Beth

Beth


CAPÍTULO 21

Página 23 de 34

CAPÍTULO 21

El doctor MacGregor se llevó las manos a la cabeza con gesto de dolor en el rostro. Cualquier pequeño ruido, incluso el alegre cantar de los pájaros, le molestaba enormemente. Enseguida se dio cuenta de que llevaba puesta la ropa que había lucido en la boda.

No recordaba nada de lo que había sucedido anoche, sobre todo a partir del sexto vaso de whisky. ¿O era vino? No sabía cómo había llegado hasta su cuarto, aunque supuso que Luke y Gavin le habrían llevado hasta allí.

Se cambió de ropa y bajó al comedor, donde su tía le saludó animadamente, elevando mucho la voz.

—¡Buenos días, querido! ¿Qué tal has dormido?

El doctor MacGregor frunció el ceño, y se dejó caer sobre su silla.

—Por favor, más bajito—dijo, mientras se masajeaba las sienes.

—¡Te está bien empleado por beber tanto! —respondió la señora Wallace, ignorando su petición.

Un sirviente sirvió el desayuno, y después, trajo un brebaje casero para combatir la resaca, que funcionaba bastante bien.

—Tía, ¿sabes quién me trajo anoche? —preguntó el doctor bebiéndose el brebaje.

—Luke y Gavin, me lo dijo Beth.

El doctor MacGregor dejó a un lado el brebaje, poniendo una mueca de disgusto, porque estaba muy amargo.

—¿Estaba Beth despierta?

—Sí, fue ella quien abrió la puerta. De hecho, creo que ha debido coger algo de frío. Esta mañana tenía las mejillas muy sonrosadas. Luego quiero que la eches un vistazo. Como se haya resfriado por tu culpa, te espera una buena—le advirtió la señora Wallace con cara de pocos amigos, y limpiándose la comisura de los labios con su servilleta.

Justo en ese momento, entró el objeto de la conversación. Beth dio los buenos días al doctor MacGregor, y a continuación, se puso junto a la señora Wallace y le entregó el correo.

El doctor la observó bien. No tenía mal aspecto. Al contrario, parecía estar contenta y animada.

Sus miradas se cruzaron, y ella, al instante, agachó la cabeza. Entonces, el doctor MacGregor se alarmó. Esperaba no haber hecho ninguna tontería, y menos con la señorita Arundel.

—Señorita Arundel, ¿puedo verla en mi gabinete después del desayuno? —inquirió el doctor ante una sorprendida Beth.

—Sí, doctor—contestó, nerviosa.

Beth regresó a su habitación antes de dirigirse al gabinete del doctor. Buscó entre sus dibujos, y halló lo que estaba buscando.

Esa mañana se había despertado muy temprano, y había terminado el retrato que le había hecho, perfeccionando y retocando los trazos. Hoy iba a entregárselo. Lo agarró entre sus manos, lo enrolló, y salió de la habitación.

Cinco minutos después, entró en el gabinete del doctor con el corazón en un puño. Estaba realmente nerviosa después de lo sucedido anoche. Deseaba en lo más profundo de su corazón que él se declarara, ya de una manera más formal y adecuada a las normas.

El doctor estaba apoyado en la mesa de su escritorio con cara de preocupación, algo que inquietó a Beth. Aun así, ella fue la primera en hablar.

—Doctor, quiero darle algo.

Beth le entregó el papel, y el doctor MacGregor lo desenrolló, revelando así el contenido. Entonces se quedó sin palabras. Era el dibujo más hermoso que había visto nunca. Un precioso retrato, cuyo fondo eran las montañas que se podían ver desde Taigh Abhainn. Todo había sido elaborado con sublime maestría.

De hecho, al observarlo detenidamente, daba la impresión de que Beth le había retratado como si fuera una especie de héroe de cuento, algo que le halagó, indudablemente. La miró y se dio cuenta de que estaba un poco nerviosa.

