Belinda

Belinda


Primera parte » Capítulo 21

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Nació en Dallas, Tejas, en octubre de 1942. Se llamaba Bonnie Blanchard. Había crecido en Highland Park y era hija de un acomodado doctor en cirugía plástica. Su madre murió cuando ella tenía seis años. Después, tras la inesperada muerte de su padre, se fue a vivir con su hermano, Daryl, que tenía un rancho en las afueras de Denton. Se especializó en filosofía en North Texas.

«La gente siempre pensó que Bonnie era sólo una bonita y estúpida chica de Dallas», decía el hermano, Daryl Blanchard, que era abogado de Dallas y el gestor financiero de Bonnie. «Nada más lejos de la realidad. Era una estudiante excelente en el Highland Park High. Mi hermana siempre tenía la nariz metida en algún libro. Y en realidad no puede ver nada sin sus famosas gafas».

El departamento de música del estado de North Texas fue el responsable del cambio en la vida de Bonnie.

«Aquí se encuentra esta aburrida ciudad de estudiantes —decía su vieja amiga de Highland Park, Mona Freeman—, me refiero a que para comprar una cerveza debes hacer cincuenta kilómetros al sur o al norte; y sin embargo vienen estos músicos beatnik de jazz con el pelo largo, de la ciudad de Nueva York, y se desplazan hasta aquí para tocar con lo que ellos llaman la banda del laboratorio. ¿Sabía usted que se trajeron la poesía beatnik y las drogas también?»

«Sucedió después de que la banda del laboratorio ganase el premio del festival de jazz de Newport —decía su hermano, Daryl—. North Texas estaba muy de moda. Stan Kenton solía venir a seleccionar músicos para su conjunto. En la ciudad estábamos muy orgullosos. Por supuesto que Bonnie nunca había escuchado jazz antes, pero de repente empezó a vestirse con medias negras, a leer a Kierkegaard y a traer a casa a aquellos tipos que decían ser escritores o músicos. Acto seguido te dabas cuenta de que se habían puesto a improvisar, según lo llamaban ellos, y después todos se iban a Francia».

«Estábamos sentados en Les Deux Magots cuando sucedió —comentaba el músico de saxo Paul Reisner—. Por allí venía un grupo de franceses que transportaba su equipo sobre los hombros. Y de pronto resultó que aquel tipo, André Flambeaux, miró a Bonnie y doblando una rodilla frente a ella, se puso a decir con un cerrado acento francés: “¡Brigitte! ¡Marilyn! ¡Afrodita! Te necesito en mi película”».

Dulce Oscuridad convirtió a Bonnie en lo más admirado de la Nouvelle Vague parisiense, junto a Jean Seberg y más tarde a Jane Fonda.

«Estaban todos haciendo cola en la plaza de Denton para ver aquellas primeras dos películas —explicaba Mona Freeman—. Aunque naturalmente eso es lo mínimo que esperas de la ciudad que te vio nacer. Supimos que era famosa cuando la vimos en la cartelera de

Times Square. Luego vino aquel sensacional anuncio en

Vogue para Midnight Mink».

«Bonnie fue la responsable del reconocimiento que obtuvo la campaña de Midnight Mink —decía Blair Sackwell, presidente de esta compañía—, y aquella primera foto también lanzó a la fama al fotógrafo Eric Arlington, tanto si él lo quiere reconocer como si no. Recuerdo que corríamos de un lugar a otro como locos, tratando de decidir cuál era el abrigo que debíamos utilizar, no nos poníamos de acuerdo en si debían vérsele los zapatos, en cómo debía llevar el cabello y todo lo demás; entonces alguien se dio cuenta de que ella se estaba quitando la ropa, se había puesto el abrigo largo y había posado sin abrochárselo, un poco de lado, de modo que no se viera nada, aunque todos sabíamos que iba desnuda, así que la oímos decir: “¿Qué hay de malo en llevar los pies descalzos?”»

«Por supuesto que la gente reprodujo el anuncio en todas partes —comentaba Mona Freeman—. Era toda una noticia, Bonnie descalza y con pieles blancas. Después de eso los Midnight Mink eran los más buscados».

Tras hacer diez películas en diez años llegó a ser conocida en todos los hogares tanto de Estados Unidos como de Europa.

