Beth

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CAPÍTULO 24

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CAPÍTULO 24

Eran las seis de la mañana, y ya estaba amaneciendo en Callander. El sol se asomaba tímidamente en el horizonte, mientras los presentes se preparaban para el importante acontecimiento. El duelo tendría lugar junto al río, en un páramo situado a las afueras de la ciudad.

Ben, acompañado de dos de sus mejores amigos, los hermanos McLeod, llegó puntual a la cita.

Lord Francis acudió al encuentro acompañado de lord Langley y su padre, lord Worthfield, que miraron con desprecio a Ben.              

Enseguida se unió a ellos el doctor MacGregor, que llegó montado en un carro tirado por su caballo.

Lord Langley fue el encargado de dar las pertinentes instrucciones a los dos contrincantes. Ben y Francis se colocaron frente a frente, dedicándose miradas desafiantes. Lord Langley ordenó que se prepararan, y los dos jóvenes se dieron la espalda, con sus respectivas armas cargadas y listas para disparar. Empezó la cuenta atrás, y ambos caminaron en direcciones opuestas. El doctor sintió un escalofrío mientras presenciaba todo aquello. Estaba aterrado y nervioso, y rezó todo lo que pudo para que Ben no sufriera un terrible destino. Lord Langley terminó de contar, y dio la señal definitiva.

En ese instante, se oyó un disparo. Beth, que estaba aún durmiendo, se despertó de repente. Miró el reloj, totalmente alterada. Eran las seis y cinco. Apartó la manta bruscamente, se levantó y fue hacia la ventana. Enseguida, notó la presencia de la señora Wallace a su espalda. Beth respiraba con dificultad debido a la angustia que oprimía su pecho, y se frotaba las manos, intentando luchar contra el frío que se había apoderado de su cuerpo debido al miedo.

Minutos después, vio llegar el carro del doctor MacGregor. Este estaba junto al joven, que yacía en la parte trasera, mientras uno de los hermanos McLeod dirigía al caballo. Beth comprobó con asombro que Gracie iba también con ellos.

Se dirigió al vestíbulo rápidamente y abrió la puerta de entrada. Al momento, Ben estaba sobre la camilla del gabinete del doctor, respirando con dificultad y sangrando profusamente. Una bala se le había quedado incrustada en el hombro izquierdo y había que sacarla inmediatamente.

—¡Quiero a todo el mundo fuera de aquí! —ordenó el doctor a todos los allí presentes.

Todos obedecieron y acompañaron a la señora Wallace a una habitación contigua. Justo cuando Beth iba a marcharse, el doctor la detuvo.

—Señorita Arundel, necesito su ayuda. Usted será mi enfermera. —Beth se puso junto a él rápidamente, y esperó instrucciones—. Bien, mantenga la presión sobre la herida con estas vendas, está sangrando mucho y debemos detener la hemorragia. Voy a por el instrumental.

El doctor se apartó de ella, y Beth siguió sus instrucciones al pie de la letra. Presionó las vendas con suavidad sobre la herida, e intentó calmar a Ben, que estaba muy asustado.

—Todo saldrá bien, Ben. Ya lo verás—aseveró, mostrando una tímida sonrisa.

Ben asintió, mirándola con los ojos humedecidos. El joven respiraba de forma agitada y estaba pálido.

El doctor volvió junto a ellos, y colocó el instrumental sobre otra mesa cercana. A continuación, trajo un cuenco y lo puso a los pies de la camilla.

—Bien. Ahora vamos a sacar la bala. Voy a darle a Ben algo para que se quede un poco aturdido y no sienta tanto dolor.

El doctor mojó un paño con un poco de cloroformo, y se lo puso a Ben en el rostro. Una vez le hizo un poco de efecto, empezó a hurgar en la herida.

—Ahora agárrele bien para que no se mueva—le ordenó.

Beth asintió y obedeció, sujetando la cabeza y el brazo del muchacho como mejor pudo. Por suerte, Ben apenas se movió. El doctor encontró la bala rápidamente, y la extrajo con sumo cuidado. Entonces, le pidió a Beth con un gesto de la mano que le acercara el cuenco, donde a continuación depositó la bala. Después limpió la herida, y la cosió.

—Está fuera de peligro, aunque deberá descansar unos cuantos días—aseveró el doctor con un gesto de alivio—. Ya puede ir a darles la buena noticia, señorita Arundel.

Beth asintió, sonriente, sin poder ocultar su alegría, y salió del gabinete. Entró en la sala donde todos esperaban, y allí anunció que Ben estaba fuera de peligro.

Anne y Angus, que habían llegado mientras estaban atendiendo a Ben, se abalanzaron sobre ella y la abrazaron.

