Bestia

Bestia


CAPÍTULO 14

Página 16 de 59

CAPÍTULO 14

—¡¿Tienes una cita con él?! —el sonido agudo que brota de la garganta de Kim, hace que consigamos varias miradas hostiles por parte de los comensales del restaurante.

La vergüenza se arraiga en mí a toda velocidad y miro hacia todos lados solo para comprobar que Donna, la gerente, no ha escuchado nada. Podrían sancionarnos con un día de salario por holgazanear a mitad de la jornada.

—¡Cállate! —digo, entre dientes. Entonces, echo una ojeada a mis mesas para ver si alguien no requiere de mi presencia.

Kim mira alrededor también.

—¿En qué punto pasaste de no querer compartir el techo con él, a aceptar tener una cita? —habla entre dientes.

Me aclaro la garganta y le sonrío a una mujer de edad avanzada que nos mira con curiosidad. Ella parece avergonzada por haber sido descubierta en su intento de escuchar conversaciones ajenas, así que fija su atención en su plato de comida.

Estamos lo suficientemente apartadas como para no ser escuchadas, pero no demasiado como para ser regañadas por no estar atentas al servicio que debemos brindar.

—No es una cita —me justifico—. Solo iremos a conseguir la cena a otro lugar.

—Déjame informarte, Maya, que eso es precisamente una cita —me mira con irritación.

Siento el rubor apoderándose de mi rostro. Estoy a punto de hacer un comentario sarcástico al respecto, cuando una de sus mesas es ocupada por una pareja.

Kim se precipita a toda velocidad y deja un par de menús antes de volver conmigo.

Una familia entera entra al establecimiento y es acomodada en una de mis mesas. Entonces, lista para escapar de ella, tomo los menús del mostrador delante de mí.

—¡Oh!, y olvidé mencionar que también nos besamos —digo.

Sin darle tiempo de replicar, me encamino hasta mi lugar de trabajo. Miro por encima del hombro para observar su expresión y casi me echo a reír al ver su mandíbula caída en asombro y sus ojos abiertos de par en par.

Mi atención se posa en los comensales, pero los recuerdos sobre los labios de Harry contra los míos, asaltan mis pensamientos. Mi corazón se acelera en ese momento y mi respiración se atasca en mi garganta. La mujer frente a mí pregunta por los especiales y me obligo a mantener mi expresión en blanco antes de recitarlos.

El restaurante está tan atestado de gente, que no puedo hablar con Kim el resto del día. Ella me mira como si quisiera comunicarse conmigo telepáticamente, pero trato de ignorar todas sus extrañas expresiones. Sé que quiere que me detenga y le cuente cómo fue.

Estoy ansiosa por contárselo. Tenía mucho tiempo sin sentirme así de… bien. Es como retroceder el tiempo a aquella época en la que era realmente feliz. Aquel tiempo en el que mi única preocupación era sacar buenas notas en la escuela y no llegar muy tarde a casa. Se siente como si hubiese pasado una eternidad desde entonces.

Cuando el reloj de mi muñeca marca las siete y media de la noche, mi estómago cae en picada. Solo me queda media hora de jornada laboral y esta noche no pienso hacer horas extras.

«Quizás deberías quedarte hasta tarde. Así no tienes que salir con Harry». Susurra la voz en mi cabeza.

Ni siquiera sé por qué pienso en estas cosas. Realmente quiero pasar tiempo con él. No comprendo por qué mi subconsciente desea sabotearme.

Quiero pensar que es porque me aterra la idea de arruinar la velada con algún comentario estúpido o un silencio incómodo. No soy una persona exitosa en cuanto a relaciones sentimentales se refiere. Mi experiencia se resume en un noviazgo de seis meses con un chico de mi antigua escuela, y un romance por internet un mes antes de que todo se fuera al caño. Soy patética, pero no quiero que Harry se dé cuenta de eso…

Una mano se envuelve en mi muñeca y tira de mí lejos del área de trabajo. Me giro para encarar a la persona que me ha apartado de todos y me encuentro con la mirada exasperada de Kim.

