Belinda

Belinda


Segunda parte

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Los periodistas se abalanzaron sobre nosotras cuando salimos a tomar unas copas. Nos inundaron de preguntas. Sobre si yo tenía ofertas. Sobre si Susan pensaba trabajar en Hollywood. Y nosotras le hablamos a todo el mundo sobre De voluntad y deseo, la película que íbamos a rodar en Brasil.

Cuando regresé a la suite me sentía flotar, aunque también sentía que algo me amenazaba por dentro. Mamá me había hecho daño como nunca antes. Me puse a pensar en el pasado, en muchas cosas terribles, pero hasta en los peores momentos, mamá siempre había sufrido más.

Sin embargo en esta ocasión ella me hizo daño, y esta vez su autodestructividad o su descuido no habían tenido nada que ver. ¡Ni siquiera había asistido a la proyección! Y aquello me había dolido más que el hecho de que no hubiese ido a la rueda de prensa. Mi madre no había visto mi película.

Pero al volver a la habitación tampoco me enfurecí al respecto. No me era posible. Volví a sentirme bloqueada por el temor de parecerme a ella si hacía una escena. Conseguiría atraer la atención hacia mí, igual que mi madre había hecho siempre.

Entré y nadie se dio cuenta de que lo hice. Nadie sabía que yo estaba allí. En la suite había una enorme confusión. La proyección de la película de mamá se había transformado en una velada especial dedicada a mostrar fragmentos de las mejores películas que ella había protagonizado. Y Leonardo Gallo, que por cierto había filmado mucha basura con ella, iba a ser el responsable de la presentación de la noche. A decir verdad, él tenía necesidad de hacerlo. Incluso era posible que la gente recordase los años en que él era joven, y no la porquería que acabó con la carrera de mamá.

De cualquier manera, mi madre estaba sentada en el sofá con Marty y éste la estaba ayudando a que comiese un poco de pescado frío que había en un plato de porcelana. Mamá estaba maravillosa. Parecía muy frágil y como sin edad. Y Marty la estaba alimentando literalmente, ya que le ponía los trocitos en la boca. Al mismo tiempo le estaba explicando, con voz muy queda, que hacer televisión era incluso más fácil que hacer cine. En aquélla había que rodar un número determinado de páginas en un día y el actor jamás tenía que participar ni en ensayos interminables ni en nuevas tomas. El tipo de profesionalidad de ella era perfecto.

Mi madre intentaba comer. No dejaba de decir que no tenía claro si podría actuar para televisión; algo que, a decir verdad, yo había oído en innumerables ocasiones. La había visto hacer aquello con Gallo en todas las películas, en Alemania y en Dinamarca, y en cada ocasión el director asumía la responsabilidad, movido por la vulnerabilidad y la humildad de ella.

Así que este tipo, Marty, es algo parecido a un director, pensé, y de entre todas las cosas posibles, de televisión. Bueno, mamá, a fin de tener un papel importante en una película americana, hubiese dado cualquier cosa, pero ¿para la televisión? Estuve a punto de reírme a carcajadas. Pobrecito Marty como te llames. Lo mejor que podrías hacer es limpiarte las manos con una servilleta y abandonar.

Me fui a la habitación a ducharme y cambiarme para la cena, y traté de no pensar más en que nadie, ni mamá ni el tío Daryl ni Trish ni Jill, se había dejado ver en la proyección. No dejaba de decirme, no pienses en ello Belinda. Además había un montón de desconocidos que te vitoreaban. Así que ¿qué más me daba a mí que a toda esta pandilla yo no le importase? Sin embargo me iba enfadando más y más hasta que me puse a llorar y dejé que el agua de la ducha corriera y corriera.

Al momento, Trish aporreó la puerta.

—¡Date prisa Belinda! —gritó—. Hay una conferencia de prensa ahora mismo abajo, en el vestíbulo.

La multitud que se había congregado era, por lo menos, cinco veces más numerosa que la de nuestra conferencia. No había la menor posibilidad de comparar. Mamá había conseguido que viniesen todos. Y todo para hacer una declaración de que ella iba a regresar a Estados Unidos para trabajar en una telenovela nocturna para United Theatricals llamada Champagne Flight.

He de recordarte, ya que creo que sabes cómo es la gente del cine, Jeremy, que para ellos la televisión es una cosa menor. Si no pregúntale a Alex Clementine. La desdeñan. Así que yo me preguntaba, ¿qué está pasando en Cannes?

Al cabo de unos segundos la respuesta quedó clara. Mamá era la Brigitte Bardot americana, decía Marty, y la Brigitte Bardot americana regresaba al hogar. En Champagne Flight haría el papel de Bonnie Sinclair, una actriz emigrada que volvía para hacerse cargo de las líneas aéreas que habían sido el imperio de su padre, en Florida. Se utilizarían algunos retazos de las películas antiguas de mamá en ciertos episodios de Champagne Flight. Fragmentos de Gallo, de Flambeaux y de todos los éxitos que había tenido mamá con la Nouvelle Vague serían utilizados en este flamante y nuevo concepto de serie, se pensaba conseguir una combinación de la fuerza de Dinastía y del estilo de los viejos filmes de mamá.

En resumen, Marty había hecho que noticias propias de la televisión se convirtiesen en noticias de cine, y escogió el momento mejor de lo que cualquiera lo hubiese hecho.

Entonces nos dirigimos hacia el lugar donde se iba a celebrar la cena y el homenaje. Yo tenía que encontrar a Susan y a Sandy, suponía que habían sido invitadas. De pronto alguien me cogió del brazo. Se trataba de un hombre joven de la United Theatricals, del que ni recuerdo el nombre ni si me lo habían presentado. Me informó de que era mi escolta y de que yo tenía que ir con él. Hicimos una marcha triunfal saliendo del vestíbulo, y bajo el sonido ambiental, la enormidad de focos y la locura general, estaba aquella voz interior mía que decía: «En la conferencia de prensa de mamá no se ha dicho nada sobre Jugada decisiva».

