Belinda

Belinda


Segunda parte

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Con la participación de Belinda

Bien, pues para empezar ésta no es una historia triste sobre mi madre. Me refiero al hecho de haber tenido que crecer con una mujer que suele tomar píldoras, beber, estar un poco loca en general y hacer unas cosas y no otras. No estoy todavía preparada para estirarme en el sofá de un psiquiatra y decir que todo esto ha sido malo.

La verdad es que me lo he pasado muy bien. Viajé por toda Europa con mamá, y participé en pequeños papeles en sus películas desde que me acuerdo o antes. Y me alegro de haber estado en el Dorchester de Londres, el Bristol de Viena o el Grande Bretagne de Atenas en lugar de estar en una casa pequeña en Orinda, California. No puedo decir que no esté contenta.

Y también me alegro de no haber ido a la escuela privada de Hockaday en Hollywood High y haber tenido la compañía de los niños en edad escolar que también viajaban con nosotras. Quería mucho a esos chiquillos, venían de todas partes del mundo y tenían una cantidad de energía impresionante. Me dieron más de lo que una escuela me hubiese dado jamás.

Aunque es muy cierto que hacer determinadas cosas no era ninguna fiesta, cosas como limpiar el vómito del suelo, llamar al médico del hotel a las cuatro de la mañana o ponerme en medio de Leonardo Gallo y de mamá, cuando éste le tiraba el whisky por la garganta para emborracharla hasta enloquecerla. Mamá, pese a todos sus problemas, es una persona generosa. Siempre me dio todo lo que le pedía y todo lo que yo podía necesitar.

Sin embargo, Jeremy, para entender todo lo que ha pasado aquí tienes que comprender un poco a mamá. Para mamá, en realidad, no existe nadie más que mamá.

Ella trató de matarse en cinco ocasiones por lo menos, en dos de ellas, que yo sepa, si lo hubiera conseguido también me habría matado a mí. La primera vez fue cuando abrió la llave del gas en la casa de invitados del rancho de Tejas. Yo estaba jugando en el suelo. Ella entró y se quedó medio atontada encima de la cama.

La segunda fue cuando conducía por lo alto de un risco en Saint Esprit e intentó que nos despeñásemos con el coche.

En la primera ocasión apenas reaccioné. Yo era demasiado pequeña. Vino mi tío Daryl, cerró la llave de la cocina y nos sacó de allí. Más tarde comprendí lo que había pasado porque oí todo lo que la gente dijo después, sobre si ella estaba o no deprimida y la necesidad de que la vigilasen. En muchas ocasiones tío Daryl había dicho:

—Y Belinda, Belinda también estaba allí.

Creo que lo almacené en alguna parte para comprenderlo después.

Pero en el caso de Saint Esprit, cuando hubo pasado, me puse muy furiosa: mi madre nos iba a despeñar a las dos desde la cima de la montaña.

En cambio, ella nunca se apercibió de este aspecto del asunto. Nunca dijo una sola palabra sobre que yo hubiese estado en peligro. Incluso más tarde me preguntó:

—¿Por qué me lo has impedido?, ¿por qué has cogido el volante?

En cuanto mi madre te muestra ese aspecto de su carácter, piensas que está loca. Yo lo he visto muchas veces.

Cuando rompió con Leonardo Gallo, yo había estado en la escuela, en Suiza, durante unas dos semanas. Me llamaron desde el hospital. Mamá había tomado una sobredosis, pero se encontraba bien y deseaba que yo estuviese con ella. Eran las cuatro de la mañana, y a pesar de ello les pidió que me despertasen y me llevasen al aeropuerto. Cuando llegué a Roma, ella se había marchado. Había salido del hotel aquella mañana y se había ido a Florencia porque su vieja amiga Trish de Tejas había venido a buscarla. Durante dos días ni siquiera supe dónde se encontraban.

Me estaba volviendo loca en el piso de Roma, con Gallo que llamaba a cada hora y los reporteros que no dejaban de aporrear la puerta.