—Quiero saberlo todo, Maya Bassi. No voy a dejar que te muevas de aquí hasta que me lo cuentes —dice, en un siseo.

Rápidamente, le hablo acerca de lo ocurrido la noche anterior. Omito todas las partes importantes acerca del pasado de Harry, pero le cuento aquellas que son esenciales para comprender su comportamiento hostil y reservado.

Le cuento, también, sobre el beso; y cómo terminamos acurrucados en su cama. La emoción en su cara es tanta, que me hace sentir igual de eufórica que ella.

—¡Dios mío, Maya!, ¡dime, por favor, que tienes algo lindo para usar esta noche! —exclama, cuando termino de hablar.

Sus palabras me llenan de inseguridad. Mi guardarropa se reduce a faldas de tubo negras —destinadas para el uso en el trabajo—, camisas blancas de botones —también para el trabajo—, vaqueros, playeras holgadas, un viejo par de Converse negros. Los únicos zapatos remotamente decentes que poseo son los que llevo puestos ahora mismo y no tienen nada de especiales.

—Sí —miento y me encojo de hombros—. De todos modos, no es como si fuésemos a ir a algún restaurante caro o algo así.

La expresión de Kim me hace saber que no me ha creído ni una sola palabra, pero asiente ante mi respuesta.

—Entonces ve a casa —me guiña un ojo—. Yo te cubro los veinte minutos que restan.

—¿De verdad harías eso? —trato de sonar aliviada, pero la tensión de mi cuerpo me delata.

—Por supuesto —sonríe—. Ve a casa, toma una ducha, arréglate el cabello, maquíllate… Que vea lo guapa que Maya Bassi es.

Una risita nerviosa se me escapa. La sensación de que todo esto será un desastre, no se marcha ni un segundo, pero me obligo a apartar los malos pensamientos lejos de mi cabeza por una vez en mi vida. Necesito creer que puedo hacer algo bien. Necesito creer que un chico como Harry puede fijarse en mí.

Sé que, a los ojos de muchas personas, él es solo un pobre desgraciado con la cara desfigurada; sin embargo, es mucho más de lo que cualquier persona puede ser nunca. Es noble, desinteresado, amable y tiene un corazón inmenso. Es uno de los seres humanos más hermosos que he conocido en mi vida, y me aterra la idea de no poder merecer a alguien como él a mi lado.

«Va a mandarte a la mierda cuando sepa lo sucia que estás». Susurra una voz en mi cabeza.

Mi mandíbula se aprieta al instante y un nudo se instala en mi garganta. Los recuerdos saquean toda mi voluntad y, de pronto, no soy capaz de apartar de mi cabeza la sensación del cuerpo de mi padre sobre el mío.

La repulsión es tanta, que debo correr al baño y encerrarme en un cubículo para abrazarme a mí misma y recordarme que no va a suceder nunca más. Él ya no puede hacerme daño. Nunca más va a hacerme daño…

Cuando logro tranquilizarme, me apresuro a recoger mis pertenencias en la sala de trabajadores. Mis manos aún tiemblan debido al shock emocional que he experimentado hace unos instantes, pero me las arreglo para sonreír cuando me despido de Kim.

Mientras camino hasta la parada del autobús, me concentro en todo lo bueno que ha ocurrido en mi vida últimamente. No había experimentado tanta tranquilidad en mucho tiempo y todo eso es gracias a Harry; así que trato de concentrarme en eso mientras subo al transporte público y viajo rumbo al edificio donde vivo.

Al bajar del vehículo, camino las pocas calles que separan la terminal del bloque habitacional. La gente transita por las aceras y eso me saca de balance. Siempre llego más tarde a casa, así que nunca había sido capaz de ver cuán concurrido es el barrio en realidad.

La antigua cancha de fútbol, que siempre veo desierta un par de horas más tarde, está repleta de chicos sudorosos que corren detrás de un balón. La sensación de vitalidad que traen sus gritos animados y sus carcajadas, dibujan una suave sonrisa en mi rostro.

Me había olvidado de que ahí afuera hay gente que de verdad lo pasa bien y que quizás —solo quizás— debería de tratar de pasarlo bien más seguido. Dejar de preocuparme por el dinero, la renta, la comida, el trabajo… Sería perfecto poder volver a sentirme como una adolescente.