Aunque sinceramente, al salir de allí comencé a sentirme horrorizada, y no porque no nos mencionasen a nosotras, sino por la cuestión de la televisión. ¿Qué diablos iba a hacer mamá en una serie nocturna?

Pero entonces no comprendía el enorme negocio que estas series que emitían por la noche significaban. Mi mente estaba centrada sólo en las películas. Yo no sabía que en todo el mundo la gente veía Dallas o Dinastía y que las operadoras telefónicas extranjeras reconocían las voces de las estrellas que actuaban en ellas cuando hacían llamadas de larga distancia. No sabía la cantidad de dinero y fama que este tipo de cosa proporcionaba.

Así que pensé: muy bien, si mamá quiere actuar, eso significa que nos vamos a Estados Unidos, lo cual es magnífico, y además, ¿qué cría de mi edad no desearía estar en Estados Unidos actualmente? Cuando estemos allí, mamá conseguirá que la United Theatricals distribuya Jugada decisiva. Todo nos va a salir a pedir de boca.

Ni a pedir de boca ni nada que se le pareciera.

Susan no estaba en la cena. Ni Sandy ni Susan. Fue a las once de la noche cuando por fin encontré a Susan en el bar. Jamás he visto un cambio en nadie como el que se operó en ella. Fue peor que el cambio que hubo en ti cuando me pegaste, pues en tu caso aquello fue como el otro lado de la misma moneda. Susan me dijo:

—¿Sabes lo que ha hecho tu madre? Se ha cargado nuestra película. United Theatricals nos ha dicho que no está interesada. No tenemos nada. Todo el mundo en Cannes comenta que la película no puede comercializarse. Todo el mundo se ha retractado.

Le dije que aquello no podía ser cierto. Mi madre, como siempre, seguía encerrada en sí misma, pero jamás habría ido tan lejos como para causarle daño a nadie. Por otra parte, mi corazón me decía que mamá podía dejar que cosas así sucedieran por su causa. Tenía que enterarme de lo que estaba sucediendo.

Corrí a nuestro alojamiento. Dije que tenía que hablar con mi madre y casi le doy un empujón a tío Daryl para apartarlo de mi camino. Pero resultó que la habitación de mamá estaba cerrada con llave. Estaba allí dentro con la agente americana Sally Tracy y con Trish, y no hubo manera de que respondieran cuando llamé a la puerta. Al parecer, estaban ultimando detalles, las pequeñas cosas que debían ser consideradas en profundidad. Tío Daryl me explicó que no había ningún problema con Champagne Flight y que la parte económica estaba solventada.

Fue entonces cuando empecé a gritar. ¿Qué pasaba con Susan?, ¿y con nuestra película? Susan, Sandy y yo habíamos recibido una ovación con todo el público en pie en el mismo festival.

—Bueno, ahora tienes que calmarte, Belinda —me decía—. Sabes muy bien que si yo hubiese estado allí, tú nunca habrías actuado en ese tipo de película.

—¿De qué estás hablando? —le espeté—. Mamá ha hecho todo su dinero con «ese tipo de película» y tú lo sabes.

—Cuando lo hizo no tenía catorce años —quiso aclarar.

—Muy bien, pero yo hacía papeles pequeños en ellas desde que tenía cuatro años.

Entonces fue él quien gritó:

—Eso no tiene nada que ver. Ahí dentro estamos haciendo el negocio del siglo, Belinda, y eso es tan bueno para tu madre como para ti, no me cabe en la cabeza que hayas venido aquí y en este momento te hayas…

Creo que ya comprendes lo que seguía.

No tengo ni idea de lo que le hubiese contestado. Me di perfecta cuenta de que yo ya estaba contra la pared. El tío Daryl siempre le ha sido leal a mamá y nunca ha tenido en cuenta lo que otros hayan podido decirle, mamá es su única preocupación. En aquella ocasión en que estuvo a punto de hacer que nos despeñásemos por el risco en Saint Esprit, el tío Daryl me dijo por teléfono, en una llamada a larga distancia: «¿Y por qué la dejabas conducir, Belinda? Por Dios bendito, has estado conduciendo en el rancho desde que tenías doce años. ¿Acaso no sabes cómo se conduce un coche?» Así es tío Daryl. Para él no existe más que una causa, y esa causa es Bonnie, y, cómo te lo diría yo, por supuesto Bonnie y el tío Daryl han hecho muy ricos a Bonnie y a tío Daryl.

Pero volviendo a la historia, no pude decirle nada, porque no tuve oportunidad, pues en aquel momento Marty Moreschi apareció por detrás de él. Y cuando vi a aquel mongol de la United Theatricals, sencillamente me callé.

Me fui a mi habitación y di un portazo.

Tendrás que creerme si te digo que entonces me sentí muy sola. No podía acercarme a mamá, lo que tampoco deseaba mucho, y había perdido a Susan. La manera en que me había mirado Susan antes era muy fría.

Al momento, oí que alguien llamaba a la puerta. Marty Moreschi. Preguntó si podía entrar. Y yo le respondí:

—Más tarde.

A lo que él repuso rogándome:

—Por favor, cariño, déjame entrar.

Muy bien, haz lo que quieras, aniquilador, pensé yo. Pero si empiezas con todas esas tonterías estoy dispuesta a gritar.

En un momento así es cuando la inteligencia de Marty entra en juego.

Al entrar en la habitación puso una cara muy seria.

—He sido yo —me dijo—, yo me he cargado tu película.

Le miré durante un minuto, supongo. A continuación me eché a llorar.

