Beth

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CAPÍTULO 25

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CAPÍTULO 25

—¿¡La hija del barón de Ascot!? ¿¡Nieta de un vizconde!? ¡Dios santo, Beth! Me dejas sin palabras, muchacha—dijo la señora Wallace con cara de asombro—. ¿Por qué no nos dijiste nada?

Beth se mordió el labio inferior, nerviosa.

—Lo siento, señora Wallace, pero, es que…Verá, no tengo relación con mi familia desde hace años. Como le he contado, los años que viví con ellos fueron terribles, y preferí empezar una nueva vida. Por eso nunca hablo de mi familia.

El doctor MacGregor la observó, pensativo, y se abstuvo de decir nada en ese momento. Estaba intentando asimilar todo lo que Beth había contado. Ahora le encajaban muchas piezas de ese puzle lleno de enigmas que era Beth Arundel.

La señora Wallace, a pesar de su malestar por el hecho de que su doncella le hubiera ocultado su pasado, consideró que tal vez ella hubiera hecho lo mismo en su lugar. Una familia que te maltrata y a la que no le importas, no merece ese nombre.

—Entonces, Anne es…—dijo la señora Wallace.

—Era la doncella de mi madre. Anne estuvo al servicio de mis abuelos maternos, y cuando mi madre se casó, se fue con ella a Ascot Park. Cuando aún vivía allí, conocí a Angus. Para mí, ellos son mi verdadera familia—aseveró.

Beth estaba inquieta en esos momentos. Pensaba que su mentira le costaría el empleo, y por eso, decidió hacer un último alegato en su defensa.

—Señora Wallace, doctor MacGregor, mi intención nunca fue mentirles. Aquí soy plenamente feliz porque he encontrado un lugar donde la gente me respeta y me demuestra afecto. No quise hablar de mi pasado para no abrir heridas que ya están cicatrizadas. Nunca quise formar parte de los Arundel, ni de su estilo de vida. Ellos no me quieren. De hecho, para ellos estoy muerta. Y eso es lo mejor que me podía pasar. Deseo quedarme en Taigh Abhainn, porque ya lo considero mi hogar. Y si está pensando en echarme, le pido por favor que reconsidere su decisión, señora Wallace.

El doctor MacGregor y la señora Wallace se miraron, y empezaron a reírse. Beth entonces se quedó desconcertada, observándoles cómo si se hubieran vuelto locos de repente.

—¿Echarte? Esa idea no se me ha pasado por la cabeza en ningún momento, querida. —Beth sonrió, aliviada—. Eres una mujer trabajadora, dispuesta, educada, inteligente y gentil. Es difícil encontrar a alguien así en este mundo. Así que no te preocupes; tu sitio está aquí, en Taigh Abhainn. Pero debo imponerte una condición. —Beth entonces se puso seria—. Que, a partir de ahora, seas sincera con nosotros, y si hay algo que te angustie, nos lo cuentes, ¿de acuerdo?

El doctor MacGregor sonrió al igual que Beth, que asintió enérgicamente. A continuación, saltándose toda etiqueta y protocolo, abrazó a la señora Wallace, que recibió el gesto con alegría.

Horas más tarde, después de la cena, Beth y el doctor MacGregor tuvieron ocasión de quedarse a solas en el salón.

—¿Por qué no me lo contó antes, Beth? Se supone que tenemos cierto nivel de confianza—dijo el doctor, intentando no mostrarse molesto.

Beth suspiró.

—Porque para mí era difícil hablar de ello.

—Espero que de ahora en adelante no me oculte más cosas. Me enfadaría mucho, la verdad.

—Descuide, ya no hay nada más que contar—aseveró.

—¿Sabe? Ahora la admiro incluso más que antes.

Beth lo miró, desconcertada.

—¿Por qué, doctor?

—Por aguantar todos esos golpes que la vida le ha dado de forma tan estoica y sin rencor. Es difícil sobrevivir a algo así, no todo el mundo lo consigue. ¿Se acuerda mucho de ellos? —inquirió con interés.

Beth negó con la cabeza.

—No, doctor. Nunca tuve buenos recuerdos de mi padre. De hecho, no merece ese calificativo. Sin embargo, me acuerdo mucho de mi madre. Era una mujer extraordinaria. A pesar del tiempo transcurrido, sigue muy presente en mis pensamientos.

