Belinda

Belinda


Segunda parte

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De Cannes nos fuimos a Estados Unidos, y Trish y Jill volvieron a Saint Esprit a cerrar la casa. Marty tenía que empezar a filmar con mamá casi de inmediato, pues había que tenerlo todo preparado para la campaña de otoño. Champagne Flight debía ser totalmente rescrita con mamá.

Por otra parte, Marty quería que mamá estuviese un tiempo en el Golden Door de San Diego para que perdiera más peso. Mamá, si deseas saber mi opinión, estaba perfecta, pero no respondía al estándar actual de figura anoréxica.

Así que el tío Daryl se fue a preparar nuestra casa en Beverly Hills, la que habíamos poseído durante tantos años, pero en la que no habíamos vivido; y Marty y yo registramos a mamá en el Golden Door, y cinco minutos después hacíamos el amor en la limusina, en el trayecto de regreso a Los Ángeles.

Durante tres semanas Marty y yo estuvimos siempre juntos, ya fuese en mi habitación del Beverly Wilshire, en su oficina en la United Theatricals o en su apartamento en Beverly Hills. Por supuesto, él no podía creer que nadie estuviese controlando lo que yo hacía, que la única «supervisión» —por utilizar la palabra que él usaba—, que yo tenía era la del tío Daryl, quien tomaba el desayuno conmigo todas las mañanas en el Bev Wilsh y que me decía: «Toma, ve y cómprate algo bonito en Giorgio’s». Sin embargo, así sucedía. Aunque yo usaba algunos trucos para mantener el engaño, tengo que admitirlo, como dejar notas para el tío Daryl sobre citas con el peluquero, que hacían pensar que yo estaba controlada cuando en realidad no era así.

De algún modo, ésos fueron los mejores momentos entre Marty y yo.

Me llevó a conocer la United Theatricals. Tenía un enorme despacho en una esquina, y yo me sentaba durante horas a contemplar como Marty hacía su trabajo.

En el mes de abril ya disponía de dos horas completas de rodaje correspondientes a la presentación de la serie Champagne Flight, y en aquel momento se dedicaba a modificarlas y a recomponerlas para mamá, asimismo tenía que hacer que la cadena siguiese funcionando. Como director y productor de la serie tenía una enorme responsabilidad, y como puedes imaginarte era también su vida, así que yo estuve viendo cómo escribía el texto del primer capítulo mientras almorzaba, hablaba por teléfono y le gritaba a su secretaria, todo al mismo tiempo.

A cualquier hora y en cualquier momento, a Marty le apetecía dejarlo todo y estar conmigo.

Si no lo hacíamos en el sofá de cuero de su oficina, lo hacíamos en la limusina o en mi habitación.

Incluso cuando por fin llegó Trish, nada cambió. Aunque debo decir que yo nunca llamé la atención. Si Marty estaba conmigo, yo le escondía en el baño en el caso de que entrase Trish.

El efecto que esta libertad producía en Marty era de extrañeza. Al principio yo pensaba que lo que tenía era miedo de que le cogieran conmigo. Después de un tiempo me pareció que no le gustaba. Que no aprobaba lo que sucedía. Lo que él pensaba era que tío Daryl y Trish eran muy negligentes. En un momento dado me enfrenté con ello. «¡Deja el asunto en paz! ¿De acuerdo?», le dije.

Para nosotros, aquella relación era el verdadero amor, juro que era así. No sé si lo comprenderás, pero no era como quedarse sentado y pensar: este tipo me quiere de verdad y yo le quiero a él. Sencillamente todo sucedía con gran intensidad entre nosotros todo el tiempo. Solíamos hablar mucho sobre mi vida en Europa. Marty se pasaba el tiempo anonadado. Deseaba oír mis relatos sobre cómo conocí a Dirk Bogarde o a Charlotte Rampling a la edad de cuatro años. Quería que le explicase qué se siente cuando se esquía. También estaba muy preocupado sobre sus modales en la mesa. Me pedía que le mirase cuando comía y que le dijese en qué se equivocaba.

Me hablaba mucho de su familia italiana, de cuánto había odiado tener que ir a la escuela; me explicaba que de niño deseó haberse hecho cura, y también que no le gustaba nada tener que volver en ocasiones a Nueva York. «Las cosas aquí no me parecen reales —solía decir estando en California—, pero por Dios, qué reales son allí».

Me pareció evidente que Marty deseaba analizar las cosas, pero que no sabía cómo. Nunca había asistido a una escuela de grado superior ni tampoco había ido a ningún psiquiatra, pero tenía una habilidad espectacular para deducir las cosas.

Hablar con la mujer de su vida sobre sus más íntimos sentimientos era una verdadera aventura para Marty. Ése fue el dique que rompió en aquellos días. De pronto, el hecho de hablar comenzó a tener un significado para él que no había tenido antes. Y yo me di cuenta de que, aunque no tenía mucha cultura, era muy listo.

Susan ha ido a la Universidad de Tejas y después a la escuela de cinematografía de Los Ángeles. Tú eres un hombre de mucha cultura. Mamá asistió a cursos en la escuela superior. Jill y Trish han hecho los cuatro años de universidad. Pero Marty había tenido que dejar la escuela pública en Nueva York siendo muy joven. Así que Marty en su vida diaria oía citas, referencias de cosas e incluso chistes que no podía comprender.

Por ejemplo, solíamos mirar las emisiones de las viejas películas del «Sábado noche en directo», en la televisión, y él me cogía del brazo y me decía: ¿De qué te estás riendo? ¿Qué es tan divertido? Asimismo, «El circo volador de Monty Python» a Marty le resultaba incomprensible. Por otra parte, podía ir a ver una película como El año pasado en Marienbad, poner mucha atención en lo que estaba viendo y, al salir, explicarte de qué iba la película.

