Belinda

Belinda


Segunda parte

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Segunda parte

Con la participación de Belinda

Bien, pues para empezar ésta no es una historia triste sobre mi madre. Me refiero al hecho de haber tenido que crecer con una mujer que suele tomar píldoras, beber, estar un poco loca en general y hacer unas cosas y no otras. No estoy todavía preparada para estirarme en el sofá de un psiquiatra y decir que todo esto ha sido malo.

La verdad es que me lo he pasado muy bien. Viajé por toda Europa con mamá, y participé en pequeños papeles en sus películas desde que me acuerdo o antes. Y me alegro de haber estado en el Dorchester de Londres, el Bristol de Viena o el Grande Bretagne de Atenas en lugar de estar en una casa pequeña en Orinda, California. No puedo decir que no esté contenta.

Y también me alegro de no haber ido a la escuela privada de Hockaday en Hollywood High y haber tenido la compañía de los niños en edad escolar que también viajaban con nosotras. Quería mucho a esos chiquillos, venían de todas partes del mundo y tenían una cantidad de energía impresionante. Me dieron más de lo que una escuela me hubiese dado jamás.

Aunque es muy cierto que hacer determinadas cosas no era ninguna fiesta, cosas como limpiar el vómito del suelo, llamar al médico del hotel a las cuatro de la mañana o ponerme en medio de Leonardo Gallo y de mamá, cuando éste le tiraba el whisky por la garganta para emborracharla hasta enloquecerla. Mamá, pese a todos sus problemas, es una persona generosa. Siempre me dio todo lo que le pedía y todo lo que yo podía necesitar.

Sin embargo, Jeremy, para entender todo lo que ha pasado aquí tienes que comprender un poco a mamá. Para mamá, en realidad, no existe nadie más que mamá.

Ella trató de matarse en cinco ocasiones por lo menos, en dos de ellas, que yo sepa, si lo hubiera conseguido también me habría matado a mí. La primera vez fue cuando abrió la llave del gas en la casa de invitados del rancho de Tejas. Yo estaba jugando en el suelo. Ella entró y se quedó medio atontada encima de la cama.

La segunda fue cuando conducía por lo alto de un risco en Saint Esprit e intentó que nos despeñásemos con el coche.

En la primera ocasión apenas reaccioné. Yo era demasiado pequeña. Vino mi tío Daryl, cerró la llave de la cocina y nos sacó de allí. Más tarde comprendí lo que había pasado porque oí todo lo que la gente dijo después, sobre si ella estaba o no deprimida y la necesidad de que la vigilasen. En muchas ocasiones tío Daryl había dicho:

—Y Belinda, Belinda también estaba allí.

Creo que lo almacené en alguna parte para comprenderlo después.

Pero en el caso de Saint Esprit, cuando hubo pasado, me puse muy furiosa: mi madre nos iba a despeñar a las dos desde la cima de la montaña.

En cambio, ella nunca se apercibió de este aspecto del asunto. Nunca dijo una sola palabra sobre que yo hubiese estado en peligro. Incluso más tarde me preguntó:

—¿Por qué me lo has impedido?, ¿por qué has cogido el volante?

En cuanto mi madre te muestra ese aspecto de su carácter, piensas que está loca. Yo lo he visto muchas veces.

Cuando rompió con Leonardo Gallo, yo había estado en la escuela, en Suiza, durante unas dos semanas. Me llamaron desde el hospital. Mamá había tomado una sobredosis, pero se encontraba bien y deseaba que yo estuviese con ella. Eran las cuatro de la mañana, y a pesar de ello les pidió que me despertasen y me llevasen al aeropuerto. Cuando llegué a Roma, ella se había marchado. Había salido del hotel aquella mañana y se había ido a Florencia porque su vieja amiga Trish de Tejas había venido a buscarla. Durante dos días ni siquiera supe dónde se encontraban.

Me estaba volviendo loca en el piso de Roma, con Gallo que llamaba a cada hora y los reporteros que no dejaban de aporrear la puerta.

Pero por encima de todo yo me sentía desconcertada. Me sentí mal cuando los de la escuela llamaron por teléfono y los vecinos vinieron a casa. Me sentí avergonzada de estar allí completamente sola.

Cuando mamá llamó, lo único que se le ocurrió decir fue:

—Belinda, era muy importante que yo no viese a Leonardo, ya sabes cómo me siento.

Nunca olvidaré aquello, el sentirme avergonzada y contarles aquellas mentiras a los adultos, e intentar que creyesen que alguien se estaba ocupando de mí.

Y recuerdo que mamá me dijo:

—Belinda, ya me siento mucho mejor. Trish y Jill se están ocupando de mí. Todo va bien, ¿no te das cuenta?

Bien, me daba perfecta cuenta. E incluso a aquella edad yo sabía muy bien que no había que discutir con mamá. Las peleas aún la confundían más. Se sentía muy herida. Si empujabas lo suficiente a mamá con cualquier asunto, empezaba a llorar desconsolada y se ponía a hablar de la muerte de su propia madre, cuando ella tenía sólo siete años de edad, y te contaba cómo la había enterrado y que ella deseaba haber muerto también en aquel momento. Su madre había muerto alcoholizada y sola en una enorme mansión de Highland Park. Cuando mamá se ponía a hablar de eso, se acababa la discusión y la conversación que estuvieses teniendo. Lo único que podías hacer era cogerle la mano y esperar a que lo sacara todo.

Sin embargo, en algunas ocasiones yo perdía el control. Le gritaba a mamá por ciertas cosas. En esas situaciones ella se quedaba mirándome con sus ojos marrón oscuro, como si fuese yo la que estuviese loca. Y luego yo me sentía muy estúpida por haber olvidado que mamá, en realidad, no podía entender lo que le sucedía.

Después de aquello no quería ni oír hablar de ir a una escuela. De modo que aquélla fue la única vez que probé lo que era ir a la escuela.