Pero por encima de todo yo me sentía desconcertada. Me sentí mal cuando los de la escuela llamaron por teléfono y los vecinos vinieron a casa. Me sentí avergonzada de estar allí completamente sola.

Cuando mamá llamó, lo único que se le ocurrió decir fue:

—Belinda, era muy importante que yo no viese a Leonardo, ya sabes cómo me siento.

Nunca olvidaré aquello, el sentirme avergonzada y contarles aquellas mentiras a los adultos, e intentar que creyesen que alguien se estaba ocupando de mí.

Y recuerdo que mamá me dijo:

—Belinda, ya me siento mucho mejor. Trish y Jill se están ocupando de mí. Todo va bien, ¿no te das cuenta?

Bien, me daba perfecta cuenta. E incluso a aquella edad yo sabía muy bien que no había que discutir con mamá. Las peleas aún la confundían más. Se sentía muy herida. Si empujabas lo suficiente a mamá con cualquier asunto, empezaba a llorar desconsolada y se ponía a hablar de la muerte de su propia madre, cuando ella tenía sólo siete años de edad, y te contaba cómo la había enterrado y que ella deseaba haber muerto también en aquel momento. Su madre había muerto alcoholizada y sola en una enorme mansión de Highland Park. Cuando mamá se ponía a hablar de eso, se acababa la discusión y la conversación que estuvieses teniendo. Lo único que podías hacer era cogerle la mano y esperar a que lo sacara todo.

Sin embargo, en algunas ocasiones yo perdía el control. Le gritaba a mamá por ciertas cosas. En esas situaciones ella se quedaba mirándome con sus ojos marrón oscuro, como si fuese yo la que estuviese loca. Y luego yo me sentía muy estúpida por haber olvidado que mamá, en realidad, no podía entender lo que le sucedía.

Después de aquello no quería ni oír hablar de ir a una escuela. De modo que aquélla fue la única vez que probé lo que era ir a la escuela.

A partir de aquello, siempre intenté asegurarme de que tenía dinero en el bolsillo. Tenía un par de miles en cheques de viaje siempre en mi monedero. También solía esconder efectivo en distintos lugares. No deseaba volver a estar sin blanca y sola como en esa ocasión.

Cuando por fin, el año pasado, me decidí a escaparme, tenía por lo menos seis de los grandes conmigo. Y todavía tengo parte de ese dinero, junto con el que me dio mi padre y el que tú también me diste. Atesoro y acumulo dinero. Por las noches me levanto para comprobar que sigue donde lo he dejado. La ropa, las joyas y todas las cosas que se pueden comprar con dinero, para mí no tienen mucha importancia, creo que tú ya sabes eso. Pero el dinero en sí mismo, «por si acaso», he de tenerlo.

Aunque no quisiera anticiparme. Y también deseo volver a repetir que cuando era niña no me sentía desgraciada. Imagino que vivía en medio de una excesiva agitación, eran muchas las cosas que sucedían, y durante los primeros años mamá era siempre muy cariñosa y de talante afectuoso. Más tarde, ese afecto hacia mí se tornó bastante impersonal, e incluso mezquino. Cuando yo era pequeña no era así. Creo que yo debía necesitarlo demasiado.

Incluso cuando nos afincamos en Saint Esprit las cosas nos iban bien. Había mucha gente que venía a visitarnos, como Blair Sackwell de Midnight Mink, una persona maravillosa que es buen amigo mío; también venía Gallo, y Flambeaux, el primer amor verdadero de mamá, por no hablar de los actores y actrices que venían de toda Europa.