—Comprendo cómo te sientes, querida. Lo entiendo de verdad. Pero tienes que creerme, esa película no habría tenido ningún éxito en Estados Unidos. Y esto, lo que estoy emprendiendo con tu madre, también es para ti.

Ahora, mientras trato de contarte esto, sé positivamente que ni siquiera acierto a explicar cómo ocurrió. La sinceridad de él y la manera en que me miraba. Casi como si también él fuese a echarse a llorar. Como si a él también le doliera todo lo que estaba sucediendo.

Así fue como me encontré sentada en la cama con Marty, mientras él me decía a su emotiva manera que yo debía tener confianza en él, que habría grandes contratos en América también para mí.

Por descontado que me molestó la forma en que lo dijo. Pero así se habla en el cine: contratos. Puedes estar hablando de arte y de belleza, pero lo que cuenta son los contratos. También habría contratos para Susan, me dijo; sí, Susan, no se había olvidado de ella. Decía que era sensacional. Pero que Jugada decisiva había de ser sacrificada. Aquél no era modo de hacer mi presentación al público americano, y tampoco la manera de presentar a Susan. A United Theatricals le salía más a cuenta contratar a Susan para hacer una película tras el éxito que la suya había tenido en Cannes, que distribuir ésta en América.

—¿Pero le propondrás un contrato a Susan? —le pregunté.

Y me contestó que así lo tenía pensado. Y prosiguió:

—Susan tiene lo que de verdad hay que tener. Y tú también lo tienes.

Me explicó que una vez el montaje de Champagne Flight estuviera concluido, él tendría una posición que le permitiría hacer lo que quisiera. Sólo había que esperar para verlo.

—Tienes que creerme, Belinda —me dijo.

Y mostró mucha franqueza al decirlo. Me había rodeado con los brazos y se me había acercado mucho y supongo que en algún momento me di cuenta de que su presencia física me confundía. Quiero decir que él era muy atractivo y yo no estaba muy segura de que lo supiese siquiera o de que intentase serlo.

De cualquier manera, no dejé que saliera de su apuro. Y no dije nada que le hiciera pensar que yo estaba de acuerdo en todo.

Fui a buscar a Susan. Esta vez la encontré de vuelta en su habitación, muy decaída y deprimida. Estaba dispuesta a marcharse del festival aquella misma noche. Todo había terminado, me dijo.

—Porno juvenil, así es como llaman a mi película. Dicen que ahora no es el momento político adecuado.

—Ahí es donde tú te has equivocado —dijo Sandy—, en haberla utilizado a ella con la edad que tiene.

Pero Susan negó con la cabeza. Dijo que hacían un montón de cine en Estados Unidos en los que se explotaba a las jovencitas. El asunto, ahora, tenía que ver con etiquetas, con la palabra que estaba circulando y con la gente que tenía miedo por alguna cosa. Incluso los más pequeños distribuidores la habían dejado plantada. Aún así, todo el mundo decía que Jugada decisiva era una película maravillosa.

Yo me sentía destrozada y me puse a llorar. Pero una cosa estaba clara, ella no se había vuelto contra mí. Me confirmó que seguía adelante con la película brasileña.

—¿Vas a hacerla, Belinda?

—¡Desde luego! —contesté yo. Y a continuación le expliqué lo que Marty me había contado.

—Marty Moreschi sólo puede hablar de televisión —comentó Susan—. Pero creo que a mi regreso a Los Ángeles encontraré la ayuda que necesito, sin que importe mucho que Jugada decisiva se quede sin estrenar.

Cuando dejé a Susan sabía que me encontraba demasiado enfadada, decepcionada y confusa como para volver a la suite. Me resultaba imposible dormir.

Bajé al vestíbulo y salí al paseo de la Croisette. No sabía muy bien qué dirección tomar, pero el hecho de estar junto a la multitud que llena las calles las veinticuatro horas del día, en medio de la animación de Cannes, podría ayudarme. No podía calmarme fácilmente.

Tenía dinero en el monedero, así que pensé en tomar un bocadillo, o algo parecido, y dar un paseo. La gente se quedaba mirándome. Una persona me reconoció, se me acercó y me sacó una fotografía. Sí, la hija de Bonnie, y de pronto, salido de ninguna parte, apareció mi padre. Mi adorable papá.

Me doy cuenta ahora de que una de las peores cosas que sucedieron durante el período en que no nos sinceramos totalmente, Jeremy, fue que no pude hablarte de mi padre.

Su nombre es George Gallagher, pero como he dicho antes, se le conoce en todo el mundo con el nombre de G. G. En Nueva York es muy importante y tiene uno de los salones más exclusivos. Antes de eso, había tenido uno en París, que es donde conoció a mamá.

Como te he mencionado, entre él y mamá tuvo lugar una gran pelea antes de que yo fuera a la escuela en Gstaad. Yo había pasado mucho tiempo en compañía de G. G.; él siempre ha sido encantador conmigo. G. G. solía volar a una ciudad y esperar durante muchas horas con el único objetivo de poder verme para comer, cenar o dar un paseo conmigo por el parque. Cuando yo era pequeña llegamos a hacer unos cuantos anuncios juntos, el tenía el cabello rubio y yo también, así que hicimos anuncios para champú, y ese tipo de cosas. Incluso hicimos uno en que estábamos los dos desnudos, que salió en las revistas de toda Europa y también en América, pero aquí sólo nos sacaron de hombros para arriba. Eric Arlington fue el que nos hizo aquella foto, el mismo que hace las fotografías exclusivas para Midnight Mink y que más tarde hizo el famoso póster de mamá con los dálmatas.