A partir de aquello, siempre intenté asegurarme de que tenía dinero en el bolsillo. Tenía un par de miles en cheques de viaje siempre en mi monedero. También solía esconder efectivo en distintos lugares. No deseaba volver a estar sin blanca y sola como en esa ocasión.

Cuando por fin, el año pasado, me decidí a escaparme, tenía por lo menos seis de los grandes conmigo. Y todavía tengo parte de ese dinero, junto con el que me dio mi padre y el que tú también me diste. Atesoro y acumulo dinero. Por las noches me levanto para comprobar que sigue donde lo he dejado. La ropa, las joyas y todas las cosas que se pueden comprar con dinero, para mí no tienen mucha importancia, creo que tú ya sabes eso. Pero el dinero en sí mismo, «por si acaso», he de tenerlo.

Aunque no quisiera anticiparme. Y también deseo volver a repetir que cuando era niña no me sentía desgraciada. Imagino que vivía en medio de una excesiva agitación, eran muchas las cosas que sucedían, y durante los primeros años mamá era siempre muy cariñosa y de talante afectuoso. Más tarde, ese afecto hacia mí se tornó bastante impersonal, e incluso mezquino. Cuando yo era pequeña no era así. Creo que yo debía necesitarlo demasiado.

Incluso cuando nos afincamos en Saint Esprit las cosas nos iban bien. Había mucha gente que venía a visitarnos, como Blair Sackwell de Midnight Mink, una persona maravillosa que es buen amigo mío; también venía Gallo, y Flambeaux, el primer amor verdadero de mamá, por no hablar de los actores y actrices que venían de toda Europa.

Y yo siempre estaba de viaje con Trish o Jill para hacer compras en París, en Roma e incluso en Atenas. Mamá había mandado construir unos establos para los caballos que me compró. Hizo que viniese un instructor de equitación a vivir con nosotras, y también una preciosa señorita inglesa que era a la vez mi profesora y mi amiga, ella fue la que me inculcó la costumbre de leer. También iba de viaje a esquiar, o a Egipto y a Israel. Un par de estudiantes de la Iglesia Metodista del Sur vinieron para instruirme. Lo pasábamos muy bien en Saint Esprit. Tengo que admitir que para ser una prisión, me divertía bastante.

Cuando Trish averiguó que yo me acostaba con un muchacho árabe en París, creo que era un príncipe saudí —el primer asunto amoroso que tuve—, no se enfadó ni se indignó conmigo. Se limitó a llevarme a un médico a que me recetara la píldora y me recomendó que fuese muy cuidadosa, así que nuestras conversaciones posteriores sobre sexo fueron típicamente Trish y notablemente tejanas.

—Ya sabes, ten cuidado y todo eso, y no me refiero sólo a que te quedes embarazada, sino, ya sabes, cómo te lo diría, el chico debería gustarte, todo eso (risitas, risitas). Y bueno, ya comprenderás, no debes liarte (risitas), lanzarte de entrada.

Fue entonces cuando me explicó la historia de cuando ella y mamá tenían trece años y se fueron a la cama con unos chicos de Tejas, también me contó que ellas no tomaron ninguna precaución para no quedar embarazadas, y que corrieron a la tienda más cercana, compraron Seven-Ups, los agitaron y se lo vertieron dentro para lavarse. ¡Qué empapada general! Nos moríamos de risa mientras me lo contaba.

—Pero, cariño, no te quedes embarazada —dijo.

Creo que para comprender esto tendrías que conocer a las mujeres de Tejas. A las chicas que crecieron como mamá, Trish y Jill. Algunos de los antepasados de mamá habían sido estrictos baptistas lectores de la Biblia, y la actitud en tiempos de los padres de mamá era muy simple: trabajar duro, hacer dinero, que no te cojan haciendo nada prohibido con tu novio y aparentar ser personas amables y correctas. Así que la gente de Dallas que yo conocí nunca se sintió abrumada por ninguna tradición. Era materialista y práctica, y sólo se preocupaba de la apariencia de las cosas. Bien, no se puede dejar de señalar la importancia de esto último. En Tejas es como una religión.

Lo que trato de decir es que tanto Trish como Jill o mamá, cuando estaban en la escuela superior, eran unas salvajes, así se describen, y como ellas mismas aseveran vestían de maravilla, hablaban bien y tenían montones de dinero; sin embargo, sólo bebían en privado, de manera que todo estaba bien. Y he sabido que incluso la madre de mamá no había bebido una sola gota de alcohol fuera de su propia casa. Murió vestida con un salto de cama y zapatillas de seda. Mamá siempre me decía cosas como: «Ella no era una descocada, comprendes, nunca fue a ninguna taberna, mi madre no hacía esas cosas». Lo importante eran las apariencias y no el pecado.

Y debes saber que éste es el tipo de libertad que yo heredé, y también la forma en que crecí. Mamá era una superestrella antes de nacer yo, de manera que las normas habituales no regían para ella. De este modo yo no desarrollé ningún tipo de sentimiento de culpa en torno a mi cuerpo.

Pero volviendo al relato, en Saint Esprit, Trish y Jill se ocupaban de todo y tanto ellas como mamá podían dejar de beber cerveza cuando querían, sin embargo en numerosas ocasiones, por escuchar aquellas voces tejanas llenas de alcohol, sus risas y su juerga, nunca llegaba la hora de acostarme.

En lo más profundo, yo tenía la sensación de que mamá se iba deteriorando y estaba cada vez más y más lejos de lo que a ella de verdad le gustaba, es decir, de ser una gran estrella otra vez.

Los anuncios que grababa la hacían sentirse mejor. Por no hablar del fantástico póster que realizó Eric Arlington y que se vendió en todo el mundo. Al menos aquello fue algo. De todos modos, a mí los cuidados que Trish y Jill dedicaban a mamá, y la vanidad y el miedo de ésta, me parecían raros. Ellas metían la nariz en nuevas películas en las que no actuaba mamá y trataban de probar una y otra vez, analizando a las protagonistas, que ninguna era tan buena como mamá. También se comportaban como si algo extraordinario estuviese pasando cuando miraban una película de un director al que mamá le hubiera dado calabazas. O sea que a excepción de beber y charlar no sucedía nada digno de mención.