Y yo siempre estaba de viaje con Trish o Jill para hacer compras en París, en Roma e incluso en Atenas. Mamá había mandado construir unos establos para los caballos que me compró. Hizo que viniese un instructor de equitación a vivir con nosotras, y también una preciosa señorita inglesa que era a la vez mi profesora y mi amiga, ella fue la que me inculcó la costumbre de leer. También iba de viaje a esquiar, o a Egipto y a Israel. Un par de estudiantes de la Iglesia Metodista del Sur vinieron para instruirme. Lo pasábamos muy bien en Saint Esprit. Tengo que admitir que para ser una prisión, me divertía bastante.

Cuando Trish averiguó que yo me acostaba con un muchacho árabe en París, creo que era un príncipe saudí —el primer asunto amoroso que tuve—, no se enfadó ni se indignó conmigo. Se limitó a llevarme a un médico a que me recetara la píldora y me recomendó que fuese muy cuidadosa, así que nuestras conversaciones posteriores sobre sexo fueron típicamente Trish y notablemente tejanas.

—Ya sabes, ten cuidado y todo eso, y no me refiero sólo a que te quedes embarazada, sino, ya sabes, cómo te lo diría, el chico debería gustarte, todo eso (risitas, risitas). Y bueno, ya comprenderás, no debes liarte (risitas), lanzarte de entrada.

Fue entonces cuando me explicó la historia de cuando ella y mamá tenían trece años y se fueron a la cama con unos chicos de Tejas, también me contó que ellas no tomaron ninguna precaución para no quedar embarazadas, y que corrieron a la tienda más cercana, compraron Seven-Ups, los agitaron y se lo vertieron dentro para lavarse. ¡Qué empapada general! Nos moríamos de risa mientras me lo contaba.

—Pero, cariño, no te quedes embarazada —dijo.

Creo que para comprender esto tendrías que conocer a las mujeres de Tejas. A las chicas que crecieron como mamá, Trish y Jill. Algunos de los antepasados de mamá habían sido estrictos baptistas lectores de la Biblia, y la actitud en tiempos de los padres de mamá era muy simple: trabajar duro, hacer dinero, que no te cojan haciendo nada prohibido con tu novio y aparentar ser personas amables y correctas. Así que la gente de Dallas que yo conocí nunca se sintió abrumada por ninguna tradición. Era materialista y práctica, y sólo se preocupaba de la apariencia de las cosas. Bien, no se puede dejar de señalar la importancia de esto último. En Tejas es como una religión.

Lo que trato de decir es que tanto Trish como Jill o mamá, cuando estaban en la escuela superior, eran unas salvajes, así se describen, y como ellas mismas aseveran vestían de maravilla, hablaban bien y tenían montones de dinero; sin embargo, sólo bebían en privado, de manera que todo estaba bien. Y he sabido que incluso la madre de mamá no había bebido una sola gota de alcohol fuera de su propia casa. Murió vestida con un salto de cama y zapatillas de seda. Mamá siempre me decía cosas como: «Ella no era una descocada, comprendes, nunca fue a ninguna taberna, mi madre no hacía esas cosas». Lo importante eran las apariencias y no el pecado.

Y debes saber que éste es el tipo de libertad que yo heredé, y también la forma en que crecí. Mamá era una superestrella antes de nacer yo, de manera que las normas habituales no regían para ella. De este modo yo no desarrollé ningún tipo de sentimiento de culpa en torno a mi cuerpo.

Pero volviendo al relato, en Saint Esprit, Trish y Jill se ocupaban de todo y tanto ellas como mamá podían dejar de beber cerveza cuando querían, sin embargo en numerosas ocasiones, por escuchar aquellas voces tejanas llenas de alcohol, sus risas y su juerga, nunca llegaba la hora de acostarme.

En lo más profundo, yo tenía la sensación de que mamá se iba deteriorando y estaba cada vez más y más lejos de lo que a ella de verdad le gustaba, es decir, de ser una gran estrella otra vez.