—Es el retrato más bonito que he visto nunca, señorita Arundel. Reitero lo dicho, es usted una artista—afirmó.

Beth sonrió, aliviada.

—¿De verdad le gusta?

—¡Me encanta! De hecho, tengo que enseñárselo a mi tía. Le buscaremos un hermoso marco, y lo colgaremos en un lugar donde todo el mundo pueda verlo—respondió, entusiasmado.

De repente, el doctor volvió a ponerse serio.

—Verá, señorita Arundel, debido a mi estado de anoche, no recuerdo prácticamente nada de lo que ocurrió. Y quería preguntarle, ¿hice algo indecoroso o comprometedor con usted? —inquirió, temeroso.

Beth lo miró un poco sorprendida, pero enseguida negó con la cabeza.

—No, doctor. No hizo nada indecoroso ni comprometedor.

A pesar de sentir cierta decepción por el hecho de que él no recordara las hermosas palabras que le había dicho, la cara de alivio del doctor MacGregor llenó su corazón de felicidad.

Deseaba evitarle cualquier preocupación o sufrimiento. No importaba que no lo recordara por ahora. Ya tendría la oportunidad de escuchar su declaración en un momento más adecuado.

—Me alegra enormemente. No querría que por mi culpa sufriera usted algún mal.

—No, doctor. Sé con seguridad que usted nunca podría hacerme daño, y menos de forma intencionada—respondió Beth, convencida.

Él dibujó una amplia sonrisa.

—Señorita Arundel, como siga diciendo esas cosas tan bonitas sobre mí, voy a perder mi fama de conquistador—comentó, divertido.

Beth se rio. Estando allí frente a él, sentía que estaba flotando sobre una nube, y no quería marcharse. Sin embargo, debía hacerlo.

—Bueno, doctor, si no necesita nada más, me marcho—dijo Beth haciendo una reverencia.

—Será lo más conveniente. No vaya a ser que mi tía diga que la acaparo—respondió el doctor riéndose, aunque en su interior deseara que se quedara más tiempo con él.

Después de aquello, la rutina volvió a Taigh Abhainn sin que el doctor recordara lo sucedido entre ellos. A Beth parecía no preocuparle. Ella sabía lo que el doctor sentía, y con eso le bastaba para mostrarse risueña y contenta todos los días. Incluso canturreaba, mientras sonreía, soñadora.

El doctor y ella siguieron manteniendo animadas y profundas conversaciones, que hicieron que su nivel de confianza creciera cada día más.

Beth no recordaba haber tenido esa cercanía con Branwell. De hecho, se dio cuenta de que nunca llegó a conocerle en muchos aspectos.               Branwell. Ese nombre resonaba en su cabeza como un recuerdo lejano. Ya no sentía dolor, ni amor, ni nada. Ahora era Cameron quien llenaba de alegría sus días, el hombre a quien había entregado su corazón después de muchos años, el protagonista de sus más hermosos sueños.

◆◆◆

Los caminos estaban ya secos después de las copiosas lluvias que habían caído los primeros días de marzo en Escocia. Esa mañana hacía algo de frío, y los caballeros cabalgaban sin prisa, pero sin pausa, mientras las elegantes damas viajaban cómodamente en los carruajes.

Lord Cardigan ya podía divisar Manor Hall desde el camino de entrada a Callander. Con él viajaban su esposa, lady Cardigan, su bella hija Catherine, y su hermana, lady Horsham, que había enviudado recientemente.

Los acompañaban en la comitiva sus amigos, lord Langley, lord Worthfield, lord Crawley, su esposa, lady Crawley, y sus hijas, Violet y Susan. Pronto se uniría a ellos uno de los hijos de lord Worthfield, Francis, que en esos momentos estaba en el continente.

Entraron en Callander atravesando una de sus calles principales. Sus elegantes carruajes crearon una enorme expectación en los pocos transeúntes que andaban por allí a esa hora. Al ver aquello, lady Cardigan y lady Catherine empezaron a reírse.