Y si bien, por una parte, se ocupaban de que mamá comiese adecuadamente y se fuese a dormir temprano, por otra, nunca le dijeron la verdad en una sola cosa. Ellas eran aliadas, eso es lo que fueron hasta el final. Y lo que necesitaba mamá, si esperaba regresar por todo lo alto, era algo muy distinto, como te demostraré.

A veces, la sensación de que mamá se iba hundiendo cada vez más me ponía muy nerviosa y tenía que distraerme haciendo alguna cosa. Así que en una ocasión, cuando tenía doce años, me compré una Vespa en Rodas y me la llevé a casa en el barco. Con ella recorrí toda la isla a ochenta kilómetros por hora, sin dejar de pensar en multitud de necedades, sobre la locura de todo aquello y sobre el hecho de que, como en una obra francesa, Saint Esprit era una trampa para todos nosotros.

Cuando Blair Sackell vino a visitarnos, se mostró muy preocupado por mí, así que se subió a la Vespa conmigo sin quitarse el abrigo Midnight Mink y recorrimos juntos las ruinas del templo de Atenea, que ahora está muy descuidado y con el césped demasiado crecido.

Blair trató de reconfortarme y me dijo que yo era demasiado joven y que pronto me daría cuenta de que Saint Esprit no podía durar siempre. Me aseguró que algún día saldríamos de allí. Blair era un hombre estupendo, pero a mí Saint Esprit comenzaba a ponerme enferma y estuve a punto de escaparme.

Bueno, pues aquello terminó el día que llegó Susan Jeremiah. Estoy segura de que lo que puedo contarte de ella a estas alturas ya lo sabes. También habrás tenido oportunidad de fijarte en todos los pósters que de ella tenía colgados en la habitación.

Susan aterrizó sin autorización en Saint Esprit, seguida de todo el equipo de su película, cosa que habían hecho otros cientos de personas. Pero en este caso, en el momento en que Susan dijo que era de Tejas, mamá le dijo: adelante, estás invitada.

Esta mujer, Susan, era diferente de cualquier otra que yo hubiese conocido antes, y tendrás que convenir conmigo en que he conocido actrices de todas partes desde que nací.

Con Susan me quedé sin respiración. Desde el momento en que la vi me imaginé que las botas y el sombrero de vaquero eran una pose. Como ya sabes, nosotros venimos de Dallas. Yo misma nací allí y había ido en miles de ocasiones al rancho de mi tío Daryl, y sin embargo ninguno de nosotros llevaba jamás aquel atuendo.

Pero al cabo de veinticuatro horas quedó claro que aquélla era la ropa habitual de Susan. Susan se ponía aquellas botas para andar sobre la arena, el agua, el césped o para ir a la montaña. Sólo se vestía con tejanos y camisas. Ni siquiera tenía un vestido.

Cuando por fin, meses después, fuimos a Cannes, no dejé de pensar que en aquella ocasión Susan tendría que vestir trapos de mujer. Pero no fue así. Susan se vistió con ropa de rodeo, es decir, los consabidos camisa y pantalones de seda, ribetes por todas partes y bordados con cristales en imitación de diamantes. Causó sensación. Susan no es una mujer a quien se pueda considerar bella según los parámetros convencionales. Sin embargo, a su manera, es una mujer muy atractiva.

Quiero decir que es alta y delgada, y para mí tiene apariencia de campesina tejana, pues tiene pómulos altos muy juntos y unos ojos muy profundos. Tiene el cabello precioso, parece como si alguien hubiera estado mucho rato peinándolo y dejándoselo bonito, pero no es así.

Ella acostumbra dejar sin respiración a mucha gente. Y su forma de dirigirse a la prensa me pareció sensacional. Mira directamente a la cara a los reporteros y les dice: «Comprendo a qué te refieres», como si ella estuviese en su lugar, pero a continuación dice lo que quiere decir.

Bien. Éstos son sus modales y su apariencia. Pero lo que lleva dentro es todavía más sorprendente. Susan es una persona que cree que puede hacer cualquier cosa. Nada es capaz de pararla. No transcurre más de un minuto entre su decisión de obtener algo y el hecho de alcanzarlo por sí misma.

Tan pronto como llegó a Saint Esprit, se sentó frente a mamá en la terraza y comenzó a describirle su película y a explicarle lo que necesitaba para terminarla; le preguntó a mamá si estaba interesada, si estaría dispuesta a ayudar a una directora de cine de Tejas y todo eso.

Después de aquella película se proponía hacer otra en Brasil y después otra en algún lugar de los Apalaches, en todas las cuales ella era la guionista y la directora.

Tenía mucho dinero de su padre en Tejas, pero se había pasado del presupuesto. Su padre había puesto en remojo ochocientos mil dólares en la historia y no estaba dispuesto a darle ni un céntimo más.

Bien, pues mi madre, como ya sabrás si has leído las revistas, le dio a Susan un cheque en blanco. Mamá entró en Jugada decisiva a cambio de un porcentaje, y también fue ella la que consiguió que el film participara en el festival de Cannes.

Aquella misma mañana, antes de irnos de la terraza, mamá hizo que yo actuara en la película por el mero hecho de señalarme y decirle a Susan: «¡Eh!, pon a Belinda en alguna escena si puedes. ¿No te parece preciosa? Es una verdadera preciosidad, ¿no te parece?»

Mamá había hecho que yo saliese en un montón de películas en Europa de la misma manera. «¡Eh!, pon a Belinda en esta escena», solía decir en el mismo momento en que estaban filmando. Sin embargo, nunca se le ocurrió pedirles que pusieran mi nombre en los créditos. Así que aparezco en veintidós películas y mi nombre no sale en ninguna. En algunas incluso actué y dije varias líneas, y en una me dispararon y me mataron, pero ni un crédito.

Eso fue así hasta Jugada decisiva.

Susan me miró una sola vez y decidió que me utilizaría. Aquella misma noche empezó a escribir mi papel.