Aunque todo eso ahora no es lo importante. Excepto que conocí a Marty y le quise sin que me importase lo que los demás pudiesen opinar de él. Había algo entre nosotros, cosas que quizá nadie pueda comprender jamás.

Pero tan pronto como mamá dejó el Golden Door y nos subimos al avión en el aeropuerto de San Diego en dirección a Los Ángeles, Marty se vio prácticamente obligado a dedicarse a ella. Mamá tomó el control de las cosas, igual que lo había hecho en Cannes.

Marty puso a Trish y a Jill casi de patitas en la calle, por más que mamá las quisiese mucho y desease que se quedaran en la casa de Beverly Hills. Él no lo hizo de forma deliberada, sencillamente tenía más fuerza. Mamá escuchaba a Marty, y Jill y Trish eran sus hermanas, yo misma era como su hermana, pero en el caso de Marty, él era su jefe.

Marty lo supervisó todo desde el principio. Se trasladó a sus habitaciones en la casa de Beverly Hills a los cinco días del regreso de mamá.

Creo que debo describirte la casa. Está en la llanura de Beverly Hills, y es muy vieja y enorme. Tiene la sala de proyección en el sótano, el salón de billar y la piscina de doce metros en el exterior, rodeados por naranjos. La había comprado el tío Daryl en los años sesenta para mamá. Aunque mamá nunca quiso vivir en ella, por lo que tío Daryl la tuvo alquilada todo aquel tiempo. Tuvo la habilidad de negociar como parte de los contratos de alquiler que los inquilinos se ocuparan de enmoquetarla, amueblarla, rehacer la piscina y muchas otras cosas. En consecuencia, mamá es hoy dueña de una mansión de tres millones de dólares de valor en California, con una cocina totalmente equipada, moquetas de pared a pared, vestidores forrados de espejos, grifos de riego automático para el jardín y sensores eléctricos que encienden las luces cuando oscurece.

Sin embargo no es una casa bonita. No tiene la belleza de nuestro apartamento de Roma ni de la villa en Saint Esprit. Y tampoco tiene el encanto de tu casa victoriana de San Francisco. En realidad es una cadena de cubículos decorados con colores de moda, con un grifo especial en la cocina que te proporciona agua hirviendo para hacer café tanto de noche como de día.

Aun así la disfrutábamos. Nos revolcábamos en una mullida comodidad. Descansábamos en el patio, bajo un horrible cielo azul lleno de la polución de Los Ángeles y nos decíamos que se estaba muy bien.

Y aquellas primeras semanas nos lo pasamos bien de verdad.

Cada mañana, Marty llevaba a mamá al rodaje y se quedaba con ella todo el tiempo que duraban las tomas, a menudo rehacía textos para ella allí mismo. Luego solía sentarse con ella a la hora de comer y hacía que se terminase todo el plato. A partir de las ocho era el turno de Trish y de Jill para ocuparse de mamá, la llevaban a la cama para ver la televisión o para charlar un rato, y así asegurarse de que sobre las nueve ya se hubiera dormido.

A esa hora es cuando Marty y yo estábamos juntos, encerrados en su habitación o en la mía. Nos sentábamos juntos en la cama, leíamos los guiones de Champagne Flight y comentábamos lo que nos parecía bien o mal.

Marty tenía la garantía de haber terminado por lo menos trece episodios de una hora, y se había propuesto hacer todo lo que estuviese en su mano antes de que se presentase la serie en septiembre. En ocasiones incluso rehízo los guiones él solito.

En el mes de julio yo ya estaba capacitada para ayudarle. Le leía el material en voz alta durante la comida o mientras se afeitaba, y en algunas ocasiones yo misma escribía las escenas. Le asesoraba en pequeños detalles sobre el carácter de la estrella de cine que mamá representaba. Escribí una escena completa para el tercer capítulo de la temporada. No sé si tú lo has visto, pero estuvo muy bien.

Hacia el final, Marty llegó a decirme: «Oye Belinda, convierte esto en dos páginas, ¿quieres?» Y yo me ponía a hacerlo sin que él lo revisara después.

Todo aquello me encantaba. Me gustaba mucho trabajar y aprender a realizar la telenovela. Marty tenía ideas muy claras sobre cómo debían ser ciertas cosas, pero no siempre disponía de vocabulario adecuado para expresarlas. Yo hojeaba revistas y le mostraba cosas que veía, hasta que él me decía: «Sí, eso es lo que yo quiero, así es como ha de ser». Y cuando encontró al diseñador que quería las cosas empezaron a despegar.

En ocasiones nos íbamos de casa justo después de que mamá cenase. Nos íbamos al estudio juntos y trabajábamos hasta las dos o las tres. Nadie parecía darse mucha cuenta de lo que sucedía entre nosotros, y yo me sentía tan involucrada que no me preocupé demasiado de disimular.

Tienes que entender que sólo habían transcurrido dos meses desde el festival de Cannes, y nosotros estábamos muy ocupados.

Entonces, una tarde, al regresar a casa, vi que Blair Sackwell estaba allí, llevaba un chándal de color plateado y zapatillas de tenis a juego, en realidad no era una indumentaria extraordinaria para Blair, aunque parecía más bien un mono de organillero, así que al entrar yo se levantó de un salto del sofá y me preguntó por qué me estaba alejando de todo después del éxito que había obtenido como debutante en Cannes.

Trish y Jill se quedaron anonadadas. Aunque no era extraño porque últimamente siempre estaban así.

Blair me dijo que un productor incluso había telefoneado a G. G. en Nueva York, porque estaba desesperado por encontrarme, y que por favor dejara ya de hacer el papel de Greta Garbo, puesto que sólo tenía quince años.

Le dije a Blair que nadie me había ofrecido nada, al menos que yo supiera, de lo que él no dudó en mofarse. Me transmitió que papá me enviaba saludos cariñosos. Papá habría estado allí con él de no ser porque Ollie Boon tenía el estreno de una representación musical.