Bien pues, cuando yo tenía nueve años, nos fuimos a pasar unas vacaciones a Nueva York, y le prometimos a mamá que estaríamos de vuelta en diez días. Hicimos muchas cosas para una línea de productos para el cabello, papá se ocupaba del marketing, y también pasamos unos días maravillosos. Una semana, se convirtió en dos y luego en tres, y cuando nos dimos cuenta había transcurrido un mes. Yo sabía que tenía que haber llamado a mamá para preguntarle si le parecía bien que me quedase más días; debía haber pensado que ella iba a sentirse muy insegura, pero no la llamé porque tenía miedo de que me dijera que volviese a casa. En lugar de eso, lo que hice fue enviarle mensajes por telegrama, y seguir con G. G., que me llevaba a conciertos, al teatro, a excursiones para turistas de fin de semana a Boston, a Washington y ese tipo de cosas.

El resultado fue que mamá estaba aterrorizada ante la posibilidad de perderme, en el supuesto de que yo prefiriese a papá. Se puso histérica. Al final dio conmigo en el Plaza de Nueva York y me dijo que yo era su hija, que G. G. no era mi padre legal, que ella nunca había creído oportuno que yo conociera a G. G. y que éste estaba rompiendo el acuerdo original, por el cual, por cierto, había cobrado. Al final sus palabras ya no eran coherentes, empezó a hablar de la muerte de su madre, de que la vida no tenía ningún sentido y de que si yo no volvía a casa ella se suicidaría.

G. G. y yo nos enfadamos muchísimo, pero lo peor todavía estaba por venir. Cuando salimos del avión al llegar a Roma, G. G. fue atacado con todo tipo de papeleo legal. Mamá le denunció y le llevó a juicio para obligarle a alejarse de mí. Me sentí muy mal por él. Pensé en que debí haber adivinado que mamá reaccionaría de manera parecida. Así que G. G. tuvo que gastar una fortuna en abogados romanos sin siquiera entender lo que le estaba sucediendo. Hubiera querido morirme. Pero no podía dejar a mamá ni un minuto, pues se hallaba en un estado de colapso nervioso. Gallo estaba haciendo una película y se sentía furioso por culpa de los retrasos; a tío Daryl le sucedía lo mismo. Y aunque Blair Sackwell estuviera allí, nada de lo que dijo resultó de ayuda. Yo me sentí culpable todo el tiempo.

Después de aquello, G. G. dejó Europa. Y yo siempre he sospechado que mamá tuvo algo que ver en que él cerrase el salón de París. Aquello sucedió cuando yo tenía escasamente diez años, y recuerdo que no podía mencionar el tema sin que mamá se pusiese a llorar.

Cuando todo acabó nos fuimos a Saint Esprit. En los años siguientes yo empecé a mostrarme más enfadada por lo que se le había hecho a G. G. Por supuesto, él y yo seguimos en contacto. Me enteré, por ejemplo, de que G. G. y Ollie Boon, el director de Broadway, se habían convertido en amantes, y él era muy feliz en Nueva York. A veces, cuando iba a París le llamaba por teléfono, ya que era más fácil hacerlo desde allí que desde Saint Esprit. Sin embargo, seguía sintiéndome culpable por lo que había ocurrido. Y tenía miedo de saber el daño que podía haberle hecho a G. G. toda la historia. G. G. y yo, al final, nos sentimos aliados.

No sé si habrás visto alguna vez los anuncios de champú que él hizo o las enormes fotos para las revistas que hicimos juntos en aquel tiempo. Si los has visto creo que convendrás conmigo en que G. G. es muy guapo, además, pienso que a causa de su nariz respingona y su cabello rubio rizado siempre tendrá la apariencia de un joven. Aunque cambie de estilo de peinado, siempre lleva el cabello muy corto y los rizos en la parte de arriba de la cabeza. En realidad, su imagen es la del típico muchacho americano. Mide casi metro noventa de estatura y tiene los ojos más azules del mundo.

Bueno, pues allí estaba, en la Croisette en Cannes. Ollie Boon le acompañaba, y también Blair Sackwell de Midnight Mink, que siempre ha sido buen amigo de G. G.

Tanto G. G. como Ollie Boon iban vestidos muy elegantemente con camisa almidonada y chaqueta impecable (en un minuto te describiré a Blair) y se dirigían a una fiesta cuando nos cruzamos en la Croisette.

Yo no conocía a Ollie Boon. Resultó ser tan dulce como mi padre. Tiene más de setenta años, pero es encantador y muy guapo también, tiene el cabello blanco y dientes muy bonitos, lleva gafas con montura plateada y la piel dorada por el sol. Por lo que se refiere a Blair, bueno, él es lo que yo llamaría un hombre divinamente elegante, a pesar de que no mide más de metro sesenta, tiene muy poco cabello, una enorme nariz y la voz tan alta que podrías jurar que lleva un micrófono en el pecho. Su traje era del color de la lavanda, la camisa plateada y por supuesto llevaba un manto ribeteado de piel de visón sobre los hombros que hizo que pareciese total y absolutamente fantástico en el momento en que gritó: «¡Belinda, querida!», e hizo que todos nos parásemos allí mismo.

Ya puedes imaginártelo, me regaron a besos, y papá y yo nos abrazamos una y otra vez, momento en el que Blair sugirió que yo debía ir con ellos, pues se dirigían a la fiesta que daba un árabe saudí en un yate y a mí el tipo me iba a gustar muchísimo, así que tenía que ir. Yo estaba llorando y papá también, de modo que seguíamos abrazándonos y abrazándonos hasta que Ollie Boon y Blair decidieron hacernos burla y empezaron a darse abrazos y también a fingir que lloraban.

—¡Ven con nosotros a la fiesta ahora mismo! —dijo papá.

Pero yo no estaba dispuesta a soltarle a él todo mi malestar.

