Beth

Beth


CAPÍTULO 9

Página 11 de 34

CAPÍTULO 9

Bruselas, Bélgica

La residencia de los Gibson en Bruselas estaba muy cerca de la Grand Place. La propiedad, construida en ladrillo rojo, con tejado a dos aguas y hastial escalonado, colindaba con otras dos casas del mismo tipo.

No era tan grande como su mansión en Londres, pero tenía todas las comodidades necesarias, y la zona en la que estaba situada era agradable y tranquila.

En aquellos primeros días, en los que todos estaban adaptándose a su nuevo entorno, Beth notó que lady Gibson parecía estar triste y alicaída. En Inglaterra tenía una vida social muy dinámica, rodeada siempre de amistades que conocía de toda la vida, y ahora debía empezar a relacionarse con desconocidos.

Ya en las primeras semanas de su nueva vida en Bruselas, Beth dedicaba todo su tiempo al cuidado y la educación de Olivia. La niña era muy inquieta, curiosa y habladora, siempre haciéndole preguntas sobre todo lo que veía o escuchaba.

El idioma no era un problema para ambas, porque Beth tenía un francés perfecto, y obligaba a Olivia a hablar con ella en esa lengua cuando estaban a solas y cuando salían de la casa. La niña aprendió con rapidez, y no tardó en dominarlo.

Quien sí tenía problemas con el idioma era lady Gibson. A pesar de que tenía nociones elementales de francés, no hacía esfuerzos por hablarlo. Consideraba que, teniendo un personal que hablaba inglés, y teniendo en cuenta que las amistades de su marido eran casi todas británicas y si no lo eran, sabían hablar perfectamente su lengua, no necesitaba dominar el idioma local, porque según ella, era una pérdida de tiempo.

Pronto, Beth y Olivia establecieron su propia rutina. Por las mañanas, dedicación completa al estudio. Olivia enseguida demostró una gran destreza para la lectura, a pesar de ser aún muy joven. Por otro lado, las matemáticas le aburrían considerablemente. Sin embargo, era una alumna diligente y obediente con ganas de aprender.

Por las tardes, se dedicaban a actividades más lúdicas, como pasear por la ciudad, y visitar monumentos o parques.

El lugar favorito de ambas era un pequeño café que había en una de las esquinas de la Grand Place, donde Olivia podía sentirse mayor, y degustar un delicioso chocolate caliente, mientras hablaba con su institutriz. Se divertían conversando y comentando lo que veían en la famosa plaza, por donde solía pasear gente de toda clase y condición.

En esos primeros meses, era esencial darse a conocer en el entorno social, y los Gibson decidieron que Olivia también debía participar en las reuniones sociales, y confraternizar con los niños de otras familias de la alta sociedad belga.              

Fue en uno de aquellos días, cuando realizaron su primer viaje fuera de la ciudad. Concretamente, viajaron al norte del país, invitados por Monsieur Bisset, que tenía una propiedad a las afueras de la ciudad de Mechelen.

La Maison Bisset, que así se llamaba la propiedad, se encontraba en un entorno idílico, rodeado de verdes prados. El dueño del lugar había decidido aprovechar aquellos días de sol y buen tiempo, para ofrecer una pequeña fiesta campestre a sus amigos y conocidos.

En esta ocasión, por ser recién llegados, los Gibson fueron los invitados de honor. Beth acompañó a la familia en el viaje, para cuidar a Olivia, por supuesto.

Llegaron a la Maison Bisset por la mañana, y se acomodaron en las habitaciones que los habían preparado. Estarían alojados allí durante un par de días.

Monsieur Bisset tenía la misma edad que lord Gibson, unos treinta y nueve años. Era alto, apuesto, con el cabello y los ojos oscuros. Su esposa, madame Bisset también era una belleza. El matrimonio tenía dos hijos, Gastón, que era más mayor y estudiaba en Suiza, y Chloe, que tenía la misma edad que Olivia. Ambas niñas se hicieron amigas enseguida.

El primer día, salieron al jardín, y las dos niñas se unieron a otro grupo de pequeños, hijos de otras familias amigas de los Bisset, que estaban jugando en la hierba. Beth, mientras tanto, se situó en un lugar estratégico, sentándose debajo de un enorme roble, desde donde podía observar perfectamente a Olivia.

Pronto se unieron a ella las otras institutrices: Madmoiselle Caron, la institutriz de los Bisset, madmoiselle Rochelle, y madmoiselle Dubois. Las cuatro damas conversaron cordialmente, primero en francés y luego en inglés.