Los anuncios que grababa la hacían sentirse mejor. Por no hablar del fantástico póster que realizó Eric Arlington y que se vendió en todo el mundo. Al menos aquello fue algo. De todos modos, a mí los cuidados que Trish y Jill dedicaban a mamá, y la vanidad y el miedo de ésta, me parecían raros. Ellas metían la nariz en nuevas películas en las que no actuaba mamá y trataban de probar una y otra vez, analizando a las protagonistas, que ninguna era tan buena como mamá. También se comportaban como si algo extraordinario estuviese pasando cuando miraban una película de un director al que mamá le hubiera dado calabazas. O sea que a excepción de beber y charlar no sucedía nada digno de mención.

Y si bien, por una parte, se ocupaban de que mamá comiese adecuadamente y se fuese a dormir temprano, por otra, nunca le dijeron la verdad en una sola cosa. Ellas eran aliadas, eso es lo que fueron hasta el final. Y lo que necesitaba mamá, si esperaba regresar por todo lo alto, era algo muy distinto, como te demostraré.

A veces, la sensación de que mamá se iba hundiendo cada vez más me ponía muy nerviosa y tenía que distraerme haciendo alguna cosa. Así que en una ocasión, cuando tenía doce años, me compré una Vespa en Rodas y me la llevé a casa en el barco. Con ella recorrí toda la isla a ochenta kilómetros por hora, sin dejar de pensar en multitud de necedades, sobre la locura de todo aquello y sobre el hecho de que, como en una obra francesa, Saint Esprit era una trampa para todos nosotros.

Cuando Blair Sackell vino a visitarnos, se mostró muy preocupado por mí, así que se subió a la Vespa conmigo sin quitarse el abrigo Midnight Mink y recorrimos juntos las ruinas del templo de Atenea, que ahora está muy descuidado y con el césped demasiado crecido.

Blair trató de reconfortarme y me dijo que yo era demasiado joven y que pronto me daría cuenta de que Saint Esprit no podía durar siempre. Me aseguró que algún día saldríamos de allí. Blair era un hombre estupendo, pero a mí Saint Esprit comenzaba a ponerme enferma y estuve a punto de escaparme.

Bueno, pues aquello terminó el día que llegó Susan Jeremiah. Estoy segura de que lo que puedo contarte de ella a estas alturas ya lo sabes. También habrás tenido oportunidad de fijarte en todos los pósters que de ella tenía colgados en la habitación.

Susan aterrizó sin autorización en Saint Esprit, seguida de todo el equipo de su película, cosa que habían hecho otros cientos de personas. Pero en este caso, en el momento en que Susan dijo que era de Tejas, mamá le dijo: adelante, estás invitada.

Esta mujer, Susan, era diferente de cualquier otra que yo hubiese conocido antes, y tendrás que convenir conmigo en que he conocido actrices de todas partes desde que nací.

Con Susan me quedé sin respiración. Desde el momento en que la vi me imaginé que las botas y el sombrero de vaquero eran una pose. Como ya sabes, nosotros venimos de Dallas. Yo misma nací allí y había ido en miles de ocasiones al rancho de mi tío Daryl, y sin embargo ninguno de nosotros llevaba jamás aquel atuendo.

Pero al cabo de veinticuatro horas quedó claro que aquélla era la ropa habitual de Susan. Susan se ponía aquellas botas para andar sobre la arena, el agua, el césped o para ir a la montaña. Sólo se vestía con tejanos y camisas. Ni siquiera tenía un vestido.

Cuando por fin, meses después, fuimos a Cannes, no dejé de pensar que en aquella ocasión Susan tendría que vestir trapos de mujer. Pero no fue así. Susan se vistió con ropa de rodeo, es decir, los consabidos camisa y pantalones de seda, ribetes por todas partes y bordados con cristales en imitación de diamantes. Causó sensación. Susan no es una mujer a quien se pueda considerar bella según los parámetros convencionales. Sin embargo, a su manera, es una mujer muy atractiva.

Quiero decir que es alta y delgada, y para mí tiene apariencia de campesina tejana, pues tiene pómulos altos muy juntos y unos ojos muy profundos. Tiene el cabello precioso, parece como si alguien hubiera estado mucho rato peinándolo y dejándoselo bonito, pero no es así.

