Berserk

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A Tom lo estaban arrastrando por la oscuridad. La sombra se había revelado como Sophia cuando se inclinó delante de las llamas para levantarlo, pero había cambiado. Tenía el rostro lleno de golpes y ensangrentado, el pelo apelmazado, un lado del cuero cabelludo quemado y lleno de ampollas. Y eran sus ojos lo que más había cambiado. Reflejaban las llamas y devolvían solo tristeza, como si el fuego le contara verdades no deseadas.

—¿Lane? —graznó Tom.

—Ya no está —dijo Sophia—. ¿Qué crees que estabas comiendo? —Lo sujetaba por debajo de los brazos y él la miraba a la cara, al revés. La berserker bajó la cabeza y una lágrima cayó en la mejilla de Tom—. Dan tampoco. Mi hijo. Lo oí chillar. No pudo escapar del fuego. No es forma de irse, para nadie.

—¿Comiendo?

—Tienes plata dentro. Nosotros somos inmunes y la carne de Lane te ayudará.

—Pero…

—¡Por favor! —dijo Sophia con la voz quebrada—. Por favor, déjalo. Ya está hecho. —Lanzaba gruñidos mientras lo arrastraba y Tom se preguntó por qué no sentía náuseas. Por qué, de hecho, todavía tenía hambre. La carne roja le pesaba en el estómago y podía notar el bienestar que irradiaba de ella.

—Me disparó —dijo Tom—. Cole me disparó otra vez. Lo sentí… lo siento todavía. Pesado, como un bloque de hielo en el pecho. —El dolor nuevo hacía que solo sintiera la espalda como un cosquilleo—. Debería estar muerto.

—No es tan fácil matar a un berserker. —Sophia lo sacó de la carretera y bajó por una ladera hasta llegar a un sitio de maleza compuesto de árboles y arbustos. Ocultos de la carretera, lo posó en el suelo y ella se dejó caer a su lado.

Tom tenía tantos interrogantes disputándose su atención que durante un rato no pudo preguntar nada. Todavía sentía con intensidad el fuerte sabor de la carne en la lengua. Los músculos le ardían, las venas transmitían fuego por su cuerpo y estaba sudando tanto que debía de estar filtrándose sangre por sus poros. Pero Sophia no le concedió ni una sola mirada. Tom vio los coches en llamas reflejados en los ojos de la mujer, como si estuviera grabándose la imagen en su memoria.

—No existe ese hogar, ¿verdad? —dijo Tom al fin. En su dolor, su mente era un oasis. Y en su mente los cabos sueltos se estaban atando y comenzaba a florecer la comprensión, como una rosa de color rojo sangre.

Sophia negó con la cabeza.

—La madre de Natasha siempre fue muy protectora —dijo—. Nunca entendí cómo se puede proteger a alguien contándole tantas mentiras. Discutimos por eso. Reñimos. Pero Natasha era su hija y yo no era quién para decir nada, en realidad.

—Ese hogar es el lugar del que Natasha dijo que procedéis los berserkers.

Sophia lanzó una risita, un sonido sorprendente y ligero en contraste con el continuo rugido de las llamas.

—Los berserkers proceden de Porton Down —dijo Sophia. Tom vio la verdad en sus ojos, y esa verdad yacía en la humanidad de la mujer. Él la había visto como un monstruo rabioso y una asesina cruel, pero en ese momento, con los ojos reflejando el fuego de la pira funeraria de su hijo y su marido, era tan humana como él.

—Os hicieron —dijo Tom.

Sophia asintió.

—Éramos familias normales. Lane estaba en el ejército, igual que el padre de Natasha. Usaron la ciencia, y algo más arcano, y nos inculcaron nuestras ansias. Nos convirtieron en monstruos. Y ahora Natasha te ha hecho a ti.

Tom cerró los ojos.

—Creo que empezó ayer. Cole me disparó en la espalda. Natasha me mantuvo vivo.

—Y tú a ella.

—Ella quiere que sea su papá. Pero…

Sophia se levantó y lo agarró por debajo de los brazos una vez más.

—Sobrevivirás. Ahora tenemos que alejarnos más de la carretera. La policía estará de camino, y más unidades del ejército. Nos iremos pronto.

—¿Natasha?