—¿Y qué le parece Bélgica, madmoiselle Arundel? —preguntó madmoiselle Caron, observándola con sus llamativos ojos grises.

—Me gusta. Creo que es un hermoso país—respondió Beth, sonriendo con timidez.

—¡Oh, me alegra mucho! Yo tengo ganas de viajar a Inglaterra, me han dicho que es un hermoso lugar—dijo madmoiselle Caron.

—Sí, lo es.

—Y dígame, ¿cómo se lleva con su alumna? —inquirió madmoiselle Dubois en voz baja.

—Olivia es una niña muy buena. No tengo queja alguna.

—¡Qué suerte tiene, madmoiselle! No como yo. El señorito Gerard y su hermana Clare son unos demonios—afirmó madmoiselle Rochelle.

—No eres la única. La semana pasada la señorita Gabrielle me puso mermelada de fresa en la silla. Eché un vestido a perder—comentó madmoiselle Dubois, indignada—. Y cuando se lo dije a madame, no hizo nada; ni siquiera una reprimenda. —Suspiró—. Son unos niños consentidos y caprichosos.

—Sí, pero ya sabes, de tal palo tal astilla. Los niños son reflejo de sus padres. Y no nos dan autoridad. Si hubieran crecido en mi casa, se hubieran llevado más de un azote—aseveró madmoiselle Rochelle.

Beth lamentaba la mala suerte de sus compañeras. Había oído historias parecidas en Inglaterra, cuando la señorita Easton hablaba de su pasado como institutriz. Recordaba que siempre renegaba de aquella época de su vida, porque sus señores nunca le permitían imponer el orden. Pero todo cambió cuando se convirtió en maestra en la escuela Graham. Allí sí tenía autoridad.

—Lamento que su situación sea tan difícil—dijo Beth con sinceridad.

—Oh, no se preocupe, no vamos a ser institutrices siempre. Yo, en dos años, cuando mi Adrien reúna el dinero, nos casaremos, y podré dejar este empleo—respondió madmoiselle Dubois, contenta.

—¿Usted qué planes tiene para el futuro, madmoiselle Arundel? —preguntó madmoiselle Rochelle.

Beth consideró un momento la respuesta.

—La verdad es que no me gusta hacer planes. La última vez que planee mi futuro, no salió como esperaba. Prefiero pensar en el presente.

Minutos después, madmoiselle Rochelle y madmoiselle Dubois dejaron a Beth y a madmoiselle Caron solas, porque tenían que atender a sus alumnos.

Olivia y Chloe estaban sentadas cerca de allí, jugando con unas muñecas. Madmoiselle Caron, que apenas había intervenido en la conversación, decidió hablar.

—Es usted muy sabia al no hacer planes. Yo opino lo mismo que usted, es mejor vivir el presente, porque si uno piensa en el futuro, puede que no le guste lo que puede venir—aseveró de forma enigmática.

Beth la miró con interés, y le dio la impresión de que algo escondía.

—¿No le han ido bien las cosas, madmoiselle Caron?

La joven suspiró, apesadumbrada, y miró al frente.

—No demasiado. Digamos que no tengo muchas expectativas de futuro—afirmó con tristeza.

A Beth le preocupó esa afirmación.

—Bueno, a veces la vida nos da golpes que parecen irreversibles, pero creo que todo se puede superar. Lo que no te mata, te hace más fuerte, eso es lo que dicen.

Al decir esto, Beth entendió que esas palabras bien podían servirle a ella para combatir un dolor que aún seguía latente.

—Pero ¿y si no hay esperanza? ¿Y si sabe una con certeza que es imposible? —inquirió madmoiselle Caron, mirándola con angustia.

Beth sintió una punzada de dolor al verla así.

—¿Existe algún problema de esa clase? Puede contármelo, no lo compartiré con nadie. Tal vez pueda ayudarla.

Madmoiselle Caron desvió su mirada, y miró sus manos, que estaban posadas sobre su regazo. Sonrió tímidamente, y contestó:

—No, no se preocupe. No ocurre nada malo. Pero gracias por su interés, de verdad. Nadie se preocupa por nosotras demasiado, porque somos invisibles ¿verdad?

Beth dibujo una media sonrisa ante esa dolorosa afirmación. De repente, Chloe y Olivia se acercaron a ellas, entusiasmadas y sonrientes. Habían hecho un importante descubrimiento en la hierba, y querían compartir con sus institutrices su hallazgo. Se trataba de un saltamontes, que huía de las niñas como alma que lleva el diablo.