Deprisa y corriendo le conté sólo las cosas buenas. Le hablé de Susan y de la ovación que nos habían dedicado, y de que mamá iba a ser la estrella de la serie Champagne Flight.

Papá se sintió muy decepcionado por no haber ido a ver la película.

—Papá, yo no sabía que estarías aquí —le dije.

—Belinda, hubiese venido expresamente a Cannes para verla —contestó.

—¡Bueno, y cómo os creéis que me siento yo por no haberla visto! —gritó Blair—. ¡Lo que tu madre me dijo es que ella iba a ir a Cannes! No me dijo nada de esa película.

Luego resultó que Ollie había oído hablar de ella y era estupenda, así que me felicitó formalmente mientras Blair echaba humo.

A continuación, Blair quiso saber, en serio, por qué mamá no le había explicado nada cuando hablaron por teléfono en París, y en ese momento sucedió algo muy extraño.

Yo fui a contestarle, a darle alguna excusa, pero abrí la boca y no salió ningún sonido.

—Venga, Belinda, ven con nosotros a la fiesta —dijo G. G.

Entonces Blair empezó a animarse por lo de Champagne Flight de mamá, y se preguntó si estaría bien que ella volviese a anunciar Midnight Mink, y si ella querría volver a hacerlo.

Yo no contesté nada, pero en secreto pensé que ya estaba empezando la locura en torno a Champagne Flight.

Mamá había sido la primera mujer que hizo aquel anuncio. Pero durante años, Blair nunca había mencionado la posibilidad de que volviese a hacerlo.

Y luego papá empezó a arrastrarme en dirección al yate.

—No voy vestida adecuadamente, papá —le dije.

A lo que él contestó:

—Belinda, con ese cabello tú siempre vas vestida para una fiesta. Vámonos.

Desde luego el yate era elegante. Las mujeres saudíes, las mismas que en Arabia se cubren con velos, se paseaban por el salón de baile de techo bajo con modernos vestidos que tiraban de espaldas, y los hombres tenían esa mirada profunda y ardiente que te invita a ir con ellos a su tienda del desierto. La comida era fabulosa y el champán también, pero yo estaba demasiado malhumorada para poder disfrutarlos. Trataba de poner buena cara por papá.

Blair no hacía más que hablar de que mamá debía volver a anunciar Midnight Mink, hasta que Ollie Boon le dijo con mucha educación que estaba hablando de negocios y que debía dejarlo. Después papá y yo bailamos juntos, y ésa fue la mejor parte.

La orquesta tocaba música de Gershwin, y papá y yo bailamos juntos despacio, al son de una triste canción. Estuve a punto de llorar pensando en lo que me había sucedido, y entonces, mientras seguía bailando, me di cuenta de que estaba mirando a un hombre, a un lado de la pista de baile, pensando que debía tratarse de otro árabe, y de pronto advertí que no era uno de ellos, sino que era Marty Moreschi de la United Theatricals, y que me estaba mirando.

Tan pronto como la pieza terminó, se dirigió a papá, y cuando me quise dar cuenta estaba bailando con él sin haber tenido oportunidad de decir que no.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —le pregunté.

—Yo podría preguntarte lo mismo. ¿Acaso nadie cuida de ti? ¿Nadie se ocupa de lo que haces ni de adónde vas?

—Por supuesto que no —le contesté—. Tengo quince años. Puedo ocuparme de mí misma. Además, el hombre con el que estaba bailando es mi padre, si lo quieres saber.

—No me engañes —dijo—. ¿Me estás diciendo que ése es el famoso G. G.? Parece un muchacho que va a la escuela superior.

—Por supuesto —dije yo—, y es un tipo excelente y fantástico.

—¿Y qué pasa conmigo, no piensas que yo soy fantástico?

—Tú estás bien, pero ¿qué haces aquí? ¿Estás preparando una serie de máxima audiencia llamada Jeques en la Riviera o qué?

—Aquí hay dinero. ¿No lo hueles? Pero si quieres que te diga la verdad, no hay nadie en la puerta que pida las invitaciones, así que te seguía y entré.

—Bueno, pues ni tienes que seguirme ni estar preocupado por mí —le aclaré.

Pero la química entre nosotros ya había comenzado. Yo sentía algo tan fuerte que me estaba poniendo nerviosa. Es decir, que me parecía tener la cara totalmente colorada.

—Vuelve al hotel conmigo y tomemos una copa —me propuso—. Deseo hablar contigo.

—¿Y dejar a papá? Ni hablar.

Sin embargo, en ese mismo momento me di cuenta de que quería acompañarlo. De modo que cuando la pieza musical terminó, presenté a Marty a papá, a Ollie Boon y a Blair, y de nuevo volví a dar muchos besos y abrazos a papá. También nos juramos que nos veríamos en Los Ángeles.

Papá se quedó bastante destrozado. Mientras nos besábamos me dijo:

—Bueno, no le digas a Bonnie que me has visto, ¿de acuerdo?

—¿Tan mal están las cosas? —le pregunté.

—No deseo explicarte todo lo que está pasando, Belinda, pero voy a ir a verte este verano a Los Ángeles, de eso puedes estar segura.

Ollie estaba bostezando y diciendo que se quería ir en aquel momento. Y entre tanto Blair se había pegado a Marty y le estaba insinuando la idea de utilizar los abrigos de Midnight Mink en la serie Champagne Flight. Marty fingió un entusiasmo no comprometido, que después tuve ocasión de ver en Hollywood mil veces.

Besé a papá.

—En Los Ángeles —le recordé.

Al irme con Marty yo estaba muy nerviosa. Ahora, cuando pienso en ello, me doy cuenta de que la atracción física que se siente por una persona puede hacer que creas que algo importante va a suceder. Incluso puede hacerte vivir la ilusión de que nada más en tu vida importa.

