Belle

Belle


Capítulo 3

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Capítulo 3

No podía dormir. Sus pensamientos iban a su familia una y otra vez; su hermana pequeña en una casa donde había sido impuesta, y donde la última vez que la vio, notó que no la trataban como a un miembro más de la familia de su padre, sino como una boca más que alimentar. Ella sabía que debía sacarla de allí cuanto antes, pero estaba la deuda de su padre  con ese horrible hombre y de paso también tenía que lidiar con el director de la cárcel, que cada vez que la veía la desnudaba con la mirada y que incluso había querido propasarse con ella. En una ocasión le dijo que podían llegar a un acuerdo para sacar a su padre de allí —su cuerpo se sacudió con escalofríos, sentía asco de solo pensarlo. Belle amaba a su padre pero jamás se prostituiría para sacarlo de allí, aun cuando lo adoraba. Se levantó de su cama con cuidado de no despertar a Susi, que ahora dormía con ella en la misma habitación, por petición suya. Encontró que se divertía mucho hablando con ella y escuchando sus relatos, así que un día simplemente le propuso la idea a Susi, que aburrida de la chica con la que compartía habitación, accedió encantada.

Se colocó un vestido encima y salió a tomar un poco de aire al jardín, con la esperanza de que eso despejara su mente. Cuando llegó allí, fue hasta uno de los asientos de mármol y se puso a mirar el cielo, tratando de buscar una estrella fugaz para pedir un deseo. Su padre le había enseñado eso a su madre y ella se lo transmitió a sus hijas. Era una costumbre que en noches estrelladas todos fueran a ver el cielo y competían por quien encontraba primero una estrella fugaz. El aire olía a rosas, a flores de verano y a lluvia. Podía escuchar el ruido de los grillos y el chapoteo del agua al caer una y otra vez en la fuente con forma de querubín que había en el centro del jardín. Estuvo un rato solo disfrutando de aire frío y los olores, imaginando que no había un solo problema en su vida.

De repente escuchó una voz profunda que la hizo saltar del asiento — ¿Qué demonios hace aquí, con este frío y a estas horas?

Belle no fue capaz de articular palabra.

—¿Esta sorda o es muda?

—Ninguna de las dos, milord. Solo estaba admirando el paisaje.

—¿Y no podía hacerlo de día?

Ella bajó la cabeza apenada —lo siento de verdad, milord. No pensé que se disgustaría si venía un rato al jardín —se disculpó desconcertada por la ira que veía en su rostro.

—¿Es usted la nueva criada?

—Sí, milord. Mi nombre es Peggy.

—Quiero que se vaya inmediatamente y espero no volver a encontrármela a estas horas por aquí.

—No sabía que estaba prohibido. Disculpe, no volverá a pasar. Belle se alejó de allí casi corriendo y desconcertada por la forma en la que ese hombre le había hablado. Era un grosero, solo porque ella estaba allí, no tenía derecho a tratarla de esa forma. Pero así eran los aristócratas. Mientras subía las escaleras al ático, se repetía una y otra vez que deseaba no volver a encontrarse con ese hombre nunca más.

 

 

 

Días después de aquel incidente, Gabriel estaba  jugando con su sabueso; un perro largo y orejón, al que adoraba. Nuevamente estaba en el jardín y le tiraba un pedazo de madera al perro para que este o recogiera y se lo llevara. En una de esas, el perro vio a Belle que venía con unas flores que acaba de darle el jardinero para decorar la casa, y fue tras ella alegremente moviendo su cola. Ella lo vio venir y lo miró al principio con desconfianza, había sido testigo de niña de un ataque terrible de varios perros a un niño, y aunque no les tenía miedo, si les tenía respeto. Pero el animal, cuando la tuvo cerca, se sentó y la miró.

—Hola… ¿quieres algo?