—Está bien —dijo Sophia. Levantó la cabeza hacia las estrellas que comenzaban a salir y sonrió—. Le acaba de proporcionar al señor Lobo la respuesta que buscaba.

—Steven —jadeó Tom—. ¡Steven! Si no hay ningún hogar, entonces, ¿dónde está mi hijo?

Sophia miró por encima del hombro para ver por dónde iba, y para evitar los ojos de Tom.

—Lo enterramos en un bosque de Gales —dijo al fin—. Nos alimentó durante un tiempo.

Cole levantó la cabeza. Sarah, la viva imagen de sus padres, tenía los ojos clavados en él. Sostenía a Natasha en brazos y, en la oscuridad, la niña parecía quieta otra vez.

Sarah lo estaba apuntando a la cara con su propia pistola.

Cole abrió la boca para hablar, pero no pudo. Sentía la garganta fría y expuesta y al levantar la mano derecha sintió la verdad. Tocó una parte de sí mismo que jamás debería tocar, y que envió una bala de dolor a su cabeza. Sacó la mano resbaladiza y ensangrentada.

—Por favor, no tienes que decir nada —bromeó Sarah, pero no estaba sonriendo—. Te voy a dejar aquí. Estás bien escondido. No te encontrarán a la primera. Demasiados cuerpos que recoger antes. Esos cabrones de ahí abajo y… —Cole vio el destello de unas lágrimas en los ojos de la adolescente berserker.

La pequeña zorra lo había mordido. Le había desgarrado la garganta. Y no solo no estaba muerta sino que estaba más viva de lo que lo había estado en años. Cole no la veía moverse, no la oía, pero la sentía hocicando en su mente y cavando bajo la verdad de todo lo que él creía de sí mismo. Las calles de su subconsciente estaban cayendo en la oscuridad y no porque él se estuviera desvaneciendo. Se oscurecían con la noche que se acercaba.

—Natasha dice que quizá quieras saber un par de cosas antes —dijo Sarah—. Y estoy de acuerdo. Te ayudará en tu elección.

¿Elección? La chica bajó la pistola. Cole estiró una mano, le pedía la pistola, o un tiro en la cabeza, no sabía muy bien.

¿Elección?

—La hicieron especial —dijo Sarah—. Por eso teníamos que escapar, salvo que queríamos a Natasha con nosotros. Su padre tenía otros planes y una vez que salimos de allí no hubo forma de que pudiéramos volver a por ella. Creíamos que la habías matado, Cole. Nos hemos pasado diez años desesperados viviendo en un limbo, moviéndonos sin parar, sobreviviendo. Y ahora… esto. Gracias a ti, los berserkers tenemos otra oportunidad. —La joven se arrodilló, estiró un brazo y metió los dedos en la garganta desgarrada de Cole.

Este intentó chillar, pero solo pudo sacar unas burbujas de sangre.

—Muy desagradable —añadió Sarah—. Deberías estar muerto. Pero por suerte para ti le dieron a Natasha algo que no tiene ningún otro berserker. La hicieron fértil.

Natasha habló entonces, un susurro ronco suavizado un tanto por la sangre de Cole que tenía en la garganta.

—Me hicieron contagiosa.

Sarah lanzó la pistola al pecho de Cole. Este ahogó un grito, la cogió y apuntó a la chica con ella.

—Solo hay un cartucho en la recámara —dijo la chica—. Dolerá, pero a menos que seas muy buen tirador, no me matará. ¿Plata? No vas con los tiempos, señor Lobo. Pero ahora puedes elegir. Crees que estás condenado. Pero si no te importa saber el verdadero significado de esa palabra, quizá te volvamos a ver algún día.

—¡Lo haré! —exclamó Cole—. No tengo miedo de morir. Voy a ir al cielo.

—¿En serio? —preguntó Sarah con tono burlón—. ¿Al cielo? Un sitio tan real como nuestro hogar. —Se dio la vuelta, empezó a bajar hacia los coches en llamas, y se llevó a Natasha con ella.

Dejaron a Cole allí fuera, en la noche, y se llevaron a Tom con ellos, pero Tom sabía que los dos se enfrentaban a la misma elección. La suya, suponía, era más fácil porque en su corazón no albergaba nada parecido al odio irracional de Cole. Y él tenía a Natasha para cuidarlo.

