Beth

Beth


CAPÍTULO 1

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CAPÍTULO 1

Oxfordshire, 1830

Hacía un soleado y hermoso día en Ascot Park. La propiedad de los Arundel en Oxfordshire era una majestuosa mansión hecha de piedra y mármol, que estaba rodeada de amplias extensiones de hierba. Cerca de allí había un hermoso bosque, atravesado por un pequeño arroyo.

Era un lugar idóneo para pasear y disfrutar de la belleza de la naturaleza, sobre todo en un día como ese.

Lord Robert Arundel se encontraba lejos de Ascot Park la mayoría de los días del año. Prefería quedarse en Londres, atendiendo asuntos que solo él conocía.

Mientras tanto, su esposa, lady Emily, se quedaba allí cuidando de la casa y de la hija del matrimonio, Beth, que acababa de cumplir seis años. La pequeña era una niña curiosa, dulce, amable y risueña. Era la luz que iluminaba la oscuridad en la que vivía su madre la mayoría de los días. Madre e hija habían creado una atmosfera de paz y alegría en Ascot Park, y tanto el servicio como sus vecinos cercanos tenían en alta estima a estas dos damas.

Emily prescindió de los servicios de una institutriz, como era lo habitual entre las familias nobles, y decidió que ella se encargaría del cuidado y la educación de su hija, con la ayuda de su inseparable Anne, que adoraba a Beth. Por otro lado, la relación de Beth con su padre era casi inexistente.

El único interés que tenía lord Arundel en su hija era a la hora de regañarla por cualquier travesura, o por algún motivo nimio. Sin embargo, sus ausencias eran tan prolongadas que esto casi nunca sucedía. Padre e hija eran unos auténticos desconocidos que sólo compartían un vínculo sanguíneo.

A pesar de la tristeza que esto le producía, lady Emily conseguía sonreír gracias a Beth. Su hija era su principal razón para seguir viviendo.

Esa mañana, las dos estaban en el jardín jugando al escondite. Beth se escondió detrás de un enorme árbol, esperando que su madre no la encontrara.

Sin embargo, una tímida risa de la niña la delató, y lady Emily agarró a su pequeña en el acto, desatando las sonoras carcajadas de Beth.

Así transcurrían los días en Ascot Park. Madre e hija jugando y riendo, bajo la atenta mirada de Anne y del servicio, que disfrutaban del ambiente alegre y tranquilo que se respiraba en la casa cada vez que el señor se ausentaba.

Por las noches, antes de dormir, lady Emily le contaba a Beth cuentos e historias que la niña escuchaba emocionada:

—Erase una vez, en un misterioso lugar de Escocia, un dragón habitaba un viejo castillo que escondía valiosos tesoros. Él era el encargado de guardarlos, y sólo un valiente guerrero de corazón puro podría acabar con él.

Un buen día, el dragón secuestró a una hermosa doncella de un pueblo cercano, harto de que los habitantes del lugar intentaran matarlo una y otra vez. Mientras todos se desesperaban, pensando que nada podrían hacer, llegó al pueblo un valiente guerrero llamado Callum.

El guerrero, curtido en mil batallas, y poseedor de la valentía y la fuerza necesarias para vencer al dragón, se dirigió al castillo para liberar a la doncella. Pero antes, el hechicero del lugar le dio un brebaje mágico, que lo haría invisible el tiempo suficiente para entrar en el castillo y rescatar a la doncella.

Callum tomó la poción justo antes de entrar, y consiguió llegar hasta la doncella. La liberó, y cuando pasó el efecto de la poción el dragón se enfrentó a él. Le escupió fuego sin cesar, pero Callum conseguía siempre esquivarlo—explicó lady Emily con emoción. Mientras narraba la historia, Beth apenas pestañeaba. Estaba completamente absorta—. Finalmente, clavó su espada en el corazón del dragón, y este acabó reducido a cenizas. Después de su hazaña, Callum se convirtió en un héroe y acabó casándose con la hermosa doncella.

—¡Bien!  —exclamó Beth, sonriente, alzando sus bracitos.

—Y ahora, a dormir.

Beth puso un gesto de decepción.

—¿Ya? ¿No me puedes contar otra? —preguntó, suplicante.

—No, tesoro, ya es tarde—respondió lady Emily con ternura.

Beth se acomodó entre las sábanas, y su madre la tapó bien con la colcha para que no pasara frío.

—Mami, yo cuando sea mayor quiero conocer a un guerrero como Callum.

—Eso sería maravilloso, Beth—comentó su madre, sonriente.

—¿Y esta historia también te la contó tu niñera?

—Así es. Mary Donald. Era de Glasgow. Me contó muchas historias de su tierra.

—Yo quiero ir a Escocia, y ver duendes y hadas—dijo Beth, soñadora.

Lady Emily se rio ante la ocurrencia de su hija.

—No creo que los veas. Ya sabes que suelen esconderse. Pero estoy segura de que conocerás a algún valiente guerrero o a algún príncipe de las Tierras Altas.