—Así que lord Branwell se casó con su hermanastra. Eso es terrible. Una traición en toda regla. ¿Y conserva un buen recuerdo de él?

Beth consideró la respuesta un momento.

—Branwell fue mi primer amor, y ya sabe que eso nunca se olvida—afirmó, mirándole—. A pesar de todo el daño que me hizo, aún guardo recuerdos felices del poco tiempo que estuvimos juntos. Por eso, creo que en el fondo siempre le apreciaré de alguna forma.

—Así que la llama no se ha extinguido—comentó el doctor, casi para sí mismo.

Beth negó con la cabeza.

—La llama ya no existe, se lo aseguro. No después de lo que hizo. Aunque lo cierto es que le perdoné hace tiempo.

El doctor se sintió aliviado al oír eso, y sin dejar de mirarla, dijo:

—Él no merecía a alguien con un corazón tan noble como el suyo.

Beth sonrió ante el halago.

—Gracias, doctor. Y gracias por salvarme. Bueno, por todo.

Él asintió, y se puso más serio al recordar lo ocurrido con Langley.

—Créame si le digo que me ardió la sangre al verla en esa situación. Gustoso le hubiera dado una paliza a ese desgraciado.

Beth suspiró, y decidió cambiar de tema, intentando borrar ese amargo recuerdo.

—¿Y cómo van las cosas con lady Horsham? —se atrevió a preguntar, mirándolo de reojo.

—Esa historia terminó hace unas semanas, justo antes del duelo.

Beth se quedó perpleja ante semejante revelación.

—Lo siento, doctor.

Él se rio.

—Lo dice como si se hubiera muerto alguien.

Beth se sintió un poco apurada.

—Bueno, es que cuando un amor termina, es parecido a una muerte ¿no?

—Debo confesarle que no me dolió poner fin a esa historia. Fue algo necesario, casi natural. Me di cuenta de que yo ya no era el mismo, y descubrí aspectos de su carácter que no tenían nada que ver con el concepto que tenía de ella. Al final, nuestras diferencias nos separaron. No deseo estar con alguien que desprecia a los demás solo porque no pertenecen a su misma clase social—afirmó, tajante—. Y ahora es usted libre de echarme un sermón como hizo mi tía en su momento—comentó, divertido.

Beth sonrió tímidamente.

—No, doctor, no soy quien. Me conformo con saber si esa decisión le ha traído paz.

Él asintió.

—Sí, sin duda. La única pena que tengo es haber perdido tantos años amando a alguien que no lo merecía. Y, además, me temo que he hecho daño a alguien a quien realmente aprecio. —Entonces, la miró fijamente— ¿Cree que podré redimirme?

Beth se puso nerviosa ante la intensidad de su mirada. Esos ojos azules se clavaban en los suyos con fuerza y determinación, pero no supo leer entre líneas. ¿A quién se refería? ¿A ella? Prefería no hacerse ilusiones.

—Estoy segura de que sí, doctor—contestó con toda la calma que pudo. Decidió entonces que era mejor irse a descansar después de un día lleno de emociones. Se levantó y dijo—: Me voy a descansar. Buenas noches, doctor.

—Buenas noches—respondió él, sin dejar de mirarla.

Beth se marchó del salón y se dirigió a su cuarto con su corazón latiendo desbocado.

Aquella noche durmió plácidamente, como no había hecho en mucho tiempo. Había sido un día lleno de revelaciones. Sentía que se había quitado un peso de encima tras contar la verdad de su pasado, y la angustia por guardar en secreto esa información se había desvanecido.

Por otro lado, aunque le había alegrado saber que el doctor MacGregor no volvería a verse con lady Horsham, tomó la determinación de intentar contener la ilusión y la esperanza. Se conformaría con vivir a su lado, disfrutando de su compañía, que la hacía tan dichosa.

Días después, Beth se enteró de que Manor Hall volvía a estar desocupada, y se rumoreaba que seguramente lord Cardigan iba a ponerla en venta. La rutina volvió a Taigh Abhainn, y los días transcurrían tranquilos, sin sobresaltos.

La única noticia que rompió la monotonía fue el anuncio del compromiso de Ben y Gracie, que se casarían en unos meses en Callander. La feliz pareja se lo había hecho saber a Beth en una de sus visitas a casa de los Burns. La buena nueva fue recibida con alegría y júbilo, como era menester.              