Me despertó a las cuatro de la mañana para preguntarme si yo sabía hablar en griego. Le dije que sí, pero que tenía acento. Muy bien. Serán pocas palabras. A la mañana siguiente empezamos a filmar en la playa.

Me gustaría que comprendieses que he trabajado con todo tipo de equipos de cine, pero el método de trabajo de Susan fue como una revelación para mí. El equipo al completo constaba de cinco personas y era la misma Susan la que se ponía tras la cámara. Editaba dentro de su cabeza al tiempo que filmaba, de manera que no hubiese que cortar mucha cinta. Es decir, todo lo que hacía era deliberado. Ninguno de nosotros disponía de un guión. Susan nos explicaba lo que teníamos que hacer antes de cada toma.

Cuando nos metimos en la casita con Sandy Miller, y me metí con ella en la cama, ella se molestó por tener que realizar una escena de amor. Al parecer, aunque yo no lo sabía, ella y Susan eran amantes. De modo que, como Sandy deseaba ser una gran actriz y Susan le dijo que aquélla era una escena muy importante, que tenía que actuar bien y que no debía parecer una farsa, Sandy hizo cuanto Susan le pidió.

Yo no le hice el amor a Sandy en absoluto, ignoro si te habrás dado cuenta de esto. Fue ella la que me hizo el amor a mí. Y por si no te fijaste, es una mujer magnífica.

Sin embargo, he de confesar que más tarde sí hice el amor con una mujer, y por supuesto fue con Susan. Fue una experiencia salvaje para mí. Más tarde pude comprobar que en efecto Sandy y Susan eran inseparables, y a ésta le costó mucho hacer que Sandy no le tuviera en cuenta lo que pasó. En realidad, por aquel entonces yo no sabía que fuesen amantes, así que estuve un tiempo muy enfadada con Susan.

Ella y yo sólo lo hicimos una vez. Si a emplear toda una tarde puede llamársele una vez. Ella se hallaba en la cama en su piso de Roma fumando un cigarrillo, y yo me senté en el lecho junto a ella. Después me di cuenta de que estaba desnuda. Apartó la sábana y siguió fumando el cigarrillo y mirándome. Me fui acercando a ella más y más, y por fin me decidí a tocarla. Como ella no dijo nada, seguí y puse mi mano en su entrepierna.

Aquello fue como tocar una llama y no quemarse. Y yo lo hice. Después le besé los senos. Pienso que para mí, tras la experiencia con Sandy sin tomar parte activa, fue muy importante el hacerlo, y si he de decir la verdad no me hubiese importado ser la amante de Susan, por lo menos durante un tiempo.

Sin embargo, después de la reacción de Sandy no volvió a suceder, y comprendí que no era necesario acostarme con Susan para quererla. Continuamos siendo muy amigas. Teníamos una Vespa, igual que la que yo había dejado en casa, e íbamos juntas a todas partes en ella. Llegamos a ir hacia el sur, conduciendo toda la noche, hasta Pompeya.

Sandy no es el tipo de mujer a la que se pueda llevar en una Vespa. O para ser más clara, a ella no le hubiese gustado que se le despeinara el cabello. Convino en aceptarme siempre y cuando no hubiera más sexo entre Susan y yo.

En realidad, Sandy es igual que mi madre. No sólo es una persona pasiva, sino que ni siquiera utiliza un lenguaje propio. Pude comprobar que Susan, además de ser la única que hablaba, también se ocupaba de expresar las ideas en lugar de Sandy. Ésta es del tipo de mujeres que, como mi madre, no pueden pensar bien por su propia cuenta. No estoy tratando de decir que Sandy sea estúpida, pues no lo es. Pero yo ya he conocido suficientes Sandys. Lo verdaderamente novedoso para mí era Susan.

Por otra parte, a mí no se me ocurrió, hasta que la película fue aceptada en Cannes, que yo también era algo nuevo para Susan. Me veía como su descubrimiento personal y deseaba que yo actuase para ella en otras películas. Para serte franca, yo estaba tan entusiasmada con Susan que no pensaba mucho en cómo pudiera verme ella. Estando junto a Susan siempre reinaba un sentimiento de ligereza y de velocidad, como si uno llevara puestas las botas de las siete leguas del cuento de hadas.

Más tarde, sólo he vuelto a tener esa misma sensación estando contigo. Cuando pintas eres como Susan en la sala de montaje, estás dedicado única y exclusivamente a lo que haces, nadie ni nada puede distraerte, pero cuando dejas de pintar aparece un cierto sentimiento de ligereza que hace creer que eres muy joven y que nada te importa lo que puedan pensar de ti, y hemos podido irnos a hablar a la playa o a cualquier otra parte y no te ha molestado, siempre y cuando en algún momento hayas podido volver a las telas.

El caso de mi madre es todo lo contrario. Mi madre es más profesional como actriz que nadie que yo haya conocido. Todos los que han trabajado con ella la adoran porque se comporta a la perfección en el estudio y no hay nada que le impida hacer su trabajo. Puede repetir perfectamente las líneas que se le hayan asignado, siempre encuentra la posición correcta, puede volver a rodar una toma con la actitud adecuada en cada ocasión. Tal vez a las siete de la tarde esté bebida y medio loca, pero de alguna manera consigue reponerse antes de la medianoche, y siempre llega puntual al rodaje.

Pero mamá siempre ha sido un medio para otras personas. Ella es tan inútil como valiosa. Alguien ha de escribir el guión para ella, dirigirle el foco y decirle lo que tiene que hacer. Sin la energía de los demás, ella no sirve para nada.

En comparación, Susan, no era sólo la directora, también era la productora, la guionista y la financiera. En Cinecittà editaba la película en trozos de doce horas mientras yo la estaba mirando, también elegía nuevos lugares para ir a filmar y los encajaba con la filmación existente. Después se iba al laboratorio para obtener copias perfectas. Utilizó su propio dinero para hacer cuatro copias fantásticas. Y también la banda sonora era obra de Susan porque simplemente no había un buen ingeniero de sonido.