—Sí, seguramente me tocará rescatarle, pero no me importa—respondió Beth con total naturalidad.

—Mi valiente princesa Beth—dijo lady Emily acariciando la mejilla de su hija—. Ahora un abrazo y un beso.

Madre e hija se abrazaron con fuerza, y a continuación, lady Emily salió de la habitación, dejando a Beth descansar plácidamente en su cama.

Minutos después, llegó a su cuarto. Anne ya estaba esperándola para ayudarla a cambiarse de ropa. Se puso un camisón, y se sentó delante del tocador. Mientras Anne la peinaba, lady Emily se mostraba pensativa. Anne enseguida notó que algo ocurría.

—¿Se encuentra bien, milady?

—Lo de siempre, Anne, lo de siempre—contestó con tristeza—. Aunque estoy más preocupada de lo habitual últimamente.

—¿No será por lo que dijo el doctor Jones la última vez? Muchos doctores le han dicho lo mismo muchas veces en estos años, y aquí sigue usted, vivita y coleando.

—Lo sé, pero puede que algún día ocurra lo inevitable, Anne.

—¡Señora, por favor! Ni lo mencione. Ni siquiera debería pensar en esas cosas— respondió Anne, angustiada.

Emily se giró hacia ella, mirándola con preocupación.

—Pero Anne, me preocupa que, si yo me voy de este mundo, Beth se quedará desprotegida.

—Eso no sucederá, milady.

—Su padre no se hará cargo de ella. Estoy segura de que hará de su vida un infierno. Debería hablar con el señor Hammond, mi abogado, él sabrá qué hacer.

—Eso no va a pasar, porque usted no se va a morir por ahora. Y escúcheme bien. Algún día, cuando las dos seamos viejas y veamos a Beth casada, nos reiremos de esta conversación—afirmó Anne, intentando quitar hierro al asunto.

Emily suspiró.

—Ojalá sea así, Anne, ojalá.

◆◆◆

3 días más tarde…

Lord Robert Arundel regresó a Ascot Park después de un mes de ausencia. Odiaba la idea de volver, pero no le quedaba más remedio. Debía mantener las apariencias para evitar las habladurías.

Era un día lluvioso, y lady Emily y Beth estaban en uno de los salones, disfrutando de su mutua compañía al calor de la chimenea.

La niña jugaba con sus muñecas, mientras lady Emily leía una novela. Estaba sentada en uno de los sillones, tapada con una manta. Los días húmedos como aquel hacían que su salud empeorara.

En ese momento de paz, una de las sirvientas entró y anunció la llegada del señor de la casa. Al darse cuenta de la situación, lady Emily sintió un escalofrío que le recorrió la espina dorsal. A lord Robert no le gustaba ver a Beth jugando. De hecho, prefería no ver a la niña.

Enseguida, lady Emily recogió las muñecas que había en el suelo, y las escondió detrás de unos cojines, al tiempo que le pedía a Beth que se fuera a su cuarto.

Pero justo cuando la niña iba a salir, entró lord Arundel. Este miró a su hija con desdén, como si fuera una criatura insignificante. Al verlo, Beth se sintió angustiada y aterrorizada. Su padre le recordaba al temible dragón del cuento.

—Niña maleducada, ¿es que no sabes saludar? —dijo lord Arundel con indignación.

Beth agachó la mirada.

—Buenas tardes, padre.

—Desaparece de mi vista—le ordenó, molesto.

La niña obedeció y salió de la estancia rápidamente. Robert Arundel dirigió entonces una mirada de desprecio a su enfermiza esposa, que no tenía buen aspecto. Poco le importó.

—Te he dicho mil veces que la niña debería tener una institutriz. Es una salvaje. Aunque teniendo una madre inútil como tú no me extraña que sea así—sentenció sin miramientos.

Lady Emily tragó saliva, angustiada.

—Lo siento, querido. Es que últimamente no me encuentro bien.

—Pues llama al médico.

—Le avisé, ya me ha dado las medicinas que necesitaba—respondió ella con temor.

—Entonces no sé de qué te quejas.

Lady Emily recordó que debía abordar un asunto importante con su marido. En la última reunión con el administrador de la familia, este le había informado del estado de las cuentas, y le había recomendado encarecidamente controlar los gastos. Sobre todo, el señor de la casa, que se estaba gastando mucho dinero en sus visitas a Londres. Lady Emily consiguió reunir el valor que necesitaba, y dijo:

—Robert, tengo que hablar contigo de algo importante. Verás, hace dos semanas vino a verme el señor Beckett y me enseñó el libro de cuentas; me dijo que debíamos controlar los gastos, porque si no, pronto tendríamos deudas…

—¿Qué estás insinuando? —preguntó él, desafiante.

Lady Emily sintió un escalofrío, y tragó saliva.

—No insinúo nada, Robert. Es solo que vi que muchas facturas venían de Londres y pensé...