Sin embargo, la mayor preocupación de Blair era que mi madre volviese a hacer el anuncio para Midnight Mink. Me rogó que hablase con ella para convencerla. Que era la única mujer que haría ese anuncio dos veces en su vida.

Me fui a otra habitación y llamé a Marty al estudio. ¿Sabía él algo de una oferta para que yo hiciese un papel en el cine? Me dijo que no, que él no había oído nada, pero que yo sabía, o debía saber, que mi tío Daryl se había opuesto a que yo actuase en Champagne Flight. Insistió en que yo sin duda ya lo sabía. Pensó que yo lo sabría. ¿Acaso yo me sentía desgraciada? ¿Qué estaba pasando? Quería que se lo dijese sin dilación.

«Cálmate, Marty —le respondí—. Sólo te estoy haciendo una pregunta». A continuación, llamé al tío Daryl, que ya estaba de regreso en Dallas, en su despacho de abogado, y me dijo sin rodeos que la agente de mamá, Sally Tracy, tenía órdenes estrictas de alejar de mí a los productores. Él personalmente le había dado instrucciones a Sally para que Bonnie no fuese molestada por gente que se interesase por mí. Bonnie no tenía tiempo de preocuparse por esas cosas. Y que deseaba que todo el asunto de Jugada decisiva se desvaneciese y no se hablase más de ello.

Llamé a Sally Tracy.

—¡Belinda, querida!

—Tú eres mi agente, ¿no? —le pregunté—. ¿Estás desestimando ofertas dirigidas a mí?

—Bueno, bonita, Bonnie no desea que se la moleste por esos asuntos. Además, ¿tienes idea de las ofertas que te están haciendo? Mira, querida, ¿acaso has visto alguna película en que explotan a las quinceañeras?

—Me gustaría estar informada de si alguien llama interesándose por mí. Quiero saber si de verdad tengo un agente. Deseo que se me transmitan todas las cosas que me conciernen.

—Si así lo deseas, bonita, le daré instrucciones a mi secretaria para que te lo comunique todo, desde luego.

Colgué el teléfono y sentí algo muy extraño, una sensación muy fría, pero no sabía lo que tenía que hacer. La verdad era que me sentía feliz trabajando con Marty. No deseaba estar en ningún otro lugar. Pero ellos deberían haberme explicado lo que estaban haciendo. Me sentía enloquecer, y no tenía el más mínimo deseo de volverme loca. Por lo tanto, aquella noche hablé con Marty del tema.

—¿Tú querías que yo hiciera papeles cortos en la serie? —le pregunté.

—Bueno, así fue al principio —me confirmó—, pero ten en cuenta lo que voy a decirte, Belinda. Escúchame atentamente: en este momento estoy trabajando para que tu madre sea importante. ¿Por qué debería malgastarte como decoración? Lo más inteligente es apostar en el momento justo, ver qué éxito tiene la serie y después crear un episodio para ti. —Me daba perfecta cuenta de lo que estaba maquinando a medida que hablaba—. Ya tengo un par de ideas. Pero desearía utilizarlas cuando la temporada esté avanzada, por ejemplo, hacia noviembre; en realidad ya sé lo que quiero hacer entonces.

Como he dicho antes, todo era muy confuso, porque yo estaba contenta trabajando en la parte de producción y, además, no me convencía mucho salir en la telenovela. Me refiero a que lo que de verdad quería era hacer películas. Me sentía muy rara por todo aquello.

Al día siguiente le pregunté a mamá si a ella le importaba que yo hiciese algún papel en la serie. Nos hallábamos en la limusina del estudio, Marty estaba sentado a su lado, con el brazo rodeándola como siempre, y yo estaba frente a ellos en el pequeño asiento abatible que se encontraba junto al televisor que, por cierto, nadie encendía nunca.

—Por supuesto que no, querida —me dijo en su habitual voz adormilada de las mañanas. Tenía la mirada fija en el exterior del vehículo, hacia unas casas de apartamentos con paredes estucadas color pastel, típicas de Los Ángeles, como si no se tratase de una de las más aburridas y feas vistas del mundo—. Marty, haz que Belinda salga en la serie, ¿de acuerdo? —Pero añadió—: Aunque sabes, querida, ahora podrías dedicarte a ir a la escuela durante un tiempo. Siempre has querido hacerlo. Podrías conocer chicos de tu edad. Ahora podrías ir a Hollywood High si quisieses. ¿No es cierto que todo el mundo quiere ir a esa escuela?

—No lo sé, mamá, creo que ya se me ha pasado la edad para eso. Cuando llegue septiembre no sé muy bien lo que haré. Probablemente me apetezca hacer películas, mamá, ¿sabes a qué me refiero?

Pero ella siguió mirando a través de la ventana. Parecía como si aquello no le importase. Ella seguiría adormilada hasta que llegase al escenario del rodaje de Champagne Flight.

—Puedes hacer lo que quieras, cariño —me dijo un poco después, como si mi último mensaje acabase de hacérsele patente—. Puedes actuar en Champagne Flight, si eso te apetece, a mí me parecerá bien.

Entonces dije: gracias mamá, y Marty se inclinó hacia delante, puso su mano sobre mi pierna y me dio un beso. Y es probable que yo no le hubiese dado más importancia al asunto de no ser porque cuando él se recostó en el asiento yo le dirigí una corta mirada a mamá.

Ella me estaba mirando con gran atención. Pareció como si todo el efecto de las drogas desapareciese durante un segundo. Y cuando yo le sonreí, ella no me devolvió la sonrisa. Me estaba mirando fijamente, como si fuese a decirme algo, acto seguido se giró y miró a Marty, que no se dio cuenta de nada porque me miraba a mí. Después ella volvió a mirar por la ventana.