A mi regreso de Roma a Saint Esprit le conté a mi madre todo lo que se había hablado sobre la película que Susan deseaba hacer en Brasil, y ella me dijo que estaba encantada y que yo podía ir siempre y cuando alguien me acompañase, y que siendo así ella estaba de acuerdo. También se ocupó de decir, con un ligero tono despectivo, que de no encontrar un distribuidor en Cannes, Susan estaría acabada.

Muy bien. Susan lo comprendía, por supuesto. En eso es en lo que consistía Cannes. No se trataba de pasarlo bien en el Carlton o de ganar algún premio únicamente, sino que debía conseguir que los distribuidores cogiesen la película tanto para Europa como para Estados Unidos.

Mi madre también dijo que iría a Cannes, que participaría en una conferencia de prensa con Susan, y que haría todo lo que estuviera en su mano para lanzar la película.

Bueno, yo estaba encantada. Mi madre no había salido de Saint Esprit desde que yo tenía doce años.

Aquello era más de lo que Susan podía pedir, y quizá con la ayuda de mamá y con su respaldo, y teniendo en cuenta que yo era su hija, podríamos por lo menos conseguir un distribuidor independiente en Estados Unidos. Susan no pensaba que el film tuviera el suficiente impacto como para que los estudios quisieran tocarlo, pero un distribuidor independiente estaría muy bien.

Con la película de Brasil las cosas irían mucho mejor. Sandy sería una periodista americana enviada a Brasil para escribir artículos sobre las playas y los biquinis, y yo había de ser una prostituta a quien Sandy conoce, una esclava blanca enviada por barco por una enorme organización del crimen, y Sandy se empeñaría en salvarme y sacarme del país. Por supuesto mi proxeneta sería un gángster muy importante. Susan tenía al tipo que necesitaba para el papel y, te lo aseguro, el tipo estaba enamorado de mí o algo así, o sea que Susan lo estaba pensando todo de forma que fuese tan complicado como Jugada decisiva.

Susan no soporta que las cosas puedan ser blancas o negras. Ella cree que si tienes a un malo en una película es que te has equivocado en alguna parte.

De cualquier manera, Jugada decisiva iba a ser la película del debut de Susan y De voluntad y deseo sería la que la lanzaría a la fama. Susan empezó a escribir noticiarios de prensa sobre nosotras y sobre Cannes y a enviarlos a Estados Unidos.

Los recuerdos más felices que tengo de Saint Esprit son de aquellos últimos días. Bueno, quizá también los de los días anteriores en que estuvimos filmando la película, supongo. Pero por alguna razón, esos últimos días están más vívidos en mi memoria, las cosas las recuerdo más claras, además de que para entonces ya conocía bien a Susan y a Sandy.

Entre Jill, Trish y mamá nada había cambiado. Todavía mantenían las interminables reuniones de carácter juvenil en la terraza y bebían cerveza sin cesar. Susan estaba en su habitación con la puerta abierta y las luces encendidas, y no dejaba de escribir en su ordenador portátil todas aquellas notas de prensa que luego imprimía en su máquina portátil y metía en sobres que posteriormente enviaba.

No recuerdo muy bien a qué me dedicaba yo. Tal vez me cepillaba el cabello frente al espejo procurando parecer una esclava blanca prostituta y proyectar la sensualidad que Susan deseaba, no lo sé muy bien. Tal vez lo que hacía era disfrutar de la energía que reinaba en la casa, de que la gente se lo pasase bien y de que hubiese distintas áreas en que prevalecía la luz y yo podía navegar entre ellas. Y por encima de todo, estaba contenta porque se percibía que nos íbamos a ir, que íbamos a dejar Saint Esprit para ir primero a Cannes y luego a Brasil; y yo me iba por mi cuenta allí, con Susan y Sandy. ¡Oh!, no podía esperar para ir a Brasil.

Bueno, pues déjame que te diga, Jeremy, que nunca llegué a ir a Brasil.

Bien, mi madre tenía que captar la atención de las cámaras para todas nosotras una vez que estuviésemos en Cannes. Pero, al parecer, cuando dijo que lo haría no era muy consciente de sus palabras. Unas dos semanas antes de que fuéramos al festival sucedieron ciertas cosas, y mi madre empezó a darse cuenta de que iba a ir a Cannes.

Primero fue Gallo, su antiguo amante y el director más ferviente admirador de ella, quien envió un telegrama, a continuación su viejo agente europeo le escribió, después fue Blair Sackwell, que había empezado varios años atrás con mi madre aquella campaña de Midnight Mink, quien envió sus habituales rosas blancas junto a una nota que decía: «Te veré en Cannes.» (Por cierto, Blair sabe que para mucha gente las rosas blancas son para los funerales, pero a él no le importa; las flores blancas son su firma y le parece perfecto enviarlas). Más tarde un par de revistas de París llamaron por teléfono para confirmar la asistencia de mamá, y en último término telefonearon los organizadores mismos del festival, y todos querían saber lo mismo: ¿era cierto que Bonnie iba a salir de su escondite? ¿Haría alguna aparición en público? Había razones para pensar que deseaban ofrecer a mi madre un homenaje especial, parecía ser que iban a pasar una de sus películas de la Nouvelle Vague.

A mi madre de alguna manera le llegó la onda: se suponía que ella tenía que ir a Cannes.

Así que tan pronto estaba mi madre sesteando y bebiendo a su manera habitual, como teníamos que tirar por el desagüe toda la bebida de la casa. Tuvo que ponerse inyecciones de vitaminas, se hizo traer por avión a una masajista, en la mesa no podía haber otra cosa que proteínas, y ella se dedicaba a nadar tres días a la semana.

También había que encontrar un peluquero y hacer que fuese al Carlton con tiempo suficiente. Ya sabes que papá solía ser el peluquero de mi madre, porque al fin y al cabo es ésa su profesión, es un peluquero muy famoso a quien se conoce en el mundo entero como G. G., pero dos años atrás, antes de que yo fuese a Saint Esprit, habían tenido una pelea de la que yo me sentía culpable. Es una larga historia, pero lo importante aquí es que mamá no tenía peluquero en aquel momento, y eso es algo de vital importancia para una actriz como ella. Te contaré más cosas sobre papá más adelante, pero por ahora aquello constituía una crisis. Por otra parte, mamá también debía comprarse ropa.

