Beth

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CAPÍTULO 7

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CAPÍTULO 7

Eran ya las cinco de la tarde, y Beth estaba sentada frente al almendro de la escuela. Sabía que en esas fechas llegaría Branwell, y juntos partirían hacia Ascot Park. Llevaba muchas noches sin apenas dormir debido a la inquietud y a las ganas que tenía de ver a su prometido.

Había pocas nubes en el cielo, y el sol brillaba en el horizonte. En aquel apartado rincón, Beth disfrutaba de las vistas. Estaba tan absorta, que no notó la presencia que estaba justo detrás de ella. De repente, alguien le tapó los ojos con las manos. Beth sonrió, y entonces, con calma, preguntó:

—¿Quién es?

Branwell se mordió el labio inferior con picardía. Se acercó a su oído y susurró dulcemente:

—El hombre con quien vas a casarte.

Beth no dejó de sonreír mientras seguía con los ojos tapados.

—Branwell Dickinson.

En ese instante, Branwell apartó sus manos, Beth se giró hacia él, y sus miradas se encontraron. Finalmente, después de mucho tiempo de espera, se besaron apasionadamente.

—Parece que han pasado años, y sólo han pasado unos meses. ¡Oh, Beth! Estaba deseando que llegara este día—dijo Branwell, emocionado, mientras acariciaba el rostro de su prometida con ternura.

—Yo también—respondió ella, acariciando sus manos—. ¿Cómo sabías que estaba aquí?

—Me lo ha dicho la señorita Hart, aunque ya me lo había imaginado; es nuestro rincón secreto—contestó él, volviendo a besarla.

A continuación, se separó de ella, y se sentó a su lado. Branwell agarró una de sus manos entre las suyas, y Beth notó cómo su corazón latía velozmente. Su prometido iba elegantemente vestido con una camisa blanca, chaqueta y pantalón azules, y botas negras altas.

—¿Cómo ha ido el viaje? —preguntó ella.

—Muy bien. Tengo que darte buenas noticias. Ya tengo parte del control de las propiedades y los negocios de mi tío; aunque confía en mí plenamente, él seguirá supervisando mis decisiones. Además, tengo mi propia asignación anual. Gracias a eso, he comprado una propiedad en Belgravia. Ya tenemos un hogar para nosotros—explicó Branwell con entusiasmo.

Beth sonrió, feliz.

—¡Branwell, eso es maravilloso!

—Así que, solo nos queda decidir la fecha y el lugar. ¿Qué te parece en julio en Londres? Es una buena época. Hablaré con mi tía para que lo organice todo—comentó él, mirándola, embelesado.

—Sí, Branwell, sería estupendo. No me importa la fecha, aunque si es lo antes posible, mejor.

—Yo también deseo que sea cuanto antes, aunque eso no depende de nosotros. Hay que reservar fecha; también es importante la lista de invitados, el vestido…—Beth puso su mano en los labios de su prometido y Branwell la miró.

—¿Por qué no dejamos eso para más tarde? Ahora quiero disfrutar de ti—dijo Beth, sonriente, mientras se acercaba más a Branwell.

De un modo apasionado y atrevido, le besó en los labios. Él se dejó querer, al tiempo que estrechaba a Beth entre sus brazos.

Durante el resto de la tarde, disfrutaron de su mutua compañía hasta que anocheció. Fue entonces, cuando Branwell regresó a la pensión en la que se alojaba, prometiendo volver al día siguiente.

Los momentos felices se sucedieron en aquellos días. Se reunían en el viejo almendro, donde daban rienda suelta a su pasión, sin llegar a mayores. Ante todo, estaba el decoro.            

Intercambiaban confidencias, deseos y anhelos. Hacían planes de futuro, incluso decidiendo cuántos hijos tendrían y posibles nombres para sus retoños.

—Quiero que tengan tus ojos, Branwell. Son preciosos—dijo Beth, soñadora, mientras estaban los dos sentados juntos sobre la hierba.

—Yo quiero que tengan tu inteligencia, tu rostro. ¡Todo! —respondió él, dándole un beso en la mejilla.

—Eso no es posible, cada uno tendrá algo de los dos—aclaró Beth, divertida.

—Sí, aunque si solo tuviéramos niñas, me gustaría que fueran como tú.

