Belinda

Belinda


Primera parte » Capítulo 19

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Si vuelves a mencionar a mis padres me marcharé… es la forma más fácil de que te libres de mí. No me sentiré dolida. Sólo me marcharé.

Puse la cadena en la puerta de entrada tan pronto estuve dentro y me dirigí a su habitación. Estaban los mismos pósters, revistas, bolsos vacíos y la vieja maleta. Susan Jeremiah miraba de reojo bajo el ala de su sombrero vaquero. Susan Jeremiah con un pie en el larguísimo Cadillac, el mismo sombrero, las mismas botas, idéntico guiño y su preciosa sonrisa.

Las cintas seguían bajo los jerséis. ¡Una de vosotras tiene que ser

Jugada decisiva!

A pesar de que mis manos estaban temblorosas (¡pero amigo, si éstas son sus cosas!) las recogí todas, bajé a mi oficina y me encerré. La televisión de mi despacho era pequeña pero nueva, y el vídeo que había allí era tan bueno como cualquiera de los de la casa.

Odiaba aquello, lo aborrecía, pero ahora ya no había vuelta atrás. Tenía que saber la respuesta, no me importaba lo que le hubiera dicho a ella o lo que hubiera dejado de decirle. Tenía que averiguarlo por mí mismo.

Puse la primera cinta en el aparato de vídeo y a continuación me arrellané con el mando a distancia en la mano.

Es una película vieja. La mitad de los textos de los créditos han desaparecido y la calidad es deplorable. Casi con seguridad se trata de una película pirata o grabada durante una transmisión televisada.

El director es Leonardo Gallo. Se ven antiguas calles romanas llenas de hombres musculosos medio vestidos y encantadoras bellezas semidesnudas. La música tiene un tono melodramático. Lo más seguro es que se trate de una de esas feas producciones francoitalianas mal dobladas.

Presioné el botón del

scanner para adelantar la cinta. Claudia Scatino, bien, la reconozco, también salía una estrella sueca de cuyo nombre no me acuerdo. Y Bonnie, sí, ¡ahí está ella, por supuesto!

Sentí el corazón en un puño. Así que era cierto, sabía que tenía que serlo independientemente de lo que hubiera dicho Alex sobre una escuela suiza, pero sospechar era una cosa y saber era algo muy distinto. Bonnie estaba allí. ¿Y por qué otra razón conservaría Belinda aquella cinta tan mala?

La saqué y puse una nueva.

Otra chapuza. Leonardo Gallo. Otra vez Claudia Scartino, otras dos viejas estrellas de Hollywood, la monada sueca —cuyo nombre es Eve Eckling— y otra vez Bonnie. ¿Pero qué otra cosa podrían significar para ella las cintas? ¿Tanto le importaban las viejas películas de su madre?

Adelanté la cinta. Bien. Se ven un montón de pechos internacionales. Hay una buena escena de lesbianismo entre Bonnie y Claudia en una cama romana. En otros tiempos se me hubiera endurecido.

Volví a adelantar la cinta.

Los bárbaros rodean la aldea. Un actor americano, de mandíbulas cuadradas, vestido con pieles de animales y con un casco que lleva cuernos, coge el tierno brazo de Claudia Scartino, a quien se ve muy lozana porque acaba de tomar un baño y lleva como única indumentaria una toalla. Un grupo de esclavos diseminados gritan. Hay vasijas relucientes en el suelo. Se ve con claridad que han sido hechas con caucho. A una chiquilla, vestida con una túnica romana transparente, se le cae una muñeca de madera y se lleva las manos a la cabeza. Un brazo la coge por la cintura y la saca de escena.

Una chiquilla. ¡Una chiquilla! Rebobiné la cinta hasta que volvió a aparecer, más, más cerca, congelé la escena. No, no… Sí, era Belinda.

Volví a rebobinar, otro encuadre, y todavía otro; aumenté el tamaño de la imagen, la congelé. Belinda estaba allí, tendría seis años, quizá siete. Llevaba el cabello con una raya en medio como ahora. ¡Oh!, sí, las cejas, la boquita besucona, sí, sin duda era Belinda.

Durante un momento me encontraba demasiado atónito para hacer ninguna otra cosa que no fuera mirar las imágenes borrosas y granuladas que aparecían en la pantalla.

Si había tenido la más mínima duda, en aquel momento acababa de desaparecer.

Presioné de nuevo el botón y miré la cinta en silencio, hasta el final. No volvió a aparecer. No había ningún nombre en los créditos. Me había quedado un extraño sabor en la boca.

