Belinda

Belinda


Segunda parte

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Entonces llegó el momento de mi escena de ópera italiana. Y la primera cosa que grité fue:

—¿Cómo pudiste intentar arruinar a G. G.? ¿Cómo te atreviste a iniciar los rumores sobre su salón en Nueva York?

Me dijo que era inocente. Él no había hecho tal cosa, no, de ninguna manera. Si alguien lo había hecho, debía tratarse de tío Daryl, etcétera, etcétera. Luego dijo que terminaría con aquellos rumores. Se ocuparía personalmente de que se hiciese, terminaría con ellos. Siempre que yo volviese, desde luego.

—¡Por qué demonios no puedes dejarme en paz! —le espeté—. ¿Cómo puedes pedirme que regrese a sabiendas de que tío Daryl va a encerrarme? ¿Acaso te has escuchado a ti mismo? Lo que me estás diciendo es que, por tu bien y por el de mamá, lo que tengo que hacer es regresar, ¡Dios mío!

Me rogó que me calmara. Me explicó que tenía un plan, me rogó que le escuchase. Haría que Trish y Jill nos vinieran a esperar al aeropuerto, luego iríamos juntos a casa y entonces el impondría la regla de que no habría ninguna institución mental ni ningún convento en Suiza, o dondequiera que fuese, en que encerrarme. Yo sería libre de hacer lo que quisiese. Podría irme a rodar exteriores con Susan a Europa, tal y como yo lo había deseado antes. Ponerme a mí y a Susan en un proyecto televisivo no era ningún problema, aunque Susan estuviese trabajando en algo en ese momento; bien, cambiarlo, muy bien, podía hacerse, sólo tenía que llamar a Ash Levine y hacerlo. O sea que, de qué demonios estábamos hablando aquí, por amor de Dios, ¿acaso no era él el productor de Champagne Flight? Bonnie trabajaba para él. Haría valer su posición.

—Estás perdiendo la cabeza, Marty —le aclaré—. Mamá es Champagne Flight y tú lo sabes. ¿Y qué te hace pensar que podrías pararle los pies a tío Daryl? Durante años ha estado comprando tierras por todo Dallas y Fort Worth con el dinero de mamá. No os tiene miedo ni a ti ni a la United Theatricals. ¿Y por qué habría de dejarme mamá hacer lo que yo quisiese con Susan si ella trabaja para ti?

Se puso en pie. Echaba fuego por la boca, igual que le había visto hacer cientos de veces en el estudio, mientras señalaba al intercomunicador que se hallaba sobre su mesa. La única diferencia era que esta vez me señalaba a mí.

—Belinda, ¡confía en mí! Yo te llevaré y te sacaré de allí, te lo digo en serio. Las cosas no pueden seguir de la manera que están ahora.

Yo también me levanté. Entonces suavizó su actitud, dominaba estos cambios.

—No lo ves cariño, yo voy a ocuparme de esto. La tensión que se vive allí está a punto de romper con todo. Y yo la relajaré cuando llegue allí contigo viva y con buena salud. Puedes tener todo lo que desees, un pequeño apartamento en Westwood, cualquier cosa. Yo haré que sea así, lo haré, amor mío, te lo digo yo…

—Marty, voy a quedarme en San Francisco. Estoy donde deseo estar. Y si no dejas en paz a G. G. haré cualquier cosa, todavía no sé qué, pero… —No terminé la frase.

Se puso otra vez a gritar. No quería hacerme daño, la última cosa que haría en el mundo era causarme daño, pero sencillamente yo no podía darle la espalda a todo lo que estaba sucediendo.

En ningún momento dejé de mirarle con atención.

Entonces me di cuenta de algo que tenía que haber sabido en el mismo momento en que le vi en Castro Street. No, ya no le amaba, y más que eso, ya no sentía ninguna simpatía por él. Y aunque comprendía lo que estaba pasando, sabía que yo no podía cambiarlo. Lo sabía, de la misma manera que sabía que el mundo giraba a mi alrededor.

Imagínate que yo volviese a Los Ángeles y que mamá volviese a acusarme de vivir con Marty, imagínatelo. Imagina a tío Daryl contratando a doctores que dictaminasen mi reclusión. Yo no conocía las leyes en Tejas, pero conocía bien la jerga legal de las calles de Nueva York y de California. Yo era una menor en peligro de vivir una vida inmoral y disoluta. Una menor que no tenía la supervisión de un adulto. Ya hacía años y años que sabía todo eso.

—No, Marty —le dije—. Quiero a mamá, pero el día después de los disparos sucedió una cosa, algo que tú nunca comprenderás. No voy a volver allí a verla, ni a ella ni a tío Daryl. Y si quieres que te diga la verdad, nada puede alejarme de San Francisco en este preciso momento. No, ni siquiera Susan. Marty, tendrás que apañártelas por tu cuenta.

Me miró y me di cuenta de que se ponía tenso. Su rostro cambió y adquirió una expresión malvada como la de un pendenciero de la calle. Acto seguido hizo su jugada, igual que papá había hecho con los abogados en Nueva York.

—Belinda, si no lo haces, tendré que llamar a la policía para que vaya a buscarte a la casa de Jeremy Walker, en la calle Diecisiete; además, haré que le arresten sobre la base de cualquier cargo moral aplicable al caso que esté en vigor en este estado. Tendrá suficiente para el resto de su vida, Belinda. Lo digo en serio, no quiero hacerte daño, cariño, pero o vienes conmigo ahora o Walker irá a la cárcel esta misma noche.

Con lo que yo también hice mi jugada, aun sin mediar el tiempo necesario para pensarla.