—Sí, pero con tus ojos y tu sonrisa.

—Se hará lo que se pueda—comentó Branwell, besando a Beth en los labios—. ¿Sabes? Estaba pensando que en nuestra luna de miel podríamos ir al continente. Podríamos visitar París, Roma, Ginebra. Y podría regalarte vestidos nuevos y alguna joya. ¿Te gusta la idea?

—Me gusta la idea. Aunque no necesito tanto para ser feliz—respondió Beth, encogiéndose de hombros.

—¡Oh, Beth! Pero yo quiero que vivas como una reina. Quiero que lo tengas todo, así puedes restregárselo al barón de Ascot.

Beth se rio.

—No me importa lo que piense. Solo me importa ser feliz contigo. Lo demás está fuera de lugar. Aunque fueras un humilde obrero, me casaría contigo igualmente, Branwell. No me importa el dinero, solo el afecto.

—¿De verdad harías eso, Beth? ¿Aunque no tuviera un chelín? —preguntó él, enternecido.

—Aunque no tuvieras un chelín—aseveró Beth.

Branwell volvió a besarla y se abrazaron. Se sentía afortunado por haber encontrado a una mujer dulce y generosa. Aunque para los demás no fuera la más hermosa de las mujeres, para él era maravillosa. Estaba seguro de que su matrimonio sería dichoso. Él se aseguraría de ello.

◆◆◆

Había llegado el momento de partir hacia Ascot Park. Beth apenas había dormido la noche anterior debido a la tensión que le provocaba volver a ver a su padre. Era cierto que ya no era una niña, y que no debía temerlo. Aun así, estaba inquieta.

Branwell se sentó a su lado en la diligencia, y se mostró sonriente y cariñoso durante todo el trayecto, intentando calmar su inquietud.

Él también estaba nervioso ante la idea de enfrentarse a semejante hombre. En Londres había oído toda clase de rumores sobre él. Decían que estaba casi en la ruina, y que su hija Rose despertaba pasiones allá donde iba. Lo describían como un hombre arisco y egocéntrico, al contrario que su esposa, que se mostraba siempre simpática, aunque uno no debía fiarse. Lady Arundel solía criticar sin piedad a las espaldas.

Horas más tarde, llegaron a Ascot Park. Beth sintió un escalofrío al ver la fachada de la casa. No había cambiado nada, al igual que los alrededores. El miedo de antaño se apoderó de ella, sobre todo, al observar la torre donde estaba su antigua habitación. Aquel lugar despertaba sus más aterradoras y oscuras pesadillas.

El coche de caballos se detuvo en la puerta, y salió a recibirles el viejo mayordomo, que se quedó gratamente sorprendido ante el buen aspecto de Beth.

—¡Señorita Beth! ¡Cuánto me alegro de verla! Han pasado muchos años.

—Sí, señor Miller, muchos años. ¿Cómo está?

—Bien, señorita—respondió el hombre, contento.

Beth hizo las presentaciones, y el mayordomo los condujo al interior de la casa. Se fijó en que la decoración parecía más recargada que antes, reflejo de los gustos de su madrastra.

Branwell no se separó de ella en ningún momento, y se mantuvo expectante. Por ahora, no había ni rastro del señor de la casa.

Fueron a las habitaciones que las habían preparado a dejar su equipaje y cambiarse. Beth se sintió aliviada al saber que no tendría que dormir en su antiguo y frío cuarto.

Una vez se cambiaron, se dirigieron al salón principal. Allí estuvieron solos unos minutos hasta que se abrió la puerta.

Apareció por fin el barón de Ascot. Beth observó el semblante serio de su padre. Tenía algunas canas en el pelo, pero apenas había cambiado. No mostró alegría al verla. De hecho, se dirigió directamente a Branwell.

—Bienvenido a Ascot Park, lord Branwell Dickinson—dijo, estrechando la mano del joven con actitud solemne. Entonces, miró a su hija—. Beth.

—Padre—respondió ella.

A continuación, les invitó a sentarse con una indicación de su mano. Él permaneció de pie delante de la chimenea, que no estaba encendida en ese momento. Lord Robert Arundel los miró con las manos colocadas detrás de la espalda y dijo:

—Bien, ¿a qué debo esta visita? Sé que mencionaste algo en tu carta, pero quiero conocer más detalles.