No me pareció una mirada normal, era como si me estuviese diciendo: no hagas que todo el mundo se preocupe por tu caso, Belinda, sólo porque Marty y tú sois amantes. Deja el asunto en paz. Por otra parte, quizá mamá ni se había dado cuenta, es posible que mientras me miraba estuviese pensando en alguna otra cosa. Bueno, mamá se daba cuenta de muy pocas cosas referentes a mí, ¿no es cierto?

En fin, sólo he de aclarar, que tenía razón en lo primero que pensé.

Un par de días después Susan vino a la ciudad. Llegó haciendo mucho ruido por el pasaje de entrada a la casa de Beverly Hills con el Cadillac blanco convertible en que había venido conduciendo desde Tejas, porque según ella tenía que pensar en la película brasileña y hablar consigo misma en voz alta mientras conducía.

Yo me sentía muy confusa al pensar en la película, pues no quería abandonar a Marty, pero en cuanto me metí en el coche con Susan para ir a Musso and Frank’s la idea volvió a atraparme. Tenía claro que debía dejar a Marty para hacer esta película, no había ninguna duda. Si dejaba de hacerlo, ¿qué era yo?, ¿era una actriz o no era nada? Por descontado, no le hablé a Susan de Marty. Tampoco le conté que el tío Daryl intentaría oponerse. Después de todo, yo estaba segura de que mamá me dejaría ir.

Susan habló de la película durante toda la comida, en el ruidoso Musso and Frank’s. Iba a ser fantástica. Ellos estarían de acuerdo en que yo actuase. Yo tenía que representar a la ingenua, y además era la hija de Bonnie. Su mayor problema lo constituía Sandy. Ellos le pedirían que eligiese a una actriz cotizada para hacer el papel inicialmente destinado a Sandy.

—¿Y vas a ceder en eso?

—Tendré que hacerlo. Sandy no podrá incorporarse, y yo lo sé, además sigo teniendo la intención de hacer famosa a Sandy cuando tenga el poder necesario. Y ella lo sabe.

Marty escuchó con paciencia la exposición de Susan aquella misma noche. Le comunicó que organizaría una reunión para ella en la United Theatricals. Y cuando la puerta de la habitación se cerró, él me dijo:

—¿Vas a serme fiel cuando estés en Brasil?

—Sí —contesté yo—. Y tú también vas a serme fiel aquí, en la ciudad de las estrellas, ¿verdad?

—¿Alguna vez se te ha ocurrido tener dudas sobre eso, amor mío?

En aquel momento parecía sincero, y muy cariñoso además, así que yo sentí que estaba de mi lado y que siempre lo había estado.

Pero en la United Theatricals no aceptaron el proyecto de Susan. Dijeron que la película era muy arriesgada. Opinaron que ella era demasiado joven para producir y dirigir al mismo tiempo. Sin embargo, tenían una proposición que hacerle, se trataba de que dirigiese tres películas para la televisión, cuyos guiones se encontraban allí mismo.

Como yo había supuesto, Susan se quedó hecha polvo. Luego fui al hotel Beverly Hills a visitarla y la encontré leyendo los guiones en su habitación, bebiendo té frío, fumando y escribiendo un montón de notas.

—Son historias de recetario —comentó—, pero voy a aceptar. Spielberg, por ejemplo, hizo estas películas de televisión para la Universal. Bueno, seguiré ese camino. Han estado de acuerdo en que Sandy actúe en una de ellas. Así que por ese lado no hay problema. Pero no hay nada adecuado para ti, Belinda, no hay nada decente, nada que siquiera se parezca a lo que yo tenía pensado.

—Esperaré la de Brasil, Susan —dije yo. Y durante un momento se me quedó mirando, parecía que estaba tramando algo, o pensando, o tratando de decirme alguna cosa. Aunque lo único que acabó diciendo fue: de acuerdo.

Marty la llamó más tarde por teléfono y le dijo que había tomado la decisión más inteligente.

—Todo el mundo está pendiente de ella —me comentó a mí—. Cuando tenga una idea de verdad comercial, la escucharán. Lo único que necesita es ir con un poco de cuidado, ya sabes. No hay que gastarse excesivamente en nada hasta que sepas que se trata de absoluta dinamita, y por otra parte las películas que le han dado es como si ya estuviesen hechas.

Mientras todo esto sucedía, yo me había quedado sin habla, y sin embargo tomé nota de cada detalle. A Susan le iría bien con esta gente.

Al mismo tiempo, yo lo estaba pasando bien con Marty y no necesitaba decirle nada a Susan sobre el asunto. Además, todavía era posible que la película brasileña acabase haciéndose.

—No lo olvides, Belinda —me dijo Susan antes de irse—. Haremos esa película.

Le confirmé que podía contar conmigo cuando estuviese a punto. Y si deseaba hacerla rápido y no tenía dinero, bien, yo tenía el suficiente en cheques de viaje, para pagar mi estancia allí. Como respuesta, me dedicó una sonrisa.

—Hay otra cosa que quiero decirte antes de irme —añadió poniéndose seria—. Vigila tu relación con Marty.

Yo me quedé mirándola. Había pensado que me moriría si ella se enteraba de que me acostaba con el hombre que aniquiló nuestra película. ¿Cómo explicarle lo sucedido?

—Recuerda que en Cannes estabas muy enfadada —continuó— y ahora, mira lo que estás haciendo, le preparas el café, le vacías los ceniceros y vas y vuelves del trabajo con él, no dejas de estar a su lado y hasta le buscas un pañuelo si quiere sonarse la nariz.