—¡Qué pena! Estoy segura de que hace mucho tiempo que esta pobre gente no ve a nadie tan sofisticado y elegante como nosotros. No sé por qué hemos venido este año. Cada vez me gusta menos este sitio inmundo—dijo lady Cardigan, mirando con disgusto las calles de Callander.

—Bueno, no está tan mal—comentó lady Catherine, sonriendo con picardía.

La joven esperaba divertirse con alguno de aquellos muchachos escoceses tan apuestos que había conocido el año pasado.

Mientras tanto, lady Horsham se mantenía en silencio. Estaba pensando en el esperado reencuentro que se produciría en poco tiempo. Hacía muchos años que no visitaba Callander, y había vuelto para ver a un hombre que siempre había despertado deseo en ella: Cameron MacGregor.

Sabía que este había regresado a su ciudad natal, y se había instalado en Taigh Abhainn. Según contaban, se había vuelto mucho más atractivo y seductor con el paso de los años, y seguía soltero.

Aunque habría dado igual que hubiera una señora MacGregor, porque lady Horsham estaba dispuesta a todo con tal de que Cameron MacGregor cayera rendido a sus pies de nuevo.              

Sonrió al pensar en aquel joven impetuoso que siempre hacía lo que ella le pedía, y que le juró amor eterno. Estaba deseando volver a disfrutar de su excitante compañía.

Pronto los rumores empezaron a correr por la ciudad. Los Cardigan habían regresado un verano más a Manor Hall, y traían mucha compañía con ellos.

Ben se mostraba entusiasmado ante la idea de ver de nuevo a lady Catherine Cardigan, la dueña de su corazón. Debía encontrar una manera de encontrarse con ella, y decirle que aún seguía amándola.

Anne, al saber esto, se temió lo peor, e intentó en vano quitarle a su hijo de la cabeza la idea de intentar cortejarla:

—Lady Catherine no es para ti, Ben. No vivís en el mismo mundo. Debes dejar de pensar en ella de una santa vez—le dijo Anne, enfadada.

—Madre, es la mujer que amo. Y si me meto en problemas, es asunto mío—respondió Ben, indignado.

El joven salió de la casa, y caminó en dirección a Manor Hall. Se detuvo en la orilla del río, y allí se encontró con Catherine, que estaba paseando por el lugar. A Ben le pareció que era una ninfa que acababa de surgir de las aguas. Le tenía completamente hechizado.

La joven al verle sonrió, y los dos acabaron pasando toda la tarde juntos, hablando y coqueteando. Catherine disfrutaba enormemente de las atenciones de aquel pobre pero apuesto muchacho escocés, que la miraba con ojos soñadores. Estaba encantada con la situación, y estaba segura de que su estancia en Callander iba a ser de todo menos aburrida.

Las citas se repitieron esa semana, a escondidas de todos. Sin embargo, Anne estaba segura de que se estaban viendo, aunque no se lo hizo saber a Ben.

Preocupada por el asunto, la mujer compartió su inquietud con la señora Wallace y con Beth.

—Se están viendo. Lo sé. Y temo lo peor. Esa maldita muchacha va a jugar con él y le destrozará el corazón como si nada. No sé qué hacer—explicó Anne, desesperada, llevándose las manos a la cabeza.

—¿Ha hablado Angus con él? —preguntó Beth, preocupada.

—Sí, los dos hemos hablado con él. Ya le hemos dicho que es una locura, que se meterá en problemas. Esa gente es poderosa, y pueden hacerle daño si descubren que se ve con ella.

—Bueno, no te preocupes. Yo también soy poderosa, y como le toquen un solo pelo, se las verán conmigo, Anne. Todo saldrá bien, querida—aseveró la señora Wallace—. Se me ocurre que a lo mejor Cameron podría hablar con él. Él, por desgracia, conoce bien a esa familia. Además, a veces hacemos más caso a alguien ajeno que a nuestra propia sangre.