Se ocultaron en el valle un rato (los berserkers Sophia, Sarah y Natasha y Tom, el hombre que debería haber muerto) y luego, cuando todos los demás entraron, ellos salieron caminando. Coches de policía, camiones de bomberos, ambulancias, camiones del ejército, otros coches sin distintivos, todos inundaron el valle poco profundo, algunos se detuvieron un instante junto a los coches en llamas, pero la mayor parte siguió bajando hasta el polígono industrial. Los restos ardientes de los Chinooks iluminaban el camino.

Mientras atravesaban la noche, ninguno de ellos oyó ningún disparo. Pero podría haberlo ahogado el rugido de los helicópteros.

Las revelaciones de Sophia sobre la naturaleza de los berserkers supusieron más un golpe para Natasha que para Tom. La niña se quedó muy callada, temblaba contra él en el pequeño coche que Sarah terminó robando para llevarlos a un lugar seguro, y por mucho que lo intentara Tom no podía encontrar a la pequeña berserker en su mente. Se había metido en sí misma, justo cuando había llegado a tenderles la mano la oportunidad. Tom suponía que para ella no habían pasado en realidad diez años. Volvía a ser una niña, lista para vivir, aprender y adaptarse a cómo era el mundo en realidad.

Con Natasha lejos, el dolor de Tom llegó al fin, intenso, lleno y pesado. Lloró, grandes sollozos que lo hacían temblar por su esposa e hijo muertos. Jo era el amor de su vida. Y Steven, tanto tiempo muerto, pero todavía ahí, un recuerdo revivido por la esperanza renovada que había albergado. No podía llegar a odiar a Sophia y Lane por lo que habían hecho, y eso le dejaba mal cuerpo, porque sin esa rabia carecía de rumbo.

Quizá algún día encontraría uno.

Lloró también por lo que había perdido, porque él disfrutaba de la vida. Quizá algunas veces había pensado que no merecía la pena, que carecía de sentido, que era insípida, pero la vida consistía en vivirla, y él añoraba esa simplicidad. Un beso en la mejilla de su mujer por la mañana, observar a una pareja de aves en su nido mientras estaba atrapado en un atasco, el balanceo de los árboles cuando el frío viento del norte traía nieve, la sonrisa en la cara de Jo cuando llegaba a casa y se encontraba con que él había preparado la cena, el sabor del vino, la sensación del sol en su cabeza, los jirones de nubes que capturaban el sol al ponerse y prometían un buen día mañana. Y ese deseo de una vida en la música, más lejano que su hijo muerto, pero que seguía persiguiéndolo con melodías que se desvanecían.

—¿Adónde vamos? —preguntó.

—Al norte —respondió Sophia, y esas palabras lo golpearon como el último verso de una canción luctuosa.

No tenía ni idea de lo que le traería el día siguiente. Había pasado la puesta del sol y tras ella solo había dejado dolor y el sabor de la sangre. Bajo todo aquel dolor se sentía notablemente vivo, pero presentía que la vida había adquirido toda una nueva serie de reglas.

Debería haber muerto. Pero la vida ya no era solo para vivirla. Estaba con Sophia, Sarah y Natasha (estaba infectado, tan producto de Porton Down como ellas) y había caído en un limbo desconocido.

Cuando despertó, Natasha lo llamó.

—¿Papi? —Tom la cogió y la abrazó, y sintió su calidez. Agradeció el modo en el que el cuerpo de la niña se adaptaba a su abrazo. Sophia lo miró por el espejo retrovisor y aunque a Tom le pareció ver lágrimas en sus ojos por el esposo y el hijo muertos, también vio algo más. Ni ella ni Sarah sonrieron (estaban demasiado cansadas para eso, demasiado crispadas, demasiado agotadas por el proceso de curación), pero, con todo, Tom estaba seguro. Vio esperanza.

Nada de lo que la madre de Natasha le había contado era verdad. Los berserkers no tenían historia, aparte del tiempo que habían pasado en Porton Down. No tenían legado ni cultura, no tenían un lugar en el que habían vivido junto a la humanidad a lo largo de los siglos, no tenían hogar. Pero ahora que estaba con ellos, era como si las cosas hubieran cambiado. Podían crear su propio lugar en el mundo, vivir en el limbo y existir en las sombras, convertirse en una especie de leyenda si les convenía. Tenían la oportunidad de escribir su propia historia. Y solo acababa de empezar.

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