Beth no podía estar más contenta. Ahora por fin sabía lo que era una vida libre de problemas y aflicciones. Sin embargo, no intuía la tormenta que se avecinaba.

◆◆◆

Lady Melinda Avery observaba el hermoso paisaje que rodeaba Callander con deleite. A pesar de que el cielo estaba nublado, la luz plateada que iluminaba aquel entorno daba al lugar un aire casi místico. Parecía el escenario de uno de aquellos cuentos que Beth le contaba en la escuela.

Melinda no viajaba sola. Iba acompañada de su doncella, Frances, y de su cochero, Cox, que le indicó que estaban a punto de llegar a su destino.

Como no sabía dónde estaba exactamente Taigh Abhainn, decidió preguntar a un caballero que pasaba por una de las calles principales de la ciudad, donde Cox había detenido el carruaje. Sin bajarse del mismo, Melinda llamó al caballero, que no era otro que el doctor MacGregor.

—Disculpe, caballero, estamos buscando Taigh Abhainn. ¿Sabría indicarnos dónde está? —preguntó Melinda, amablemente.

El doctor MacGregor sonrió.

—Sí, lo conozco. ¿Por qué quiere ir allí? —inquirió con interés.

—Voy a visitar a una vieja amiga, la señorita Arundel—respondió Melinda.

El doctor la observó con detenimiento. Por su acento dedujo que aquella mujer era inglesa. Además, su rostro le resultaba familiar, como si la hubiera visto en alguna parte.

—Permítame presentarme. Soy el doctor MacGregor, no sé si la señorita Arundel le ha hablado de mí.

Melinda abrió los ojos de par en par, sorprendida por su buena suerte.

—¡Claro que sí! ¡Oh, qué maravilla! Usted es la primera persona a la que pregunto, y mire qué extraordinaria casualidad—afirmó, sonriente—. Soy lady Melinda Avery.

—Encantado de conocerla en persona, milady. Lo cierto es que he oído hablar mucho de usted. Precisamente, ahora mismo me dirigía a Taigh Abhainn. Si quiere, pueden seguirme.

—¡Por supuesto, doctor! No sabe cuánto se lo agradezco.

El doctor subió a su caballo, y empezó a cabalgar despacio delante del carruaje, que lo seguía de cerca.

En poco tiempo, llegaron a Taigh Abhainn, y enseguida una sirvienta condujo a Melinda hasta la biblioteca. Beth se reunió con ella minutos después. Ambas, emocionadas, se abrazaron, alegres y sonrientes. A continuación, se separaron, sin soltarse las manos, y Melinda miró a Beth de arriba abajo.

—Tienes un aspecto maravilloso, Beth. Aunque no me extraña—comentó Melinda, guiñándole un ojo.

Beth frunció el ceño.

—¿Qué quieres decir?

—Bueno, después de conocer al doctor en persona, ahora entiendo por qué no quieres irte de aquí—contestó, sonriendo con picardía.

Beth puso los ojos en blanco, y negó con la cabeza. Melinda nunca cambiaría en ciertos aspectos, pensó.

Una sirvienta les trajo té, y Beth sirvió dos tazas. Una vez a solas, y ya acomodadas en uno de los sofás de la estancia, Melinda puso gesto serio, y dijo:

—Me temo que mi visita no es por algo bueno. Tengo noticias de Ascot Park. Sé que podría habértelo dicho por carta, pero creí que era más considerado decírtelo en persona.

Beth se puso tensa, y de repente, tuvo un mal presentimiento.

—¿Qué ocurre, Melinda?

Melinda respiró hondo.

—Rose falleció hace tres semanas. Fue durante una fiesta campestre, en casa de lord Hightower. Estaba cabalgando y se cayó del caballo. Se partió el cuello, y murió al instante—explicó con toda la delicadeza que pudo.

Beth se quedó sin palabras. Estaba totalmente perpleja. No podía creerse lo que Melinda le estaba contando. Se llevó una mano al pecho y agachó la mirada.

Inmediatamente pensó en Branwell, pero también en su padre y su madrastra. Debían estar destrozados por la muerte de su querida y adorada Rose, a la que amaban con toda su alma.

—Dios mío, es horrible. —Consiguió decir. Entonces, miró a Melinda— ¿Y Branwell?

Melinda suspiró.