Cuando por fin llegamos a París y nos hospedamos en el hotel, ella quería que yo estuviese a su lado todo el tiempo. No le bastaban Trish y Jill. Para entonces no podía comer nada. Estaba como loca. Solía despertarme a las tres y hacer que me sentase junto a ella para no tener que llamar al servicio de habitaciones y que le trajeran una bebida. Me explicó otra vez cuándo y cómo murió su madre, que ella tenía sólo siete años y que le pareció como si la luz del mundo se apagase. Yo intentaba que dejase de hablar de ello, le hablaba e incluso le leía cosas. Entre tanto, no lográbamos encontrarle un peluquero. Y por lo que se refiere a vestidos no había tiempo de que se los hicieran ex profeso.

Bien, al final se solucionaron los problemas de mamá, pero lo que me sucedió a mí fue que no pude separarme de ella el tiempo suficiente para comprar lo que necesitaba. En el último momento, Trish dijo:

—Mira, Bonnie, ella también tiene que comprar algunas cosas, ¡de verdad!

Y mientras mamá se quedaba llorando y diciendo que no podía soportar que yo me fuese por ahí, Trish me llevó hasta la puerta y me dejó ir.

Allí estaba yo, corriendo por todo París una tarde de lluvia e intentando encontrar algunas prendas que llevarme a Cannes.

Honestamente pienso que para cuando subimos al avión, mi madre había olvidado el motivo por el que íbamos. No creo que se acordase siquiera de Susan ni de Jugada decisiva. No dejaba de explicarme una y otra vez que los grandes directores americanos estarían allí, y que ahora ellos eran lo más importante.

Habíamos reservado una gran suite que daba a la fachada del Carlton y que tenía una vista preciosa sobre el mar y sobre la Croisette. Mi tío Daryl, el hermano de mamá, de quien ya has oído hablar, llenó la habitación de flores, y sin embargo no debió haberse preocupado porque Gallo había enviado cuatro docenas de rosas y Blair Sackwell también había enviado rosas blancas, y además un tal Marty Moreschi de la United Theatricals había enviado por lo menos doce ramos de flores surtidas, o sea, que había flores en todas partes.

Yo no creo que mi madre esperase todo aquello. Incluso con el tema del homenaje creo que se esperaba que le dieran unas palmaditas y nada más. Y como siempre sucede con mamá, tantas atenciones le provocaron más miedo. Trish y Jill tuvieron que encargarse de que comiera algo, pero ella no pudo digerirlo. Comenzaron los vómitos, y yo tuve que estar con ella en el baño hasta que terminó. Luego volvió a intentarlo.

Por fin le dije que yo tenía que encontrar a Susan. Y ella me contestó que no comprendía cómo podía yo pensar en cosas como aquélla en un momento así.

Traté de explicarle que Susan esperaba que nosotras nos pusiéramos en contacto con ella, pero a esas alturas ya estaba llorando, y eso quería decir que se le había estropeado el maquillaje, así que le dijo a Jill que yo estaba cambiando mi actitud hacia ella, que yo ya no era la misma de antes, y Jill le contestó que aquello sólo era cosa de su imaginación y que yo no iba a ir a ninguna parte, ¿verdad que no?

En aquel momento yo ya no sabía qué hacer, pero entonces llamaron a la puerta.

Era Susan. Iba vestida con una camisa de seda de espiguillas plateada y pantalones plateados, y estaba preciosa, pero mamá ni siquiera la miró; volvía a tener vómitos, así que me llevé a Susan al dormitorio y averigüé que la película iba a ser proyectada al día siguiente por la mañana, que después del pase tendría lugar la conferencia de prensa y que era entonces cuando mi madre tenía que hacer su aparición.

Le expliqué a Susan que todo saldría bien. Mi madre se encontraba mal en aquel momento, pero estaría bien por la mañana, que así era como ella se comportaba. Siempre era puntual. En cuanto a mí, iría a verla antes de la proyección, pero ahora no podía marcharme de allí.

Entre tanto, Trish había llevado a mamá a su habitación para que hiciera la siesta. El tío Daryl y un nuevo agente de Hollywood que se llamaba Sally Tracy estaban tomando una copa en la salita de la suite, así que entré con Susan y la presenté.

Le dirigieron sendas sonrisas a Susan, pero casi de inmediato le dijeron con mucho tacto que, después de todo, no creían que mamá pudiese asistir a la conferencia de prensa. Al parecer había mucha gente que deseaba entrevistarse con ella. Y que la conferencia de prensa sobre la película de Susan no era el tipo de difusión que le convenía a mi madre en aquel momento. También le dijeron que sin duda ella comprendería que ahora tenían que ocuparse de organizar las cosas.

Bueno, chico, Susan no lo comprendió. La cara se le volvió púrpura al mirar a aquel par. Se dio la vuelta y me miró a mí. Inmediatamente le dije que en cualquier caso yo sí iría a la conferencia de prensa en calidad de hija de Bonnie y que algo podríamos avanzar con ello.

Susan asintió con la cabeza, luego se levantó, dijo con su estilo tejano: «Encantada de haberles conocido» a Daryl y a Sally Tracy, y se marchó. Por lo que se refiere a mí, me quedé perpleja, pero no tanto como para no dirigirme a tío Daryl y recordarle la razón por la que habíamos venido a Cannes.

Pero tanto él como Sally Tracy me explicaron con delicadeza y casi con cierta alegría que el tipo de películas que hacía Susan no podía tener público en América y que lo más inteligente era no profundizar más en ello. Yo repuse que mamá se lo debía a Susan y que ellos lo sabían. Que no había ninguna forma ética de darle esquinazo a Susan. Podía sentir cómo iba sonrojándome.