—Si se te ocurre hacer eso, Marty, cometerás el peor error de toda tu carrera. Puesto que no sólo le diré a la policía que me has perseguido, seducido y abusado de mí en repetidas ocasiones, sino que se lo contaré también a la prensa. Les diré que mamá lo sabía, que estaba celosa, que intentó disparar contra mí y que no ha denunciado mi desaparición, y estoy diciendo que se lo contaré a todo el mundo, Marty, desde el National Enquirer hasta el New York Times. Les diré lo que quieran saber sobre la drogadicción de mamá y la negligencia que ha tenido para conmigo, y que tú estás confabulado con ella. Créeme que os hundiré a todos. Y otra cosa, Marty. No tienes ni la más mínima prueba de que yo me haya ido a la cama con Jeremy Walker, ni la más remota. Pero yo sí estoy dispuesta a testificar en un juicio en cuántas ocasiones he estado contigo.

Me miraba fijamente e intentaba parecer duro, lo intentaba de veras, pero yo podía ver a través de su expresión cuánto estaba sufriendo, y casi no podía soportarlo. Me sentía tan mal como me había sentido con mamá.

—Belinda, ¿cómo puedes decir estas cosas? —inquirió.

Y lo decía con el corazón. Lo sé, porque yo me sentí de la misma manera la última vez con mamá.

—Marty ¡tú nos estás amenazando! ¡A Jeremy y a mí! ¡Y también a G. G.! —le repliqué gritando—. Marty, déjanos en paz.

—Daryl acabará encontrándote, ¡amor mío! —siguió diciéndome—. ¡Acaso no ves que te ofrezco lo que Daryl nunca te dará! Te estoy proporcionando una elección.

—Eso habría que verlo, Marty. Daryl no le hará daño a mamá, de eso puedes estar bien seguro. Puede que esto sea difícil de entender para ti, con todos tus trapicheos y negocios, pero Daryl ama a mamá como tú nunca lo has hecho.

Entonces intenté marcharme de allí al instante. Sin embargo, él no estaba dispuesto a dejar que lo hiciera, de modo que la escena que siguió fue de lo más terrible. No hay que olvidar que habíamos sido amantes ese hombre y yo. De modo que gritamos y lloramos, mientras él intentaba cogerme yo luchaba contra él, y al fin conseguí zafarme y salir de allí; corrí, bajé a saltos todas las escaleras del Hyatt y salí a Market Street.

Pero como puedes imaginarte, Jeremy, yo estaba aterrorizada. Lo único que podía pensar era: Belinda, ¡lo has vuelto a hacer! Vas a arrastrar a Jeremy al fango y a la porquería contigo, igual que has hecho con G. G. y con Ollie Boon. Además, no tienes ni idea de lo que esa gente está dispuesta a hacer.

Ésa fue la noche en que te rogué que nos fuéramos a Carmel. También te pedí que nos marchásemos a Nueva Orleans y que volvieses a abrir la casa de tu madre. Deseaba acompañarte hasta el fin del mundo.

Según recuerdo, salimos hacia Carmel a medianoche. Durante todo el camino estuve mirando por el retrovisor, intentaba ver si alguien nos estaba siguiendo.

Al día siguiente llamé a papá desde una cabina telefónica que encontré en la Ocean Avenue, telefoneé con monedas mías en vez de hacerlo a cobro revertido, para evitar que se pudiese registrar la llamada, y le expliqué a papá cómo había conseguido Marty dar conmigo por medio de las llamadas a cobro revertido listadas en sus archivos.

Papá tenía mucho miedo por lo que podía sucederme.

—No vuelvas, Belinda —me dijo—. Mantente en tu postura. Daryl ha estado aquí. Insiste en que sabe que has estado en la ciudad esta primavera. Pero yo he utilizado la misma maldita fanfarronada que con los abogados, ya sabes, lo de la policía, y chica, no sabes cómo se retractó. Está avergonzado, Belinda. Se siente fatal por no haber llamado a las autoridades, ¿y sabes lo que hizo al final? Me rogó que le explicara si yo me encontraba bien. Me hice el despistado, querida, pero estoy seguro que te encontrará, igual que Marty. Jaque al rey, Belinda. Recuerda que puedes hacerlo. No harán nada que pueda perjudicar a Bonnie. Para ellos la única que importa es Bonnie, para todos ellos.

—Pero ¿qué pasara con tu salón, G. G.? —Yo todavía estaba preocupada por el asunto.

—Puedo encargarme de eso, Belinda —insistió.

Nunca supe, ni he llegado a saber aún, cuán ruinosa le resultó la situación. Durante todo este tiempo me he limitado a confiar en que papá esté bien.

***

Aquella semana final en Carmel fue la única de verdadera paz que tuve entonces. Nuestros paseos por la playa y las charlas fueron maravillosos. Intenté por todos los medios que no regresáramos. Pero a tu manera cálida y agradable insististe en que volviésemos a San Francisco. Y desde entonces, yo ya no dejé de vigilar cada vez que salía. Sabía que alguien nos estaba espiando. Lo tenía clarísimo. Y, a juzgar por cómo fueron después las cosas, tenía razón.

Entre tanto, la segunda película de televisión de Susan se estrenó a principios de setiembre y obtuvo un porcentaje de audiencia del treinta por ciento según las encuestas, y además era muy buena. Luego Champagne Flight comenzó una nueva temporada con tu amigo Alex Clementine, y yo la estuve viendo mientras tú estabas arriba trabajando. No creo que llegases a darte cuenta.

Mamá estaba fantástica. Ella siempre está perfecta frente a la cámara, no importa lo que le suceda en su vida personal. Y cuando hacía escenas dramáticas estaba muy convincente. Sin embargo, resaltaba un aspecto nuevo en ella. Por primera vez mamá aparecía muy delgada. Era el fantasma de sí misma en la pantalla y he de decir que era una intérprete extraordinaria. Y, para serte franca, la serie misma lo era. Por la parte técnica, bien, era incluso más del estilo de un vídeo de rock, con música bastante hipnótica y con un movimiento de cámara enérgico y contundente. De nuevo se detectaba en la serie el estilo del film noir.