—Teniendo en cuenta que su matrimonio llevaba roto mucho tiempo, no está llevando el asunto demasiado mal. De hecho, y sé que no es correcto decirlo, creo que siente cierto alivio ante la muerte de Rose.

Beth no dijo nada. En ese instante, se sentía completamente abrumada por todo lo que su amiga le había contado, y estaba tratando de asimilarlo.

—Pero hay más—aseveró Melinda—. Vivian ha perdido el juicio. Ya lo noté el día del funeral. Dice el médico que la muerte de su hija le ha causado tal dolor, que no cree que vuelva a ser la misma. Deambula por la casa, llama a Rose, y a veces incluso te nombra a ti, como si aún fuerais dos niñas; entonces se da cuenta de que Rose no está, y empieza a gritar y a llorar desconsoladamente.

Beth no daba crédito a lo que estaba oyendo.

—¿Y mi padre?

—Tu padre ha enfermado, Beth. Cogió una gripe el día del funeral, y ha empeorado. Vengo a comunicarte que no le queda mucho tiempo.

—¿Por qué no me contaste esto antes? —preguntó Beth, desconcertada.

—Porque no quería que volvieras a sufrir, y tener que verlos. De hecho, si no hubiera hecho tu padre esa petición, yo no te habría dicho nada hasta mucho tiempo después.

Beth frunció el ceño.

—¿Qué petición?

Melinda respiró hondo de nuevo.

—Quiere verte, Beth. Quiere verte antes de morir, y hablar contigo. Branwell me lo dijo hace unos días. Me pidió que le diera tu dirección para escribirte, no obstante, me negué. Así que me pidió que te contara lo que estaba ocurriendo, y que te convenciera para que vinieras conmigo a Ascot Park. Ya sé que lo que voy a decir está mal, pero no tienes que venir si no quieres. Se merece tu desprecio, incluso en su lecho de muerte.

Beth consideró el asunto durante unos instantes. Ese hombre que hizo de la vida de su madre un infierno, y que casi arruina su existencia por completo, ahora le pedía que acudiera a su lecho de muerte. Seguramente deseaba poner las cosas en su sitio ante Dios, para evitar ir al infierno.

Recordó el miedo que sentía cada día cuando vivía en Ascot Park. Los desprecios, los gritos, el abandono. Sin embargo, ahora todo era distinto. Ella ya no tenía nada que temer.

No era capaz de imaginarse a su madrastra, una mujer cruel, altiva y despreciable, perdiendo el control de sus emociones, y delirando por su hija fallecida. La hermosa Rose, esa mujer que le robó su ilusión, y que siempre la odió, ya no estaba. Tomó entonces una decisión, de la cual no sabía si iba a arrepentirse.

—Iré a Ascot Park—dijo, decidida.

—No tienes por qué venir, Beth—insistió su amiga.

—Debo hacerlo. No tengo tanto rencor como para negarle a un moribundo su último deseo—zanjó Beth— ¿Cuándo partimos?

Melinda se quedó sorprendida ante la determinación de su amiga.

—Mañana mismo si puedes.

Entonces, Beth se levantó.

—Muy bien, acompáñame, voy a darle la noticia a la señora Wallace.

Las dos se reunieron en el salón con el doctor MacGregor, que había estado dando vueltas por la estancia como un animal enjaulado, y con la señora Wallace, que se moría de la impaciencia ante tanto misterio.

Cuando Beth les contó sus planes, el doctor MacGregor se mostró serio, tratando de disimular su disconformidad. Consideraba que lord Arundel no merecía la consideración de su hija, a la que siempre había despreciado. Sin embargo, no compartió ese pensamiento con nadie.

En cambio, la señora Wallace se mostró comprensiva con la situación.

—Tómate el tiempo necesario; aquí te estaremos esperando, Beth. Por cierto, lady Avery, si lo desea puede quedarse en Taigh Abhainn, hay una habitación de invitados disponible.

Melinda sonrió.

—Muchas gracias, señora Wallace. Acepto su invitación encantada.

Por la noche, Beth se sentó a cenar con la familia, algo totalmente inusual. Sin embargo, el momento era excepcional. Durante la velada, el doctor MacGregor mantuvo una distendida conversación con Melinda, lo que permitió que ambos se conocieran más.

Una vez se quedaron a solas, Melinda compartió con Beth su opinión sobre el doctor MacGregor.