Ella acostumbra dejar sin respiración a mucha gente. Y su forma de dirigirse a la prensa me pareció sensacional. Mira directamente a la cara a los reporteros y les dice: «Comprendo a qué te refieres», como si ella estuviese en su lugar, pero a continuación dice lo que quiere decir.

Bien. Éstos son sus modales y su apariencia. Pero lo que lleva dentro es todavía más sorprendente. Susan es una persona que cree que puede hacer cualquier cosa. Nada es capaz de pararla. No transcurre más de un minuto entre su decisión de obtener algo y el hecho de alcanzarlo por sí misma.

Tan pronto como llegó a Saint Esprit, se sentó frente a mamá en la terraza y comenzó a describirle su película y a explicarle lo que necesitaba para terminarla; le preguntó a mamá si estaba interesada, si estaría dispuesta a ayudar a una directora de cine de Tejas y todo eso.

Después de aquella película se proponía hacer otra en Brasil y después otra en algún lugar de los Apalaches, en todas las cuales ella era la guionista y la directora.

Tenía mucho dinero de su padre en Tejas, pero se había pasado del presupuesto. Su padre había puesto en remojo ochocientos mil dólares en la historia y no estaba dispuesto a darle ni un céntimo más.

Bien, pues mi madre, como ya sabrás si has leído las revistas, le dio a Susan un cheque en blanco. Mamá entró en

Jugada decisiva a cambio de un porcentaje, y también fue ella la que consiguió que el film participara en el festival de Cannes.

Aquella misma mañana, antes de irnos de la terraza, mamá hizo que yo actuara en la película por el mero hecho de señalarme y decirle a Susan: «¡Eh!, pon a Belinda en alguna escena si puedes. ¿No te parece preciosa? Es una verdadera preciosidad, ¿no te parece?»

Mamá había hecho que yo saliese en un montón de películas en Europa de la misma manera. «¡Eh!, pon a Belinda en esta escena», solía decir en el mismo momento en que estaban filmando. Sin embargo, nunca se le ocurrió pedirles que pusieran mi nombre en los créditos. Así que aparezco en veintidós películas y mi nombre no sale en ninguna. En algunas incluso actué y dije varias líneas, y en una me dispararon y me mataron, pero ni un crédito.

Eso fue así hasta

Jugada decisiva.

Susan me miró una sola vez y decidió que me utilizaría. Aquella misma noche empezó a escribir mi papel.

Me despertó a las cuatro de la mañana para preguntarme si yo sabía hablar en griego. Le dije que sí, pero que tenía acento. Muy bien. Serán pocas palabras. A la mañana siguiente empezamos a filmar en la playa.

Me gustaría que comprendieses que he trabajado con todo tipo de equipos de cine, pero el método de trabajo de Susan fue como una revelación para mí. El equipo al completo constaba de cinco personas y era la misma Susan la que se ponía tras la cámara. Editaba dentro de su cabeza al tiempo que filmaba, de manera que no hubiese que cortar mucha cinta. Es decir, todo lo que hacía era deliberado. Ninguno de nosotros disponía de un guión. Susan nos explicaba lo que teníamos que hacer antes de cada toma.

Cuando nos metimos en la casita con Sandy Miller, y me metí con ella en la cama, ella se molestó por tener que realizar una escena de amor. Al parecer, aunque yo no lo sabía, ella y Susan eran amantes. De modo que, como Sandy deseaba ser una gran actriz y Susan le dijo que aquélla era una escena muy importante, que tenía que actuar bien y que no debía parecer una farsa, Sandy hizo cuanto Susan le pidió.

Yo no le hice el amor a Sandy en absoluto, ignoro si te habrás dado cuenta de esto. Fue ella la que me hizo el amor a mí. Y por si no te fijaste, es una mujer magnífica.