—¿Pensaste qué? Si insinúas que gasto demasiado, poco me importa. Yo hago con mi dinero lo que quiero, que para eso es mío. Tu familia te dejó dinero ¿no? Pues úsalo. Si quieres alimentar a esa mocosa, ya sabes lo que tienes que hacer. Y no me molestes más con estas cuestiones. Una dama no habla de dinero—sentenció él con firmeza.

—Sí, Robert—respondió lady Emily, atemorizada.

—Bueno, tengo que irme. No cenaré en el comedor.

Lady Emily miró a su marido con tristeza.

—Pensé que después de tantos días querrías cenar con nosotras.

Lord Robert Arundel se rio con sorna.

—¡Por favor, no me hagas reír! Si he vuelto es para evitar las habladurías, no para estar contigo y la mocosa. ¿Pasar la velada con un diablillo y una mujer enferma? Es lo último que querría en este mundo. Y por favor, no montes una escena, me disgusta—dicho esto, cerró la puerta tras de sí.

Lady Emily, cabizbaja y abatida, enterró su rostro entre las palmas de sus manos, y las lágrimas inundaron sus preciosos ojos azules, liberando así la angustia y el pesar que llevaba dentro. De repente, notó que alguien le acariciaba el pelo con delicadeza. Alzó la vista y vio a Beth.

En ese instante, agarró sus diminutas manos entre las suyas, y las besó. Observó el rostro de su hija, que la miraba con tristeza y compasión. La pequeña sonrió tímidamente, sin decir palabra, y ambas se fundieron en un abrazo.

Gracias a esto, lady Emily consiguió recuperar la compostura, y a continuación, secó sus lágrimas con un pañuelo que había sacado de uno de sus bolsillos.

—¿Qué te parece si le decimos a Anne que nos traiga la cena aquí? Estoy hambrienta—dijo lady Emily, sonriendo.

Beth asintió mientras su madre le acariciaba las mejillas. Minutos después, ya estaban las dos sentadas alrededor de la mesa de té de la sala, acompañadas de Anne, que les sirvió la cena. La alegría volvió a sus rostros, mientras conversaban animadamente, procurando no molestar al señor de la casa, que estaba solo en sus aposentos.

Después de cenar, lady Emily y Beth se prepararon para dormir. Esa noche, lady Emily no tenía demasiadas fuerzas, así que Beth no le pidió que le contara un cuento. Conocía bien la delicada salud de su madre.

—Buenas noches, tesoro—dijo su madre después de darle un beso en la frente.

—Buenas noches—respondió Beth con tristeza.

A pesar de alegrarse de estar a solas con su madre, aun se sentía inquieta por la presencia de su padre en la casa.

Lady Emily notó enseguida que algo le sucedía a Beth. Entonces, agarró una de sus pequeñas manos entre las suyas, y preguntó:

—¿Qué ocurre, tesoro?

Beth se mordió el labio inferior, nerviosa.

—¿Por qué padre no nos quiere? ¿He hecho algo malo?

Lady Emily cerró los ojos y respiró hondo, intentando apartar el dolor de su maltrecho corazón.

—Tesoro, tú no tienes la culpa de nada. Eres la niña más buena del mundo—contestó lady Emily, intentando tranquilizar a su pequeña.

—¿Entonces? ¿Por qué nos trata así? —preguntó Beth, angustiada.

Emily suspiró con pesar.

—Verás, Beth, hay personas en este mundo que solo tienen oscuridad y tristeza en su alma. Tu padre no ha tenido una vida fácil. No sabe expresar sus sentimientos como nosotras. No ha conocido el amor verdadero, y por eso, no es capaz de apreciar el cariño y el afecto que le ofrecemos. Sé que ahora no lo entiendes, pero algún día, cuando seas mayor, lo comprenderás.

—¿Y no podemos ayudarle?

Emily suspiró de nuevo.

—No, tesoro, no podemos. Debe ser él quien se dé cuenta. Tú lo que debes hacer es ser una buena hija, hacerle sentir orgulloso, y quererle a pesar de todo.

—Pero él a mí no me quiere.

—Estoy segura de que algún día se dará cuenta de su error.

—¿De verdad? —preguntó Beth, esperanzada.

—De verdad. Además, aunque él no te quiera, hay mucha gente que te quiere muchísimo. Como mamá, Anne, la señora Stevens, el señor Miller; todos los que te conocen te quieren. Y estoy segura de que en tu camino te cruzarás con gente maravillosa que te querrá también. Sin embargo, también te encontrarás con otros que no te querrán, pero estoy segura de que serán los menos—respondió lady Emily, convencida.

—Como el guerrero Callum.

—Sí, como el guerrero Callum, que al final después de un largo viaje, vence al dragón y se casa con una doncella—apuntó lady Emily, sonriendo—. Ya es hora de dormir, tesoro. —Besó a su hija en la frente y se apartó de la cama.

Cuando ya estaba en la puerta a punto de marcharse, lady Emily miró a su hija y dijo:

—Beth, la vida es un largo camino que una debe recorrer hasta llegar al final, donde todo termina. Y el tuyo, tesoro mío, sólo acaba de empezar.

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