Tengo diecinueve, pero se siente como si mis hombros cargaran el doble de años. El único momento en el que me siento como una chiquilla de nuevo es cuando Harry está cerca. Quizás debería disfrutar más esa sensación. Quizás debería permitirme más las sonrisas bobas y las bromas idiotas a su alrededor…

Cuando me doy cuenta, ya estoy justo en la entrada del edificio. Mis ánimos se sienten renovados, así que me apresuro a subir las escaleras con un mundo de positivismo corriendo en mis venas.

«Nada va a salir mal ahora mismo. Mi cita con Harry va a ir a la perfección. Todo va a salir a pedir de boca y…».

En ese instante, me congelo en mi lugar. Toda la sangre de mi cuerpo se agolpa en mis pies y un grito se construye en mi garganta cuando noto a la persona que se encuentra a pocos pasos de distancia de mí.

Es él. Es mi papá…

Está medio tirado sobre las escaleras, unos cuantos escalones por encima de donde yo me encuentro, y mis entrañas se retuercen.

Mi corazón late tan fuerte, que temo que vaya a perforar un hoyo en mi pecho y escape lejos. Mi respiración es dificultosa, mis manos tiemblan, mis uñas se clavan en la carne blanda de mis palmas debido a que aprieto mis puños con más fuerza de la que debería, el miedo atenaza mi corazón con una fuerza impresionante y, por un momento, no soy capaz de moverme. Ni siquiera soy capaz de respirar…

Mi cerebro me grita que debo correr, pero mis extremidades inferiores parecen estar soldadas al suelo. No hay que ser un genio para notar que está ahogado en alcohol, y eso hace que el pánico me invada.

Su mirada se alza en ese momento, y se posa en mí. El reconocimiento tiñe sus facciones en cuestión de segundos, pero no le doy tiempo de hacer nada. No le doy tiempo de moverse, ya que me echo a correr a toda velocidad.

Él grita mi nombre, pero ni siquiera le dedico una mirada. Me precipito hacia la salida del edificio a toda velocidad y luego hacia la calle. No sé bien a dónde me dirijo, pero no puedo detenerme. No quiero parar.

Mis tobillos duelen por el impacto de mis pies contra el concreto, el aire helado quema en mis pulmones, el cabello suelto me golpea el rostro y me impide mirar con claridad.

No voy a detenerme. Voy a correr hasta que no pueda más. Voy a correr hasta que mis extremidades se desprendan de mi cuerpo y, cuando eso suceda, voy a arrastrarme por el cemento hasta que haya un mar de distancia entre ese hombre y yo.

Mi cuerpo choca contra algo blando.

El golpe es tan fuerte, que me quedo sin aliento por unos instantes. Unos brazos fuertes me sostienen y me estabilizan antes de que pueda registrar qué acaba de suceder. Entonces, mi atención se fija en el chico delante de mí. Estoy demasiado agitada como para sentirme asustada, así que solo lo miro directamente mientras que doy un paso lejos, para poner distancia entre nosotros.

Mi vista se vuelca hacia atrás con aire ansioso. Sé que busco la figura de mi padre corriendo a toda velocidad para encontrarme, pero ahí no hay nada.

No me siguió.

Si lo hizo, ya lo perdí.

Una vez que compruebo que no hay nada que temer, vuelvo a mirar al chico contra el que impacté.

Es alto, pero no tanto como el chico con el que comparto el techo. Sus ojos castaños me miran con curiosidad, y sus labios reprimen una sonrisa burlona.

—¿Estás bien? —pregunta con su voz ronca y acento golpeado.

—Sí —mi voz suena agitada y temblorosa debido a mi carrera apresurada.

—No luces bien —observa. Esta vez, una sonrisa se apodera de su boca.

Hago una mueca de desagrado.

—Gracias —mascullo.

—¿De quién huyes? —mira detrás de mí, pero sé que no va a encontrar nada.

—Un tipo venía siguiéndome —miento, y vuelvo a revisar la calle en busca de la imagen del hombre borracho al que tanto miedo le tengo.

