Beth

Beth


CAPÍTULO 26

Página 28 de 34

CAPÍTULO 26

Ascot Park, días más tarde...

La mansión del barón de Ascot se presentaba ante ella como un gigante de piedra envejecido y desolado. La casa estaba casi en ruinas, reflejando perfectamente la situación financiera de su dueño.

Melinda le había contado detalles importantes sobre el estado actual de la propiedad. Ascot Park estaba en manos de los acreedores y pronto saldría a subasta. Se había llegado a esto, debido a la descuidada administración de las finanzas.

Los Arundel no se privaban de nada, a pesar de que sus arcas estaban prácticamente vacías, y tampoco intentaban encontrar una solución que mejorara su situación.

Su administrador de toda la vida, el señor Beckett, harto de que lord Arundel desoyera sus advertencias, tomó la decisión de dimitir. Sin embargo, Branwell le convenció para que cambiara de idea.

—Melinda, Branwell y Rose nunca llegaron a tener hijos, ¿cierto? —inquirió Beth con curiosidad.

Su amiga negó con la cabeza.

—No, Rose no quería. De hecho, tengo entendido que las relaciones entre ellos cesaron hace años. No sé si Branwell ha tenido amantes, supongo que sí. Pero con seguridad afirmo que Rose sí los tuvo. Sin duda, fue un matrimonio desastroso en todos los aspectos.

Beth sintió pena por Branwell. Aún recordaba con suma claridad la última vez que se vieron. Él, semidesnudo, después de yacer con Rose, desesperado y atormentado, confesándole que se había enamorado de otra que no era ella. Sin embargo, las circunstancias eran muy distintas ahora.

Llamaron a la puerta de la vieja mansión, y les abrió uno de los pocos sirvientes que aún trabajaba allí. Casi todos habían abandonado la casa debido a los retrasos en los pagos de sus salarios.

El sirviente era un muchacho joven y alto al cual Beth nunca había visto. Melinda hizo las pertinentes presentaciones, y el joven sirviente las condujo al salón, donde esperarían a Branwell, que se había instalado en Ascot Park temporalmente.

Beth observó el estado del salón. Había humedades en algunas partes de las paredes, y los muebles tenían algo de polvo. Melinda, viendo que examinaba la estancia, explicó:

—Los dos sirvientes que tienen no dan abasto con todo. Esta casa necesita más personal de servicio para que todo esté en orden.

—¿Cuándo saldrá la casa a subasta?

—Branwell ha conseguido ganar tiempo, y esperarán a que tu padre fallezca. Después, tengo entendido que internará a tu madrastra en un asilo[6]. Allí estará mejor atendida.

Beth miró a Melinda, pensativa.

—¿Quién cuida de mi padre y de ella ahora?

—Branwell contrató a una enfermera que se hace cargo de tu madrastra, mientras los sirvientes se turnan para atender a tu padre durante el día. Branwell se queda con él por las noches.

Beth siguió paseándose por la estancia. La última vez que estuvo allí vio algún que otro signo de deterioro, pero ahora era demasiado evidente. Quien la comprara, necesitaría llevar a cabo una reforma considerable.

Recordaba lo mucho que su madre cuidaba de esa casa. Siempre estaba pendiente de todo, y gracias a ella, Ascot Park vivió tiempos mejores. Aunque ese lugar le traía terribles recuerdos, le daba pena ver el estado en el que se encontraba.

De repente, alguien abrió la puerta del salón. Era Branwell. Beth se quedó perpleja al verlo. Tenía un aspecto muy distinto al del pasado. Como le contó Melinda, los problemas y las dificultades habían hecho mella en su físico.

Su rostro estaba un tanto demacrado, debido a unas sombras oscuras que podían verse justo debajo de sus ojos, y que contrastaban visiblemente con su tez pálida. Esa mirada azul que la enamoró años atrás había perdido por completo su luminosidad. Lo único que conservaba intacto era su sedoso cabello rubio.

Él, al verla, sonrió ampliamente. Entonces, se dirigió a Beth directamente, ignorando la presencia de Melinda. Cuando llegó hasta ella, la agarró por los hombros y la abrazó.

—¡Beth, has venido! ¡Qué alegría verte! —exclamó, emocionado.

Beth se quedó quieta, intentando mantener la compostura. En ese momento, la Beth de dieciséis años dio saltos de alegría dentro de ella. Recordaba la calidez de aquellos brazos, y la dicha que le producía estar cerca de Branwell.

Él se apartó, sin dejar de agarrarla por los hombros, y la miró de arriba abajo, fascinado.

