Berserk

Berserk


4

Página 11 de 33

Y había algo más detrás de las palabras. Una intención escurridiza, una invitación no deseada. Enterrar la voz no podía ocultar el modo en que se habían pronunciado las palabras. Burlonas. Mordaces. Incluso en lo más profundo de su inconsciencia, Cole sabía que tenía que seguir a la niña y sabía que ella lo sabía.

Empezó a subir a la superficie poco a poco. El pavimento frío que tenía bajo él cambió y se convirtió en el suelo húmedo y blando de la llanura. El edificio oscuro de al lado se transformó en la roca desde la que lo había emboscado Roberts, desde donde le había tirado encima la niña envuelta en cadenas. A medida que su subsuelo inconsciente se iba retirando y ocultándose, Cole oyó otra vez la voz, amortiguada por la distancia en lugar de por las divisiones de su mente.

¡Adiós! ¡Adiós, mamón!

Se levantó de un tirón y se quedó a gatas. El mundo osciló y amenazó con hacerlo caer. Le dolía mucho la cabeza y tenía una costra encima de la oreja, se le había pegado al pelo y crujía cuando flexionaba el cuero cabelludo. Se lo tocó y palpó alrededor de los bordes en busca de alguna blandura reveladora. Estaba dolorido, irritado, y le iba a doler la cabeza durante días, pero pensó que podría haber sido mucho peor.

Nos largamos.

—¡Pequeña zorra! —exclamó—. Oh, mierda, ¿cómo he podido ser tan estúpido?

La llanura estaba en absoluto silencio aquella noche. Ni siquiera la brisa ocasional producía más que un leve suspiro y los animales que hubiera cazaban con sigilo a sus presas. Cole maldijo, hizo una mueca al sentir el golpe sordo de dolor en la cabeza y oyó un coche que arrancaba en la carretera.

Roberts. Y tenía a Natasha con él, y se iban. Natasha, una berserker tan chiflada y cruel como todos, abandonaba la llanura de Salisbury por primera vez en diez años. Y Cole sabía adónde se iba. Se llevaría a Roberts, lo iría incitando hasta que tuviera lo que quería: a los suyos a su alrededor, y una oportunidad para volver a vivir.

Cole no perdió tiempo buscando su arma; tenía otra en el

jeep. El tiempo, de repente, era algo que había tomado el control absoluto de su vida. Se levantó y se tambaleó, pero la urgencia aplastó el dolor y el miedo le proporcionó el equilibrio que necesitaba.

—Voy a por ti, pequeña zorra —le dijo a la oscuridad. No hubo respuesta, pero Cole tuvo la sensación de que habían oído sus palabras. De hecho, de que las habían oído muy bien.

Ir a la siguiente página

Report Page