El perro ladró y entonces se paró en dos patas contra ella olisqueando uno de sus bolsillos. Ella se preguntó que le causaba tanta curiosidad sobre su bolsillo, hasta que recordó que un rato antes de había metido dos galletas del desayuno por si le daba hambre. Sacó una de las galletas y se la dio al animal que agradecido empezó a lamerle la mano y se dejó acariciar.

—¡Marco! ¿Dónde estás? —escuchó a aquel maleducado.

El perro ladró y ella supo que ese era marco. Ahora ese hombre sabría donde estaba y tendría que verlo y hasta inclinarse ante él en reverencias que no tenía deseos de hacerle.

Gabriel se metió entre uno de los arbustos tratando de buscar a su perro hasta que lo escuchó ladrar. Pero no estaba solo, estaba con aquella muchacha que se encontró en el jardín, ese día que estaba molesto. Pagó su rabia con ella y no debió. Sin embargo ella tampoco había hecho las cosas bien. ¿A quién diablos se le ocurría irse a esa hora de la madrugada a caminar por el jardín? No es que fuera peligroso, pero no era prudente y podía enfermar. La vio tensarse apenas apareció frente a ella.

—Buenas tardes.

—Buenas tardes, miord. Sí me disculpa tengo que volver a mis quehaceres.

—No tan rápido… ¿Cual es su nombre?

—Peggy.

—Bien Peggy, quería decirle que estaba de mal humor aquella noche que la encontré en el jardín. No quise hablarle de ese modo pero esas no son horas para estar caminando por la casa. Sin embargo no debió hablarle de ese modo.

¿Eran ideas suyas o el barón se estaba disculpando?, pensó algo confundida.

—Yo no debí estar fuera, le pido una disculpa y como le dije no volverá a suceder —le habló muy digna. Podría ser del servicio pero tampoco se iba a dejar tratar como si no valiera nada. Ese hombre podría tener mucho dinero pero poca educación.

—Muy bien, ya aclarado el asunto, regrese a sus deberes.

Satisfecho por su buena obra del día, ahora la despachaba —se dijo Belle molesta mirándolo con ganas de darle un bofetón —se dio la vuelta y se alejó de allí diciéndole todo tipo de cosas mentalmente.

Gabriel la miró cuando se iba, era una joven bonita, tenía unos ojos bastantes expresivos y de un color dorado muy poco común. Sabía que a ella no le había dejado satisfecha su disculpa a medias pero no podía hacer más que eso. Sabía que su temperamento era explosivo y era un rasgo de carácter que le había heredado a su padre, un hombre agresivo y violento que había sembrado terror entre sus sirvientes y hasta en su propia familia. Creía que a todos debía tratarlos con mano dura, sin embargo él se había prometido nunca lastimar a nadie y suavizar su forma de ser para jamás  parecerse a él. Y la verdad es que lo había logrado bastante bien, hasta que se casó con Eloise. Ella tenía la capacidad de sacar lo peor de él. Desde que se casó con ella no había tenido paz, pero ya no podía dar marcha atrás y ahora tendría que vivir con esa mujer el resto de su vida. Una esposa que no se preocupaba en lo más mínimo por él y que solo quería su fortuna. Ni siquiera había sido capaz de darle hijos y él sabía que era porque ella no lo deseaba, pues ni ella ni él sufrían de nada que pudiera evitar la concepción. Pero todavía podía recordar a su padre, encantado con ella  y diciéndole los hermosos hijos que tendrían sin hablar del gran enlace que sería y lo conveniente para ambas familias. Sí solo hubiera escuchado a su intuición, ahora podría al menos tener algo de tranquilidad.

 

*****

—Belle por favor, ve a la habitación de lord Clarence y agrega más carbón en la chimenea —ordenó la señora Bishop.

—¿A la habitación de lord Clarence? —repitió ella al ama de llaves.

—¿Que acabo de decirte, niña?

—Es que es Susi, la que se encarga de eso.

—Pues ahora te toca a ti porque ella está haciendo otras cosas y necesita que le des una mano, con las chimeneas de milord y milady.