Beth las reprendió a ambas, para que dejaran al pobre animal marcharse en paz, cosa que las niñas hicieron sin dejar de observarlo, fascinadas. Gracias a esto, desapareció esa atmósfera triste, dando paso a la alegría.

Tras un largo día de juegos y diversión, llegó la hora de irse a dormir. Beth acompañó a Olivia a su cuarto, y después ella se fue al suyo para descansar.

Pasada la medianoche, cuando estaba plácidamente dormida, Beth oyó unas voces. Esto la despertó, y decidió averiguar quién estaba perturbando su sueño. Abrió la cortina, y se asomó a la ventana.

El cuarto que ocupaba estaba en la primera planta, delante del jardín, donde vio dos figuras. La luz de la luna desveló quienes eran. Se trataba de monsieur Bisset y madmoiselle Caron. Ambos estaban abrazados, y hablaban en voz baja. Aun así, Beth pudo escuchar perfectamente lo que decían.

—Alain, no podemos seguir con esto. ¿Y si alguien nos descubre? —dijo ella con voz entrecortada, mientras él repartía besos por su rostro y su cuello.

De repente, se separó de ella y la miró a los ojos, acariciándole el rostro.

—Mon amour, ¿cómo me pides eso? Yo ya no puedo vivir sin ti.

—Pero Alain, esto no está bien. Yo no quiero ser tu amante, quiero ser tu esposa.

—Sabes que eso no puede ser, mon amour. Vamos, no pensemos en eso ahora. Quiero amarte esta noche—y dicho esto, él devoró sus labios con premura y deseo.

Beth se apartó de la ventana sigilosamente. Una vez se metió bajo las sábanas, intentó asimilar lo que acababa de presenciar.

Por un lado, se veía a sí misma en la piel de madame Bisset. Eran las engañadas, las que ignoraban lo que ocurría. Por el otro, entendía la tristeza de madmoiselle Caron. Era, sin duda, un amor imposible. Él nunca abandonaría a su familia, y, sin embargo, ella no podía ser su amante para siempre. Su reputación y su vida quedarían arruinadas. De repente, sintió una gran angustia por madmoiselle Caron. ¿Y si además de ella, alguien más los había visto? Eso sería terrible.

Al día siguiente, decidió exponer el asunto a la institutriz. Acordó verse con madmoiselle Caron en un pabellón de caza que había en la propiedad, y que estaba bastante alejado de la casa. Quedaron en verse allí a medianoche, cuando todos durmieran.

Madmoiselle Caron estaba bastante nerviosa ante el misterioso encuentro. Beth no le había revelado por qué quería verla, aunque había insistido en que se trataba de algo sumamente importante.

—Madmoiselle Caron, anoche fui testigo de su secreto. No tiene que contarme nada; lo sé todo.

Madmoiselle Caron se puso pálida, y decidió sentarse en una silla que había en la sala donde estaban. Respiró hondo, y no pudo evitar que unas lágrimas de angustia anegaran sus ojos. Beth, al verla tan mal, dijo:

—Por favor, no se preocupe, me llevaré el secreto a la tumba.

Madmoiselle Caron la miró, aliviada.

—Merci, madmoiselle.

—Pero quería hablar con usted. Sólo quiero advertirla. Esto no traerá nada bueno.

Madmoiselle Caron tragó saliva.

—Lo sé. Yo intenté evitarlo desde el principio, pero no hubo forma; no pude evitar enamorarme de él.

—Claro que eso no se puede evitar. Lo sé bien. El amor aparece y no podemos hacer nada. Sin embargo, debe terminar con esto por su bien.

—No puedo—respondió con tristeza.

—¡Claro que puede! Debe buscar otra posición, y abandonar a los Bisset. Si todo se descubre, la echarán sin contemplaciones, y no podrá trabajar como institutriz. Además, sabe perfectamente que no va a dejar a su esposa por usted.

—Pero él me ama. No tiene la culpa. Su matrimonio es una obligación. Y yo no podría abandonarlo.

—Pues debe hacerlo. Al principio, sufrirá un dolor enorme, pero lo superará con el tiempo. Yo doy fe de ello.

—Usted es fuerte y yo débil. No nos puede comparar—aseveró con un nudo en la garganta.

—¡Tonterías! Usted es una mujer fuerte, madmoiselle Caron; aunque no lo crea. Todos llevamos una enorme fuerza de voluntad dentro. —Beth se acercó más a ella, se inclinó y le puso una mano en el brazo—. Temo por usted, por lo que le pueda pasar. Quedándose aquí nunca tendrá la oportunidad de ser feliz. ¡Piense en ello!