Me levanté de forma mecánica, me serví un vaso de whisky escocés, volví al despacho y me senté de nuevo.

Pensé que tenía que hacer algo, pero ¿qué? ¿Llamar a Alex? ¿Llamar a Dan? Ahora sabía la verdad, sabía que era cierto. Pero no podía pensar en lo que significaría para ella o para mí. Simplemente no podía reflexionar.

Estuve mucho tiempo sin poder moverme, ni siquiera para beber del vaso de whisky, a continuación puse la siguiente cinta en el aparato y volví a pasarla con rapidez hacia delante, mirando las escenas.

Muy bien, el mismo grupito de participantes internacionales. En esta ocasión en un ambiente del Renacimiento, y la mujer sueca está más llenita. Aun así queda bien en el papel de una Medici. Muy bien, adelante, vamos. ¿Dónde está Belinda?

Al cabo de un rato volvió a aparecer durante unos instantes preciosos, era uno de los dos niños que entraban en escena para que se les diera un beso de buenas noches. ¡Ah, qué redondez la de sus bracitos, qué visión la de los hoyuelos de su manita abrazando una muñeca!

Me resultaba insoportable. Hice que avanzara el resto de la cinta a toda velocidad sin tratar de ver si volvía a aparecer ella. Pasé a la siguiente.

Más basura. Esta vez se trataba de una película del Oeste, el director era diferente, Franco Manzoni, pero tanto Claudia como Bonnie volvían a aparecer, así como los mismos chicos americanos. Estuve tentado de saltármela. Pero al mismo tiempo quería averiguar tanto como me fuese posible. La película parecía más nueva, el color era más contrastado. No tuve que esperar mucho. Aparecía en escena la sala de estar de un rancho y en ella una niña de diez u once años con trenzas, que parecía llevar un bordado en la mano. Sí, era Belinda. La preciosa Belinda. Tenía el cuello más largo y su cintura era muy estrecha. En las manos todavía tenía hoyuelos. Claudia Scartino estaba sentada junto a ella en un sofá y la abrazaba. Ralenticé la imagen. No se oía su voz, ya que estaba doblada en italiano. Era horrible.

Me permití pasar despacio una escena tras otra, encuadrando y enfocando a Belinda, durante un par de minutos, mientras bebía unos sorbos. Empezaba a tener pecho, sí, y aún seguía con aquellas manitas de bebé. Irresistible. Los dedos eran todavía regordetes y los ojos eran enormes pues había empezado a afinársele la cara, a hacérsele un poco más larga.

Volví a adelantar la cinta.

Belinda está en la calle llena de polvo durante el tiroteo. Coge a Claudia para detenerla y que no vaya a impedir el duelo. Bonnie aparece con sombrero negro, botas negras, muy al estilo de Sade, y dispara a Claudia.

¿Se trataba de una actuación? No tenía la tranquilidad necesaria para opinar. Con aquel vestido de algodón estampado y su lazo, las manos en alto y la espesa melena al viento, parecía un bomboncito. Cuando se arrodilló volví a ver sus pechitos incipientes.

Tampoco aparecía su nombre en los créditos.

Así que la verdad es que esta niña, mi pequeña chiquilla, mi Belinda, ha estado en el cine toda su vida. Esta quinceañera que da el pego con los pósters en su habitación, ha sido una estrella.

Las dos siguientes eran películas del Oeste francoitalianas, deplorables. Ella tiene más o menos la misma edad, hace el mismo tipo de papel; Claudia y Bonnie vuelven a salir, pero en la segunda ella sale durante unos cinco preciosos minutos en los que es raptada por un vaquero que va a violarla y al que ella aporrea en la cabeza con una jarra de agua.

Si esto no es actuar, por lo menos es algo. Madera de estrella, ¿es ésa la forma vulgar de decirlo? Si Alex Clementine viera esto, lo sabría. Yo no podía ser objetivo. La encontraba adorable. Seguía sin aparecer en los créditos, a menos que su verdadero nombre no fuese Belinda.

Me estaba imaginando pinturas al óleo de todo esto, por supuesto. Belinda en una película francoitaliana.

¿Pero en qué estaré yo pensando? ¿En que continuamos desde aquí, sin más?

Puse otras dos cintas.

Y de pronto todo cambió. La textura granulada volvía a estar allí, pero el color era reciente, sutil. Se trataba del auténtico estilo europeo, pero el titular estaba escrito en inglés:

FINAL SCORE

¡Perfecto,

Jugada decisiva!