De pronto, dos días después de aquello, me dijiste que venía Alex Clementine, que era tu amigo y que tú querías que fuese contigo a cenar; te pusiste muy pesado con el asunto, tanto que no parecías tú mismo. Yo conozco a Alex Clementine. Estuve con él en Londres durante el rodaje de una película en que mamá trabajó años atrás. Y lo que es peor, le había visto el año anterior en el festival de Cannes. Estuve a punto de toparme con él en la fiesta editorial, la tarde en que nos conocimos tú y yo. No existía posibilidad alguna de que yo te acompañase. Y si tú le hubieses traído a casa para enseñarle las pinturas, se habría acabado todo allí mismo y en aquel momento.

Yo estaba fuera de mí. Sin embargo tenía la esperanza de que, si no podía convencerte de que fuésemos a Nueva Orleans, quizá pudiera conseguir que nos fuéramos a otra parte.

Entonces Marty volvió a aparecer. Estaba yo cruzando el puente de Golden Gate en dirección a los establos Marin, y tenía la sensación de que alguien me estaba siguiendo, después, cuando ya estaba cabalgando, caí en la cuenta de que había tenido razón.

Bueno, tú ya sabes lo importante que era para mí ir a montar a caballo. Pero me pregunto si te percatabas del enorme desahogo de las preocupaciones que significaba para mí. Cuando estaba sobre mi caballo tenía la impresión de estar lejos de todo el mundo. Uno de mis paseos preferidos, que atravesaba las lomas de Cronkite, era el que bajaba a la playa en Kirby Cove. La mayor parte del tiempo estaba cerrado al tráfico, y con frecuencia yo era la única persona que iba por allí y cabalgaba en el rompiente de las olas; desde allí el paisaje era precioso.

A la izquierda se veía el puente y la ciudad, y a la derecha, al fondo, el océano.

Bien pues, si hubiese sabido que aquella tarde era la última que paseaba a caballo por Kirby Cove, me pregunto cómo me hubiese sentido.

Estaba a medio camino de la bajada cuando vi un Mercedes, tras de mí, en la carretera; enseguida descubrí que se trataba de Marty y traté de escabullirme por uno de los senderos escarpados. Él me siguió hasta los campos que había al final del declive, y yo pensé: bien, muy bien, es estúpido tratar de huir de él. No va a dejarme en paz hasta que hablemos.

Quería que fuese con él al hotel. Le dije que de ninguna manera. Lo que sí hice fue atar el caballo y entrar en el coche con él. Al parecer el caballo le daba miedo. Nunca en su vida había montado.

Me dijo que tenía algo muy desagradable que contarme. Llevaba consigo un sobre de papel manila, y me preguntó si yo imaginaba lo que podía contener.

—¿De qué demonios me estás hablando? —le dije—. ¿Qué es esto?

Si en la última entrevista todavía había algo del amor que había sentido, ahora apenas quedaba nada. El sobre me daba miedo. Y yo sospechaba que iba a derrumbarme.

—Ese novio tuyo que vive en la calle Diecisiete, ¿qué tipo de hombre es, que pinta cuadros por todas partes contigo desnuda?

—¿Pero de qué estás hablando? —le pregunté.

—Querida, he contratado un par de detectives para que te vigilen. Por estricta rutina, se pusieron en el tejado de la casa de al lado. Pudieron ver todas esas telas a través de las ventanas de la buhardilla. Luego volvieron a comprobar lo que habían visto desde el balcón de la casa del otro lado de la calle. Tengo fotografías de toda la galería…

Se dispuso a abrir el sobre.

Yo le dije:

—¡Tú, maldito hijo de puta! Estáte quieto, no sigas.

Sabía que él notaba que yo tenía mucho miedo. Estaba dando en el clavo.

—Oye, no vayas a creerte que me divierto metiendo la nariz en los asuntos ajenos. Pero Bonnie no me dio elección. La semana pasada me dijo que estaba convencida de que tú y yo vivíamos juntos, de manera que volvió a intentarlo, esta vez se tomó unas píldoras, tantas como para matar a una mula. Muy bien, me dije, esta mujer va a morir si yo no lo remedio, y soy la única persona en el mundo que puede impedirlo. Así que le expliqué lo tuyo con Jeremy Walker. Le di su nombre, la dirección y todo lo demás. Le enseñé toda la documentación que tenía sobre él, los recortes de prensa que mis secretarias del estudio habían reunido. Con todo, aún no me creía. ¿Belinda en San Francisco viviendo con un artista? Vamos, ¿acaso yo creía que ella era tan estúpida como el resto del mundo decía? Me dijo que sabía que yo no permitiría que tal cosa sucediera, que yo te ocultaba en algún lugar de Los Ángeles desde el principio. Decía que las mentiras la volvían loca. Por culpa de tantas mentiras no podía dormir por las noches. Muy bien, le dije, voy a demostrártelo. Entonces envié a esos detectives a buscar pruebas. A sacar unas fotos de vosotros dos juntos. Para que os cogieran a los dos andando por la calle, o que se pusieran en una ventana y os pescaran entrando juntos en la casa. Bien, pues esto que tengo aquí es lo que consiguieron, Belinda, trescientos sesenta grados del centro de la pornografía juvenil del oeste. Este material hace que la película de Susan Jeremiah parezca de Disney. Incluso haría que Humbert Humbert se levantara de entre los muertos.

Le dije que se callase. Le expliqué que tú no pensabas enseñar aquellos cuadros. Era un asunto fuera de discusión. Además sería el fin de tu carrera. Le dije que aquellas telas eran un secreto nuestro y que hiciera el favor de quitar a aquellos hombres asquerosos de nuestro entorno.

—No hagas que me enfade más de lo que estoy —me dijo—. ¡Ese tipo te está utilizando, Belinda! Tiene fotografías en que sales desnuda allí arriba, junto a los cuadros. Ahora mismo podría vender esa basura por un montón de dinero a Penthouse. Pero no es eso lo que anda buscando. Bonnie le identificó a la primera. Ella ha dicho que Walker tiene un olfato para la publicidad mucho mejor que ese loco estrafalario de Nueva York, Andy Warhol. En el momento que le apetezca va a hacer la gran presentación de los cuadros de la hija de Bonnie desnuda, y se deshará de ti a continuación.