Fue el mismo sentimiento que experimenté contigo después. Con la única diferencia de que entonces yo estaba más preparada, y ésa es la razón de mis desapariciones en los primeros días que estuve contigo.

Pero ésta era la primera vez que me pasaba, y yo no sabía lo que estaba sucediéndome, excepto que me gustaba mucho el contacto con aquel hombre. En el camino de regreso al hotel y al subir a la habitación de Marty, ni siquiera hablamos.

Nada más entrar me di cuenta de que aquello era una parte de las oficinas de la United Theatricals en Cannes, era mucho más bonito que la habitación de mamá. En ésta había un bufé con todo tipo de vinos, y la misma enorme cantidad de flores por todas partes. Sin embargo, a excepción de un par de camareros, no había nadie en aquel sitio, así que no nos vieron entrar en la habitación de Marty.

De modo que, pensando en ello, me di cuenta de que algo iba a suceder y que yo iba a dejar que sucediese. A mí las credenciales de aquel individuo no me impresionaban lo más mínimo, supongo que igual que a otras chicas. Es decir, él se había cargado mi película, ¿no? Y además yo no sabía quién o qué era él en realidad. A pesar de ello, le estaba acompañando a su habitación e intentaba parecer distante y fría cuando le dije:

—Muy bien, ¿de qué querías que hablásemos?

Y lo que sucedió es que él empezó a hablar. No se puso a fanfarronear delante de mí. Simplemente habló. Encendió un cigarrillo, me sirvió una copa, se sirvió también una para él, que por cierto ni la probó —la verdad es que los productores que no triunfan nunca beben—, y entonces empezó a preguntarme cosas sobre mí y sobre mi vida en Europa, y también qué pensaba yo de regresar a Estados Unidos; me aclaró que el numerito de Cannes le resultaba muy extraño a él, que había crecido en un quinto piso sin ascensor en el Little Italy de Nueva York. Recorrió toda aquella habitación con la mirada, con el papel de pared damasquinado, los sofás de terciopelo y las sillas, y después dijo:

—No sé, me pregunto dónde estarán las ratas.

No pude menos que reírme, aunque él me fascinaba, me estaba fascinando de verdad, me parecía un comediante de Nueva York que hiciera todo tipo de asociaciones, una tras otra, y hablase de que en realidad Los Ángeles era una «superficie de dedicación», y él se sentía igual que un gorila en aquella suite de quinientos dólares, y siguió diciendo que él tenía que desaparecer de vez en cuando e ir a comerse unos hot-dogs cuando salía de los elegantes restaurantes donde los ejecutivos de la United Theatricals tomaban pequeñas cantidades de alimentos a la hora de comer.

—Te quiero decir que a mí no me parece comida un platito de setas marinadas y una porción de pescadito en Saint Germain. ¿Acaso es eso una comida?

Pensé que la risa me mataría, no podía soportarlo. Es decir, que me parecía que iba a volverme absolutamente histérica por escucharle.

—Tú puedes hacer lo que quieras, ¿no es cierto? —me decía—. A lo que me refiero es a que la porquería que ofrecían en el bufé eran calamares en su tinta, y tú los comiste. Te vi. Y vi que te presentaron a un príncipe o algo así en el yate, y tú simplemente sonreíste. ¿Cómo se siente uno al ser tú? —me preguntó—. Y además estaba ese Blair Sackwell; durante toda mi vida he visto sus anuncios en las revistas, y tú le rodeaste con el brazo y le besaste con toda naturalidad, como si fuerais colegas. ¿Cómo se siente uno al vivir como tú?

De modo que cuando empecé a decirle algunas cosas, o sea, a contestar sus preguntas y a explicarle cómo había yo envidiado siempre a los niños que iban a la escuela en Europa y en América, cómo deseaba formar parte de alguna cosa y todo eso, él me escuchó. Me escuchó de verdad.

Tenía aquel brillo en los ojos, y me hizo una serie de simples preguntas que demostraban que él se hacía cargo de lo que yo le estaba contando.

Al mismo tiempo, yo me estaba formando también mi imagen de Marty. No es un hombre de Los Ángeles tan atípico. Él no cree que la televisión sea terrible. Lo normal para él es desplazarse por distintos grados de mediocridad. Defiende la televisión diciendo que es de la gente, por la gente y para la gente, igual que lo fue Charles Dickens. Sin embargo, jamás ha leído una página de sus libros. La cima para Marty es lo que él llama «candente». En «candente» todas las cosas están incluidas: como el dinero, el talento, el arte y la popularidad.

He de decir que lo que le proporciona a Marty su fortaleza es esa desesperación de haber vivido la calle en Nueva York y un cierto estilo de gángster. Cuando no está relajado, sólo se expresa con amenazas, ultimátums y pronunciamientos. Por ejemplo:

—Y entonces les dije: «Escuchadme bien, malditos bastardos, o me dais el espacio de las ocho de la tarde o yo me largo», y diez minutos después suena el teléfono y ellos me dicen: «Marty, ya lo tienes», y yo contesto: «Como había de ser».

Y siempre es igual.

Al mismo tiempo tiene un enorme candor. A lo que me refiero es a que él puede ser encantadoramente crudo porque en realidad es muy sincero. Y tiene mucho éxito por ser así. Sin embargo, sólo puedes actuar de ese modo cuando lo que tienes es miedo, y eso también es una característica de Marty.

Nunca olvidará sus orígenes y, como él dice, no es lo mismo ser pobre en la costa del Pacífico, donde las camareras de Sunset Boulevard hablan un inglés perfecto, y donde conduces por vecindades limpias de clase media, a los que por cierto se las llama gueto, como en San Francisco. No; ser pobre en Nueva York significa ser pobre de verdad.