Varios nombres americanos que no conozco van desfilando despacio bajando por un fondo de montañas junto al mar, los inconfundibles edificios blancos de una aldea en una isla griega.

CON LA PARTICIPACIÓN DE BELINDA

La sangre me golpeaba las sienes. La sorpresa me recorrió el cuerpo como si se tratara de un escalofrío. Es su nombre, desde luego, sólo ése, Belinda; no había apellido, de la misma manera en que siempre habían puesto a Bonnie. Bien.

DIRIGIDA POR SUSAN JEREMIAH

En un estado de ansiedad que rozaba la catatonia, seguí mirando. Dejé que la cinta pasara a velocidad normal.

Aparece en escena una isla griega. Un grupito de gente de Tejas, cuyo acento es auténtico, son al parecer aprendices de traficantes de droga y se esconden en la isla hasta el momento de llevar el alijo a casa. Dos hombres agrios y sofisticados, igual que las mujeres, compiten por caernos simpáticos gracias a lo que sueñan hacer con el dinero. Muy artístico, con ritmo rápido, la actuación es excelente, se habla mucho. La apariencia es muy profesional. La textura es pésima, aunque quizá sea debido a que se rodó en dieciséis milímetros, o bien a que la cinta es mala. No puedo soportarlo. ¿Dónde aparece ella? Adelanto la cinta.

Hay peleas, sexo. Las relaciones no son lo que aparentan. La mujer pelirroja se pelea con un hombre, se aleja sola al amanecer. La playa. La salida del sol. Exquisito. La mujer se para, ve una pequeña figura que cabalga hacia ella a lo largo de la orilla del mar, donde rompen las olas.

Sí, por favor, acércate. Paro la cinta. Se oye el rugido del agua. «Con la participación de Belinda». Sí. No hay ningún error. Ahí está ella vestida con uno de esos diminutos biquinis que es infinitamente más seductor que la misma desnudez. Es más feo que el que se pone cuando está aquí.

Y está montando un caballo sin silla.

A medida que se va acercando a la pelirroja se puede apreciar cuán voluptuosa es. La pelirroja es todavía bonita, muy bonita. De hecho tiene una gran belleza. Pero ahora queda eclipsada por mi amada.

La mujer del pelo rojo le habla a ella en inglés. Belinda sólo sacude la cabeza. La mujer le pregunta si ella vive allí. De nuevo, Belinda mueve la cabeza. A continuación se dirige a la pelirroja en griego. Tiene un acento precioso, el idioma es tan suave como el italiano y sin embargo parece aún más sensual. Detecto en él un cierto dejo de la Costa Este. Le toca el turno de sacudir la cabeza a la mujer pelirroja. Se percibe que existe una amistad latente.

Belinda señala una casita arriba en la costa rocosa, le hace una patente invitación. Acto seguido ayuda a la mujer a subir al caballo con ella. El caballo parte con elegancia en dirección al escarpado camino.

Los cabellos flotan en el viento, ellas sonríen, intentan comunicarse con palabras pero no lo consiguen. El fácil balanceo de las caderas de Belinda que siguen el movimiento del caballo y la luminosidad de su vientre me resultan insufribles. Tiene el cabello más largo de lo que lo lleva ahora, desciende por su espalda hasta casi cubrirle el trasero.

Dentro de la casita blanca, Belinda pone comida en la mesa.

Todo respira el aire de simplicidad de un cuadro de Morandi. A través de la ventana cuadrada de la pared blanca, el mar es un rectángulo de color azul. La cámara se acerca a la cara de Belinda y va creando hábilmente una sensación de simplicidad y de ingenuidad que ella en la vida real nunca sugiere. La mujer pelirroja, por primera vez en lo que va de película, parece contenta.

No creo que haya que estar enamorado de Belinda para encontrarla inmensamente cautivadora, para mirar paralizado cómo señala las cosas de la habitación, cómo le enseña a la mujer sus nombres correspondientes, cómo sonríe a causa de la malísima pronunciación de la mujer y hasta cómo sirve un vaso de leche con una jarrita o unta el pan con mantequilla.

Toda la escena se ha convertido en algo sensual. La mujer pelirroja aparta el cabello de su cara como en una danza. Después vuelve a aparecer la expresión de preocupación y de tensión. Se desmorona cuando Belinda pasa con suavidad la mano por su cabello rojizo, acariciándola.

El volumen que adquiere el pecho de Belinda bajo su cara aniñada es demasiado para mí. No puedo sufrirlo. Ardo en deseos de quitarle los triangulitos de tela blanca y ver sus pezones dentro de este nuevo marco.