The New York Times, Variety,

Time y

Newsweek la adoraban. Tras protagonizar la película italiana

Mater Dolorosa, que rompió todos los récords de taquilla americanos, Hollywood le pagó lo suficiente para hacerla volver y realizar dos películas con un reparto de excelentes estrellas y con enorme presupuesto, ambas fueron grandes fracasos. «Nunca más», dijo Bonnie al regresar a Francia para realizar

Of Love and Sorrow con Flambeaux, la última de sus películas «artísticas» estrenadas en este país.

En 1976, Bonnie se trasladó a España con su hija Belinda, de seis años, dejando la maravillosa

suite en el Palace Hotel para hacer películas con el director Leonardo Gallo, que por aquel entonces era su amante.

«¿Por qué ha de casarse una mujer para tener un hijo? Yo educaré a Belinda para que sea tan independiente como yo».

Las películas de Gallo nunca se distribuyeron en Estados Unidos, pero hicieron una fortuna en el continente europeo.

En 1980 Bonnie fue hospitalizada en Londres durante la filmación de una película para la televisión con el actor americano Alex Clementine.

«No se trató de un intento de suicidio. No sé cómo empezaron esos rumores. Yo nunca haría tal cosa. No es necesario creer en Dios para poder creer en la vida».

A continuación participó en otra docena de películas internacionales. Trabajó en Inglaterra, España, Italia, Alemania, e incluso en Suecia. Eran películas de terror, del Oeste, históricas y películas de asesinatos misteriosos. Sus papeles fueron muy variados, desde regentar un

saloon y defenderlo con pistola, hasta hacer de vampiro.

«Independientemente de lo que pueda opinarse de las películas —decía la publicista Liz Harper de la United Theatricals—, Bonnie siempre actuaba de un modo maravilloso. Y no hay que olvidar que incluso en los peores momentos conseguía que le pagasen de doscientos mil a quinientos mil dólares por película».

«Era una locura —decía Trish, la más vieja amiga de Bonnie y buena compañera durante muchos años—. En una ocasión fuimos a Viena a visitarla mientras participaba en el rodaje de una película. No nos enteramos ni de qué iba la película, ni de si el papel de Bonnie era de persona buena o mala. Pero siempre se ganó lo que le pagaban. Hacía en todo momento lo que el director le pedía».

Después de otras dos misteriosas hospitalizaciones, una en Viena y otra en Roma, Bonnie se retiró para descansar en el paraíso que era su isla privada, Saint Esprit. La había comprado años atrás a un magnate griego del transporte marítimo.

«Me han hecho más fotografías los

paparazzi por las inmediaciones de la costa de Saint Esprit en los últimos dos años, que en toda mi vida. Me levanto y salgo a pasear por la terraza y acabo viéndome en un periódico italiano».

Su anterior agente en Europa, Marcella Guitron, comentó que en ese tiempo Bonnie ni siquiera echaba un vistazo a los guiones que le enviaban.

«El tipo de cine erótico que había hecho con Flambeaux estaba muerto. Se habían ocupado de ello las películas de porno duro. Y los directores europeos con los que trabajaba ya no hacían películas. Y por supuesto, si la hubiese llamado Polanski, Fellini o Bergman, el asunto hubiera sido diferente».

«En ese tiempo, importantes directores de cine americanos se habían hecho famosos por su cuenta —explicaba el crítico de cine neoyorquino Rudy Meyer—. Altman, Coppola, Scorsese, Spielberg y Lucas eran los que estaban en boca de todo el mundo».

«Fue muy inteligente al irse cuando lo hizo —decía un actor con quien ella trabajó en Hollywood—. En Saint Esprit llegó a ser un misterio y adquirió un nuevo valor de mercado. Aquélla era la época en que los grandes libros de fotografías de ella empezaron a aparecer en las cadenas comerciales de todo el país. “La leyenda de Bonnie”, ya sabéis a qué me refiero. Por descontado, ella no recibió ni un penique por ellos, pero la mantuvieron en la fama, especialmente en lo que respecta a la juventud en edad escolar. Se crearon varios festivales Bonnie, uno en New Haven, otro en Berkeley e incluso uno en una pequeña asociación de artistas en Los Ángeles».

En la revista

Arquitectural Digest, en 1982, apareció: Saint Esprit: una villa de quince habitaciones, dos piscinas, establo, pista de tenis, un yate y dos botes de vela. Organizaba reuniones, fiestas y cenas con regularidad, a las que asistían, desplazándose en avión, sus amigos de Tejas. Jill Fleming y Trish Cody, en un tiempo compañeras de estudios en Highland Park, se instalaron allí definitivamente en 1981.