Después, entraron a ver a Ben, que aún estaba algo aturdido por el efecto del cloroformo. Anne lloró, emocionada, y le dio las gracias al doctor por haberlo salvado.

Beth contemplaba la escena, aliviada y feliz. Consideró que al final todo salió bien, al menos para Ben.

Mientras tanto, Gracie estaba de pie a su lado, en silencio. Aún tenía los ojos enrojecidos por el llanto, no obstante, su preocupación ya había desaparecido. Al comprobar que todo se había solucionado, decidió macharse.

—Gracie, ¿adónde vas? —preguntó Beth, mirándola, extrañada.

—Ahora que Ben está a salvo, ya puedo marcharme—contestó Gracie con una tímida sonrisa.

Beth no la detuvo, comprendiendo que quizás necesitaba estar sola después de unos momentos tan difíciles y tensos.

Gracie había estado al lado de Ben cuando más la necesitaba, porque seguía amándolo, aunque su amor no fuera correspondido. Beth solo esperaba que Ben valorara ese gesto, y que Gracie encontrara la felicidad que merecía.

Una vez pasó el efecto del cloroformo, Ben buscó a Gracie con la mirada. Se sintió decepcionado al comprobar que se había ido. Estaba aún impresionado por lo ocurrido.

Cuando la bala impactó en su hombro y cayó al suelo, Gracie llegó hasta él, y no se separó de su lado hasta que entraron en el gabinete del doctor MacGregor.

Aún podía sentir la calidez de su pequeña y delicada mano agarrándole con fuerza, mientras le susurraba al oído lo mucho que le quería. Era un ángel que se había presentado ante él cuando pensaba que iba a morir.

Sabía en el fondo que no merecía su afecto. Había sido desconsiderado y egoísta, y a pesar de ello, Gracie le seguía queriendo.

Esa misma tarde regresó con sus padres a casa, ya un poco más recuperado. Nunca se había sentido tan feliz de regresar a su hogar. Y entonces empezó a pensar en Gracie, en lo cerca que estaba de él, justo en la casa de al lado. Deseaba verla, pero no podía. No ahora.

Esa misma tarde, ya con Ben en su casa recuperándose, el doctor, la señora Wallace y Beth se sentaron a conversar tranquilamente sobre lo sucedido.

—Lord Francis disparó primero, y le hirió. Así que, al caer Ben al suelo, se dio por finalizado el duelo. De repente, no sé de dónde, apareció Gracie, que no se apartó de Ben en ningún momento. Supongo que estaría escondida en algún sitio—contó el doctor.

—Es una joven muy valiente—afirmó la señora Wallace.

—¿Y qué ocurrirá con lord Francis? —preguntó Beth.

—En estos momentos, estará camino del continente con alguno de los amigos de su padre. Pasará allí una temporada y luego regresará. Aunque no creo que se case con lady Catherine. Pronto se sabrá esto en todas partes, y su reputación quedará seriamente dañada—contestó el doctor MacGregor.

—¡Pues que se fastidie! Lo importante es que todo ha salido bien para los Burns. Ben está vivo y puede contarlo; con eso me basta—sentenció la señora Wallace.

—Sí, eso es lo más importante—aseveró Beth.

Al día siguiente, el doctor MacGregor, la señora Wallace y Beth fueron a casa de los Burns a visitar a Ben, que estaba sentado en una de las sillas del salón, mostrándose jovial y animado, como siempre. El doctor examinó la herida, y comprobó que tenía buen aspecto.

En un momento dado, mientras todos charlaban animadamente en el salón, Ben salió al jardín.

Más tarde, Beth fue a buscarlo para despedirse de él antes de volver a Taigh Abhainn. El joven estaba agachado, recogiendo unas flores silvestres que habían crecido justo al lado del muro que separaba su casa de la de Gracie.

—¿Qué haces? —preguntó Beth.

Ben se giró, y la miró.

—Estoy cogiendo unas flores.

—¿Y para quién son?

Ben sonrió tímidamente.

—Para Gracie.

Beth se sorprendió ante la respuesta.

—Vaya, es toda una sorpresa.  Pero ¿no se suponía que amabas a lady Catherine? —inquirió Beth, alzando una ceja.

Ben se incorporó y suspiró con resignación.

—Eso creía yo, pero he descubierto que no es así—aseveró—. Mi padre me dijo hace tiempo que, a veces, no apreciamos las cosas que tenemos cerca, y que nos damos cuenta de lo importantes que son para nosotros cuando sabemos que podemos perderlas.

Beth asintió, pensativa.

—Sabias palabras.