La mujer levanta la mirada, y en ese momento se produce el cambio que hemos visto miles de veces entre hombres y mujeres en las películas: la intimidad se transforma alquímicamente en pasión. Empiezan a abrazarse y de pronto se besan. No se oye ninguna música inoportuna. Sólo el sonido del mar de fondo.

¿Por qué no me habré dado cuenta de que estaba pasando esto? Entre un hombre y una mujer hubiese sido lo habitual. Se levantan de la mesa, entran en la habitación, desaparece el biquini, la blusa de la mujer pelirroja y los pantalones. No parecen estar muy seguras de lo que deben hacer, pero sí de que tienen la intención de hacer algo.

Y no se produce en absoluto la urgencia de las típicas películas eróticas, ni tampoco el difuso misticismo del cine popular. La mujer pelirroja besa el vientre de Belinda, le besa los muslos. Todo es muy recatado. No hay nada explícito en absoluto. La cámara enfoca de cerca la cara de Belinda que está sonrojada de modo encantador. Ése es el momento en que la película puede ser etiquetada como erótica, justamente por ese colorcillo en la cara.

Corte. Aparecen de nuevo los traficantes aficionados, la mujer pelirroja entra. El hombre está contento de verla, quiere reconciliarse, se siente fatal. Ella le tranquiliza, no siente ningún rencor. Él ya está tranquilo. Se percibe que ella está distante.

Apreté el botón de parada de la imagen y permanecí sentado un momento, intentando relajarme. He estado viviendo con esta chica, y ¿es éste su secreto? Es una actriz, la audiencia de Cannes la ha aplaudido, y tanto el director de la película como su agente la están buscando; y voy yo y la saco de una asquerosa pocilga de Page Street, donde la policía le está haciendo preguntas, y además me entero de su historia gracias a que ella se ha ido a un concierto de rock, y…

Vuelve a mirar. No pienses.

Los de Tejas se están peleando, hay mucha confusión, los hombres pegan a las mujeres, la mujer pelirroja interviene y recibe un tortazo, ella a su vez abofetea al hombre. Paré, volví a pasar un trozo de película, volví a parar. De este modo iba siguiendo la cinta, el meollo de la misma; en todo momento se fumaba, se bebía mucho y se reanudaban las disputas. Parecen no saber en realidad qué desean hacer con el dinero de la cocaína. Eso es lo que pasa. No se sienten salvados por la jugada decisiva que significa la ganancia de la droga.

La pelirroja es la más dominante y se hace cargo de las cosas a medida que se van deteriorando. Hacia el final todo el mundo está ocupado en esconder la descomunal cantidad de cocaína dentro de unas estatuillas blancas. Las bases han de sellarse con emplastes de yeso y después han de cubrirse con felpa de color gris. La paz sobreviene gracias a que se dedican a realizar un trabajo simple.

Muy bien, parece que tiene sentido, quizá sea una buena película, pero en este instante lo único que yo deseo es ver a Belinda.

Finalmente se dedican a empaquetarlo todo. La cinta adhesiva casi se ha terminado.

¿Van a marcharse de esta isla abandonando a Belinda?

No. Antes del amanecer la mujer pelirroja sale, encuentra la casita y llama a la puerta. Belinda abre.

El sonido se eleva, son las olas del mar. Belinda reclama silencio con un gesto. Un hombre viejo está durmiendo en la otra habitación. Las mujeres se dirigen hacia el agua juntas. Congelo la imagen una docena de veces mientras se quitan la ropa y se abrazan la una a la otra. Esta vez la escena dura mucho más, ellas sienten mayor deseo, están más calientes, sus caderas se mueven al unísono, las bocas se atrapan mutuamente, aun así se transmite recato y cierta timidez. Las caras son tan importantes como el resto del cuerpo. Belinda se tumba de espaldas y se apoya en los codos. Ése es el mismo éxtasis que he visto innumerables veces en mi compañera en la cama.

Sale el sol.

El barco se lleva al cuarteto de condenados americanos. Belinda, a la que no se ve, les está contemplando desde lo alto del risco. La mujer pelirroja está en el puente y mantiene su secreto en un hastiado silencio, la cara se le va volviendo gradualmente pálida.

Sonó el teléfono.

Dejé la cinta parada en la última secuencia, los derechos de reproducción eran del año pasado.

—¿Dígame?

¿Por qué no dejé que el contestador automático atendiese la llamada? Pero ya tenía el auricular en la mano.

—¡Jeremy, escúchame!