Me volví loca. Empecé a vociferar.

—¡Marty, ni siquiera sabe quién soy! —grité—. ¿Acaso mamá no podría empezar a pensar que esto no tiene nada que ver con ella?

—Ella sabe que sí tiene relación. Y, cariño, yo comparto su opinión. Esto es igual que lo que sucedió con Susan Jeremiah, ¿no te das cuenta? Esa gente te utiliza porque eres la hija de Bonnie.

Yo estaba perdiendo la cabeza. Le hubiese pegado de no tener las manos ocupadas en taparme los oídos. También lloraba. Intentaba decirle que las cosas no eran así, que esto no tenía nada que ver con mamá, maldita sea.

—¿No te das cuenta de lo que ella está haciendo? —le dije—. ¡Está convirtiéndose en el centro de todo! Y Jeremy ni siquiera sabe que ella existe. ¡Oh, Dios mío! ¿Qué estáis haciendo conmigo? Pero ¡qué es lo que queréis!

—Que te crees tú que no la conoce —replicó Marty—. Ha enviado a un abogado llamado Dan Franklin a husmear por todo Los Ángeles; ha perseguido a mis abogados con una foto que ellos distribuyeron por un par de sitios cuando estaban intentando dar contigo. Explica que le ha parecido ver a la de la foto en Haight-Ashbury, escúchame bien, el tipo es el abogado de Walker, se conocen desde hace veinte años. Y está tratando de localizar a Susan Jeremiah. Ha estado poniéndose en contacto con personas de la United Theatricals día y noche.

Él continuó hablando. Siguió y siguió sin parar. Pero yo ya no oía lo que estaba diciendo. Yo conocía el nombre de Dan Franklin. Sabía que era tu abogado. Había visto los sobres con su nombre impreso en tu despacho. También había oído sus mensajes en el contestador automático.

Me quedé allí sentada, destrozada. No podía decir nada más. Aunque, por otra parte, tampoco podía creer lo que Marty estaba diciendo. No era posible que tú estuvieses pensando en utilizar todo el asunto con fines publicitarios, ¡tú no!

Por Dios bendito, tú estabas librando una batalla contigo mismo que ninguno de ellos podría entender.

Al mismo tiempo acudían a mi memoria todo tipo de cosas. Tú mismo habías dicho, «Te estoy utilizando», habías usado esas mismas palabras. Además, estaba aquella extraña conversación que tuvimos, la tarde misma en que yo me instalé en tu casa, cuando me dijiste que deseabas destruir tu carrera.

Pero nadie podía llegar a ser tan complicado, no podía ser. Y tú menos que nadie.

Al final le dije que tú no podías saber lo de mi madre, que de alguna manera Marty se había confundido. Le expliqué que tú nunca enseñarías aquellos cuadros, ganabas miles de dólares con tus libros, tal vez millones. ¿Por qué habrías de enseñar las pinturas?

De pronto me callé. Tú sí querías enseñarlas. Yo sabía eso.

Marty volvió a hablar.

—He hecho toda clase de averiguaciones sobre ese tipo. No es peligroso, pero es muy extraño, muy raro. Tiene una casa en Nueva Orleans, ¿sabías eso?, y nadie ha vivido en ella durante años, a excepción de un ama de llaves. Todo lo que pertenecía a su madre sigue como ella lo dejó y en la misma habitación. El cepillo, el peine, las botellas de perfume y todo lo demás. Igual que en aquella novela, la de Charles Dickens, ya sabes, la que menciona William Holden en la película Sunset Boulevard, donde aquella mujer llamada miss Havisham, o algo parecido, está allí sentada y año tras año nada de lo que es suyo se modifica o se altera. También te diré otra cosa. Walker es rico, muy rico. Nunca toca el dinero que su madre le dejó. Vive de los intereses, del capital que él mismo ha acumulado, así es. Sí, creo que estaría interesado en mostrar esos cuadros. Pienso que lo haría. Me he puesto a leer todas las entrevistas que le han hecho, la carpeta de prensa que hemos confeccionado sobre él, y es un estúpido artista, dice cosas muy raras.

Escuchar todo esto era como ver nuestro mundo, el tuyo y el mío, reflejado en un espejo deformante. No podía soportarlo más. Le dije a Marty que estaba loco. Se lo dije de todas las formas posibles.

—No, cariño, te está utilizando. ¿Y sabes lo que está haciendo ese abogado? Está averiguando el trasfondo de todo. Está empezando a atar cabos sobre tu fuga, sobre lo que sucedió, ya sabes, todas esas cosas. ¿Por qué otra razón estaría buscando a Susan Jeremiah? No, ese artista tuyo está más loco que una cabra. Y tu madre tiene razón. Enseñará los cuadros, nos pasará la porquería a nosotros, a fin de que no podamos hacer nada con la suya, y naturalmente, cuando eso suceda, tú no harás nada contra él, ¿verdad? No le acusarás de nada igual que no lo hiciste conmigo. Y a Bonnie y a mí nos tocará contestar todas las preguntas: ¿cómo pudimos dejar que sucediera?, ¿tenemos algo que esconder?

Le dije que no pensaba escuchar nada más. Tú no sabías nada. Intenté salir del coche.

Él me cogió del brazo y volvió a meterme en el vehículo.

—Belinda, deberías preguntarte por qué te digo todo esto. Estoy tratando de protegerte. Bonnie es partidaria de sacar a relucir todo lo de ese hombre. Dice que si la policía va a buscarte a su domicilio, nadie escuchará lo que tú digas sobre mí. Es partidaria de llamar a Daryl. Quiere actuar de inmediato.