—Padre, lord Branwell y yo tenemos intención de casarnos—respondió Beth con cierto temor.

Entonces, Branwell agarró su mano con firmeza.

—Hemos venido para pedir su bendición, milord. Deseo pedirle la mano de su hija en matrimonio—explicó Branwell, decidido.

Lord Robert Arundel los miró de arriba abajo.

—Antes de nada, quisiera saber más cosas de usted, lord Branwell. No puedo darle la mano de mi hija sin saber nada de usted—respondió, aparentando ser un padre comprensivo y preocupado.

A Beth le extrañó esa actitud.

—Soy el heredero del duque de Lewes, que es mi tío paterno. En estos momentos, estoy empezando a administrar los negocios y propiedades familiares. Cuento, además, con una asignación anual considerable.

Lord Robert Arundel empezó a mostrar mayor interés en Branwell.

—¿Tiene alguna propiedad?

—Sí, milord. Acabo de adquirir una propiedad en Belgravia; será nuestro hogar cuando nos casemos—apuntó Branwell, intercambiando una mirada de complicidad con Beth.

—Vaya, así que has conseguido un buen partido, hija—comentó el caballero, intentando parecer amable. Beth frunció el ceño ante su insólita actitud—. Bueno, entonces, después de saber esto, no tengo ninguna objeción al respecto. Os doy mi bendición.

Branwell y Beth se miraron, sorprendidos. Él sonrió, aliviado, mientras que ella aún no se lo creía.

—Gracias, milord—dijo Branwell, emocionado.

—¿Y cuantos días pensáis quedaros? —preguntó lord Arundel, mostrándose simpático.

Branwell y Beth se miraron de nuevo.

—Bueno, habíamos pensado marcharnos mañana; tenemos mucho que preparar—contestó Branwell, apurado.

—¡Tonterías! Debéis quedaros aquí unos días. Hace mucho que no veo a mi hija, y quiero disfrutar más de su compañía antes de que se case.

Beth empezó a pensar que su padre había cambiado realmente en esos años, y un halo de esperanza se adueñó de ella.

—De acuerdo, padre. Nos quedaremos—respondió Beth, decidida.

Los tres charlaron animadamente, y Beth se sorprendió al darse cuenta de que estaba disfrutando de la compañía de su padre.

Una hora más tarde, llegó su madrastra, lady Arundel, que se mostró agradable y simpática con los recién llegados. La señora de Ascot Park explicó la ausencia de Rose, asegurando que estaba en Londres en compañía de unos amigos, y que regresaría al día siguiente.

Durante el resto del día, el ambiente fue cálido y casi familiar. Lord Arundel se mostró amable con su hija, aunque manteniendo cierta distancia. Sin embargo, esto a Beth no le molestaba. Comprendía que, al fin y al cabo, apenas se conocían, y no debía esperar que se mostrara efusivo con ella. Al menos, podían estar en la misma habitación y conversar sin acritud.

Por la noche, antes de irse a dormir, Beth y Branwell se vieron a escondidas en el pasillo, cuando todos dormían. Beth quería llevarle a su antiguo cuarto. Los dos subieron a la torre, y con la llave que había cogido prestada del ama de llaves, entraron en la habitación.

Beth observó que la habitación llevaba tiempo sin limpiarse. La luz de la luna llena atravesaba la diminuta ventana, e iluminaba el cuarto de forma tenue.

Branwell estaba detrás de ella, y la abrazó, mientras ambos observaban la luna a través de la ventana.

—Así que este era tu cuarto—dijo Branwell, apoyando su mentón en su hombro.

—Sí, este era mi cuarto. —Beth agarró los antebrazos de Branwell con sus manos—. Estoy sorprendida; no pensaba que mi padre pudiera cambiar, pero lo ha hecho.

—El tiempo cambia a las personas, Beth. A lo mejor se ha dado cuenta de que no te valoró como debía, y ahora quiere enmendarlo. Estoy seguro de que te acompañará al altar.

Beth sonrió.

—No lo sé, pero eso me alegraría. Todos estos años le temí. Tenía miedo de él, de su ira, de su maldad. Pero en el fondo siempre quise que me abrazara, que me quisiera como quería a Rose. Espero que ella también haya cambiado, al menos un poco.