Jill Fleming:

«Nunca se ha visto nada parecido. Allí estábamos, en medio de todo aquel lujo, y Bonnie era la chica de Tejas que siempre habíamos conocido y a la que siempre habíamos amado; nos servía barbacoas y cerveza en la terraza, y hacía que todos nos sintiéramos como en casa. Su idea de pasarlo en grande consistía en estar con viejos amigos, mirar la televisión y leer un buen libro».

Travis Buckner, su amigo de Tejas:

«No había nada que pudiera sacar a Bonnie de aquella isla. Había montado un sistema que le iba bien. Daryl le enviaba cada semana montones de cintas de vídeo, libros y revistas. Jill y Trish iban a París o a Roma a comprarle a Bonnie la ropa. El único medio que tuvo la compañía de perfumes de llegar a ella fue a través de Daryl. Bonnie rodó el anuncio desde aquel balcón, del que no se movía más que para ir al baño o a la cama».

Trish Cody:

«Bonnie era la mercadería y Daryl la inteligencia oculta. Cualquiera que fuera la cifra que Bonnie obtuviera por actuar en una película, la mitad era para Daryl, y éste invertía cada penique en tierras en Tejas. Ella enviaba a casa incluso la mitad del importe de los cheques que le daban para cubrir gastos. Daryl fue el que tuvo la idea de comprar la casa de Beverly Hills, ya en los años sesenta, antes de que los precios se pusieran por las nubes. A Bonnie no le interesaba tener una casa en California. Y fue Daryl quien la alquiló durante todos esos años a gente del cine y quien les sacó el dinero para hacer la nueva piscina, poner la moqueta nueva, rehacer el jardín y comprar pinturas buenas, hasta convertir el lugar en una bombonera para el momento en que Bonnie volviese a casa.

Jill Fleming:

«Por supuesto que el que estaba detrás de la famosa foto con los dálmatas era Daryl. Eric Arlington no hubiese conseguido que Bonnie posase de no haber sido porque Daryl lo llevó a la isla en avión con él. Toda esa gente no tenía más remedio que acercarse a través de Daryl».

Eric Arlington, fotógrafo:

«No la había visto desde los viejos tiempos de Midnight Mink. Con franqueza, no tenía la menor idea de qué me iba a encontrar. Sin embargo, allí estaba ella, descansando en la terraza, tan bonita como siempre, y con todos aquellos preciosos perros de color blanco y negro a su alrededor. Entonces me dijo:

»—Señor Arlington, posaré para usted si no tengo que moverme de aquí.

»—Bueno, pues sólo tienes que quitarte la ropa, querida, igual que hiciste la otra vez —le dije—, y dejar que los perros se te acerquen y abrazarlos».

Trish Cody:

«Por descontado que Bonnie amaba a aquellos perros. No pensó en ningún momento que no fuese natural dejar que se subieran encima de ella. Jamás se le ocurrió que a alguien pudiera parecerle rebuscado».

Daryl:

«A la chiquillería en edad escolar simplemente le entusiasmó».

Eric Arlington:

«Es la mujer más exhibicionista que he fotografiado jamás. Le encanta la cámara. Y se confía en ella por completo. Se recostó allí con los animales, los acarició, les canturreó y dejó que se arrellanaran con naturalidad junto a ella. Sucedió sin la más mínima artificiosidad. Ni siquiera llegué a pedirle que se cepillara el pelo».

Lauren Dalton, columnista de Hollywood:

«Que la llamasen la Marilyn Monroe morena estaba muy mal. A Bonnie nunca la utilizaron en las películas de la misma manera que a la Monroe, no la obligaban a hacer de mujer estúpida que no tiene ni idea de su poder sobre los hombres. Al contrario, Bonnie conocía y utilizaba su poder. A la que imitaba y admiraba era a Rita Hayworth. La tristeza de Marilyn no tiene nada que ver con Bonnie, ni ahora ni nunca».

