Berserk

Berserk


3

Página 7 de 23

—¡Eso fueron ellos, no nosotros! Mi mamá y mi papá nunca hicieron nada parecido, jamás. Nosotros hicimos siempre solo lo que nos mandaron.

—¿Eso fue todo lo que hicisteis, Natasha?

—Bueno… —La voz de la niña se fue apagando, astuta y fría—. Bueno, quizá cuando nos sacaban, a veces disfrutábamos un poquito… Pero aquí nunca hicimos nada malo. —Volvía a articular mal, se hacía la niña pequeña y añadía su dolor para hacerlo más realista.

—Tengo órdenes —dijo Cole mientras empezaba a salir del agujero.

—¡Mátame! —rogó Natasha en voz más baja—. Una bala de plata en la cabeza. Mi mamá… papá… mi hermano Peter, ¡mi hermanito pequeño! ¿Por qué les hiciste eso? Por favor, déjame estar con ellos, ¿por favor, señor Lobo?

Cole se irguió al borde del agujero y miró con furia a sus hombres, que estaban aterrados, furiosos, agitados por el día de violencia. Todos habían visto tanto (sangre derramada, amigos asesinados, caos derramándose por el habitualmente ordenado ambiente de Porton Down y contaminándolo todo para siempre) que parecían aturdidos, anonadados por la repentina llegada de una muerte que ninguno de ellos había soñado jamás que llegaría a presenciar. El sol del otoño ardía sobre ellos como si quisiera quemar las visiones de sus mentes, pero ellos siempre recordarían esa, todos ellos. Dirigieron su vista hacia Cole, como si él pudiera darles respuestas.

Él miró los cuerpos apilados en la parte trasera de la camioneta. Hombres que había conocido, hombres que habían sido amigos suyos. Carne arrancada de los huesos. Huesos mordidos y rotos. Cráneos aplastados. Y ni un solo agujero de bala o herida de cuchillo en ellos.

Se volvió de nuevo hacia la tumba y bajó la vista para mirar los ojos llenos de ruegos y dolor de Natasha. Era tan fea y obscena como siempre había sido, y las lágrimas no inspiraban lástima alguna en Cole. Ninguna lástima. Solo alimentaban el odio que llevaba años creciendo en él.

—Estarás con ellos, Natasha. Para siempre.

—¡Que te follen, señor Lobo! —Aquellas palabras sonaron escandalosas en la voz de una niña. Pero, por supuesto, Cole sabía que no era una niña normal. Era un monstruo.

—Enterradlos —ordenó.

—Volveré a verte —susurró Natasha cuando Cole se dio la vuelta y echó a andar. Las palabras fueron una cuchillada en la espalda, una promesa que lo perseguiría para siempre.

Mientras sus hombres apilaban los cuerpos rotos de sus amigos y camaradas, los gritos de Natasha tardaron mucho tiempo en ir desapareciendo.

A veces, años después, cuando se despertaba sudando, temblando y sintiendo que los recuerdos malévolos se volvían a escabullir en las profundidades subterráneas de su mente, Cole se preguntaba si Natasha seguía chillando, y qué sabor tendría el barro en su boca, y si algún día se quedaría en absoluto silencio.

Ir a la siguiente página

Report Page