—Estoy seguro de que habrá cambiado. Ya no sois dos niñas.

Beth besó el antebrazo de Branwell, y suspiró.

—Ojalá pudiera quedarme en tus brazos para siempre. Ojalá el resto del mundo desapareciera, y nos quedáramos tú y yo solos—comentó, emocionada.

Branwell le dio un beso en la mejilla, y sonrió. Estuvieron abrazados sin moverse durante bastante tiempo, hasta que finalmente decidieron irse a dormir.

Aquella noche, Beth durmió plácidamente, feliz por sentirse cómoda en Ascot Park. El miedo se había ido para siempre.

Al día siguiente, un carruaje llegó a Ascot Park. Rose Arundel se bajó del coche de caballos, y entró rápidamente en la casa. Justo en ese momento, Beth salió de su cuarto y se encontró con Branwell, que la estaba esperando en el pasillo. Después de darle los buenos días, intercambiaron un tierno beso, y se dirigieron al salón principal.

Allí estaban los Arundel, conversando con Rose en voz baja. Su hermanastra se dio la vuelta, y los miró a ambos, sonriente. Sí, desde luego había cambiado, pensó Beth.

Estaba radiante luciendo un vestido azul que resaltaba su esbelta figura. Su melena rubia con tirabuzones y sus ojos verdes resplandecían. Era una belleza perfecta, de esas que hacían girar las cabezas de los caballeros.

En ese instante, Beth notó que Branwell no se movía, y lo miró. Lo que vio no le gustó. Parecía estar hechizado.

—¡Beth! ¡Cuánto tiempo! —exclamó Rose, acercándose a ella y abrazándola. Beth no sabía bien qué hacer y se mantuvo quieta. Se separó de ella, y a continuación, Rose centró su atención en Branwell—. Usted debe ser lord Branwell Dickinson, ¿verdad? —comentó Rose con una sonrisa.

Branwell sacudió su cabeza y consiguió articular palabra.

—Sí, así es.

—Yo soy Rose Arundel. A partir de ahora, seremos familia—apuntó Rose, agarrándole del brazo, y haciendo que se sentara junto a ella en el comedor.

Beth se quedó allí de pie, observando la escena. En pocos minutos, Rose ya gozaba de toda la atención de Branwell, que la miraba, absorto. Beth se había convertido en un ente invisible. A pesar de que Rose no había hecho nada malo, sintió una sensación de malestar en todo su ser. Clara señal de que una tormenta estaba a punto de desatarse.

A lo largo de aquellos días, la actitud de Branwell cambió por completo. Se mostraba distante y esquivo con ella. Rose se pasaba el día tras él, y viceversa. Se sentaban juntos en las cenas y las comidas, y conversaban como si se conocieran desde hace mucho tiempo.

Beth lo único que quería era estar a solas con su prometido y preguntarle qué estaba ocurriendo. Quería saber por qué mantenía las distancias con ella. Sin embargo, no conseguía hablar con él.

Todos actuaban con normalidad ante la situación, y Beth prefirió no compartir su malestar con su padre. Tampoco escribió a nadie en esos días, por miedo a preocupar a sus amistades. Ella intentaba convencerse de que era una tontería, que eran imaginaciones suyas, y que, por lo tanto, debía evitar armar un escándalo. Sin embargo, la paciencia se le iba agotando con el paso de los días.

Una tarde en la que Branwell le había dicho que estaría con su padre en el despacho discutiendo unos asuntos, Beth salió a dar un paseo por los alrededores, como siempre hacía cuando era niña.

Llegó hasta el arroyo, y recordó, emocionada, el día en que conoció a Angus. Era uno de los mejores recuerdos de su infancia, sin duda alguna.

De repente, escuchó algo detrás de unos arbustos. Parecían gemidos producidos por una voz femenina. Se alarmó al pensar que alguien podía estar herido. Se acercó rápidamente, y entonces, vio algo que jamás hubiera deseado contemplar.

Rose estaba tumbada de espaldas sobre la hierba, y encima de ella estaba Branwell con los pantalones bajados. Su hermanastra la vio y sonrió con malicia. En ese instante, Branwell se detuvo, y miró hacia donde Rose tenía fijada la vista.