Creo que lo que trato de decirte, o lo que quiero que comprendas, es que esta conversación fue el principio de una relación amorosa. Que estuvimos charlando así durante dos horas antes de acostarnos juntos, y que ir a la cama no era lo único que él deseaba. Y si he de decirte la verdad, me estaba odiando un poco a mí misma, por el hecho de que ir a la cama era casi la única cosa que yo deseaba.

De cualquier manera fue bastante excitante. Nunca tuvo el misterio que hubo entre tú y yo, pero estuvo muy bien. Tampoco tenía la misma sensación que contigo, de que aquello era un bello romance que sólo-se-tiene-una-vez-en-la-vida. No era tan bonito.

Pero él me gustaba, me gustaba mucho. Después, tras una hora de charla como la que te he descrito, sucedió una cosa que fue definitiva para inclinar la balanza.

Marty había asistido a la proyección de Jugada decisiva.

Aquello era algo que yo no había esperado. Es decir, yo tenía la convicción de que la gente de Hollywood no necesitaba ver una película para cargársela. Pueden comprar los derechos de un libro para hacer una película sin haberlo leído.

Sin embargo Marty había estado en el pase de Jugada decisiva.

Así que cuando comenzamos a hablar de ella, él me explicó cosas muy sorprendentes. Me dijo que Susan tenía visión y valor. Opinaba que era una profesional extraordinaria. También que mi papel era pura dinamita, y que le había robado la película a Sandy. Ninguna actriz experimentada hubiese dejado que eso sucediera. En cambio, había una cosa mal en la película, y es que yo era la que parecía más americana de todos. Que yo tenía la nariz respingona de G. G., la boca pequeñita y todo eso.

—¿O sea que esta señora se va a una isla en Grecia y se encuentra con la típica líder estudiantil de una escuela de grado superior? —me preguntó—. No podía funcionar. Los drogadictos de Tejas eran fantásticos y el guión de primera línea. Pero la isla griega y mi imagen…

Era una película extranjera que no lo era. No funcionaría.

Bueno, todavía hoy no sé si eso es verdad. Pero viniendo de él ese tipo de reflexión me sorprendió. Aunque lo que me resultaba todavía más sorprendente era que él dedicase tiempo pensar siquiera en la película.

De cualquier manera, para Susan era mucho mejor que esta primera película suya no se estrenase, repetía. En ese momento fue cuando yo salté y le dije:

—Muy bien, ¿y qué vas a hacer por Susan en Estados Unidos?

—No puedo prometer nada extraordinario —me aclaró—. Pero haré lo posible. —Y acto seguido se levantó y me estrechó la mano—. De modo que así están las cosas, tanto si te quedas como si te vas. ¿Puedo besarte?

—Claro que sí —contesté—, ya era hora.

Hacer el amor con él fue maravilloso. Tenía la brutalidad de un camionero, pero era un camionero fantástico, quizás el mejor que haya existido nunca. ¿Y por qué te cuento todo esto? Porque deseo que sepas y comprendas todo lo que ocurrió. Debes saber que aunque este hombre no tuviese tu habilidad o tu control del tiempo, yo le amé mucho. He de aclarar que, por supuesto, hasta entonces yo no había estado más que con muchachos. A decir verdad, yo no tenía ni idea del sentido que tenía controlar el tiempo.

El hecho de conocerte terminó con el amor que sentía por Marty. Así es como fue. Cuando te conocí eras el hombre de mis sueños; tú eres serio y decente, igual que las personas que conocí en aquellos años en que mamá hacía buenas películas y yo terminaba durmiéndome en la mesa mientras escuchaba discusiones constructivas sobre la vida y el arte. Tú eres elegante y refinado, y además a tu manera desaliñada y facilona, eres muy atractivo. Y también la duración del acto tiene algo que ver, no hay que olvidar eso, la mezcla de sensaciones cuando nos tocamos el uno al otro en la cama, aquellas ocasiones en que tú eras más puramente físico que cualquier otro hombre que haya conocido.

De modo que necesité algo así para terminar con el amor que sentía por Marty. Yo amaba muchísimo a Marty.

Aquella noche en Cannes fue algo muy serio.

Cuando se despertó por la mañana, estaba muy asustado. Empezó a decir que alguien debía andar buscándome. Y cuando le dije que se tranquilizase no me creyó.

—Ocúpate del asunto de Susan —le pedí—. Aunque ésa no sea la razón por la que me he acostado contigo, pues de cualquier manera lo hubiese hecho, es Susan quien me preocupa ahora mismo.

Aunque si he de decirte la verdad, no confiaba en que él tuviera la influencia suficiente dentro de la United Theatricals, en lo que a Susan se refería. Él era de la televisión. De manera que ¿por qué habría de escucharle alguien de la parte de cinematografía? Quiero decir que era fácil que pudiese cargarse una película de cine siendo de televisión, pero… ¿cómo podía él conseguir un contrato para una mujer cuya película se había cargado?

En cambio, yo no me daba cuenta de que United Theatricals, al igual que otros grandes estudios, era propiedad de un grupo que en este caso es la CompuFax. Ellos habían contratado a dos jefes de estudio, Ash Levine y Sidney Templeton, que habían pertenecido a una televisión de veinticuatro horas de emisión en Nueva York. Piensa bien en eso: veinticuatro horas. Y ¿quién creería que ese tipo de gente podía dirigir una compañía cinematográfica? Pero lo estaban haciendo, y eran justamente los antiguos compañeros de Marty en Nueva York, fueron ellos los que pusieron a Marty en el cargo que ostentaba. Marty había trabajado para Sidney Templeton como asistente de producción en Nueva York, y Ash Levine había crecido con Marty. Fue Marty quien contrató a Ash para su primer trabajo.

