad, constituyendo una vasta unidad en el cuerpo del Dios de dioses (11, 12-13).

El amor conduce a la luz, pero la luz no nos pertenece. Se nos da, nos es dada como recompensa por nuestro amor y nuestras buenas acciones. En la batalla de la Bhagavad Gita tenemos un gran símbolo de esperanza: que quien posee buena voluntad y se esfuerza nunca está perdido, y que en la batalla por la vida eterna no puede haber nunca una derrota, a menos que huyamos de la batalla.

El verdadero progreso del hombre sobre la tierra es el progreso de una visión interior. Contamos con avances científicos, pero ¿se hallan armonizados con el avance espiritual? Deseamos el avance científico, pero ¿queremos el avance espiritual? No se trata de tener más, o incluso de saber más, sino de vivir más, y si queremos vivir más, debemos amar más. El amor es «el tesoro escondido en un campo», y este campo, según la Gita, es nuestra propia alma. Ahí se encuentra el tesoro por el cual el mercader sabio «fue y vendió todo cuanto tenía». Y, contrariamente a la ley de la materia, según la cual dar más representa tener menos, en la ley del amor, cuanto más se da, más se tiene.

Las visiones espirituales del hombre se confirman e iluminan entre ellas. Tenemos la grandeza cósmica del hinduismo, las cuestiones morales de Zaratustra, el gozo en la verdad de Buda, la victoria espiritual del jainismo, el amor sencillo del tao, la sabiduría de Confucio, la poesía sinto, el Dios único de Israel, el fulgor redentor de la cristiandad, la gloria del Dios del islam, la armonía de los sijs. Los grandes poemas de las diversas lenguas poseen valores distintos, pero son todos ellos poesía, y las visiones espirituales del hombre proceden todas de una luz. Ellas constituyen las lámparas de fuego que arden a la gloria de Dios.

Lo finito en el hombre anhela lo infinito. El amor que mueve las estrellas mueve también el corazón del hombre, y una ley de gravitación espiritual conduce su alma hacia el alma del universo. El hombre ve el sol por la luz del sol, y ve el espíritu por la luz de su propio espíritu interior. El fulgor de la belleza eterna brilla sobre este vasto universo, y en momentos de contemplación se puede ver lo eterno en cosas efímeras. Este es el mensaje de los grandes visionarios espirituales; y toda la poesía, el arte y la belleza son sólo una variación infinita de este mensaje.

Si leemos las escrituras y los libros sapienciales del mundo, si consideramos las muchas experiencias espirituales registradas en los escritos del pasado, encontramos una única fe espiritual, y esa fe se basa en una visión de la verdad. No por cierto de la verdad de las leyes de la naturaleza descubiertas gradualmente por la mente humana, sino de la verdad de nuestro ser.

En la Bhagavad Gita encontramos fe, una fe basada en la visión espiritual. En esta visión encontramos luz. ¿La veremos? Este canto nos llama al amor y a la vida. ¿Lo oiremos?

Cada momento de nuestra vida puede ser el comienzo de grandes cosas.

Juan Mascaró

The Retreat

Comberton, Cambridge

Navidad 1960

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