—Susan, sólo hace dos meses que he llegado aquí. No lo comprendes…

—¿Qué es lo que no comprendo? —me espetó—. ¿Que estás enganchada con ese tipo y que eres su corderito desde Cannes? No te dejo de lado por esa razón, Belinda. Conozco a ese hombre. Seguro que contigo es transparente, sin embargo está cagado de miedo por si tu madre o ese par de hermanitas del colegio que están con ella le pescan contigo. ¡Lo que trato de decirte, Belinda, es que recuerdes quién eres tú! Sí, claro, ahora eres sólo una niña y tienes un montón de tiempo por delante, pero ¿qué quieres hacer con tu vida, Belinda? ¿Deseas ser alguien o la chica de alguien?

Acto seguido se fue zumbando en su Cadillac, clavando las ruedas en la gravilla, a punto estuvo de rozar los postes eléctricos de la verja, y yo me quedé de pie, parada allí mismo y pensando: bien, lo ha sabido desde el principio.

Y hay algo que debo decirte: desde entonces, el único que me ha preguntado qué deseaba hacer con mi vida o qué aspiraciones tenía has sido tú, en San Francisco, cuando cenamos juntos por primera vez en el Palace Hotel. Me miraste a la cara de la misma manera que lo había hecho Susan y me preguntaste qué cosas deseaba para mí misma.

Bien, Susan se había ido, y también el proyecto de Brasil. Yo me lo pasaba bien con Marty, también estaba encantada de vivir en América y, honestamente, me parecía maravilloso no tener que cuidar más de mamá.

En Saint Esprit, Trish y Jill habían sido encantadoras, pero había un montón de decisiones insignificantes que ellas no podían tomar. Se necesitaba que las tres hiciésemos el trabajo de contratar, despedir y manejar al personal de la casa. Una de nosotras tenía que estar siempre con mamá.

Era Marty quien se hacía cargo de ella. Y a medida que él iba adquiriendo más y más responsabilidades, una cosa se me aclaró: Marty era mejor para mi madre de lo que nosotras lo habíamos sido. Por ejemplo, con el tema de la bebida no se trataba de que nosotras la ayudásemos a beber, sino sencillamente de que no podíamos controlarla. En cambio, Marty sí podía. Para imponer sus reglas, disponía de la mejor razón: Champagne Flight.

Y hacía que mamá estuviese bonita y la mantenía al margen de la bebida. Cuanto más la mimaba y la controlaba, más florecía ella. Por fin mamá se convirtió en lo que siempre había soñado ser.

Desde luego que una buena parte de este cambio era debido a vivir en California, a la manía de hacer ejercicio, comer de manera saludable, ser vegetariano, meditar y Dios sabe qué más basura con la que supuestamente vives para siempre y te sientes una buena persona mientras haces todo eso. Pero surtió efecto; mamá se convirtió en una reina amazona que soportaba muy bien la presión de trabajar en una serie de televisión, las constantes entrevistas, las apariciones en público y tantas otras cosas que, si quieres saber mi opinión, son peores que trabajar en el cine.

Cuando llegó la fecha de la inauguración de la serie, Marty dominaba la vida de mamá. Se sentaba a su lado mientras ella se bañaba, le leía libros a la hora de dormir, le acercaba el esmalte de las uñas y se quedaba cerca de ella para que las peluqueras no le dieran tirones en el pelo, la vestía por la mañana y la desnudaba por la noche. Trish, Jill y yo no éramos ya necesarias para nada.

A pesar de lo desleal o culpable que yo pudiese sentirme, estaba encantada. Y me sentí muy aliviada de que el año escolar hubiese empezado sin que nadie se diese cuenta. Me lo estaba pasando estupendamente.

No tengo idea de si tú pudiste ver la presentación de Champagne Flight, de modo que te explicaré lo que hizo Marty. Consistió, como siempre, en un programa especial de dos horas. En este episodio, Bonnie Sinclair, actriz emigrada, regresa a su hogar, en Miami, para hacerse cargo de la línea aérea propiedad de su padre tras la misteriosa muerte de éste. Un primo joven, tremendamente atractivo, intenta hacerle chantaje con las películas eróticas que ella había hecho en Europa. Ella se comporta como si hubiese picado el anzuelo: se va a la cama con él y le hace creer que la tiene en el bolsillo; y cuando ya han hecho el amor, le pide a él que se vista y la acompañe a la sala de al lado, pues le ha preparado una sorpresa. Bueno, en ella está teniendo lugar una fiesta, y toda la familia se encuentra reunida. También están allí personas importantes de la sociedad internacional.

Entonces Bonnie hace la presentación del atractivo primo a todos los asistentes, tal como él hubiera deseado; a continuación aparece una pantalla, se apagan las luces y todo el mundo toma asiento, se proyectan escenas de las viejas películas eróticas de Bonnie. El primo se queda boquiabierto y destrozado. Concretamente, Bonnie muestra las mismas escenas con que el muchacho pensaba chantajearla. De modo que ella se limita a sonreírle y a decirle que ha sido una velada maravillosa, y que por qué no viene a verla en alguna otra ocasión. Él se marcha sintiéndose como un estúpido.

Mamá representó todo esto con gran talento. Apareció triste y herida, y tan filosófica como siempre, así que en el momento en que el joven ha de marcharse, lleno de vergüenza y turbación, ella se queda mirando a la pantalla, en la que se están proyectando las escenas de amor de sus viejas películas, y el espectador ve cómo se le llenan los ojos de lágrimas. En esto consistió la trama. Termina el episodio con ella al frente de la compañía aérea, habiéndose librado de los chicos malos, primo incluido, y por supuesto intentando averiguar quién es el asesino de su padre.

Muy bien, típicamente televisivo, ya lo sé. Pero por otra parte era perfecto para mamá, y desde luego el presupuesto era enorme, los decorados suntuosos y los vestidos extraordinarios. Incluso la banda sonora era mejor que las que se acostumbra oír.