Madmoiselle Caron se quedó en silencio unos instantes, y finalmente asintió.

—Pensaré en lo que me ha dicho, madmoiselle Arundel. Se lo prometo.

Beth se quedó más tranquila al escuchar esa respuesta, y no dijo nada más. Ella había hecho lo que creía correcto, y ahora era madmoiselle Caron quien debía tomar una decisión.

Al día siguiente, los Gibson regresaron a Bruselas. Antes de partir, Beth tuvo tiempo de despedirse de madmoiselle Caron.

—Quiero darle las gracias madmoiselle Arundel.

—No hay de qué. Sólo espero que haya podido ayudarla en algo.

—Sí, me ha ayudado, sin duda. Nunca podré agradecérselo lo suficiente. Cuando la conocí, supe que usted era una mujer fuerte y valiente. Y eso hará que su vida sea próspera. Rezaré porque así sea.

Beth sonrió.

—Merci, madmoiselle Caron.

◆◆◆

Unos meses más tarde, Beth recibió noticias de madmoiselle Caron. Le sorprendió ver que la carta no procedía de Bélgica, sino de Francia. La abrió apresuradamente, y la leyó.

<<Querida madmoiselle Arundel,

Espero que cuando lea esta carta esté bien. Quise escribirle antes, pero me ha sido imposible. Quería contarle que seguí su consejo, y hace tres meses abandoné a los Bisset para siempre. Monsieur Bisset intentó convencerme para que me quedara, pero me mantuve firme y finalmente me marché.

Conseguí un puesto en una escuela en un pequeño pueblo del sur de Francia, y la distancia me está ayudando a sobrellevar el dolor de mi herido corazón.

Como usted bien dijo, no podía ser la amante de monsieur Bisset. Eso hubiera arruinado mi vida sin remedio. Ahora estoy feliz en mi nuevo puesto, y estoy haciendo nuevos amigos. Espero que algún día volvamos a encontrarnos. Gracias de nuevo por su ayuda.

Con afecto,

Madmoiselle Caron.>>

Beth terminó de leer la carta, y dibujó una sonrisa en su rostro. Eran grandes noticias. Sólo esperaba que pronto madmoiselle Caron sanara sus heridas y encontrara el amor verdadero.

Miró a Olivia, que estaba sentada dibujando. Beth se sintió afortunada en ese momento, a pesar de que su futuro era incierto. No obstante, esa incertidumbre no la perturbaba. Estaba satisfecha con su vida actual.

Lo único que tenía claro es que el amor no entraba en sus planes. No deseaba enamorarse de nuevo. De hecho, se convenció plenamente de que ella no se casaría.

De nuevo, después de muchos días, apareció Branwell en su pensamiento, sonriendo y mirándola con ternura. En ese instante, sintió una punzada de dolor en su corazón.

Cuando la tristeza estaba empezando a apoderarse de su ánimo, Olivia se puso delante de ella y le mostró el dibujo que acababa de hacer.

—¡Señorita Arundel! ¿Qué le parece? —preguntó Olivia, entusiasmada.

Beth salió de su ensimismamiento, y agarró el papel entre sus manos, examinándolo. La niña había dibujado dos monigotes junto a una casa, o eso parecía.

—¿Quiénes son? —preguntó Beth.

Olivia puso los ojos en blanco.

—¿Pues quienes van a ser? ¡Usted y yo, por supuesto! —contestó la niña, poniendo los brazos en jarras.

Beth miró a su alumna, que la observaba con impaciencia. En ese momento, le recordó a la señorita Easton, pero en versión infantil. Le divirtió su gesto, y se rio. Olivia frunció el ceño, extrañada por la reacción de su institutriz.

—Es muy bonito—dijo Beth sin dejar de sonreír, y mirando el dibujo de nuevo.

Cuando fue a devolvérselo, Olivia lo apartó, algo que dejó a Beth desconcertada.

—¡Señorita Arundel, no tiene que devolvérmelo! ¡Es un regalo! —explicó Olivia, tajante.

Beth notó que ese pequeño atisbo de tristeza que casi se apodera de ella había desaparecido, y tuvo ganas de abrazar a la pequeña. No sabía por qué, pero tenía la impresión de que su alumna había notado su pesar. Acarició su cabeza, y la sonrió.

—Muchas gracias, Olivia.

La niña le devolvió el gesto, y regresó a su sitio para seguir dibujando. Poco a poco, la melancolía se marcharía, pensó Beth. El tiempo ayudaría a que así fuera.

Ir a la siguiente página

Report Page