Creo que debería contarte que circula una historia por Hollywood sobre Marty y Ash Levine, según la cual siendo niños se vieron mezclados en una pelea en Nueva York en lo alto de un tejado, y cuando unos chavales atacaron en grupo a Ash, fue Marty el que agarró a uno de ellos y lo tiró literalmente desde el tejado. El muchacho murió al estrellarse contra el pavimento y el grupito se largó, y ésa es la razón por la que Ash sigue vivo, y quizá también Marty.

No sé si la historia es cierta o no, aunque la he oído en distintos lugares en Hollywood, y es lo que se cuenta cuando se habla de por qué Marty puede conseguir lo que quiera de Ash Levine.

Por la tarde, Marty, Susan y yo estábamos reunidos en la suite de United Theatricals con esos tipos, Templeton y Levine. Los tres iban vestidos impecablemente con esos trajes de tres botones, y le estaban dando la típica coba de Hollywood, sobre cuánto talento tenía como directora y qué milagro había sido que la película se presentase, aun cuando mamá le hubiese dado la espalda.

Así pues, Susan estaba allí sentada con su sombrero vaquero, su camisa de seda ablusada por las mangas y los tejanos blancos, limitándose a escuchar a aquellos tipos, y yo pensé: lo sabe, seguro que sabe que son ellos los que se han cargado la película, y que lo ha hecho Marty directamente; yo sé que ella lo sabe y creo que se va a largar. Y entonces sucedió una cosa que me hizo comprender que Susan tendría éxito en Hollywood.

Y por cierto que ya lo ha tenido.

Susan no dijo nada sobre el pasado y se puso a hablar enseguida de la película de Brasil. Les explicó toda la historia por encima, ya sabes a qué me refiero, a lo que esa gente llama «concepto central», uno de los peores términos que jamás se hayan inventado. Una quinceañera americana salvada de las garras de unos esclavizadores brasileños por una valiente reportera americana. Después se puso a contar los detalles, con mucha calma y con habilidad manejó las objeciones que ellos iban poniendo, sin comentar lo estúpidas que pudiesen ser. Es decir, que cogió aquella película en la que habíamos trabajado con inusitada creatividad y se dispuso a hacérsela tragar, a pequeñas cucharadas, a aquellos imbéciles.

Y créeme cuando te digo que esos tipos son imbéciles. Lo son y con ganas. O sea, que le dijeron a Susan cosas como: ¿qué vas a hacer para que Río resulte interesante?, o ¿qué te hace pensar que puedes escribir el guión sola?

Aunque cuando sentí verdadero miedo fue en el momento en que ellos mencionaron que había que evitar el aspecto del lesbianismo. Pero Susan ni siquiera movió un párpado al respecto.

Se limitó a decir que De voluntad y deseo era una película por completo diferente a Jugada decisiva, ya que era básicamente puritana. Yo había de representar a una prostituta explotada, y no a un espíritu libre. Todo el sexo que se mostraría en pantalla sería fundamentalmente malo.

Cuando oí que Susan les decía aquello, creí caerme muerta allí mismo. Sin embargo ellos lo comprendieron a la perfección. El enganche moral estaría presente. La periodista americana iba a alejarme del sexo, no se iba a acostar conmigo, luego no habría salidas de tono lesbianas.

Así que ellos movían la cabeza en señal de asentimiento y decían: suena bien, ¿cuándo podemos ver el guión? Quedaron en seguir hablando cuando ella llegase a Los Ángeles.

Al terminar la reunión, ella y yo nos fuimos juntas, y yo estaba muerta de miedo porque si me preguntaba si me había acostado con Marty no sabría qué decirle. Sin embargo, lo único que hizo fue decir:

—Son unos estúpidos, pero creo que se la hemos vendido. Ahora tengo que moverme y conseguir que Jugada decisiva sea distribuida en todos los países posibles.

Susan se fue de Cannes de inmediato. Pero había conseguido impresionar a todo el mundo. Aquella misma noche Ash Levine me pidió que le explicara todo lo que supiese de ella. A Sidney Templeton le había gustado. A Marty también.

Y ella consiguió que Jugada decisiva se distribuyese en salas especiales y festivales por toda Europa. Era un destino insignificante, pero le daba al filme un poco de difusión y de vida. Meses después, cuando ya me había escapado, conseguí la película en cinta de vídeo, de una empresa de ventas por correo, gracias a que Susan le había dado aquella vida.

Después de la reunión regresé a nuestra suite y mamá me cogió y me besó, al tiempo que me decía que era maravilloso que nos fuéramos a Hollywood y que esta vez la cosa iba en serio, que esta vez nos querían de verdad.

Se comportó como siempre. Me llevó a su habitación y empezó a llorar y a decirme que aquello era como un sueño, que a ella le parecía que no estaba sucediendo; luego se puso a mirar a su alrededor y a ver todas las flores y dijo:

—¿Todo esto es para mí, de verdad?

Yo no respondí nada. Pero ella siguió comportándose como si le hubiese contestado. Continuó explicándome lo maravilloso que era todo, como si yo estuviese respondiendo «sí mamá» todo el tiempo. Y yo no decía ni una palabra. Lo único que hacía era mirarla y pensar que ella no sabía nada de lo que había sucedido con Jugada decisiva. No tenía la menor idea. Dentro de mí estaba naciendo un sentimiento nuevo, como si de alguna manera yo estuviese perdiendo interés en ella. La rabia que sintiera antes se había desvanecido, parecía que ella hubiese perdido la habilidad de herirme, y eso fue lo que de verdad aprendí, de una vez por todas. Mamá no iba a cambiar. Era yo la que debía hacerlo. No debía esperar nada que viniese de ella.

No lo había aprendido, estaba equivocada, por descontado. Lo que sucedía era que yo tenía a Marty, y eso me hacía sentirme bien, acompañada, y tan especial que me sentía protegida, eso era todo.

***

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