El enorme éxito de Corrupción en Miami tenía una poderosa influencia en Marty. Muy probablemente se sentía celoso de él. Y había jurado hacer Champagne Flight con mucho estilo y más sofisticada que cualquier otra telenovela del momento. También deseaba un ritmo policiaco. A este respecto, su modelo era la vieja serie Kojak. A decir verdad, Marty hizo lo que se había propuesto. Champagne Flight produce una sensación de serie policiaca y tiene la apariencia de vídeo de rock.

De hecho existe una vieja expresión cinematográfica para lo que hizo Marty, aunque juraría que él la desconoce. El término es filme noir. Probablemente Champagne Flight es la única telenovela de hora punta tipo filme noir.

Marty esperó como un maníaco a que se publicaran las audiencias. En cuestión de unas horas supimos que todo el mundo en América había sintonizado la emisora para ver a mamá. Champagne Flight era un éxito. Incluso fue noticia en todo el país: Bonnie y las viejas películas de Bonnie.

Después de aquello la prensa nos seguía constantemente. Las revistas del corazón venían a por nosotros como perros de caza. Y de pronto Marty no podía desaparecer de la vista de mamá. Mamá insistió en que él durmiese en la habitación de al lado, por lo que hubo que sacar a Jill de allí, y se despertaba cada noche sin saber dónde se hallaba, a pesar de las pastillas para dormir. A las tres de la mañana él tenía que darle de comer, una especie de pequeño desayuno, y explicarle que todo iba muy bien, y que algunos tendrían que tragarse sus viejas críticas.

Incluso cuando le conseguimos una enfermera para que la cuidase todo el tiempo, la cosa no mejoró. Marty tenía que estar presente. Él era quien tenía que dar las órdenes a la masajista, a la peluquera y a la asistenta que sólo limpiaba la habitación de mamá. En una ocasión, una noche, un reportero europeo saltó la verja electrificada y empezó a hacer fotos con flash a mamá a través de las puertas acristaladas de su habitación. Ella se despertó gritando.

De modo que el tío Daryl tuvo que traerle una pistola de Tejas, aunque todo el mundo le dijo que estaba loca y que no debía utilizar aquella arma. Ella insistió en tenerla en la mesilla de noche.

Naturalmente, durante aquellas primeras semanas siguieron filmando y revisando episodios a medida que se conocían las reacciones del público, y se hacían cambios a lo que ya estaba filmado. Mamá estaba muy bien cuando trabajaba. Se sentía muy bien cuando actuaba y cuando leía el guión. El resto del tiempo estaba como loca. Es una mujer a quien nunca le ha importado tener que trabajar hasta tarde.

Unas tres semanas después de haber comenzado la temporada, me di cuenta de que no había estado a solas con Marty desde el día del estreno. Entonces me levanté pronto por la mañana y vi a Marty de pie junto a mi cama.

—Cierra la puerta con llave —le susurré. Sabía que en cualquier momento mamá podía levantarse y empezar a dar vueltas por la casa en un estado de semiconsciencia.

—Ya lo he hecho —me dijo.

Pero se quedó allí de pie vestido con el pijama y el batín, y no se metió en la cama. Creo que, a pesar de la oscuridad, me di cuenta de que le estaba sucediendo algo terrible. Acto seguido, se sentó en la cama a mi lado y encendió la lámpara de la mesilla. Tenía una cara horrible. Parecía turbado, ido y un poco loco. Yo le dije:

—Se trata de mamá, ¿no es cierto? Te has ido a la cama con mamá.

Tenía la boca desencajada. Parecía que no pudiese hablar. Me dijo, con una voz muy cascada, que cuando una mujer como aquélla deseaba que te acostases con ella, no podías decir simplemente que no.

—¿De qué demonios estás hablando? —pregunté.

—Cariño, no puedo decepcionarla. Nadie que estuviese en mi posición debería hacerlo nunca. ¿No lo entiendes?

Me quedé pasmada mirándole. No podía articular palabra. Se me había ido la voz. Y allí mismo, delante de mí, él empezó a sollozar y a llorar.

—Belinda, no sólo te amo, ¡te necesito! —me susurró con aquella voz lastimera, y a continuación me rodeó con sus brazos y empezó a besarme.

Yo no podía hacerlo. Ni siquiera tenía que pensarlo. Así que salté de la cama y me alejé de él antes de decidir qué debía hacer. Pero él vino tras de mí, me besó y me encontré a mí misma besándole. De nuevo esa cosa química se adueñó de la situación, y el amor, por supuesto, aquel poderoso amor que tal vez no necesitaba ya de la química.

Discutí con él y le dije varias veces que no, pero ya estábamos juntos en la cama, y lo hicimos, y yo me quedé llorando hasta que me dormí.

Por supuesto que, cuando me levanté, él ya no estaba allí. Estaba otra vez junto a mamá. Y nadie se dio cuenta de que hice la maleta y me marché.

Me fui hacia la zona del Strip, al Château Marmont, pedí un apartamento e hice un par de llamadas. Llamé a Trish para que pagase la factura, le dije que no me preguntase por qué, pero que tenía que estar allí.

—Yo ya sé por qué —me dijo ella—. Sabía que esto iba a suceder. Ten cuidado, Belinda, ¿de acuerdo?

Llamó al Château y se hizo cargo de los gastos. Aquella noche dejó un mensaje por teléfono en que me informaba que lo había hablado con mamá, y ésta le había firmado un cheque espléndido para mi cuenta en el banco.

Y allí estaba yo, sentada en un lado de la cama del Château Marmont pensando que se había terminado la relación con Marty, que Susan estaba en Europa filmando una película para la televisión, y que a mamá, por supuesto, no le importaba lo más mínimo que me hubiese ido de la casa.