Anne la miró, esperanzada.

—¡Oh, señora Wallace! ¡Sería maravilloso! Ben admira mucho al doctor.

—Hablaré con él, no te preocupes—respondió la señora Wallace, guiñándole un ojo.

Al día siguiente, durante el desayuno, la señora Wallace le contó la situación a su sobrino.

—Así que sigue enamorado de lady Catherine—dijo el doctor.

—Así es. He pensado que tú podrías hablar con él. El muchacho te admira, y a lo mejor, puedes quitarle esa idea de la cabeza.

—Bueno, haré lo que pueda, pero no prometo nada. Ya sabes que, en los asuntos del amor, nada es fácil—advirtió.

En ese momento, uno de los sirvientes le entregó a la señora Wallace una carta dirigida a ambos, que acababa de traer un mensajero. Les informó que este esperaba la respuesta.

—¿De Manor Hall? —preguntó la señora Wallace, frunciendo el ceño.

El doctor MacGregor se levantó y se colocó junto a su tía, que abrió el sobre. Ambos leyeron el contenido de la misiva al mismo tiempo. Al terminar, se miraron, incrédulos.

—Así que celebran una cena y quieren que asistamos—comentó la señora Wallace, extrañada. Entonces, torció el gesto—. Esto no me gusta, aquí hay gato encerrado.

—Vamos, tía, no seas así. Al fin y al cabo, son nuestros vecinos—respondió el doctor con naturalidad, a pesar del asombro.

—Ya, vecinos que nunca nos invitaban a sus veladas. —Miró la carta con suspicacia—. No sé, creo que es mejor rechazar la invitación. No me apetece demasiado ver la cara de sapo de lord Cardigan.

El doctor MacGregor, en cambio, sí tenía ganas de saciar su curiosidad.

—Eso no estaría bien. Creo que sería mejor que asistiera yo solo. Así no causaremos una mala impresión.

La señora Wallace tenía un mal presentimiento. No le gustaba la idea de que su sobrino fuera solo, dado lo ocurrido en el pasado. Entonces, tuvo una idea.

—¡Ya lo tengo! Beth te acompañará. Tiene un vestido perfecto para la ocasión. Y sé que no es capaz de decirme que no.

Al doctor MacGregor no le pareció mala idea. De hecho, sentía curiosidad por ver sus otros vestidos. Como le sentaran tan bien cómo el que llevó a la boda, no sabría qué hacer, pensó.

La señora Wallace le comentó el asunto a Beth más tarde, sin la presencia del doctor, que había ido a hacer unas visitas. Beth recibió la propuesta con total sorpresa.

—Señora Wallace, le agradezco que me haya tenido en consideración, pero no creo que sea correcto que una persona del servicio acuda a una velada de ese tipo.

—¡Tonterías! Tú tienes más porte y educación que todos los que estarán allí presentes, te lo digo yo. Además, debo pedirte algo, pero no debes compartirlo con mi sobrino. —Beth se mantuvo en silencio, expectante—. Quiero que estés atenta a lo que ocurra, y que, si ves cualquier atisbo de desprecio, animes a Cameron a marcharse. No me gusta la idea de que vuelva a Manor Hall. Y tengo el presentimiento de que algo tiene que ver ese antiguo amor suyo en todo esto. Algo malo va a pasar, Beth. Por eso quiero que vayas, para que intentes evitarlo. Tu presencia es muy beneficiosa para él. Es un hombre tan distinto desde que estás aquí. Parece que ha vuelto a tener esperanza, y lo último que deseo es que vuelva a perderla. Debes hacerlo por mí, Beth.

Beth asintió, nerviosa ante tan enorme responsabilidad. A pesar de esto, cumpliría su misión sin titubeos, y permanecería al lado del doctor MacGregor en todo momento. No había nada que la hiciera más feliz.