Lo que yo pensaba era que aquélla también era mi película, maldita sea. Yo aparezco en la película, vaya que sí, y nosotros habíamos venido al festival a darle nuestro apoyo. Sin embargo, lo que impidió que siguiera discutiendo fue que al hacerlo me sentía como mi madre, igual de egoísta que ella. Me quedé en silencio pensando en aquello, en que no deseaba parecerme a mi madre, y entonces el tío Daryl me llevó a un lado y me explicó que multitud de personas de todas clases se habían puesto en contacto con él para hablarle de mi madre. Que seguramente yo lo comprendía.

Sally Tracy me hizo preguntas sobre la película de Susan, sobre si había escenas de amor en las que yo participase. Le expliqué que eran de muy buen gusto, que eran casi revolucionarias porque tenían lugar entre dos mujeres, a lo que ella sacudió negativamente la cabeza y dijo:

—Creo que tenemos un problema.

—¿Cuál? —pregunté yo.

Y entonces Daryl me dijo que yo no asistiría a la conferencia de prensa, no, señor.

—Ya lo creo que sí —dije.

Estaba a punto de irme en dirección a la habitación de Susan, cuando de la otra habitación de la suite salió aquel hombre. Ahora te hablo de Marty Moreschi, pero por supuesto en aquel momento yo no le conocía. Voy a explicarte su aparición.

Marty no es un hombre tan guapo como tú. No tiene ni tu actitud ni tu frialdad, y cuando tenga tu edad carecerá de tu encanto. Marty es un hombre que se ha hecho a sí mismo, y lo que podríamos decir bien alto, un vulgar chico de Nueva York en muchas de sus cosas. Sus rasgos son muy comunes y su cabello liso y negro. No hay nada de extraordinario en él, excepto que todo en él parece extraordinario, en especial su voz profunda y rasposa, que le sale del pecho, también debo mencionar sus ojos, que son muy brillantes, como si tuviera fiebre.

Pero al igual que Susan, Marty es muy impresionante y también muy sensual. Es vigoroso y fuerte, uno de esos tipos increíblemente fuertes. Siempre está moreno, está en constante movimiento y es muy hablador. De modo que tienes que reaccionar, tanto ante su forma de llevarte, como de coger tu mano, reír y decirte: «¡Belinda, bonita! ¡La hija de Bonnie, muy bien, esto es sensacional!, ¡ésta es la hija de Bonnie! Ven aquí preciosa, deja que te vea». Tienes que reaccionar, por eso y por la forma en que te mira. Es un hombre muy ardiente. Lo digo en todos los sentidos. En el caso de Marty no se trata sólo de sexualidad, que en él es algo compulsivo, sino de que él se hace cargo de todo.

Vestía con un traje de tres piezas de color gris plateado y llevaba cosas de oro por todas partes: la correa del reloj era de oro, los anillos también, gemelos de oro en los puños, y la verdad es que a mí me dio muy buena impresión, pero que muy buena. Era lo que se dice un hombre de buen ver. A lo que me refiero es a que la forma de su pecho, lo bien que le sentaban los pantalones y demás, causaban una buena impresión desde el primer momento.

En cualquier caso, él salió con sigilo de la habitación de mi madre y dijo lo que acabo de contarte, e inmediatamente me dirigió esa atención que te atrapa, que suele significar atracción, aunque por supuesto pudo haberse tratado de adulación, de simple y llana adulación. Evidentemente, Marty me juró después que no había sido ése el caso. De cualquier modo, me dijo que mi madre era una mujer sensacional, increíble, irreal y todo eso, y que el haberla conocido era la experiencia de su vida, que ella era una estrella de ensueño, una superestrella, el tipo de estrella que ya no existía y todas esas cosas.

En aquel momento ya estábamos sentados uno junto al otro en el sofá, y él me preguntaba si me gustaría ir a Los Ángeles y ver cómo mi madre se hacía famosa de nuevo, más famosa e importante que ninguna otra actriz. También empezó a soltarme frasecitas como: «¿De qué signo eres? No, no me lo digas, has de ser Escorpión, querida, igual que yo. Yo soy un doble Escorpión. Y he sabido que tú lo eras desde el primer momento, porque eres una persona independiente».

Al tratar de describirlo me parece cursi y poco hábil, pero había en Marty un inmenso poder de convicción cuando iba diciendo estas cosas. Al momento me estaba cogiendo la mano y yo sentía que algo me llegaba a través de ese contacto. Quiero decir que percibía algo físico en él que me sobrecogía, y me preguntaba cuántas mujeres debían percibir lo mismo al instante, por el mero contacto, igual que me sucedía a mí.

Lo único que yo hice fue mirar su mano, el vello negro de su muñeca que asomaba del impecable puño blanco y la correa del reloj en contacto con el vello. Esas cosas me parecieron ya atractivas. Estaba enloqueciendo.

Podría contarte muchas cosas de ti que me hacen sentir lo mismo, como la forma en que dejas que el pelo te crezca con un estilo salvaje, la expresión de tu cara cuando me miras o el profundo sentimiento que me produce dormir sobre tu pecho.

Sin embargo, lo que trato de explicarte ahora es la forma en que la atracción me asaltó, me electrocutó sin que yo estuviera preparada para aquello.

Marty, al mismo tiempo, sintonizaba con el resto de gente de la sala, diciendo:

«¿Puedes ver su natural independencia, te das cuenta, Sally?»

Y la verdad es que casi no conocía a Sally, la acababa de conocer. Y:

«No les importará que fume, ¿verdad, señoritas? Daryl, ¿qué te parecería ese whisky ahora? ¿Crees tú que a la dama (refiriéndose a mi madre) le importará si tomamos una copa, Daryl? ¡Estupendo!»

Y entonces ya rodeaba a Daryl con el brazo, y éste ya traía las copas.