—¡Por mí puedes quemarte en el infierno, maldito hijo de puta! —le espeté—. Y puedes decirle a Bonnie que tengo el número de teléfono del periodista del National Enquirer en mi bolsillo. Siempre lo he tenido, lo conseguí en el Sunset Strip. Y sabes muy bien que escuchará lo que tenga que decirle sobre vosotros dos. Tanto él como los asistentes sociales y el juez de asuntos de menores me escucharán. Si le haces daño a Jeremy, irás a la cárcel.

En un momento yo ya estaba fuera del coche y corría por la carretera.

Marty me siguió. Me asió y me sujetó, me di la vuelta y le pegué, pero no mejoré las cosas.

Estaba sucediendo algo horrible. Nunca había visto a Marty de aquella manera. No es que estuviese sólo enfadado, como lo estabas tú la noche de nuestra terrible y última pelea. Era algo más, algo diferente que sólo les sucede a los hombres, algo que no creo que ninguna mujer puede entender.

Me empujó y me tiró al suelo, bajo los pinos e intentó sacarme la ropa. Yo gritaba y le daba patadas, pero no había un alma en los alrededores que pudiera vernos u oírnos. Él lloraba y me decía cosas terribles, me llamó prostituta y me dijo que ya no podía soportarlo más, que ya había tenido bastante. Entonces me puse a gritar y a emitir sonidos de los que ni yo me creía capaz. Le arañé y le tiré del pelo. Y la simple realidad fue que no pudo hacer lo que se había propuesto. No podía a menos que me diese puñetazos o algo peor. Lo que sucedió fue que armamos un tremendo alboroto y, de pronto, le hice perder el equilibrio y le tiré de espaldas. Huí de él a toda velocidad y me puse a correr otra vez, sólo me detuve para subirme la cremallera de los tejanos y montar en el caballo.

Cabalgué para salir de allí como si estuviera en una película del Oeste. De hecho cometí un grave error. Corrí por el borde de los senderos de la montaña, a sabiendas de que era malo para el caballo. Podía haberse caído y romperse una pata, o algo peor.

Pero lo conseguimos. Logramos zafarnos. Volvimos al establo mucho antes de que llegara Marty, si es que todavía nos seguía, y estuve a punto de romper el cambio de marchas del MG-TD de camino al Golden Gate.

Cuando llegué a casa, me metí en el baño. Tenía morados en los brazos y en la espalda pero no en la cara. Menos mal, ya que pensé que en la oscuridad no los llegarías a ver.

Luego me fui a tu despacho para hacer comprobaciones. Los sobres de Dan Franklin estaban allí. No cabía duda de que era tu abogado, de modo que esa parte era cierta, bien.

Me senté abatida, no sabía qué pensar ni a quién creer, luego me dirigí a mi habitación. Comprobé que ni las cintas ni las revistas habían sido tocadas, o al menos no me lo pareció. Pero ¿qué había en todas las paredes? Susan Jeremiah. En aquel momento ya había cinco pósters, los había hecho con fotos que recorté, a lo largo del año, de las revistas. ¿Acaso no era lo más natural que pensases que yo tenía alguna relación con Susan? Es decir, yo era consciente de que tú querías saber quién era yo.

En ese momento oí que entrabas. Habías ido a comprar cosas para cenar, habías traído un precioso ramillete de flores amarillas, subiste y las pusiste en mis brazos. Nunca olvidaré tu expresión en aquel momento. Tendré aquella imagen grabada toda mi vida en la cabeza, estabas tan guapo… Al mismo tiempo inspirabas honestidad y también inocencia. Probablemente ni siquiera te acordarás, pero yo te pregunté si me amabas, te reíste de la manera más natural y me dijiste que ya sabía yo que sí.

Entonces pensé, éste es el hombre más especial y amable que jamás haya conocido. Nunca le ha hecho daño a nadie. Lo único que desea es saber quién soy y Marty le ha cambiado el sentido a todo el asunto.

Subí contigo y miré a través de las ventanas al tejado de la casa de apartamentos junto a la tuya, también miré al balcón del otro lado de la calle Diecisiete, al último piso. En aquel momento allí no había nadie. Pero en las altas montañas desde tu casa y la calle Veinticuatro, cualquiera pudo haber sacado fotos de nosotros a través de las ventanas. No podíamos ocultarnos de miles de puntos de mira.

Me pregunto si recordarás aquella noche. Fue la última noche feliz que pasamos en la casa. Aquella noche me pareciste maravilloso, estabas distraído, perdido entre tus pinturas y te olvidaste de la cena, y por cierto, como era habitual, no se oía ningún sonido en la buhardilla excepto el de tu pincel al tocar la paleta y luego acto seguido la tela, y al mismo tiempo un susurro de algo que te decías a ti mismo.

Se hizo de noche y estaba cada vez más oscuro. No se podía ver nada a través del cristal. A nuestro alrededor sólo había pinturas. No me pareció posible que un hombre hubiese podido hacer las fotos y obtener buenas reproducciones del complicado y detallado modo de hacer tuyo.

Sabía que tú no tenías ni idea de quién era yo. Lo sabía mi corazón. Y tenía que protegerte de mamá y de Marty, aunque eso significase protegerte de mí misma.

Tu mundo era diferente del suyo. ¿Qué sabían ellos del significado de tus pinturas?

Lo único que necesitábamos era un año y dos meses, no con Marty, mamá y el tío Daryl, por no hablar también de ti en aquel momento. Sí, tú y Dan Franklin os habíais convertido en enemigos de nosotros dos.

Bueno, la noche siguiente todo aquello se acabó.

Nunca fui al concierto de rock que motivó aquella pelea. Me dirigí a una cabina telefónica y me pasé varias horas tratando de ponerme en contacto con G. G. para hablar con él y preguntarle qué era lo que yo debía hacer.

«Llama a Bonnie —me dijo—. Hazle saber que si ella le hace daño a Jeremy Walker, tú se lo harás a Marty. Dile que llamarás al teléfono del National Enquirer. Es ajedrez, Belinda, y tú todavía puedes hacer tu jugada».