—Tienes un aspecto magnífico. Estás preciosa, Beth.

Ella se sintió un tanto abrumada por la cercanía de Branwell.

—Gracias—respondió con timidez.

En ese momento, Melinda, algo molesta, emitió un sonoro carraspeo, mientras ponía sus brazos en jarras. Branwell salió entonces de su ensimismamiento y saludó a su prima.

—¡Oh, Melinda! Perdona, no te había visto—dijo, un poco apurado.

Su prima alzó una ceja.

—Ya veo.

Se saludaron dándose un beso en la mejilla, y Branwell pidió al único sirviente disponible que les sirviera un té. A continuación, los tres se sentaron en los sillones que había en la estancia.              

Melinda se sentó junto a Beth, y Branwell se acomodó en un sillón frente a ellas. Este no dejaba de observar a Beth, embobado.

Estaba impresionado por el buen aspecto que lucía la que una vez fue su prometida. Llevaba años queriendo recuperar el contacto con ella, sin éxito. Melinda, la única persona que sabía dónde encontrarla, se negó a facilitarle la información, hasta que ya no quedó más remedio que forzar el encuentro, debido a las circunstancias.

Beth se mostraba serena, y tenía un brillo en la mirada que denotaba que su vida era plena y feliz. Al contrario que la suya, un infierno en la Tierra.

—Lamento mucho la muerte de Rose, Branwell. Te doy mi más sentido pésame—dijo Beth, con toda la delicadeza que pudo.

—Gracias—respondió.

—¿Cómo está mi padre? —preguntó ella.

—Hoy está en un día bueno, quiere verte cuanto antes.

—¿Qué ha dicho el médico?

—Que no le queda mucho tiempo. Sus pulmones están muy mal, a veces incluso le cuesta respirar.

—Entiendo—respondió Beth, pensativa—. ¿Y mi madrastra?

Branwell suspiró con resignación.

—Cada día peor. No reconoce a nadie. Se pasa los días recorriendo la casa buscando a Rose, pensando que se ha perdido. Y cuando alguien le menciona su muerte, se derrumba y empieza incluso a darse golpes contra las paredes—explicó Branwell. Beth abrió los ojos, sorprendida—. De hecho, hemos tenido que proteger las paredes y los muebles de su cuarto para que no se haga daño. Tiene una enfermera con ella todo el día. Se llama Sally Atterton, trabajó durante muchos años en un hospital de Londres.

—Me ha dicho Melinda que cuando la casa se subaste, la llevarás a un asilo.

—Sí, así es. Es lo único que puedo hacer por ella. Es un asilo que hay a las afueras de Londres. Allí estará bien—aseveró Branwell.

Beth asintió en respuesta, considerando que, sin duda, era lo más adecuado.

Melinda indicó que necesitaban descansar después de un viaje tan largo, así que las dos se fueron a las habitaciones que las habían preparado.

Beth no volvió a la torre, sino que se quedó en uno de los cuartos de invitados. Melinda, que en un principio iba a alojarse en otra habitación, cambió de parecer. Acababa de descubrir una enorme gotera en el cuarto que le habían asignado y prefería compartir habitación con su amiga, como en los viejos tiempos.

Además, le inquietaba dormir a solas en Ascot Park, ya que, según ella, algo siniestro y lúgubre habitaba en aquellas estancias.

Después de descansar un poco y cambiarse, Beth y Melinda acompañaron a Branwell a la habitación de lady Arundel.

Nada más entrar, Beth no pudo evitar dirigir su mirada a la peculiar decoración de la que en otro tiempo fue una lujosa estancia. Como le había explicado Branwell, las paredes estaban cubiertas de colchas, al igual que algunos muebles, para evitar que lady Arundel se hiciera daño. Había elementos que no habían cambiado, como la enorme cama con dosel y la elegante lámpara de cristal que colgaba del techo. La luz iluminaba considerablemente la estancia a través de dos enormes ventanas. Sin embargo, la melancolía ensombrecía el ambiente.

Una enfermera estaba arreglando la habitación, mientras lady Arundel estaba de pie al fondo, frente a la ventana. Beth sintió una enorme inquietud al volver a ver a aquella mujer que tanto daño le había hecho en el pasado.

Su aspecto era deplorable: Pelo canoso, ojeras enmarcadas en un rostro surcado de arrugas, delgadez extrema, y piel pálida, casi traslúcida. Vestía un camisón blanco largo, que la hacía parecer un fantasma.

Lady Arundel miraba por la ventana, mientras canturreaba una melodía que nadie sabía identificar.