—Sí, desde luego. —Hizo una breve pausa, y dijo—: Verás, he llegado a la conclusión de que idealicé a lady Catherine. Pensaba que ella era lo que siempre había buscado. Sin embargo, después de lo que ha sucedido, me he dado cuenta de que no es así, porque la mujer de mis sueños siempre ha estado a mi lado.

—¿Y casi haces que te maten para llegar a esa conclusión?

—Sí, lo sé. He sido un estúpido—respondió, un poco avergonzado.

Beth sonrió con ternura, mientras él se rascaba la nuca, nervioso.

—¿Crees que Gracie me perdonará?

Beth se encogió de hombros.

—No veo porque no, pero deberás darle tiempo, y, sobre todo, conquistarla como es debido.

Ben sonrió con picardía.

—Bueno, dicen que mi sonrisa es irresistible.

Beth se rio y negó con la cabeza.

—No tienes remedio.

Tras despedirse, Beth, la señora Wallace y el doctor MacGregor regresaron a Taigh Abhainn con la agradable sensación de que las aguas volvían a su cauce.

◆◆◆

Finalmente, la calma regresó a Taigh Abhainn. Beth recuperó el buen ánimo, y ya no evitaba al doctor MacGregor. Había aceptado que él nunca la amaría, aunque eso no quería decir que no pudieran ser buenos amigos.

Sabía a ciencia cierta que el doctor no había regresado a Manor Hall, algo que no le extrañó. Pensó que quizás era más prudente alejarse de lady Horsham durante un tiempo, después de lo sucedido entre Ben y lord Francis.

Se enteró en su última visita a casa de los Burns de que Ben y Gracie estaban juntos y muy enamorados.  Anne le comentó, feliz, que seguramente en unos meses habría boda.

En uno de aquellos días, Beth estaba sentada en la biblioteca dibujando. Su señora descansaba en sus aposentos, y el doctor MacGregor había salido a visitar a varios pacientes, así que estaba completamente sola, disfrutando de un poco de tiempo libre. En ese momento, una de las sirvientas le informó que tenía una visita.

—¿De quién se trata? —preguntó Beth, extrañada, pues no esperaba a nadie.

—Es un caballero, señorita Arundel, pero no ha querido darme su nombre. Dice que es un viejo amigo de usted. Está esperando en el salón—contestó la sirvienta, un poco turbada.

Beth se levantó y salió de la estancia, decidida a desvelar el misterio. Cuando entró en el salón y comprobó quién era el visitante, el miedo se apoderó de ella, y paralizó todos los músculos de su cuerpo.

Lord Marcus Langley observaba el cuadro que había encima de la chimenea con las manos cruzadas detrás de la espalda. Se trataba del retrato que ella había hecho del doctor.

—Creo que en este cuadro ha mejorado notablemente—comentó con sorna.

—¿En qué puedo ayudarle, lord Langley? —preguntó Beth con toda la calma que pudo.

Él se dio la vuelta y la miró, dibujando en su rostro una sonrisa siniestra. En ese instante, Beth sintió un escalofrío.

—¡Oh, lady Beth! ¿Por qué trata con tanta formalidad a un viejo amigo?

Beth frunció el ceño, indignada.

—¿Amigo? ¿Desde cuándo somos amigos?

Lord Langley se rio.

—Veo que apenas has cambiado; sigues siendo una insolente. —Entonces, la miró de arriba abajo—. Aunque debo reconocer que has mejorado, ahora eres muy atractiva. Cuando te vi aquella noche en Manor Hall, me quedé sin palabras—aseveró con lascivia.

Beth cerró los ojos y los abrió de nuevo, intentando mantener la calma.

—¿Qué quiere?

Él empezó a pasearse por la sala, dando vueltas a su alrededor.

—Imagínate la sorpresa que me llevé al verte en Manor Hall. Pensábamos que estabas muerta ¿sabes? Eso es lo que le dijo tu padre a todo el mundo. Pero no, aquí estás. Vivita y coleando. Y trabajando como doncella, nada menos—comentó, riendo con malicia—.  ¿Saben el doctor MacGregor y la señora Wallace de quién eres hija?

Beth tragó saliva, nerviosa, y no contestó.

—Eso quiere decir que no. Bueno, no me sorprende, siempre fue usted una embustera, lady Beth—afirmó él, encogiéndose de hombros.

Al escuchar esas palabras, Beth apretó los puños y la mandíbula, furiosa.

—No soy una embustera.

Lord Langley abrió los ojos de par en par, incrédulo.

—¿Ah no? ¿Saben que eres lady Beth Arundel, la hija mayor del barón de Ascot y nieta del vizconde de Grove? ¿Saben que tu hermanastra se casó con el que era tu prometido, lord Branwell Dickinson? ¿Saben que tu padre sigue vivo? —inquirió, desafiante.