Samuel Davenport, crítico neoyorquino:

«Cuando pusieron la escandalosa cartelera en los años sesenta en Time Square, Bonnie admitió haber dado su aprobación. No hacía escaramuzas como las otras diosas del sexo en aquellos días. Fue Bonnie quien dejó entrar a los fotógrafos de

Playboy al rodaje cuando estaban filmando

La Joyeuse. Aquello sorprendió incluso a Andre Flambeaux. Pero Bonnie le dijo: “Necesitamos la publicidad, ¿no es eso?”»

Su hermano Daryl:

«Tejas siempre ha querido a Bonnie. Creo que hicieron muchas bromas sobre Jane Mansfield. Les daba vergüenza. Pero a mi hermana la adoraban».

Trish:

«Naturalmente, ella dijo que no quería regresar a Hollywood jamás. Deberíais haber visto la cantidad de guiones que le enviaban a su agente. A menudo, tanto Jill como yo cogíamos unos cuantos en París y los llevábamos a Saint Esprit. Era el mismo tipo de papeles que los de las películas que habían resultado antes un desastre, similares a las de Arthur Hailey, del estilo de

Airport. Se trataba de filmaciones que la habrían hecho parecer estúpida».

Daryl:

«En Hollywood nunca supieron qué hacer para utilizar a Bonnie. Tenían miedo de ella; ¿cómo decirlo?, de sus encantos femeninos. En aquellas películas no parecía ser más que una enorme muñeca».

Joe Klein, reportero de Houston:

«Si no llega a ser por Susan Jeremiah, Bonnie nunca hubiese ido a Cannes. Algunos jóvenes realizadores de cine habían ido tras Bonnie para que les financiase algo, por supuesto; pero en este caso se trataba de una mujer, y de una mujer de Houston, también de Tejas, y además la película tenía un aire similar a las de la Nouvelle Vague, que a Bonnie siempre le habían gustado. No le enseñó ningún guión, ninguna trama. Ni siquiera le dio pistas. Tenía sólo una cámara manual. Un montón de jóvenes lo habían intentado, pero Susan Jeremiah sabía lo que hacía. Siempre lo ha sabido».

Susan Jeremiah, directora, en una entrevista que le hicieron en Cannes:

«Cuando fui a Saint Esprit a ver a Bonnie, estaba convencida de que me echarían de la isla al cabo de una hora. Habíamos filmado más de la mitad de

Jugada decisiva en Míkonos y ya nos habíamos quedado sin dinero y sin nadie que nos quisiera prestar ni un penique. Desde luego había visto las películas francesas de Bonnie. Sabía que era una artista. Confiaba en que comprendiese lo que estábamos tratando de hacer».

Barry Flint, cineasta, entrevistado en Cannes:

«Bien, pues durante seis días nos dedicamos a ser sus invitados, lo único que hacíamos era comer y beber cuanto nos apetecía. Entre tanto aquella maravillosa mujer tejana estaba allí sentada, bebía una cerveza tras otra, leía un libro y le decía a todo el mundo que hiciera lo que quisiese. El equipo estaba absolutamente entusiasmado. Al final, Bonnie estuvo de acuerdo en poner el dinero que nos permitiría terminar el rodaje de la película allí mismo.

»—La mitad del rollo de cinta para filmar se nos ha estropeado debido al calor en Míkonos —le expliqué.

»—Bueno, pues aquí está el dinero —contestó—. Id a comprar más cinta y esta vez guardadla en la nevera».

Quienes vieron

Jugada decisiva en Cannes comentaban que las escenas con la hija de catorce años de Bonnie, Belinda, rivalizaban con cualquier papel que su madre hubiera podido representar jamás. Durante no menos de veinticuatro horas, Susan Jeremiah y Belinda fueron el motivo de todas las conversaciones en Cannes.

Barry Fields, productor de Houston (que ya no está asociado ni con Susan Jeremiah ni con el filme):

«Para empezar, cuando filmamos la película no sabíamos que Belinda tuviera sólo catorce años. Ella rondaba por allí y nos parecía absolutamente arrobadora, y Susan deseaba utilizarla. De todos modos, cualquiera que la etiquete de pornografía infantil es que no ha visto la película. En Cannes nos dedicaron una gran ovación y la gente se puso incluso de pie».

Hasta la fecha,

Jugada decisiva no ha sido estrenada en América, y es posible que nunca se estrene.