—Dan…

—El nombre de la hija de Bonnie es ¡Belinda! Tiene dieciséis años, es rubia, toda la descripción coincide. Para estar seguro no me falta más que una foto, pero esto no tiene ningún sentido.

—Ya lo sé.

—¡Nadie ha denunciado la desaparición de la chica! Los agentes de toda la ciudad creen que está en una de esas lujosas escuelas europeas.

La sangre me golpea la cabeza. No puedo hablar. Habla.

—Jeremy, esto es peor que cualquier cosa que yo hubiese imaginado. Esa gente te matará, Jer. ¿No te das cuenta? Me refiero tanto a Bonnie como a Moreschi, aparecen cada dos semanas en la portada del

National Enquirer.

Deseaba decir algo, de verdad lo hubiese querido. Pero sólo podía mantener la mirada fija en las cintas, mirando hacia atrás en el tiempo, recordando el primer momento en que la vi en la librería. Estaba recapacitando sobre todo ello. ¿Cuál había sido el peor de mis miedos? No era ni el escándalo ni la ruina, puesto que había estado coqueteando con ambos desde el principio. En cambio sí lo era el que la verdad se la llevase de mi lado, temía con todas mis fuerzas que la verdad dictase alguna acción que nos separara para siempre, y que entonces ella volviese a sentirse perdida, igual que una niñita que había pintado con mi imaginación; que no pudiera volver a sentir el calor y la vitalidad que disfrutaba entre mis brazos.

—Jeremy, esto es una maldita bomba que puede explotarte en la cara en cualquier momento.

—Dan, haz el favor de averiguar dónde demonios está esa escuela suiza y si es cierto que ellos creen que está allí, maldita sea, y trata de saber si le ha tomado el pelo a su madre en su misma cara.

—Desde luego que no lo ha hecho. Es una mascarada, tiene que serlo. Sampson ha de estar trabajando para Moreschi, y es por eso por lo que está repartiendo de manera subrepticia todas esas fotos de la chiquilla, y seguro que también por eso el asunto es tan secreto en Los Ángeles.

—¿Es eso legal? ¿Que ni siquiera hayan denunciado su desaparición? ¿Qué clase de gentuza es? ¿Ella desaparece y ni siquiera hacen una llamada al departamento de policía de Los Ángeles?

—Escucha, tú no estás en la mejor posición para tirar piedras.

—¡No me jodas!, ¡estamos hablando de su madre!

—¿Te parece que ellos debieran haber llamado al departamento de policía? ¿Estás loco?

—Tienes que averiguar…

—Y tú tienes que deshacerte de ella, Jeremy, antes de que Sampson consiga seguir su rastro hasta tu casa.

—No, Dan.

—Mira, Jer. ¿Te acuerdas de que te dije que me parecía haberla visto antes? Seguro que la había visto en revistas, Jer, pero incluso podía haber sido en el metro. Esa chica es famosa. La prensa sensacionalista va detrás de su madre a cualquier parte de esta ciudad. Podría destaparse todo el asunto antes de que el tal Sampson la encuentre. ¿No te das cuenta de lo que eso significaría?

—Que la actitud de los padres merece un cero absoluto. Averigua cuándo tuvo lugar la desaparición. Tengo que saber qué sucedió.

Colgué antes de que él pudiera añadir nada más.

Moverme me parecía imposible, por no hablar de recoger las cintas y llevarlas arriba. Pero lo hice.

Me quedé allí como aturdido, todavía me pesaba el corazón cuando miraba los estantes del armario.

Las viejas revistas de cine estaban apiladas en el fondo mismo. La que estaba encima de todas en la pila era Bonnie que sonreía desde la portada de

Cahiers du Cinéma. Bajo ésta volvía a aparecer Bonnie en un viejo

Paris Match. Y, sí, otra vez estaba allí Bonnie, en la tapa de

Stern, y cómo no, también era Bonnie la que salía en la cubierta de

Ciné-Revue. Todas las revistas donde no aparecía Bonnie en la portada tenían su nombre escrito en alguna parte.

Sí, todas y cada una de las revistas tenía algo que ver con Bonnie.

Y en cuanto abrí la revista más reciente, un número de

Newsweek del año anterior, me encontré con la enorme foto a todo color de la diosa del amor de ojos oscuros, que posaba con un brazo alrededor de un elegante hombre de cabellos negros y el otro en torno a la radiante niña-mujer rubia que yo amaba:

«Bonnie con su marido, el productor Marty Moreschi, y con su hija, Belinda, posando junto a su piscina de Beverly Hills mientras

Champagne Flight se prepara para el lanzamiento».

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