De repente, se percató de la presencia de los visitantes. Giró su cabeza, y miró a Beth fijamente. Esta se puso tensa por el miedo, y tragó saliva, pensando que algo malo le sucedería.

Sin embargo, lady Arundel la sonrió, gesto que dejó a Beth perpleja. A continuación, su madrastra se acercó a ella sin perder la sonrisa.

—¡Bienvenida a Ascot Park! Creo que no nos han presentado. Usted es…—dijo su madrastra en tono jovial y ladeando la cabeza.

Beth frunció el ceño, extrañada, al comprobar que no la había reconocido, y contestó:

—Soy Beth.

Melinda y Branwell observaban la escena, expectantes. Si veían que la situación se complicaba, sacarían a Beth rápidamente de allí. Su madrastra, al escuchar ese nombre, puso un gesto de sorpresa.

—¡Vaya! ¡Qué casualidad! La hija de mi esposo se llama así. —Entonces se acercó un poco más a Beth, y dijo en voz baja—: Beth está un poco malcriada, ¿sabe? ¡Pero mi Rose es un encanto! —aseveró, volviendo a sonreír. De repente, empezó a mirar alrededor, como buscando algo—. Por cierto, ¿la ha visto? Es una preciosa niña rubia con los ojos verdes. Lleva un vestido…—Se mordió el dedo índice y movió los ojos de un lado a otro. — ¡Rojo! Sí, rojo. Con unas borlas negras en la falda. Es su vestido favorito.

Beth se quedó en silencio. A pesar de todo el daño causado, sintió verdadera lástima por aquella mujer que había perdido lo que más quería. A continuación, su madrastra se alejó de ella, y volvió a colocarse delante de la ventana.               Branwell decidió que ya había sido suficiente, y sacó a Melinda y a Beth de allí. Cerró la puerta tras de sí, mientras Melinda y Beth se alejaban por el pasillo que conducía a las escaleras.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Melinda agarrando el brazo de Beth, preocupada.

Beth asintió.

—Creo que sí. Solo estoy un poco impresionada, eso es todo.

Branwell se acercó a ellas, y dijo:

—Si quieres, puedes ver a tu padre después de la cena. Así podréis hablar tranquilos.

Beth asintió. Necesitaba unas horas para recuperarse de la impresión y reunir el valor suficiente para enfrentarse a su mayor miedo: Lord Robert Arundel, barón de Ascot.

◆◆◆

Callander, en ese mismo momento…

—¡No puedo creer que Beth no me dijera nada, y que además se haya ido sin despedirse! —exclamó Anne, furiosa—. ¿¡Cómo se le ocurre ir a visitar a esos demonios, después de todo el daño que le han hecho!?

Angus suspiró con resignación, mientras el doctor MacGregor permanecía allí de pie en el salón de los Burns, observando a Anne. Había ido a verlos para contarles lo que había sucedido, y Anne no estaba en absoluto contenta. Ni mucho menos.

Se paseaba de un lado a otro delante de la chimenea, mientras Angus y el doctor la miraban con cierto temor. Porque cuando Anne se enfadaba era temible. De repente, se detuvo, puso los brazos en jarras y miró al doctor.

—¡Y usted tiene la culpa! ¡Debió quitarle esa idea de la cabeza! —aseveró, apuntándole con el dedo.

El doctor abrió mucho los ojos, sorprendido.

—¡Anne, yo no podría haber hecho nada! Es una mujer adulta y tiene derecho a tomar sus propias decisiones.

—Ya, pero ella tiene muy en cuenta su opinión, y le habría escuchado. Ahora seguramente la estén haciendo alguna maldad—afirmó, angustiada.

Angus suspiró, exasperado.

—Anne, es un hombre enfermo a punto de morir. No se le puede negar una última voluntad a nadie.

Anne miró a su marido, furiosa.

—Angus, tú sabes perfectamente de quién estamos hablando. ¡Es lord Arundel! ¡Por el amor de Dios! Un hombre sin corazón, con el alma negra. Un ser despiadado que destruyó la vida de mi pobre señora, y que casi hace lo mismo con su propia hija. Si fuera Beth la que se estuviera muriendo, él lo estaría celebrando. Y ya no hablemos de ese lord Branwell Dickinson. ¡Otro canalla! Destroza el corazón de mi Beth, y luego le pide que acuda en su ayuda. ¡Beth no debió haber ido! Pero ya hablaré con ella cuando vuelva—advirtió, sentándose finalmente en el sillón.

Angus suspiró, aliviado. Ahora Anne estaría algo más tranquila después de haberse desahogado, pensó. A continuación, miró al doctor MacGregor, y le preguntó:

—¿Le apetece un trago, doctor?