—Beth, es un hombre encantador. ¡Qué suerte tienes! —comentó, emocionada.

Beth puso los ojos en blanco, y aclaró:

—No hay nada entre nosotros.

—Bueno, ya lo habrá. Tengo la impresión de que le gustas—afirmó, convencida.

—¡Tonterías! Creo que lees demasiadas novelas de amor.

Su amiga se rio.

—Supongo que sí.

De repente, Melinda se puso seria.

—¿Estás nerviosa? —preguntó.

Beth suspiró.

—Un poco.

—Lo comprendo. Verás a Branwell después de muchos años, y eso no será fácil. Te advierto que su aspecto ha cambiado mucho. Está muy desmejorado.

Beth dibujó una tímida sonrisa.

—Ya no le amo, Melinda. Pero, a pesar de lo que me hizo, aún siento cierto aprecio por él.

—Lo sé, aunque no lo merezca. No te inquietes, yo estaré a tu lado en Ascot Park, no pienso dejarte sola ni un minuto—aseguró Melinda, agarrándole la mano.

—Te lo agradezco. Pero ¿no te echará de menos el capitán Chambers? —preguntó Beth alzando una ceja.

Melinda sonrió con picardía.

—Apenas tenemos tiempo de echarnos de menos.

Ambas rieron, y minutos después, se fueron a dormir. Les esperaban muchos días de viaje, y debían descansar, aunque Beth apenas pudo. La idea de volver a Ascot Park la inquietaba. No obstante, había decidido ir.

Se preguntaba si habría cambiado mucho el lugar después de tantos años. Solo esperaba que Anne no se enfadara con ella por su repentina decisión. Cuando regresara, le explicaría todo debidamente.

Esa noche el doctor tampoco pudo dormir. Ahora sabía que el antiguo amor de Beth estaba libre de cualquier compromiso, y cabía la posibilidad de que retomaran aquella historia de amor interrumpida. Quizás las llamas volvieran a avivarse, o tal vez no. Eso no podía saberlo. Solo esperaba que Beth fuera más inteligente que él, y no cayera en la misma trampa.

Por fin, se había dado cuenta de lo que realmente sentía por ella. Las dudas habían desaparecido, dando paso a una verdad que hasta ese momento se había resistido a admitir.

Beth era la dueña absoluta de su corazón, y deseaba pasar el resto de su vida a su lado.

Sin embargo, no estaba seguro de que sus sentimientos fueran correspondidos, y el miedo al rechazo le impedía contarle lo que sentía por ella. Se rio ante este pensamiento.

Él, que era un conquistador nato, estaba aterrado ante la idea de confesarle a la mujer que amaba sus sentimientos. Finalmente, consiguió dormirse y soñó con Beth.

Al día siguiente, la señora Wallace y el doctor MacGregor salieron a despedirse de ellas. Ya había amanecido y todo estaba preparado para el viaje.

—Escríbenos en cuanto llegues para saber que todo va bien. Y no te preocupes; soluciona tus asuntos y tómate el tiempo que necesites—dijo la señora Wallace.

—Así lo haré, señora Wallace, y gracias por todo—respondió Beth.

El doctor las ayudó a subir al carruaje. Cuando Beth tocó su mano, su corazón latió velozmente, y una terrible sensación de tristeza la invadió ante la inminente despedida.

Una vez entró en el carruaje y el doctor cerró la puerta, este puso su mano encima de la suya, que estaba apoyada en el marco de la ventanilla. Entonces, el doctor la miró a los ojos y dijo:

—Recuerda que esta es tu casa, Beth. No lo olvides.

Beth asintió, emocionada.

—Sí, doctor. No lo olvidaré. Volveré lo antes posible, se lo prometo—aseveró.

Finalmente, el carruaje emprendió el viaje. Beth respiró hondo, y Melinda le dio una palmadita en su mano.

—Todo irá bien—afirmó su amiga, intentando calmarla.

Beth dejó atrás Taigh Abhainn, su hogar, al que pensaba volver en cuanto todo se hubiera acabado en Ascot Park.

Aún sentía en su mano la calidez del tacto del doctor MacGregor, y recordó su mirada azul clavada en sus pupilas. Le amaba ahora más que antes. Sin embargo, guardaría sus sentimientos en su corazón, como había hecho hasta ahora, y se conformaría con tener su amistad y su aprecio.

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