Llegó la gran noche. Beth se puso un vestido de color azul celeste, con escote en forma de uve, los hombros al descubierto, y el pelo recogido en un moño bajo. Se miró al espejo, y sonrió, ante la atenta mirada de la señora Wallace, que le hizo saber que estaba muy hermosa.

Al bajar las escaleras, vio al pie de ellas al doctor MacGregor, que llevaba un elegante traje negro, con camisa blanca y corbata a juego. Él la miró y quedó fascinado.

En ese instante, su corazón empezó a latir desbocado, y tuvo que contener el ardiente deseo de estrecharla entre sus brazos, y repartir besos por su rostro y sus hombros desnudos.

Después de ponerse sus respectivas capas, él le ofreció su brazo, y ella lo agarró, sonriendo tímidamente.

A continuación, subieron al carruaje y pusieron rumbo a Manor Hall. Apenas hablaron durante el trayecto, que fue excesivamente corto, según le pareció al doctor.

Llegaron a Manor Hall, y un sirviente les abrió la puerta. Dejaron sus respectivas capas, y se adentraron en el gran salón, donde estaban todos los invitados. Se acercó a ellos un hombre de unos cuarenta años, que parecía ser el anfitrión.

—¡Cameron MacGregor! Bueno, ahora doctor, por supuesto. Es un placer volver a verle—dijo el hombre con gesto serio.

Ambos se estrecharon la mano.

—Lord Cardigan, permítame presentarle a la señorita Arundel, mi acompañante esta noche.

Beth hizo una reverencia al igual que lord Cardigan, que la estudió de arriba abajo. De repente, Beth sintió un escalofrío que la hizo revolverse. No entendía por qué había ocurrido, ya que en la estancia no hacía frío. Sin embargo, tenía la sensación de que algo iba a suceder.

Alzó la vista, y observó cómo una elegante dama de sinuosos andares se acercaba a ellos. En ese momento, Beth notó que el doctor se había quedado paralizado. Lo miró, y comprendió lo que estaba sucediendo.

Centró su mirada de nuevo en la mujer, que sonrió al doctor, mientras a ella la ignoraba por completo. Cuando llegó hasta ellos, lord Cardigan hizo las presentaciones.

—Señorita Arundel le presento a mi hermana, lady Horsham. Doctor, imagino que recordará a mi hermana.

El doctor MacGregor asintió, sin dejar de mirar a la dama, y en un momento dado, a Beth le pareció oír algo que salió de sus labios en un susurro casi imperceptible. Una única palabra. Un nombre. Evelyn.

Lady Horsham miró al doctor con determinación, y a continuación, lo agarró del brazo y lo apartó de Beth. Esta última se quedó sin saber qué hacer.

A partir de ese momento, hubo una sucesión de presentaciones. Ella, aún perpleja, apenas se daba cuenta de nada. De hecho, no retuvo el nombre de ninguno de los invitados a los que le iban presentando. Sin embargo, hubo una excepción.

—Señorita Arundel, le presento a lord Marcus Langley.

Al escuchar ese nombre, otro escalofrío le recorrió la espalda. Miró a lord Marcus Langley, y este dibujó una sonrisa ladeada bastante siniestra. Un terrible recuerdo infantil llegó a su mente en ese instante. Un niño alto, de mirada feroz, que la pegaba una y otra vez. El miedo y la angustia se apoderaron de Beth.

—¿Arundel? Ese nombre me resulta familiar. ¿Nos conocemos? —inquirió lord Langley, mirándola con suspicacia.

—No, milord. Nunca nos hemos visto—contestó, nerviosa.

A continuación, hizo una rápida reverencia y se alejó de allí. Lord Langley no le quitó la vista de encima en toda la velada.

Beth se sentó al lado del doctor MacGregor, que estaba totalmente inmerso en una conversación con lady Horsham, ignorando por completo su presencia.