Joe Holtzer, ejecutivo de la United Theatricals:

«La leyenda de esa película ha alcanzado proporciones inauditas. Si la consideramos la tesis maestra de Susan Jeremiah, podemos ser más realistas. Creo que podemos esperar mejores y más grandes películas de Susan, y es evidente que a medida que el tiempo transcurra serán más adecuadas para el mercado americano. En este momento Susan está haciendo un buen trabajo para nosotros con las películas que realiza para televisión».

Bonnie en Beverly Hills:

«Lo que más le deseo a Belinda es que tenga una infancia normal, que vaya a la escuela; y pienso protegerla del deslumbramiento y la locura que Hollywood genera. Hay mucho tiempo por delante para que pueda ser una actriz, suponiendo que sea eso lo que quiere».

Joe Holtzer, ejecutivo de la United Theatricals:

«Lo mejor de todo fue redescubrir a Bonnie. Cuando se corrió la voz en el festival de que Bonnie se alojaba en el Carlton, todo el mundo quiso verla».

Bonnie en Beverly Hills:

«No me lo esperaba en absoluto, por supuesto que no. Antes me había encontrado con Marty Moreschi en una ocasión. Había venido a Saint Esprit para intentar que yo apareciera en una película americana como camafeo.

»Entonces yo ni siquiera había oído hablar de

Champagne Flight. Él me explicó que muchas de las grandes estrellas del cine se dedicaban en la actualidad a hacer telenovelas, como él las llamó. Joan Collins era mundialmente famosa por el papel de Alexis en

Dinastía. Jane Wyman estaba actuando en

Falcon Crest. Incluso los actores Mel Ferrer, Lana Turner, Rock Hudson y Ali MacGraw habían vuelto a trabajar».

Marty Moreschi (alto, moreno y recio, pero muy atractivo y con un acento neoyorquino callejero):

«Llamé al estudio y les dije: bajo ningún concepto vais a forzar a Bonnie a hacer una prueba para la pantalla. No me digáis nada. ¡Os lo digo yo! Bonnie es Bonnie. Y la quiero para hacer

Champagne Flight. Tan pronto como la vieron bajar del avión, en el aeropuerto de Los Ángeles, comprendieron lo que les estaba diciendo».

Leonardo Gallo, director:

«Todos los reportajes que hablan de que se emborracha y toma pastillas dicen la verdad más absoluta y triste. ¿Por qué habría de negarlo? Las grandes actrices son a menudo muy difíciles, y Bonnie está dotada de grandeza. Así que necesita tomar su cerveza americana, es cierto. Pero Bonnie también es una profesional. Para ella las horas de cóctel no empiezan hasta que ha terminado el trabajo. Y sí, es cierto, esta preciosa mujer intentó quitarse la vida. En más de una ocasión lo único que había entre ella y el ángel de la muerte era yo».

Daryl:

«Mi hermana nunca ha ocasionado ningún retraso en la producción de una película en toda su vida. Pregúntele a cualquiera que haya trabajado con ella alguna vez. Siempre ha sido puntual y siempre se ha sabido el papel. Solía enseñarles pequeñas técnicas para facilitarles la tarea; por ejemplo, cómo dar en el blanco y ese tipo de cosas. Los niños y las mujeres que formaban parte del equipo eran sus favoritos en el estudio. Después del trabajo, tenía por costumbre invitar, tanto a la libretista como a la peluquera y a la maquilladora, a su caravana a tomar una copa de cerveza o de vino con ella».

Jill Fleming:

«Aquella vez, en Roma, tenía una neumonía. Estuvo a punto de morir. En cuanto leí los titulares en la prensa, le dije a Trish que teníamos que coger el primer avión. Vamos a ir a ocuparnos de Bonnie. El resto de la basura que escriben en los artículos la ponen para vender más periódicos».

Liz Harper, publicista de United Theatricals:

«Te explicaré lo que pasó. Decidimos hacer un estudio para averiguar cuánta gente, en la actualidad, se acordaba de la Bonnie de los años sesenta. Después de todo,

Champagne Flight era nuestro espectáculo más importante para la siguiente temporada, y Bonnie no había aparecido en ninguna de las películas de renombre durante los últimos diez años. Así que enviamos a los encuestadores al campo de trabajo. Les pedimos que parasen a los niños en los grandes almacenes, que hablaran con las señoras a la salida de los supermercados. También hicimos que entrevistaran a una muestra organizada de televidentes en los salones para test de nuestras oficinas.