Pero hubo algo durante aquella cena con Alex Clementine que te proporcionó alguna idea. Quizá te ayudó a establecer alguna conexión entre Susan Jeremiah y yo. La causa podría haber sido cualquier comentario sobre la película de Susan en Cannes y la chica que actuó en ella.

Yo no sé lo que sucedió. De lo único que me enteré fue de que aquella noche nos peleamos como nunca lo habíamos hecho.

Mientras nos peleábamos volví a comprender que tú no eras el hombre cuya imagen se habían formado Marty y mamá. Tú eras mi Jeremy, inocente y atormentado, el que intentaba que yo le explicase mi historia para que todo nos fuese bien en adelante.

¿Cómo demonios podía yo explicarlo todo, de manera que en adelante todo fuese bien? Por lo menos deja que haga esa llamada a mamá, pensaba yo, déjame intentar el último jaque al rey, después es posible, sólo posible, que pueda contarte alguna cosa.

Pero no llegué a comprender lo lejos que habían ido las cosas hasta la mañana siguiente, cuando después de que te fuiste de casa vi todas las cintas de vídeo en el suelo del armario. Las revistas estaban todas mezcladas y habías dejado abierta la de Newsweek. Sí, tenías algunas respuestas, o por lo menos eso pensabas tú, además querías que yo lo supiera.

Ya no había manera alguna de retroceder en silencio.

***

Después de irte tú, estuve una hora sentada frente a la mesa de la cocina, tratando de decidir lo que debía hacer.

G. G. me había indicado que llamase a Bonnie. Jaque al rey. Ollie Boon me había dicho que utilizase mi poder con ellos, igual que ellos usaban el suyo contra mí.

Pero aunque yo pudiese mantenerlos alejados, ¿qué pasaría contigo? ¿Qué sucedería con tu futuro y tus pinturas? ¿Qué sería de nosotros dos?

Para mí no había ninguna duda de que no podía arrastrarte conmigo tal como estaban las cosas, igual que había hecho con G. G. y con Ollie Boon. Ellos habían vivido juntos durante cinco años hasta que yo los separé. Todavía me atormentaba pensar en el enfrentamiento de G. G. contra aquellos abogados. En tu caso hubiese sido todavía peor. Después de todo, él era mi padre, ¿no? Te habías metido en esto de forma inocente y sin recelos, y jamás me habías mostrado otra cosa que no fuese el más puro amor. Y lo peor de lo peor habría sido que me hubieses pedido que volviese con ellos, pues tu mismo abogado te hubiera aconsejado hacer eso exactamente.

Aunque he de admitir que también me sentía bastante enfadada contigo. Me irritaba no ser suficiente para ti, que tuvieses que conocer mi pasado, saber que a mis espaldas habías enviado a tu abogado al sur para hacer averiguaciones sobre mí y que no dejabas el asunto en paz.

¿Pero qué querías hacer? ¿Decidir en mi lugar si yo tenía derecho a escaparme de casa? Sí, estaba enfadada. Tengo que admitirlo. Estaba escamada y atemorizada.

Por otra parte tampoco quería perderte. Que lo nuestro sucedía una-sola-vez-en-la-vida era algo que no se me iba de la cabeza. Algún día, de alguna manera, deseaba hacer lo que tú habías hecho con tus cuadros. ¡Deseaba ser como tú!

¿Puedes entenderlo? ¿Sabes lo que significa, no sólo amar a una persona, sino querer ser como ella? Tú eras alguien a quien merecía la pena amar. Además, no podía imaginar una vida sin ti.

Bueno, de alguna manera yo tenía que librarnos a los dos de este meollo. Tenía que haber algo que yo pudiera hacer.

Me vinieron a la cabeza un montón de cosas, las complicaciones que me había buscado, mi huida de tío Daryl, mi escapada por la salida de emergencia del hotel en Europa cuando la productora de cine nos dejó en la estacada con la factura sin pagar. La redada de los policías contra la droga en Londres, cuando yo me quedé en la puerta de la habitación del hotel, tratando de contener a los polis con todas las explicaciones que me vinieron a la cabeza, mientras mamá tiraba por el desagüe toda la hierba. Y luego aquella vez en España, cuando se desmayó en la escalera del Palace Hotel y tuve que convencer al personal de que no llamase a una ambulancia puesto que sólo estaba mareada a causa de su medicina y que por favor me ayudasen a subirla a su habitación. Sí, tenía que haber una forma de salir de aquello, debía haberla, y en la cabeza seguían dándome vueltas las palabras de Ollie Boon, lo que dijo sobre el poder.

Pero yo no tenía ningún poder, en eso radicaba el problema. Tenía en jaque al rey, pero no tenía el poder. ¿Quién ostentaba el poder? ¿Quién podía sujetar a los perros en este momento?

Bien, sólo había una persona que pudiese hacerlo, y ella siempre había sido el centro del universo, ¿no es cierto? Sí, ella era la diosa, la superestrella. En efecto, ella tenía en su mano que todos la obedecieran.

Cogí el teléfono y llamé a un número que guardaba en mi bolso desde el día en que me escapé. Era el número de teléfono del aparato que se encontraba junto a la cama de mamá.

Eran las seis y media. Mamá debía estar allí. Seguro que no se había levantado todavía, que no había salido hacia el estudio. Después de tres timbrazos oí su voz baja y pausada, casi sin entonación, contestando a la llamada.

—Mamá, soy Belinda —le dije.

—Belinda —susurró, como si tuviese miedo de que alguien la oyese.

—Mamá, te necesito —continué—. Te necesito de una manera en que jamás en mi vida te he necesitado.

No respondió.

—Mamá, estoy viviendo con un hombre en San Francisco y le amo, es muy buena persona y muy agradable, y te necesito para que todo salga bien.

—Jeremy Walker, ¿de él es de quien me estás hablando? —me preguntó.