Bueno, durante las siguientes semanas me dediqué a hacer locuras. Vagabundeaba todas las noches por la calle, hablaba con los que iban en bici y con muchachos que se habían escapado de sus casas. Llamé por teléfono a las chicas de Beverly Hills, que se habían puesto en contacto conmigo al principio cuando llegué. Fui a visitarlas, asistí a sus fiestas e incluso una tarde me fui a Tijuana con ellas. A veces iba a dar una vuelta por Hollywood High cuando terminaban las clases. Hice el recorrido habitual por la ciudad como una turista, fui a las excursiones organizadas a los estudios, e incluso a Disneylandia y a Knott’s Berry Farm. Sencillamente iba por ahí. Cualquier cosa para no estar sola, para no esperar junto al teléfono. Pero me aseguraba de ponerme en contacto con Trish por lo menos una vez cada tarde. Ella me explicaba que mamá estaba bien. Que seguía bien.

Es probable que mamá ni siquiera notase mi ausencia. Y yo empezaba a volverme loca intentando no pensar en Marty, me decía a mí misma que todo debía terminar con él, que ahora yo tenía que decidir qué haría en el futuro.

Hoy, cuando pienso en ello, me pregunto qué habría sucedido si yo hubiese llamado a G. G. a Nueva York. Seguro que a mamá no le hubiese importado que me fuese con G. G. Ella ya no me necesitaba como antes. Aunque la verdad era que yo no podía soportar la idea de perder a Marty. Estaba hundida por el dolor, por un dolor terrible.

Así que lo único que hacía era dar vueltas por la ciudad.

Por supuesto me sucedieron cosas bastante irritantes, y era consciente de que legalmente era una menor.

Por ejemplo, sé conducir desde los doce años, pero en California no podía tener el carnet de conducir hasta los dieciséis. No podía entrar en lugares donde sirviesen alcohol, aunque sólo quisiera tomarme una coca-cola y sentarme en una mesa para ver al artista que estuviese actuando. Y por supuesto no podía confiar en los chicos y chicas que conocía. No era como para hablarles de mi relación con Marty.

Además, yo no era como ellos. No tenía el carácter de adulto y niño al mismo tiempo, como ellos; chicos verdaderamente duros de las calles de Los Ángeles por una parte, y bebés por otra. Yo no encajaba.

¿Quiénes habían sido siempre mis amigos? Trish, Jill, Blair Sackwell, papá. Ésos habían sido. No gente joven.

Mantenía relaciones superficiales, por no decir del todo artificiales. Nada me salía bien.

Bueno, naturalmente Marty apareció por el Château Marmont.

Si no lo hubiese hecho, creo que mi fe en la vida hubiese desaparecido. ¿Ni siquiera una pequeña visita para saber qué me había sucedido? En realidad, no sabía muy bien lo que deseaba, excepto que no quería acostarme con él si se acostaba con mi madre. Y te lo digo en serio, no estaba preparada para la escena que Marty montó.

Aquél fue el primer número de ópera italiana que Marty representó para mí.

Se presentó en el apartamento a eso de medianoche. Estaba en un estado indescriptible cuando le vi llegar. Ante todo deseaba saber a qué clase de familia pertenecía yo. ¿No le importaba lo más mínimo que yo estuviese viviendo en Sunset, en un lugar como el Château, sin la más mínima supervisión? Volvió a utilizar aquella palabra y yo me reí.

—Marty, no me vengas con esa mierda —le dije—. No me saques de la cama a medianoche para decirme que a mi familia no le importa un bledo lo que yo haga. Sé eso desde que tenía dos años.

¿Por qué no iba yo a la escuela?, me preguntaba. ¿Qué pasa? ¿A nadie de tu familia le importa si vas a la escuela?

—Si te atreves a sugerir tal cosa, Marty, puedo matarte —le espeté—. Y ahora sal de mi habitación y déjame en paz.

Entonces se sintió muy avergonzado y molesto, y se puso a llorar cuando me dijo que Bonnie preguntaba por mí. Bonnie no entendía por qué yo nunca iba por allí.

—Dímelo tú —le dije.

Yo había empezado a llorar.

Y sin mediar más palabra, estábamos uno en brazos del otro. Le dije que no, desde luego, una y otra y otra vez le dije que no, pero no lo decía en serio y Marty lo sabía. Nos metimos en la cama, y resultó tan maravilloso como siempre.

Supongo, con cierta sensación dulce, que de alguna manera fue mejor, Marty estaba allí a mi lado, estrechándome e intentando decirme que había sido un infierno todo aquel tiempo sin mí.

—Sabes, amor mío, me hace pensar en el viejo refrán: ten cuidado con aquello que pides, pues podrías conseguirlo. Bien, yo lo hice, yo pedí a Bonnie, yo deseé hacer una serie que fuese número uno. Y he conseguido ambos deseos, cariño, y jamás en mi vida me he sentido tan desgraciado.

Yo no contesté nada. Estaba llorando sobre la almohada. Me dedicaba a pensar cosas absurdas, como que podríamos casarnos, huir hacia Tijuana y casarnos, luego volver y decírselo a todos. ¿Qué sucedería entonces? Pero yo sabía que aquello no era posible, y al mismo tiempo sentía una rabia enorme que quemaba todas las palabras que podía haber dicho.

Marty siguió hablando. No dejaba de decir cosas y más cosas, hasta que me di cuenta de lo que estaba pasando. Me estaba diciendo que me necesitaba, que no podía hacer todo aquello sin mí, que tal como estaban las cosas no podía terminar la temporada.

—Tienes que volver Belinda, tienes que hacerlo. Tienes que mirar todo esto bajo una luz diferente.

—¿Estás tratando de pasarte conmigo? ¿Crees que puedo vivir allí mientras tú y mi madre os acostáis, ocultándole a ella que también te acuestas conmigo?

—Belinda, una mujer como tu madre no quiere saber las cosas —me explicaba—. Te lo juro, no quiere. Desea que la cuiden y que le mientan. Desea que la utilicen y al mismo tiempo utilizar a todo el mundo. Belinda, creo que no conoces a tu madre, no como la conozco yo. Belinda, no me hagas esto, te lo pido por favor.