»Al principio no podíamos creer en los resultados. Se comprobó que

todo el mundo conocía a Bonnie. Los que no habían visto sus viejas películas de madrugada en televisión, habían visto los anuncios del perfume Saint Esprit o el póster que de ella y los perros había hecho Arlington. Midnight Mink acababa de editar un libro, líder en ventas, con todas sus modelos famosas. Ella estaba en la portada».

Trish Cody:

«Todo se debía al conocimiento de los negocios que tenía Daryl. Él fue quien dijo que el texto de los anuncios debía ser “Bonnie para Saint Esprit”. También hizo que llevase las gafas puestas, ya que éstas eran su marca identificativa. Esos anuncios han aparecido en todas las publicaciones

Condé Nast durante los últimos tres años. Y todos los pósters de las fotos de Arlington llevan escrito en la esquina de abajo, a la derecha: “Bonnie”. El mismo día hizo todos los demás anuncios. Daryl la hizo famosa para toda una nueva generación de americanos».

Daryl:

«Se puede encontrar el cartel de Arlington en cualquiera de las tiendas de casi todos los centros existentes en el país. Es un póster de muy buen gusto. Muy artístico. Desde luego el viejo anuncio de Midnight Mink es en la actualidad un póster que está a la venta».

Jill Fleming:

«Cuando Bonnie les aconsejó que dieran a aquel perfume el nombre de la isla, Saint Esprit, sabía muy bien lo que estaba haciendo. Enseguida fueron a verla los de

House Beautiful, y poco después los de

Architectural Digest. Más tarde fueron los de

People. Ella, el perfume y la isla formaban la santísima trinidad. Además, después los de

Vanity Fair sacaron aquel artículo sobre Bonnie y el

Harper’s Bazaar, y los de

Redbook escribieron el artículo feminista que hablaba de su retiro. Eran tantos los grupos de revistas que venían del continente que llegué a perder la cuenta. Parecía que siempre tenía que haber alguien diciendo: “¿Podemos poner este pequeño cojín rosa aquí?”, o bien: “¿Qué te parece si ahuecamos este fruncido?” En tales casos lo único que ella hacía era seguir sentada, beberse la cerveza, leer los libros que le gustaban y mirar la televisión. El gel de baño, la loción y los polvos de talco también acabaron llamándose Saint Esprit. Cuando volvió a Estados Unidos, a casa, era más conocida de lo que nunca lo había sido».

Trish Cody (que en la actualidad vuelve a regentar su floreciente tienda de ropa en Dallas, Tejas):

«Ella y Marty Moreschi hacen una pareja perfecta. Sin la ayuda de nadie, ella ha conseguido situar a

Champagne Flight en la cima de las series de más audiencia».

Un vecino no identificado de Beverly Hills:

«Si vas a casarte con un hombre que sea diez años más joven que tú, ¿por qué no elegir a un italiano conquistador y buen mozo, salido de las calles de Nueva York y que es a su vez un número uno en negocios televisivos? Lo único que Marty hace mejor que las producciones de mayor audiencia es hablarle a una mujer».

Magda Elliot, columnista en revistas del corazón:

«Ese hombre es verdaderamente irresistible. Si le pidieras a la oficina central de selección de actores un gángster con el corazón de oro, te proporcionarían a un hombre como él. Si se encuentra al otro lado de la cámara es por elección personal».

Jill Fleming (fue socia de Trish Cody):

«¡Le dije a ella que por qué no se vestía como una novia! “¿Acaso no se trata de tu primer matrimonio? Incluso puedes vestirte de blanco si quieres”».

Lauren Dalton, columnista de Hollywood:

«Se pasó tres semanas en el Golden Door; hizo dieta, ejercicios, masaje y todo eso, ya sabes. Cuando bajó del avión en el aeropuerto de Los Ángeles con Marty, la gente no podía creerlo».

Marty Moreschi:

«Me enamoré de ella desde el momento en que la vi. Y si no la hubiera cazado yo en Cannes, puedes estar seguro de que algún otro lo hubiera hecho. En medio de tantas estrellas como había por todas partes, con la cabeza erguida y deseosas de captar la atención, allí estaba ella: Bonnie, la superestrella».

Trish Cody:

«Fue una boda al auténtico estilo de Hollywood. Hoy todo el mundo sabe que Marty se ocupará de Bonnie, que la salvará de los tiburones de esa ciudad. En este momento Marty y Bonnie son

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