—Sí, mamá, de él. —Respiré lo más profundamente que pude—. Pero no tiene nada que ver con lo que Marty te contó. Hasta ayer, puedo jurarte que este hombre no sabía quién era yo. Puede ser que haya sospechado algo, pero no lo sabía con certeza. Ahora ya lo sabe y es muy desgraciado, muy infeliz, mamá. Se siente confuso y no sabe qué hacer, y yo necesito tu ayuda.

—¿Así que tú no estás… viviendo con Marty?

—No, mamá. No tengo nada que ver con él desde que me marché.

—¿Y qué pasa con los cuadros, Belinda, con todos esos cuadros que ha pintado?

—Son muy bonitos, mamá —le expliqué.

A continuación venía una difícil aclaración, pero tenía que intentarla. Y proseguí:

—Son como las películas que Flameaux hizo contigo en París. Se trata de arte, mamá, eso es lo que son de verdad, te lo digo con sinceridad. —Traté de mantenerme calmada en los silencios—. Transcurrirá mucho tiempo antes de que nadie los vea, mamá. No son los cuadros lo que me preocupa ahora.

Permaneció en silencio. Acto seguido, jugué la partida más difícil de toda mi vida.

—Mamá, me lo debes —le dije con extremada suavidad—. Te hablo de Belinda a Bonnie. E insisto, me lo debes. Y tú lo sabes.

Esperé. Sin embargo ella siguió sin contestar. Me sentía en el mismo borde del precipicio. Si cometía un error me encontraría cayendo en él.

—Mamá, ayúdame. Por favor, ayúdame. Te necesito, mamá.

Entonces la oí llorar. Y me dijo con una voz suave y entrecortada:

—Belinda, ¿qué quieres que haga?

—Mamá, ¿podrías venir a San Francisco ahora?

A las once de la mañana aterrizó el avión del estudio, y cuando la vi saliendo por la puerta me pareció ver a un cadáver. Estaba más delgada de lo que la había visto jamás y tenía la cara como una máscara, todas las arrugas habían sido alisadas.

Como siempre, tenía la cabeza gacha. En ningún momento me miró a los ojos.

Durante todo el trayecto hasta la ciudad le hablé de ti, le expliqué cómo eran las pinturas, le pregunté si las fotografías que le habían dado le daban alguna idea de lo buenos que eran los cuadros.

—Conozco la obra del señor Walker —me aclaró—. Solía leerte sus libros, ¿no lo recuerdas? Los teníamos todos. Cuando íbamos a Londres siempre buscábamos los últimos que había publicado. También hacíamos que Trish nos los enviara desde casa.

Al oírle decir aquello, sentí como si me traspasara una daga. Podía recordar muy bien los momentos en que las dos nos estirábamos juntas y ella me leía. Los recuerdos correspondían tanto a París o Madrid como a Viena. Siempre había una cama doble y una lamparilla de noche. Y ella aparecía siempre con la misma imagen.

—Pero estás mintiendo —me dijo— cuando me cuentas que nunca le has hablado de mí.

—No, mamá, nunca lo he hecho. Nunca le he explicado nada, en absoluto.

—Le has contado cosas terribles, ¿no es cierto? Le has explicado cosas de mí y de Marty, y le has dicho lo que ocurrió. Sé que lo has hecho.

De nuevo le repliqué que no lo había hecho. A continuación le expliqué cómo habían ido las cosas. Cuántas veces tú me habías hecho preguntas, las veces que te hice prometer que no lo hicieses, y que era muy posible que tú hubieses enviado a tu abogado a hacer averiguaciones sobre Susan, ya que yo tenía tantos pósters de ella en mi habitación.

No podía saber si me estaba creyendo. Continué con mi exposición y le dije lo que deseaba que hiciese. Que quería que hablase contigo, que te dijese que aceptaba que estuviésemos juntos y que no nos molestarían más. No tenía más que interrumpir el trabajo de los abogados y de los detectives. Dile a tío Daryl que abandone y dejadnos en paz. A lo que ella contestó:

—¿Cómo sé que te quedarás con ese hombre?

—Porque le amo, mamá. Es una de esas cosas que a algunas personas les pasa una vez en la vida y a otras no llega a sucederles jamás. Yo no me iré de su lado a menos que él me abandone. Pero si tú hablas con él, no hará tal cosa. Continuará pintando sus cuadros y será feliz. Los dos estaremos bien.

—¿Y qué pasará cuando exponga todas esas pinturas?

—Antes de que él lo haga transcurrirá mucho tiempo, mamá. Mucho, mucho tiempo. Y el mundo del arte está a miles de años luz de nuestro mundo. ¿Quién podría establecer conexión alguna entre esos cuadros y la hija de Bonnie? Y aunque así fuese, ¿a quién le importaría? Yo no soy famosa como tú. Jugada decisiva no se ha estrenado en este país. Bonnie es la estrella famosa, ¿y qué habría de importarle a ella?

En ese momento girábamos hacia la calle Diecisiete, pasábamos por delante de la casa, pues ella había mostrado interés en verla, después seguimos subiendo la montaña. Aparcamos el coche en el mirador de Sánchez Street, desde el que se ven todos los edificios del centro de la ciudad.

Entonces ella me preguntó si yo había visto a Marty desde el día en que me fui de Los Ángeles. Le contesté que sólo cuando él vino a hacer averiguaciones, en cuyo momento lo único que hicimos fue hablar. Ahora Marty era su marido.

Ella permaneció largo tiempo callada. Después me dijo con suavidad que no podía hacerlo, le resultaba imposible hacer lo que yo le pedía.

—Pero ¿por qué no puedes? —le dije en tono de súplica—. ¿Por qué no puedes decirle que te parece bien?