Beth apenas probó bocado. Estaba deseando que aquella tortura terminara. Nadie le dirigió la palabra, parecía un ente invisible.

Observó con detenimiento a lady Horsham: Alta, con piel de porcelana, generoso escote, brillante melena, y unos hermosos y seductores ojos. Le dedicaba al doctor miradas llenas de deseo mientras se reía seductoramente.

A Beth no le costó ver la evidencia. La llama había renacido de las viejas cenizas que parecían extintas. Agachó la mirada, y respiró hondo, intentando serenarse.

Después de cenar, Beth se acercó al doctor MacGregor. Este se sorprendió al verla, y se sintió terriblemente avergonzado al darse cuenta de que la había ignorado durante toda la velada. Lady Horsham permanecía al lado de él, mientras miraba a Beth, desafiante.

—Doctor, creo que será mejor que me vaya—dijo con la voz entrecortada.

Sentía que le costaba respirar en aquel ambiente tan hostil. El doctor puso cara de preocupación.

—Beth, ahora mismo la acompaño, deje que…

Beth negó con la cabeza.

—No, doctor. Me iré sola en el carruaje. Usted quédese y diviértase—respondió, sin mirarle.

Él intentó protestar, pero lady Horsham intervino.

—Bueno, es una pena. Pero es lógico, la señorita Arundel no está acostumbrada a estas veladas. —Entonces se dirigió a ella—. Gracias por venir, señorita Arundel—dijo con una sonrisa falsa. Su actitud indicaba que estaba deseando perderla de vista.

Beth se marchó de Manor Hall, y una vez se alejó de la mansión, dio rienda suelta a su dolor. Las lágrimas se deslizaron por sus ojos, nublándole la vista.

Cuando llegó a su habitación, se dejó caer sobre la cama y siguió llorando, intentando no hacer ruido. Su pena debía ser silenciosa.

A su mente volvían imágenes de la velada. El doctor MacGregor, risueño y enamorado, se había olvidado de ella, la había dejado atrás. Igual que Branwell.

Un atisbo de enfado e indignación sobrevoló su corazón. Ella era siempre la perdedora, la tonta que caía en las redes del amor, y acababa siendo devorada. Debía cerrar su corazón de nuevo, esta vez con un candado más fuerte.

En ese momento de profundo pesar, consideró seriamente la idea de recoger sus cosas y marcharse de Taigh Abhainn, para así poder alejarse del doctor MacGregor y olvidarle.

De repente, una voz familiar le habló desde el otro lado de la puerta de su cuarto.

—Beth, querida ¿qué ocurre? —preguntó la señora Wallace, preocupada, entrando sin esperar a que Beth la invitara a pasar.

La señora Wallace vio un panorama desolador. Sus temores se habían cumplido. Beth lloraba desconsoladamente, y Cameron no había regresado a casa.

—Nada, señora, es una tontería—contestó Beth, secándose las lágrimas con las manos.

La señora Wallace se acercó a ella y la abrazó.

—No te preocupes, querida. No debes llorar por quien no merece tus lágrimas—aseveró la mujer con ternura.

No necesitó más explicaciones. Al día siguiente, su cochero le contó todo lo que necesitaba saber. ¡Maldita Evelyn Horsham!, pensó.

Ahora esa arpía era una rica viuda con ganas de jugar con su sobrino. El doctor MacGregor no regresó en toda la noche, pero no se molestó en buscarlo. Sabía perfectamente dónde estaba. En brazos de esa mujer que le rompió el corazón años atrás.

Aquel día, Beth desapareció durante la tarde. Salió a dar un paseo por los alrededores, con la intención de respirar aire fresco y serenarse un poco. Sus ojos estaban aún un poco hinchados por el llanto. Se sentía un poco mejor, gracias a que no había vuelto a ver al doctor.

La mejor idea sería evitarlo durante un tiempo, aunque fuera una tarea casi imposible.