—Puedo ayudarte a esconderte. Mi casa está a unas calles de distancia —el chico introduce sus manos en sus bolsillos. Mi vista se clava en él y, sin que pueda evitarlo, río. Una carcajada sin humor brota de mi garganta y luce confundido.

—Me crees estúpida, ¿cierto? —suelto, sin siquiera pensarlo—. No voy a ir contigo a ningún lado.

Me giro para volver sobre mis pasos, cuando una mano se enreda en mi antebrazo. Yo me libero de un movimiento violento. Entonces, doy un paso lejos.

—¡Si vuelves a ponerme una mano encima voy a romperte la nariz! —espeto.

Sus cejas se alzan al cielo y levanta las manos como quien está siendo amenazado con un arma.

—¡Tranquila! —exclama, pero no ha dejado de sonreír con nerviosismo—, no voy a secuestrarte o algo así. Solo iba a decirte que volviendo la esquina hay una tienda de abarrotes. Es de mi mamá, puedes quedarte ahí el tiempo que necesites. Solo dile que eres amiga de Jeremiah.

De pronto, el reconocimiento me golpea.

—¿Eres hijo de la señora Johnson? —digo, medio sorprendida y medio incrédula.

La señora Johnson es famosa por ser la única capaz de mantener una tienda de abarrotes durante más de diez años en este barrio. Normalmente, los negociantes renuncian a tratar de comercializar en esta zona. La tasa de delincuencia es tan alta, que nadie se atreve a invertir en un local por aquí.

Su sonrisa se ensancha con socarronería y me guiña un ojo.

—¿Te ha hablado sobre mí?

No reprimo el impulso que tengo de rodar los ojos al cielo. No tengo tiempo para esto, así que, sin decir nada, me echo a andar por la calle en dirección al edificio del que venía huyendo. Tengo la esperanza de que mi papá ya no esté ahí. Tengo la esperanza de que quizás haya salido a buscarme. Eso podría darme unos valiosos minutos para entrar al apartamento de Harry antes de que regrese.

—¡Oye!, ¡oye, espera! —grita Jeremiah a mis espaldas, pero ni siquiera me digno a mirarlo—. ¡Joder!, ¿qué necesidad hay de ser tan difícil, mujer?

—¿Podrías, por favor, dejarme en paz? —lo miro con todo el coraje que puedo imprimir.

—Por suerte para ti, las mujeres difíciles me encantan —ignora por completo mi petición.

Casi me echo a reír en ese momento. Me detengo y él también lo hace.

—No voy a volver a repetirlo, ¿de acuerdo?... Déjame. En. Paz —hago énfasis en cada palabra para que le quede claro, pero eso parece divertirlo aún más.

—Cuéntame lo que mamá te ha dicho sobre mí —dice, mientras continúo mi camino. El chico trota para alcanzarme y acelero el paso.

—¿Sabías que ella te llama «bebé»? —digo, porque es cierto. Todo este tiempo creí que Jeremiah era un niño de seis años como mucho.

Lo miro de reojo solo para comprobar que lo sabe. Su mueca incómoda lo delata por completo.

—Tiene formas extrañas de dar amor —masculla.

—Habla de ti como si fueses un niño —refuto—, pero no me sorprende. Actúas como uno.

La irritación ha hecho que el miedo previo se vaya y me siento extrañamente valiente alrededor de este chico. Quizás es lo irritante que puede llegar a ser. Tal vez, solo es su aspecto amable y desgarbado. Lo cierto es que no es, ni de cerca, tan imponente como Harry.

—¿Cómo te llamas? —pregunta, de pronto.

Otra risotada sin humor se me escapa.

—No voy a decirte mi nombre —respondo, tajante.

—¿Por qué no? —su voz se eleva un par de tonos y lo hace sonar como un personaje de alguna serie de televisión—, ¡soy un buen chico, lo juro!

Me detengo y lo encaro.

—¡Deja de seguirme!, ¡no voy a decirte cómo me llamo!, ¡no estoy interesada! —espeto.

—¡No te sigo! —la fingida indignación de su tono, me hace querer golpearlo—, ¡te acompaño a casa!, así no tienes que lidiar con asaltantes.