—¿Qué pensaría él de lo que yo estaría haciendo? ¡Le estaría entregando a mi hija! Además, él podría contarle a alguien que te habría entregado a él. ¿Y si tú le dejases plantado mañana? Supón que él tomase la decisión de enseñar los cuadros que ha hecho. ¿Qué sucedería si le dijese a todo el mundo que yo había ido y le había dado a mi hija diciéndole, tómela, como si yo estuviese entregándola igual que si de un proxeneta en medio de la calle se tratase?

—Mamá, ¡él nunca haría tal cosa! —insistí con vehemencia.

—¡Claro!, pero podría hacerlo. Y tendría algo que utilizar contra mí durante toda mi vida. Seguro que su abogado sabe ya un montón de cosas. Ya sabe que nadie cogió el teléfono para avisar a la policía de Los Ángeles cuando te escapaste. Sabe que sucedió algo entre tú y Marty. Incluso es posible que tú les hayas explicado a ellos mucho más que eso.

Le rogué que me creyese, pero me daba cuenta de que no servía de nada. Fue entonces cuando se me ocurrió. ¿Y si pudiese ella tener algo como compensación a lo que estaba haciendo? ¿Qué pasaría si creyese que llevaba todos los triunfos en la mano? Pensé en los cuadros de Modelo y artista. Conocía aquellos cuadros y me gustaban. Había visto todas las fotografías que habías hecho una docena de veces. También sabía que ni una sola servía para probar nada. En ellas no podía verse si yo era yo. Tampoco era posible ver con claridad quién eras tú. Eran fotografías muy borrosas, granuladas y con una luz deplorable.

¿Pero acaso mamá iba a darse cuenta de eso? Mamá, incluso con sus gafas puestas, apenas podía ver nada cuando estaba drogada.

Decidí que era la mejor oportunidad que tenía. Me escuchó atentamente cuando se las describí.

—Podrías decirle que tus detectives las encontraron en la casa cuando me siguieron. Te guardarías las fotografías y lo harías por mi seguridad, ya sabes, y se las devolverías cuando yo tuviese dieciocho años. Para entonces ya no tendrá importancia si yo vivo o no vivo con él, o si él enseña o no enseña los cuadros. Todo será parte del pasado. Él nunca te odiaría por eso, mamá, más bien supondría que tu intención es protegerme.

El coche me volvió a traer al cruce de la Diecisiete y Sánchez y yo me dirigí a la casa. Rogaba y esperaba no encontrarte a ti allí todavía. Sonó el teléfono y entre todas las posibilidades, se trataba de Dan Franklin nada menos. Me dio un susto de muerte.

Estuve a punto de llevarle las copias de Modelo y artista, pero al mismo tiempo pensé que ella se daría cuenta de que no probaban nada. De modo que cogí los negativos de tu archivo del sótano, y cuando estaba a punto de salir, volvió a sonar el teléfono. Esta vez era Alex Clementine. Pensé que mi suerte iba de mal en peor.

Pero entonces logré irme. Por fin, después de repasar la cuestión una y otra vez, mamá comprendió el plan y se lo grabó bien en la cabeza. Yo me marcharía a Carmel y ella te esperaría y utilizaría los argumentos que habíamos acordado para hacerte prometer que cuidarías de mí. Sin embargo, ella sufrió un cambio repentino. Bajó la capucha de su capa por primera vez y me miró a la cara.

—Tú amas a ese hombre, ¿verdad, Belinda? Y aun así me das estas fotos. Le pones sencillamente la soga al cuello, como consecuencia de tus mediocres esquemas.

Mientras lo decía se reía, con una de esas sonrisas agrias y feas que la gente pone para empeorar las cosas.

Sentí que me faltaba el aire. Estábamos de vuelta al primer cuadro del tablero. Entonces dije con muchísima cautela:

—Mamá, en realidad tú sabes muy bien que jamás podrás utilizar esas fotos. Porque si se te ocurriese hacerlo, yo enviaría a Marty a la cárcel.

—Y tú le harías eso a mi marido, ¿verdad que sí? —me preguntó mirándome con gran intensidad, como si tratase de ver algo muy importante para ella.

Antes de contestar, pensé bien lo que le iba a decir, creía saber lo que ella deseaba en aquel momento, y le dije:

—Sí, por Jeremy Walker haría eso. Lo haría sin miramientos.

—Tú eres una pequeña zorra, Belinda —dijo ella—. Tienes a estos dos hombres cogidos por las pelotas, ¿no es cierto? En Tejas te hubiésemos llamado tramposa.

Tuve una enorme sensación de injusticia al oír sus palabras, y me puse a llorar. Pero había sucedido algo importante, me di cuenta por su mirada de que había dicho lo adecuado. Marty no tenía nada que ver con lo que yo estaba haciendo. Al final se convenció.

Sin embargo, seguía mirándome a la cara, y había una cierta sensación en el ambiente de creciente peligro. Pensé que me iba a soltar otro de sus discursos. Y tenía razón.

—Mírate a ti misma —me dijo en un voz tan baja que apenas podía oír—. Todas esas noches que he llorado por ti, preguntándome dónde estabas, cuestionándome si estaba equivocada al pensar que te hallabas con Marty o que quizás estabas por ahí sola. Creo que no hacía más que acusar a Marty de mentirme porque no podía enfrentarme a que estuvieras extraviada y acaso herida. Pero eso no era así, en absoluto, ¿verdad, Belinda? Has estado todo el tiempo en esta bonita casa con ese millonario señor Walker. Sí, la palabra que mejor te describe es tramposa.

Me quedé callada. Pensaba: Belinda, si se le ocurre decir que el cielo es verde dile que tiene razón. Tienes que hacerlo. Eso es lo que todo el mundo ha hecho siempre con ella.

—Ni siquiera te pareces físicamente a mí, ¿no es cierto? —me preguntó con la misma voz ausente de entonación—. Tú eres igual que G. G. Hablas igual que G. G. Es como si yo no hubiese tenido nada que ver contigo. Y aquí estás rogando por tus intereses igual que G. G. ha hecho siempre, por lo menos desde que tenía doce años.

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