Ella tragó en seco. No quería ver a ese hombre y en los últimos días había estado bastante tranquila sin cruzarse con el barón o con su esposa. —Voy enseguida, señora Bishop —buscó un cubo con carbón fue a las escaleras. Cuando llegó a la habitación de la baronesa, no había nadie y pudo hacer todo con tranquilidad. Pero cuando llegó a la habitación del barón, las cosas fueron distintas. Ella al principio la vio vacía y se agachó para comenzar a poner el carbón y avivar el fuego, luego se levantó para irse. En ese momento él entró rápidamente asustándola. Venía hablando solo.

—Ella cree que soy un maldito idiota. Por Dios todo el mundo sabe que coquetea con cuanto hombre le parece apuesto, pero ¡maldita sea! ¿Por qué ponerme el cuerno con un jovencito de 20 años? —de repente vio a Belle, que hasta ahora había estado callado, tratando de hacerse lo más invisible posible.

—¿Qué diablos haces aquí? ¿Es que acaso me estás siguiendo? ¡Te encuentro en cada maldito lugar! —le dijo tirando unos papeles que tenía en las manos.

Parece que era su pregunta preferida cada vez que la veía. —solo ponía mas carbón en la chimenea, milord.

—¿Estabas escuchando?

Ella no sabía que decirle. Sí le decía que no, le diría mentirosa y si le decía que si, podría enfurecerse más y hasta echarla.

—Yo…bueno…no era mi intención…

—¡Maldita sea! —gritó iracundo —largo de aquí, ahora.

Ella bajó la cabeza y corrió hacia la puerta, pero no lo suficientemente rápido y en su rabia y sus ganas de estar solo, él la tomó del brazo y la llevó casi a rastras a la escalera casi a empujones. Ella se puso nerviosa, había escuchado que era un hombre violento y agresivo, y que últimamente sus ataques de ira eran constantes. Tuvo miedo de que pudiera lastimarla y trató de zafarse de su agarre y no se fijó donde pisaba. Pensó que tenía más espacio, pero había un escalón allí mismo y al liberarse de Gabriel, cayó por las escaleras, ante la mirada atónita del mayordomo que venía subiendo de prisa para ver qué era lo que estaba pasando. Gabriel trató de agarrarla cuando caía pero no pudo hacer nada y la vio golpearse con varios escalones hasta quedar inconsciente en el piso. Corrió hasta ella y la tomó en brazos, pero sus ojos no se abrían y él pensó lo peor.

—Whitlock, llama al médico de inmediato.

—Enseguida, milord —el hombre corrió llamando a uno de los lacayos para que fuera por el médico. Mientras se regaba como pólvora por toda la casa que el barón había empujado a Peggy, la nueva criada, por las escaleras y posiblemente la había asesinado.

Una hora más tarde llegó el médico y la examinó en el dormitorio de Gabriel, pues él había dispuesto que fuera así y no en su habitación que quedaba mucho más lejos.

—¿Ella esta bien, Laurence? —le preguntó Gabriel a su amigo y doctor de la familia por años.

—Lo está. Afortunadamente no fue nada grave. Se dio un fuerte golpe en el hombro y en la cabeza, y también su cadera está magullada, pero no se ha roto nada. Le mandó un tónico para el dolor, y además le dio láudano. Le dijo que ella no podría moverse en una semana, hasta que sanara bien, sobre todo del golpe en la cabeza.

—Sí siente mareos, por favor avísenme para venir nuevamente a verla.

—Muy bien, así se hará. —le ofreció la mano —gracias.

—No hay de qué, tuvo mucha suerte esa jovencita —le dijo mientras tomaba su maletín y se dirigía escaleras abajo.

Gabriel se quedó con ella en la habitación, en contra de los deseos de la señora Bishop.

—Por favor, milord —la mujer miraba nerviosa la puerta, preguntándose en qué momento entraría la baronesa haciendo un escándalo porque había una mujer en la cama de su marido.