—¡Que no te haga esto a ti!

Si crees que me has visto alguna vez dando un tortazo, tenías que haberme visto entonces. Me levanté de la cama y empecé a golpearle, a gritarle y a decirle que se fuera de allí, que regresara con ella.

—¡Hacerte esto a ti!

Yo no paraba de gritar. Entonces él me agarró, me sacudió y gritó como si estuviese loco.

—¡Belinda!, maldita sea, sólo soy un ser humano, nada más.

—¿Y qué demonios se supone que significa eso? —le pregunté.

Se sentó a un lado de la cama, con los codos sobre las rodillas. Me dijo que la presión estaba creciendo y que si él explotaba, mamá lo haría también.

—Mira, cariño, todos estamos en esto juntos, ¿no lo comprendes? Ella es la fuente de nuestros éxitos, tu dinero es de ella, y eso hemos de aceptarlo en este momento. O sea que te ruego que no te vuelvas contra mí ahora, amor mío, por favor.

No pude por menos que mover la cabeza. Ella es la fuente de nuestros éxitos. ¿Qué podía decir yo?

—Vuelve a casa —me rogó mientras me cogía la mano—. Soporta esto conmigo, Belinda, en serio; el tiempo que comparto contigo es lo único que me queda, de verdad.

A continuación se desmoronó. Lloró y lloró, y yo también lloré, y de pronto llegó la hora, él tenía que marcharse. Si no estaba a su lado cuando ella se despertaba, a las cinco de la mañana, se abriría el infierno y se desatarían los demonios.

Se vistió y luego dijo:

—Sé lo que piensas de mí. Y también sé lo que yo pienso de mí. Pero te juro que no sé qué hacer. Todo lo que sé es que si no regresas yo no podré fingir mucho tiempo, te lo digo de verdad.

—De modo que es mi responsabilidad que todo funcione, ¿eso es lo que estás diciendo? Marty, ¿cuántas veces crees que he sido yo la que ha hecho que todo funcione para mamá? ¿Cuántas veces crees que me he contenido y he hecho lo que fuera necesario para que mamá se sintiese bien?

—Pero estamos en el mismo barco, cariño, se trata de ti, de mí y de ella. ¿No lo ves? Escucha, esas pollitas tejanas van a irse muy pronto. Sé que lo harán. Y en la casa no habrá nadie más que esas criaturas, la enfermera, la masajista y esa loca peluquera, además de ella y yo. De modo que voy a coger el revólver que está en el cajón de la mesilla y me reventaré los sesos o algo parecido. Me estoy volviendo loco.

Yo no tenía nada más que añadir. Esperaba que se marchase. Él iba a llegar tarde y yo estaba pensando en llamar a G. G. y preguntarle si le parecería bien a Ollie Boon que yo me quedase un tiempo con ellos, aunque sabía que no tenía el coraje para hacerlo, no todavía.

Entonces me di cuenta de que Marty no se marchaba. Estaba inmóvil en el quicio de la puerta.

—Amor mío, ella y yo… vamos a casarnos —me dijo.

—¿Qué?

—Una ceremonia multitudinaria junto a la piscina de la casa. La publicidad va a comenzar hoy.

No articulé ni una sola palabra.

Entonces Marty soltó un discurso. En un tono pausado no habitual en él, me largó una conferencia.

—Te amo, Belinda, te quiero como nunca he amado a ninguna otra persona hasta hoy. Puede que seas la chica bonita que no tuve como pareja cuando iba a la escuela. Tal vez seas la atractiva chica rica que no pude alcanzar en Nueva York. Lo único que sé es que te amo, y nunca he estado con nadie que no fuese de mi familia en Nueva York a quien haya amado tanto y en quien tanto haya confiado. Pero la vida ha jugado muy sucio con nosotros dos, Belinda. Porque la dama ha anunciado que desea casarse. Por primera vez en su maldita vida desea contraer matrimonio. Y lo que la señora desea, la señora lo consigue.

Después la puerta se cerró tras él. Se había marchado.

Cuando Trish llegó, creo que yo seguía tumbada en un estado de confusión total. Si sabía que Marty había estado allí, nunca me lo dijo. Me anunció que la boda tendría lugar el sábado, mamá quería que fuese lo antes posible y tío Daryl ya había salido de Dallas, por lo que era probable que llegase aquella tarde.

—Creo que deberías regresar a Europa —me dijo—. Creo que deberías ir al colegio.

—No deseo ir a Europa —repuse yo—. Y no quiero ir a ningún colegio.

Inclinó la cabeza y en un gesto de impotencia me invitó a acompañarla a comprar un vestido para la boda. También me dijo que era mejor que el tío Daryl no supiese lo de mi estancia en el Château Marmont.

Bien, soporté la ceremonia y la semana que la precedió. Le sonreí a todo el mundo. Representé mi papel. Tanto el tío Daryl como los demás estaban demasiado ocupados para preguntarme qué había estado haciendo. Cuando por fin hablé con la gente, ya fuera en la sala de estar o en la recepción, me sorprendí a mí misma diciendo que me estaba preparando para ir a la Universidad de California en breve, que pensaba pasar los exámenes y empezar pronto. Estaba segura de pasármelo bien allí.

La celebración de la boda era lo más novedoso en Beverly Hills. Las revistas del corazón ofrecían una suma de treinta mil dólares a quien pudiese sacar una foto desde el interior de la propiedad. La policía tuvo un enorme trabajo en impedir que la gente bloqueara las calles.

Mamá estaba muy enamorada de Marty. No la había visto así desde la época de Leonardo Gallo. No es que estuviese apoyándose sólo en Marty, o colgada de él, sino que no veía a nadie más que a él. Y aquella tarde ambos estaban radiantes.

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