Sin embargo, he de confesar que más tarde sí hice el amor con una mujer, y por supuesto fue con Susan. Fue una experiencia salvaje para mí. Más tarde pude comprobar que en efecto Sandy y Susan eran inseparables, y a ésta le costó mucho hacer que Sandy no le tuviera en cuenta lo que pasó. En realidad, por aquel entonces yo no sabía que fuesen amantes, así que estuve un tiempo muy enfadada con Susan.

Ella y yo sólo lo hicimos una vez. Si a emplear toda una tarde puede llamársele una vez. Ella se hallaba en la cama en su piso de Roma fumando un cigarrillo, y yo me senté en el lecho junto a ella. Después me di cuenta de que estaba desnuda. Apartó la sábana y siguió fumando el cigarrillo y mirándome. Me fui acercando a ella más y más, y por fin me decidí a tocarla. Como ella no dijo nada, seguí y puse mi mano en su entrepierna.

Aquello fue como tocar una llama y no quemarse. Y yo lo hice. Después le besé los senos. Pienso que para mí, tras la experiencia con Sandy sin tomar parte activa, fue muy importante el hacerlo, y si he de decir la verdad no me hubiese importado ser la amante de Susan, por lo menos durante un tiempo.

Sin embargo, después de la reacción de Sandy no volvió a suceder, y comprendí que no era necesario acostarme con Susan para quererla. Continuamos siendo muy amigas. Teníamos una Vespa, igual que la que yo había dejado en casa, e íbamos juntas a todas partes en ella. Llegamos a ir hacia el sur, conduciendo toda la noche, hasta Pompeya.

Sandy no es el tipo de mujer a la que se pueda llevar en una Vespa. O para ser más clara, a ella no le hubiese gustado que se le despeinara el cabello. Convino en aceptarme siempre y cuando no hubiera más sexo entre Susan y yo.

En realidad, Sandy es igual que mi madre. No sólo es una persona pasiva, sino que ni siquiera utiliza un lenguaje propio. Pude comprobar que Susan, además de ser la única que hablaba, también se ocupaba de expresar las ideas en lugar de Sandy. Ésta es del tipo de mujeres que, como mi madre, no pueden pensar bien por su propia cuenta. No estoy tratando de decir que Sandy sea estúpida, pues no lo es. Pero yo ya he conocido suficientes Sandys. Lo verdaderamente novedoso para mí era Susan.

Por otra parte, a mí no se me ocurrió, hasta que la película fue aceptada en Cannes, que yo también era algo nuevo para Susan. Me veía como su descubrimiento personal y deseaba que yo actuase para ella en otras películas. Para serte franca, yo estaba tan entusiasmada con Susan que no pensaba mucho en cómo pudiera verme ella. Estando junto a Susan siempre reinaba un sentimiento de ligereza y de velocidad, como si uno llevara puestas las botas de las siete leguas del cuento de hadas.

Más tarde, sólo he vuelto a tener esa misma sensación estando contigo. Cuando pintas eres como Susan en la sala de montaje, estás dedicado única y exclusivamente a lo que haces, nadie ni nada puede distraerte, pero cuando dejas de pintar aparece un cierto sentimiento de ligereza que hace creer que eres muy joven y que nada te importa lo que puedan pensar de ti, y hemos podido irnos a hablar a la playa o a cualquier otra parte y no te ha molestado, siempre y cuando en algún momento hayas podido volver a las telas.

El caso de mi madre es todo lo contrario. Mi madre es más profesional como actriz que nadie que yo haya conocido. Todos los que han trabajado con ella la adoran porque se comporta a la perfección en el estudio y no hay nada que le impida hacer su trabajo. Puede repetir perfectamente las líneas que se le hayan asignado, siempre encuentra la posición correcta, puede volver a rodar una toma con la actitud adecuada en cada ocasión. Tal vez a las siete de la tarde esté bebida y medio loca, pero de alguna manera consigue reponerse antes de la medianoche, y siempre llega puntual al rodaje.