—Escucha, querida, tú y yo hemos de ser buenos amigos —estaba diciendo—. Y debes permitirme que yo haga que tu madre vuelva a ser importante en América, y quiero decir muy importante, preciosa. ¿Qué puedo hacer por ti mientras estás en Cannes? ¿Qué necesitáis tú y la dama? Llamadme, éste es mi número…

Etcétera, etcétera. Y durante todo el tiempo le brillaban los ojos, como si lo que estuviera sucediendo fuese a desencadenar un terremoto y él hubiera de despegar.

—Yo también lo deseo —repuse. Y me dirigí a la puerta, antes de que pudieran impedírmelo para reunirme con Susan, mientras él se quedaba despidiéndose, besando a Sally Tracy y estrechando las manos a los demás.

Pensé que Susan debía estar histérica por el desplante de mi madre. Pero no lo estaba. Llegué a punto para ensayar la conferencia de prensa. Me enteré de que ella ya había hablado con dos compañías distribuidoras del continente europeo. Era seguro que llevarían la película a Alemania y a Holanda. Y United Theatricals estaba muy interesada, y por supuesto, United Theatricals era una de las mayores distribuidoras de todo el globo. Conseguir que fueran los distribuidores sería un verdadero sueño, y ella tenía la íntima convicción de que querrían la película, pues sabía que ellos habían oído el rumor de que ésta tenía una buena línea narrativa.

Cuando regresé a la habitación me enteré de que habían tenido que sedar a mamá porque no podía dormir. Se sentía mal. Me dirigí a su habitación y la vi estirada en la cama, con todas aquellas flores a su alrededor, y te aseguro que era muy parecido a un funeral. Aquella estatua perfecta de mujer, con el cubrecama de seda y toda la habitación llena de flores. Me pareció verla respirar muy poco, y a mí siempre me daba mucho miedo que estuviera drogada de aquella manera.

El pase de su más famosa película en el Palais des Festivals seguía adelante, con la celebración de una cena a continuación y un reconocimiento público a mi madre, y en todo ello parecía estar involucrada la United Theatricals.

Bueno, ya está, pensé, y Susan tendrá razón. Parece que después de todo conseguiremos que la United Theatricals la distribuya.

A pesar de todo lo que sucedió después, la proyección de Jugada decisiva, a la mañana siguiente, fue una experiencia que nunca olvidaré. Cautivamos de verdad a la audiencia. Se podía sentir en el ambiente. Y cuando aparecieron aquellas escenas y vi a la recién estrenada yo (no a la niña que yo había sido en las películas de mamá años y años atrás) en la pantalla, bien, ¿qué puedo decir? Antes ni siquiera había podido ver la película completamente montada. Me quedé estupefacta y llena de agradecimiento hacia Susan por lo bien que nos había hecho quedar a todos.

Cuando el público nos dedicó la ovación, todos en pie, Susan nos tenía cogidas de la mano a Sandy y a mí. Me apretaba con fuerza y me hacía daño, pero al mismo tiempo era maravilloso.

Después tuvo lugar la conferencia de prensa en el vestíbulo del Carlton, donde Susan sacó a colación el tema del sexo, explicando que ésta era la película de una mujer, que versaba sobre mujeres y que el sexo era algo limpio. La idea era que la mujer de la película había tenido una experiencia privada que le hizo darse cuenta del vacío que existía en la agitada vida que llevaba, y todo eso. La banda de Tejas, formada por aquellos contrabandistas de droga, lo había arriesgado todo por lo de la cocaína. Y a pesar de ello, mientras estaban escondidos en la isla, se daban cuenta de que no tenían ni idea de qué hacer con el dinero. La jugada definitiva que representaba aquella operación de droga no iba a cambiar sus vidas ni un ápice. En cambio, para la heroína, el interludio con la otra mujer sí había significado un cambio. El hecho de que pudiera ser considerada una película de homosexuales limitaba su contenido. Trataba de un tipo nuevo de mujer que prueba varias experiencias en su vida y que tiene las presiones y las libertades de un hombre.

De ahí pasó a hablar de las mujeres en el cine. ¿Acaso tenían igual reconocimiento que los hombres? También se habló sobre si ella misma se consideraba una cineasta americana, y por supuesto respondió que sí. Sus contrabandistas de droga eran americanos de Tejas. A continuación Susan comentó el hecho de que Bonnie había contribuido a financiar la película, y que era una situación en la que una mujer ayudaba a otra, igual que Coppola ayudó una vez a su amigo Ballard para que éste pudiese hacer Black Stallion, y así siguió hablando.

Aquello dirigió la atención sobre mí, y comenzaron las preguntas sobre la financiación de mi madre. Con lo que yo intenté mantener mi voz en un tono estable mientras explicaba cuánto creía mi madre en el cine con integridad que ella había protagonizado en el pasado.

Después me preguntaron si yo creía que las escenas de amor de la película eran de buen gusto y si tenían relación con las que había hecho mi madre, a lo que yo respondí que sí. ¿Deseaba yo hacer más películas? Dije que sí, que por supuesto. ¿Cómo me sentía yo por tomar parte en una película que no tenía edad para ver en Estados Unidos? En ese momento saltó Susan y explicó que bajo ningún concepto la película iba a ser calificada «X». Les preguntó a los reporteros si habían asistido a la proyección y qué habían visto. No cabía duda de que Jugada decisiva iba a obtener una calificación «R» de recomendada para una cierta edad. Después habló de mí y de Sandy como de dos de las actrices más significativas de la escena actual.

Acto seguido le llegó el momento a Sandy, y quizá le sacó tanto o más partido a sus respuestas, en forma de monosílabos, del que cualquier mujer hermosa hubiese sacado nunca. Después de todo, nosotras éramos lo menos importante de cuanto sucedía en Cannes. Nadie esperaba que ganásemos ningún premio. Nadie salió a recibirnos. Y aquél fue nuestro momento glorioso, en el que todo el mundo estaba de nuestro lado.

Por todas partes se oía el rumor de que United Theatricals iba a distribuir nuestra película. Pero Susan no tenía ninguna intención de perder a sus distribuidores en el continente europeo. Se quedó todo el tiempo en la habitación respondiendo al teléfono, pues la expectativa de contar con United Theatricals atraía más y más ofertas.

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