Se detuvo y observó el paisaje. No deseaba marcharse de Callander, porque ya lo consideraba su hogar. Sin embargo, no sabía si sería capaz de afrontar la complicada situación que se le presentaba.

Siguió caminando, y se topó con algo que hubiera preferido no ver. Escuchó la voz del doctor MacGregor, que sonaba apasionada y ardiente. No estaba solo, Evelyn Horsham le acompañaba.

Beth se escondió detrás de una enorme roca que había allí, y se asomó un poco para ser testigo de lo que sucedía.

El doctor MacGregor besaba el cuello y los labios de la dama, estrechándola entre sus brazos, mientras ella emitía suaves gemidos de placer.

—Todos estos años nunca pude olvidarte—afirmó el doctor MacGregor de forma apasionada.

—¿De verdad? —inquirió ella con la respiración entrecortada.

—Sí. Nunca te has ido de mi pensamiento. Y mi corazón sigue siendo tuyo, Evelyn. Dime que no me dejarás—le pidió él con urgencia.

—No, Cameron. No me iré—respondió ella.

A partir de ese momento, dejaron de hablar. Acabaron tumbados en el suelo, abrazados, besándose y acariciándose.

Beth, de nuevo con lágrimas en los ojos, salió corriendo como si fuera un ratón asustado. Corrió hasta que apenas le quedaron fuerzas.

De repente, tropezó y cayó de bruces. Se quedó inmóvil unos segundos, intentado asimilar lo que acababa de escuchar.

Todo fue mentira. Creyó las mentiras de un borracho, de un hombre que no recordaba haberle dicho que era suyo. Ella había sido una auténtica estúpida por abrir su corazón de nuevo, y se lo tenía bien merecido.

En ese momento, unos fuertes brazos la ayudaron a levantarse. Una vez de pie, se giró, y comprobó que era Angus.

—¿Estás bien, pequeña? —preguntó Angus examinándola, comprobando que no tuviera heridas.

—Sí, no te preocupes—contestó Beth, mientras se secaba las lágrimas con el dorso de la mano.

Angus la miró con suspicacia.

—Ya veo. —Dejó la bolsa que llevaba a la espalda, y se sentó sobre la hierba—. Ahora me lo vas a contar todo.

Beth se sentó junto a él y le contó toda la historia al detalle. Angus se limitaba a asentir, sin hablar, dejando que se desahogara.

—No sé dónde tiene la cabeza ese hombre al enamorarse de semejante arpía. Cuando se dé cuenta de su error, ya será tarde—se lamentó Angus—. Sé que ahora estás dolida, pero te sugiero que, si eres feliz aquí, no te marches. No puedes dejar que tu felicidad dependa de los demás. Eso es un error, Beth. Tú eres fuerte y valiente, y no necesitas a nadie. Eres una superviviente que se ha enfrentado a grandes peligros. Esto no es nada.

Beth se sintió mucho mejor después de escuchar las palabras de ánimo de Angus. Este tenía razón. Ella ya se había enfrentado a muchas desgracias, y siempre había salido adelante.

En ese momento, se levantó, se dio unas palmaditas en la cara, y dijo con determinación:

—Bueno, es hora de recoger los trozos de mi corazón roto, y seguir caminando. El mundo no se acaba por estas cosas ¿verdad?

Angus sonrió.

—Claro que no.

Antes de poner rumbo a Taigh Abhainn, Beth habló de nuevo:

—Por favor, Angus, no le digas nada a Anne. No quiero que se preocupe.

Angus negó con la cabeza.

—Mis labios están sellados.

Intercambiaron unas miradas cómplices, y Beth finalmente se marchó. Angus sonrió mientras la veía alejarse. Desde aquel día en el puerto de Dover, Beth había madurado y había cambiado para bien. Ya no era un ratoncito asustado. Era una valiente guerrera.

Ir a la siguiente página

Report Page