Beth negó con la cabeza, cerrando los ojos, mientras su respiración se agitaba debido a la tensión.

—No, no lo saben—respondió, abatida.

Lord Langley sonrió con satisfacción.

—Bueno, no te preocupes. No les diré nada, si te portas bien—aseveró, colocándose delante de ella.

Beth se estremeció al escuchar ese último comentario. A continuación, él se acercó lentamente a ella, mirándola como un lobo que acecha a su presa.

Beth retrocedió hasta que su espalda chocó con la pared. Entonces, lord Langley se abalanzó sobre ella, y la atrapó entre sus brazos. 

—¿Sabes que te has convertido en una mujer realmente atractiva, Beth? No tanto como Rose, pero desde luego, aquella noche estabas… Deliciosa—le susurró al oído con lascivia.

Beth se revolvió, desesperada, intentando liberarse.

—¡Apártate de mí! —gritó.

—Vamos, Beth, no soy tan malo. Sí, es verdad que entre todos te dimos una paliza aquella vez, pero eran cosas de niños. Ahora es distinto. Vamos, Rose es mucho más diligente que tú.

Beth abrió mucho los ojos, aterrada.

—¿Rose? ¿Sois amantes?

Él se rio.

—Querida, Rose y yo nos entendemos a la perfección. Aunque me temo que no he sido el único.

Beth pensó en Branwell, y se compadeció de él. De repente, lord Langley la agarró el rostro e intentó besarla, pero ella se resistió. Él la sujetó con más fuerza, y le gritó, furioso:

—¡Estate quieta! ¡Eres mía, Beth, completamente mía! ¡Y no puedes escapar de mí!

Cuando Beth creía que todo estaba perdido, sintió otra presencia en la estancia. En ese momento, alguien apartó a lord Langley de ella.

El doctor MacGregor lo agarró por el cuello de la camisa, y lo empujó contra la pared. Lord Langley lo miró, desconcertado.

—Así que, abusando de alguien más débil ¿verdad, Langley? Oye, ya que dices que son cosas de niños, ¿qué tal si llamo a mis amigos y te pegamos una paliza a ti? A lo mejor te viene bien que te partamos la cara—dijo el doctor, apretando la mandíbula, desafiante.

Lord Langley empezó a balbucear, muerto de miedo.

—No… No será necesario, doctor. Ya… Ya me basta con su advertencia.

El doctor no lo dejó ir y lo agarró con más fuerza.

—Eso no me satisface—le advirtió, furioso.

Beth observó, sorprendida, que lord Langley estaba a punto de llorar. Ahora no era nadie frente a la fuerza del doctor MacGregor. A pesar del miedo y la angustia, decidió que había sido suficiente.

Además, sabía que, si el doctor le hacía daño a lord Langley, estaría en problemas, porque este estaba en una posición social privilegiada, y tendría a las autoridades de su parte.

Justo cuando el doctor estaba a punto de pegarle un puñetazo, Beth le detuvo, agarrándole por el antebrazo.

—¡Doctor! No es necesario—le dijo con la voz entrecortada.

El doctor la miró, incrédulo.

—Beth, no puedo dejar que se vaya. ¡Ha intentado abusar de ti!

Beth negó con la cabeza.

—Por favor, no quiero que se meta en problemas por mí. Además, lord Langley no volverá a acercarse a mí, ¿verdad que no? —preguntó ella, lanzándole una mirada de advertencia.

Lord Langley negó enérgicamente con la cabeza.

—No, por supuesto que no. De hecho, te pido mil perdones. No volveré a acercarme a ti. ¡Lo juro! —respondió, aterrorizado.

El doctor MacGregor suspiró, exasperado, y finalmente le dejó caer al suelo. Lord Langley se levantó apresuradamente y salió corriendo hacia la puerta. Pero antes de irse, el doctor le habló:

—Te lo advierto, Langley; como tenga noticia de que te has acercado a ella, no tendré piedad.

Lord Langley tragó saliva, asintió y corrió como alma que lleva el diablo hasta salir de Taigh Abhainn.

Una vez se quedaron a solas, Beth respiró, aliviada.

—¿Se encuentra bien? —inquirió el doctor, agarrándola por los hombros, y examinándola con la mirada.

—Sí, doctor. Gracias a usted no ha ocurrido nada grave—respondió, con una sonrisa de agradecimiento.

El doctor se sintió más tranquilo ante su respuesta, y la soltó. No obstante, enseguida su gesto se tornó severo.

—Bien, creo que tiene muchas cosas que contarme, señorita Arundel. ¿O debo decir, lady Beth Arundel? —preguntó, cruzando los brazos sobre su pecho y alzando una ceja.

En ese instante, Beth comprendió que había llegado el momento de contar toda la verdad.

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