El rostro de Branwell se puso pálido. No obstante, Beth no pudo verlo con claridad, porque la vista se le nubló. Notó que le faltaba el aire, y empezó a retroceder. Él se incorporó y se subió los pantalones a toda prisa. Mientras, Rose permanecía impasible, bajándose la falda.

—Beth, puedo explicarlo—dijo Branwell, nervioso.

Intentó acercarse a Beth, pero ella salió corriendo al instante. Corrió como alma que lleva el diablo, sin embargo, no llegó muy lejos. De repente, tropezó y cayó al suelo. Aterrizó sobre la hierba húmeda, y no pudo levantarse. No tenía fuerzas. Branwell llegó hasta ella, y la ayudó a incorporarse. En cuanto estuvo de pie, se apartó de él rápidamente.

—Beth, lo siento mucho. He intentado evitarlo, pero no he podido. Sé que te prometí que nos casaríamos, sin embargo, mi corazón ha hablado. Amo a Rose. Y es con ella con quien voy a casarme.

La furia invadió por completo a Beth, mientras las lágrimas anegaban sus ojos.

—¿Y cuándo pensabas decírmelo? —gritó.

—Lo antes posible. Yo…

—¿Desde cuándo? —preguntó con la voz rota.

—¿Qué?

—¿Desde cuándo la amas? ¿Desde ayer? ¿Desde hoy? —inquirió, desolada.

Branwell tragó saliva, y apartó la mirada.

—Desde que la vi por primera vez.

Beth se llevó las manos a la cabeza, totalmente devastada.

—No puedo creer que esto esté pasando. Tiene que ser una pesadilla.

Branwell la miró, abatido, sin saber qué hacer ni qué decir. En ese momento, Beth se secó las lágrimas con las manos, se acercó a él y lo miró a los ojos.

—Branwell Dickinson, no quiero volver a verte en mi vida. —Tragó saliva, intentando contener el nudo que tenía en su garganta—. Ahora me marcho. Espero algún día tener la fuerza para perdonarte—dicho esto, se alejó en dirección a la casa.

Branwell permaneció allí de pie, observándola. A pesar de que se había enamorado, no se sentía feliz. De hecho, estaba confuso, preguntándose si había hecho lo correcto.

En ese momento, notó la presencia de Rose, que lo abrazó por detrás. Sintió su calor y dejó de dudar. Había elegido correctamente. Se debatió durante unos días entre su amor por Beth y la atracción que sentía por Rose. Sin embargo, al hablar más con esta, y ver que tenía un corazón amable y bondadoso, no pudo evitarlo. Amaba a Rose y deseaba pasar el resto de su vida con ella.

Beth subió rápidamente las escaleras. Irrumpió en su cuarto, y empezó a preparar su equipaje, guardando sus cosas a toda prisa. No deseaba permanecer ni un minuto más en Ascot Park.

Ahora se daba cuenta de lo necia que había sido. Todo estaba planeado desde el principio. Su padre quería que Rose se casara con un buen partido, y Branwell era el candidato perfecto.

Durante esos días, los viejos sirvientes habían hablado con ella en confianza, y sabía que los Arundel pasaban severos apuros económicos. A pesar de esto, pretendían mantener su nivel de vida como en el pasado. ¿Y qué mejor que casar a Rose, su hija favorita, con el heredero del duque de Lewes para solucionar sus problemas y poder seguir viviendo en la opulencia?

Sin embargo, Branwell era peor que todos ellos. La había traicionado, había roto su corazón, y había destruido sus sueños y sus esperanzas. En su interior, se desató una rabia salvaje, que pronto dio paso a un dolor insoportable.

Terminó de recoger sus cosas, y se alegró de no cruzarse con nadie ni en el pasillo ni en el vestíbulo. No fue a despedirse de su familia. No merecía la pena alargar la humillación.

Antes de marcharse, miró por última vez la fachada de Ascot Park, y pudo ver en una de las ventanas la figura de su padre. La observaba desde la ventana de su despacho con altanería, luciendo una sonrisa malvada. Había conseguido lo que buscaba, volver a hacerla daño. Ya nunca lo olvidaría. A partir de ese día, estaba muerta para ellos.

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