Pero mamá siempre ha sido un medio para otras personas. Ella es tan inútil como valiosa. Alguien ha de escribir el guión para ella, dirigirle el foco y decirle lo que tiene que hacer. Sin la energía de los demás, ella no sirve para nada.

En comparación, Susan, no era sólo la directora, también era la productora, la guionista y la financiera. En Cinecittà editaba la película en trozos de doce horas mientras yo la estaba mirando, también elegía nuevos lugares para ir a filmar y los encajaba con la filmación existente. Después se iba al laboratorio para obtener copias perfectas. Utilizó su propio dinero para hacer cuatro copias fantásticas. Y también la banda sonora era obra de Susan porque simplemente no había un buen ingeniero de sonido.

A mi regreso de Roma a Saint Esprit le conté a mi madre todo lo que se había hablado sobre la película que Susan deseaba hacer en Brasil, y ella me dijo que estaba encantada y que yo podía ir siempre y cuando alguien me acompañase, y que siendo así ella estaba de acuerdo. También se ocupó de decir, con un ligero tono despectivo, que de no encontrar un distribuidor en Cannes, Susan estaría acabada.

Muy bien. Susan lo comprendía, por supuesto. En eso es en lo que consistía Cannes. No se trataba de pasarlo bien en el Carlton o de ganar algún premio únicamente, sino que debía conseguir que los distribuidores cogiesen la película tanto para Europa como para Estados Unidos.

Mi madre también dijo que iría a Cannes, que participaría en una conferencia de prensa con Susan, y que haría todo lo que estuviera en su mano para lanzar la película.

Bueno, yo estaba encantada. Mi madre no había salido de Saint Esprit desde que yo tenía doce años.

Aquello era más de lo que Susan podía pedir, y quizá con la ayuda de mamá y con su respaldo, y teniendo en cuenta que yo era su hija, podríamos por lo menos conseguir un distribuidor independiente en Estados Unidos. Susan no pensaba que el film tuviera el suficiente impacto como para que los estudios quisieran tocarlo, pero un distribuidor independiente estaría muy bien.

Con la película de Brasil las cosas irían mucho mejor. Sandy sería una periodista americana enviada a Brasil para escribir artículos sobre las playas y los biquinis, y yo había de ser una prostituta a quien Sandy conoce, una esclava blanca enviada por barco por una enorme organización del crimen, y Sandy se empeñaría en salvarme y sacarme del país. Por supuesto mi proxeneta sería un gángster muy importante. Susan tenía al tipo que necesitaba para el papel y, te lo aseguro, el tipo estaba enamorado de mí o algo así, o sea que Susan lo estaba pensando todo de forma que fuese tan complicado como

Jugada decisiva.

Susan no soporta que las cosas puedan ser blancas o negras. Ella cree que si tienes a un malo en una película es que te has equivocado en alguna parte.

De cualquier manera,

Jugada decisiva iba a ser la película del debut de Susan y

De voluntad y deseo sería la que la lanzaría a la fama. Susan empezó a escribir noticiarios de prensa sobre nosotras y sobre Cannes y a enviarlos a Estados Unidos.

Los recuerdos más felices que tengo de Saint Esprit son de aquellos últimos días. Bueno, quizá también los de los días anteriores en que estuvimos filmando la película, supongo. Pero por alguna razón, esos últimos días están más vívidos en mi memoria, las cosas las recuerdo más claras, además de que para entonces ya conocía bien a Susan y a Sandy.

Entre Jill, Trish y mamá nada había cambiado. Todavía mantenían las interminables reuniones de carácter juvenil en la terraza y bebían cerveza sin cesar. Susan estaba en su habitación con la puerta abierta y las luces encendidas, y no dejaba de escribir en su ordenador portátil todas aquellas notas de prensa que luego imprimía en su máquina portátil y metía en sobres que posteriormente enviaba.

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