—¡Oh, por el amor de…! —reprimo el resto de la frase y sigo andando.

Jeremiah camina a pocos pasos de distancia de mí, y eso me pone los nervios de punta. Quiero que se marche. Quiero que me deje en paz y, al mismo tiempo, agradezco que esté cerca. Una parte de mí espera que papá no quiera acercarse a mí si estoy acompañada.

—Aquí vivo. Puedes marcharte —digo, finalmente, cuando llego al edificio.

Jeremiah inspecciona la recepción con la mirada y asiente.

—De acuerdo —dice—. Ahora dime cómo te llamas y me iré.

—¿Qué?

—No me marcharé si no me dices cómo te llamas.

—Tengo un novio, ¿sabes? —miento—. Vivo con él y no le va a gustar verte acosándome.

—No te acoso —se encoge de hombros—. Solo quiero saber tu nombre.

Mi mandíbula se aprieta con fuerza.

—Si te digo mi nombre, ¿vas a marcharte?

—Por supuesto.

Tomo una inspiración profunda.

—Me llamo Maya.

—Maya —prueba mi nombre en sus labios.

Sin darle tiempo a decir algo más, me precipito hacia las escaleras y subo lo más rápido que puedo. Mi corazón no ha dejado de latir a una velocidad inhumana, pero no me detengo ni un instante al pasar por el piso en el que vive mi papá.

Una vez dentro del apartamento de Harry, me relajo. Me tomo unos instantes antes de caminar hacia la sala. Espero encontrarlo ahí, absorto en su computadora o mirando la televisión como siempre suelo hallarlo; sin embargo, no es eso lo que sucede.

La estancia está completamente vacía, y es entonces cuando noto el silencio sepulcral que invade el lugar.

—¿Harry? —lo llamo en voz alta, pero nadie responde.

Mi ceño se frunce en confusión, pero me digo a mí misma que no es nada. Soy yo quien ha llegado más temprano de lo usual. Seguramente, Harry siempre llega a casa más tarde.

No obstante, una vocecita en mi cabeza susurra con sorna que Harry no va a aparecer, que nuestros planes han sido cancelados, y que lo mejor que puedo hacer es irme a la cama temprano por una vez en la vida.

Me obligo a apartar los pensamientos negativos de mi cabeza, y me apresuro a llegar al baño. Con suerte, tendré un par de valiosos minutos antes de que Harry esté aquí. Quizás pueda emplear esos minutos para hacer algo por mi cabello y elegir algo decente para usar.

Al salir de la ducha, me visto con lo mejor que tengo, y aplico un poco más de máscara para pestañas de la que acostumbro a utilizar. Tomo el único lápiz labial que tengo y pongo un poco en las yemas de mis dedos para aplicarlo a toques sobre mis pálidas mejillas; quiero darles un poco de color y es lo mejor que tengo para hacerlo. Aplico el mismo color en mis labios y pongo un poco de corrector para ojos en las horribles bolsas debajo de ellos.

Decido amarrar mi cabello en un moño alto y, por primera vez en mucho tiempo, me gusta lo que veo en el espejo. La chica delante de mí luce más como una adolescente ilusionada que como una señora derrotada y eso ya es ganancia en mí.

Miro el reloj de mi muñeca y mi corazón se estruja al ver la hora. Son casi las diez de la noche.

«No va a llegar». Susurra una voz en mi cabeza.