Minutos después, ambos estaban en la taberna, tomándose una jarra de cerveza. El doctor se mostraba pensativo. Llevaba así días, desde la marcha de Beth. Pensaba en ella cada día y soñaba con ella cada noche.

—¿Conociste a la familia de Beth? —inquirió el doctor.

Angus tomó un sorbo de su cerveza, y contestó:

—No directamente. Cuando estuve allí solía pasear por el bosque que hay cerca de Ascot Park. Es una casa alejada de todo, muy aislada. Un día me encontré con Beth allí, en el bosque. Era muy pequeña, tendría unos siete años. Su madre había muerto unos meses antes. Solía deambular sola por el lugar, siempre huyendo de Ascot Park. Recuerdo que en los alrededores nadie hablaba bien de lord Arundel. Decían que era un hombre avaro, caprichoso y ególatra. Un encanto. Además, se rumoreaba que su segunda esposa había sido su amante durante muchos años, y que cuando murió la madre de Beth, que según tengo entendido, era una santa, lord Arundel vio el cielo abierto. De la que también hablaban muy mal era de la otra niña, Rose. Por lo visto, era un lobo con piel de cordero.

El doctor MacGregor sintió una enorme tristeza al imaginar la clase de infancia que tuvo Beth.

—¿La pegaban? —preguntó con el corazón en un puño.

—Que yo sepa no. Aunque lo que te contó es totalmente cierto. El día que esos malditos niños la pegaron, tuve ganas de cogerlos por el pescuezo a cada uno y darles su merecido. Pero me contuve por el bien de Beth y de Anne. Ella me contó cosas terribles: Desprecios, malos modos, insultos. Vivir en un ambiente así, mataría el espíritu de cualquiera.

—Sí, yo también tuve ganas de matar a Langley cuando lo supe. Sin embargo, Beth me detuvo—comentó el doctor con cierta molestia.

—Anne no quería casarse conmigo por no dejar a Beth a merced de lord Arundel. Sin embargo, la niña decidió irse al colegio. Gracias a eso, pudimos casarnos. Es una deuda que tengo con Beth, y espero poder pagársela algún día—dijo Angus, mirándole con determinación.

El doctor dibujó una tímida sonrisa.

—Sí, es una mujer admirable.

Angus alzó una ceja al escuchar el comentario. Dedujo que el doctor al menos sentía aprecio por ella.

—Sí, lo es. Por suerte, tiene a gente que la aprecia; no está sola en este mundo. Supongo que también eso la ha hecho ser como es. Al final, recoges lo que siembras.

En ese momento, el doctor MacGregor se acordó de un asunto que lo inquietaba: Lord Branwell Dickinson.

—Angus, ¿crees que cabe la posibilidad de que ella y lord Branwell Dickinson…? Bueno, ya sabes—inquirió, dubitativo.

Angus negó con la cabeza.

—Beth no es tan estúpida como para tropezar dos veces con la misma piedra—contestó antes de dar un trago a su cerveza.

El doctor suspiró, aliviado.

—Me alegra que no sea como yo en ese aspecto—comentó casi para sí mismo—. Lo que no sé es cómo ha podido vivir con todo ese dolor, y, aun así, no sentir rencor.

—Cuando a uno le toca ir por el camino difícil en la vida, lo último que necesita es cargar con un sentimiento tan pesado y dañino como el rencor.

El doctor asintió.

—Sí, en eso estoy totalmente de acuerdo.

—Beth tiene mucho amor que dar, lo tiene bien guardado. Aunque sé que ya tiene a alguien a quien le gustaría dárselo—dijo, mirando al doctor de reojo.

—¿Ah sí? ¿De quién se trata? —inquirió con interés.

Angus sonrió de forma enigmática, se levantó, y se dirigió a la puerta. El doctor se quedó mirándole, expectante. Finalmente, Angus se despidió con un gesto de su mano, y se marchó.

Mientras cabalgaba hacia Taigh Abhainn, el doctor MacGregor pensó en la conversación que había mantenido con Angus. Una charla que le había dejado con una considerable inquietud.

Si Beth no iba a volver con lord Branwell Dickinson, ¿quién era ese otro pretendiente? A partir de entonces, no dejaría de pensar en ello.

Cada día rezaba porque el tiempo transcurriera rápido. Mientras esperaba su regreso, no dejaba de pensar en ella. ¿Qué estaría haciendo? ¿Se encontraría bien? ¿Estaría asustada? Preguntas que se quedarían sin respuesta hasta que llegara alguna noticia de Ascot Park.

Ir a la siguiente página

Report Page