—Dije que no, señora Bishop. Yo fui el causante de esto y me quedaré aquí a vigilar que cuando despierte, esté bien.

La mujer quiso rodar los ojos pero lo único que hizo fue asentir —como usted diga, milord.

—¿Mi esposa está enterada de lo que sucedió?

—Sí, milord.

—¿Y no ha dicho nada?

—No —lo miró apenada pero por dentro daba gracias a Dios.

—Ya veo…

Su esposa era la mujer más insensible que había conocido en su vida. ¿Como era posible que se enterara de lo que había pasado y ni siquiera preguntara por su condición o se presentara en la habitación para saber como seguía? —negó con la cabeza —la forma en la que Eloise pensaba, era algo que escapaba a su conocimiento.

Vio que la joven se movía y después abría los ojos. Como lo primero que vio fue el rostro de él, se asustó.

—No temas. ¿Yo solo quiero saber como estás? ¿Te duele algo?

Ella lo miró molesta — ¿como cree que puedo sentirme, milord? ¿Es que acaso no ve que casi me mata?

—¡Peggy! —el ama de llaves la reprendió —el barón ha estado muy preocupado por ti. No se ha movido de aquí, esperando a que estuvieras bien.

—Era lo mínimo que podía hacer —respondió ella tocandose el bulto en su cabeza.

—No fue mi intención, Peggy. Estaba…

—Estaba molesto y tenía que pagar su rabia con alguien —le dijo sin admitir excusas —usted no es más que un loco desgraciado —le gritó, dejándolo a él y a la señora Bishop sorprendidos.

—¡Por Dios, muchacha! ¿Como te atreves a hablarle así al barón? —miró a Gabriel —milord, por favor discúlpela. Seguro esto debe ser por ese golpe en la cabeza.

—No es por ningún golpe en la cabeza —dijo ella furiosa —él casi me mata y solo fue porque estaba en su camino cuando él estaba molesto. Es un loco, un desquiciado. Es por eso que tiene la fama de ogro que tiene.

Mientras ella vociferaba, Gabriel sonreía entre dientes. Le gustaba su ímpetu. Tal vez le pareció un pequeño ratón miedoso las primeras veces que la vio, pero al parecer tenía agallas.

—Puedo ver que te encuentras bien, Peggy —le dijo aliviado.

—No gracias a usted.

—¡Niña, es suficiente! No tratarás de esa forma a lord Clarence.

Gabriel sonrió —no se preocupe, señora Bishop. Es mejor verla discutiendo conmigo, que inconsciente.

—¿Que es todo este alboroto? —la baronesa llegó en ese momento y vio a la criada acostada en la cama de su esposo ¿Que significa esto?

—Lo que ves. —la miró con ojos entrecerrados —no me digas que estás celosa, querida.

—¿Celosa? —se echó a reír —no de una criada —miró a Peggy — ¿y bien? ¿Me dirás que pasó con ella o tendré que preguntárselo a la servidumbre?

Gabriel la miró como si quisiera asesinarla —Peggy se cayó por la escalera, llamamos al médico y dije que la atendieran aquí porque no sabíamos que tan grave había sido la caída como para llevarla hasta el ático.

—Esto es inaudito. No permitiré este tipo de confianzas en mi casa. Ella debe irse, señora Bishop —le dijo al ama de llaves que la miraba preocupada.

—Pero milady…

—Por favor, no discuta conmigo. Solo páguele lo que se le adeuda y busque a otra persona.

—¿Es que te has vuelto loca? ¿No ves como está esta muchacha? —exclamó Gabriel exasperado por su indolencia.

—No me importa.

—Pues a mi si —se levantó de donde estaba —esta también es mi casa y no permitiré que la eches como si nada. ¿Acaso tiene la culpa de caerse por las escaleras? Habla muy mal de ti como persona, que quieras echarla por esa razón.

Eloise sonrió con sarcasmo —Haz lo que quieras entonces —se fue de allí tocando su frente, y él sabía que una de sus oportunas jaquecas venía en camino.

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