—¡Deja de ser tan negativa, Maya!, ¡por el amor de Dios! —me reprimo en voz alta y tomo un par de horquillas para aplacar los cabellos rebeldes que salen de mi moño.

~~~

El nudo de mi garganta está tan apretado, que no puedo respirar como se debe, el agujero en la boca de mi estómago incrementa con cada segundo que pasa y la quemazón en la parte posterior de mis ojos es insoportable.

Son casi las doce de la noche y Harry Stevens no ha aparecido. Una parte de mí, está enojada. Furiosa. Decepcionada… Y la otra, está angustiada hasta la mierda.

«¿Y si le ocurrió algo?...». Me pregunto por milésima vez en lo que va de la noche, y tomo el teléfono inalámbrico entre mis dedos antes de contemplarlo durante unos instantes.

Hace una hora busqué el trozo de papel que Harry depositó en mi buzón hace unas semanas, y marqué a su número. No respondió.

Le he llamado dos veces más después de esa y tampoco descolgó la llamada en esas ocasiones. Quiero estar furiosa con él, pero la angustia y el miedo que me causa pensar que algo le ha ocurrido, es más grande que nada. Harry nunca me plantaría, ¿o sí?...

El sonido del cerrojo hace que todas mis entrañas se revuelvan. Me levanto del sillón donde me encuentro sentada y me detengo a pocos metros de la puerta principal. Entonces, Harry aparece en mi campo de visión.

No hay indicio alguno de violencia en su rostro o cuerpo y eso me relaja considerablemente; sin embargo, su cuerpo denota cansancio y agotamiento.

Su vista se alza y me mira a la cara sin decir nada.

Quiero golpearlo. Quiero tomarlo por los hombros y sacudirlo mientras exijo una respuesta.

—¿Estás bien? —digo, en un susurro débil y tembloroso en su lugar.

—Sí —su respuesta lacónica y seca, hace que mi estómago se retuerza.

«Lo olvidó». Pienso. «Quizás ni siquiera era una cita. Quizás solo estaba tratando de ser amable porque eso es lo que se hace cuando besas a alguien: eres amable y nada más». Susurra el odioso demonio dentro de mi cabeza.

Mi mandíbula se aprieta, pero le sostengo la mirada. Un destello de algo que no puedo reconocer inunda sus facciones; pero es tan fugaz, que dudo haberlo notado en realidad.

—Lamento lo de esta noche —dice mientras se quita la chaqueta con lentitud—. Tuve algo importante que hacer.

Sus palabras detonan la ira en mi interior.

Tuvo algo importante que hacer. Tuvo algo mejor que hacer que salir conmigo. ¿Y yo?, yo volví antes del trabajo para pasar más tiempo con él. Pasé mi día entero reproduciendo un beso que para él fue nada. Pasé casi una hora mirándome al espejo, ideando la forma de hacer que mi aspecto fuese diferente para él…

Una risa incrédula me asalta. Sus ojos no se apartan de los míos.

—Vete a la mierda —escupo, con un hilo de voz.

Entonces, avanzo lo más rápido que puedo por el pasillo. Una vez dentro de la habitación, doy un portazo.

Por un momento, lo único que soy capaz de escuchar es mi respiración dificultosa. Las lágrimas queman en mi garganta, y quiero golpearme por estar a punto de llorar por algo que no vale la pena. Mi frente se pega a la puerta y trato, desesperadamente, de mantener la calma.

«¡No llores, Maya!». Me reprimo. «¡No te atrevas a llorar por él! ¡No te atrevas a derramar una maldita lágrima por ese idiota!».

Echo el pestillo a la puerta, y deshago el moño de mi cabeza, mientras restriego el maquillaje fuera de mi cara. Las ganas de echarme a llorar son intensas ahora, pero lo único que consiguen es enfurecerme cada vez más.

Me deshago de los vaqueros y la blusa, y me enfundo mi viejo pijamas. Me acurruco en la cama y me cubro hasta la cabeza. Entonces, cierro los ojos y concentro toda mi atención en tratar de que el llanto me abandone.

No sé por qué demonios me siento así. He pasado por cosas peores, ¿por qué demonios estoy así?, no debería romperme de esta manera…

El tiempo pasa lento. Quizás pasa demasiado rápido, pero no pongo demasiada atención mientras me deshago en mi miseria. El agotamiento sentimental es tan grande, que no puedo conmigo misma.

Quiero olvidarme de esta noche. Quiero olvidarme de ese beso. Quiero arrancar de mi cabeza todo lo que ha pasado con Harry y dormir. Dormir hasta que ya no exista herida alguna…

Entonces, cierro los ojos. No sé si podré hacerlo. No sé si el sueño será mi aliado, pero, de cualquier modo, lo intento… Cierro los ojos y me dejo ir.

Ir a la siguiente página

Report Page