Belinda

Belinda


Segunda parte

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No recuerdo muy bien a qué me dedicaba yo. Tal vez me cepillaba el cabello frente al espejo procurando parecer una esclava blanca prostituta y proyectar la sensualidad que Susan deseaba, no lo sé muy bien. Tal vez lo que hacía era disfrutar de la energía que reinaba en la casa, de que la gente se lo pasase bien y de que hubiese distintas áreas en que prevalecía la luz y yo podía navegar entre ellas. Y por encima de todo, estaba contenta porque se percibía que nos íbamos a ir, que íbamos a dejar Saint Esprit para ir primero a Cannes y luego a Brasil; y yo me iba por mi cuenta allí, con Susan y Sandy. ¡Oh!, no podía esperar para ir a Brasil.

Bueno, pues déjame que te diga, Jeremy, que nunca llegué a ir a Brasil.

Bien, mi madre tenía que captar la atención de las cámaras para todas nosotras una vez que estuviésemos en Cannes. Pero, al parecer, cuando dijo que lo haría no era muy consciente de sus palabras. Unas dos semanas antes de que fuéramos al festival sucedieron ciertas cosas, y mi madre empezó a darse cuenta de que iba a ir a Cannes.

Primero fue Gallo, su antiguo amante y el director más ferviente admirador de ella, quien envió un telegrama, a continuación su viejo agente europeo le escribió, después fue Blair Sackwell, que había empezado varios años atrás con mi madre aquella campaña de Midnight Mink, quien envió sus habituales rosas blancas junto a una nota que decía: «Te veré en Cannes.» (Por cierto, Blair sabe que para mucha gente las rosas blancas son para los funerales, pero a él no le importa; las flores blancas son su firma y le parece perfecto enviarlas). Más tarde un par de revistas de París llamaron por teléfono para confirmar la asistencia de mamá, y en último término telefonearon los organizadores mismos del festival, y todos querían saber lo mismo: ¿era cierto que Bonnie iba a salir de su escondite? ¿Haría alguna aparición en público? Había razones para pensar que deseaban ofrecer a mi madre un homenaje especial, parecía ser que iban a pasar una de sus películas de la Nouvelle Vague.

A mi madre de alguna manera le llegó la onda: se suponía que ella tenía que ir a Cannes.

Así que tan pronto estaba mi madre sesteando y bebiendo a su manera habitual, como teníamos que tirar por el desagüe toda la bebida de la casa. Tuvo que ponerse inyecciones de vitaminas, se hizo traer por avión a una masajista, en la mesa no podía haber otra cosa que proteínas, y ella se dedicaba a nadar tres días a la semana.

También había que encontrar un peluquero y hacer que fuese al Carlton con tiempo suficiente. Ya sabes que papá solía ser el peluquero de mi madre, porque al fin y al cabo es ésa su profesión, es un peluquero muy famoso a quien se conoce en el mundo entero como G. G., pero dos años atrás, antes de que yo fuese a Saint Esprit, habían tenido una pelea de la que yo me sentía culpable. Es una larga historia, pero lo importante aquí es que mamá no tenía peluquero en aquel momento, y eso es algo de vital importancia para una actriz como ella. Te contaré más cosas sobre papá más adelante, pero por ahora aquello constituía una crisis. Por otra parte, mamá también debía comprarse ropa.

Cuando por fin llegamos a París y nos hospedamos en el hotel, ella quería que yo estuviese a su lado todo el tiempo. No le bastaban Trish y Jill. Para entonces no podía comer nada. Estaba como loca. Solía despertarme a las tres y hacer que me sentase junto a ella para no tener que llamar al servicio de habitaciones y que le trajeran una bebida. Me explicó otra vez cuándo y cómo murió su madre, que ella tenía sólo siete años y que le pareció como si la luz del mundo se apagase. Yo intentaba que dejase de hablar de ello, le hablaba e incluso le leía cosas. Entre tanto, no lográbamos encontrarle un peluquero. Y por lo que se refiere a vestidos no había tiempo de que se los hicieran ex profeso.

Bien, al final se solucionaron los problemas de mamá, pero lo que me sucedió a mí fue que no pude separarme de ella el tiempo suficiente para comprar lo que necesitaba. En el último momento, Trish dijo:

—Mira, Bonnie, ella también tiene que comprar algunas cosas, ¡de verdad!

Y mientras mamá se quedaba llorando y diciendo que no podía soportar que yo me fuese por ahí, Trish me llevó hasta la puerta y me dejó ir.

Allí estaba yo, corriendo por todo París una tarde de lluvia e intentando encontrar algunas prendas que llevarme a Cannes.

Honestamente pienso que para cuando subimos al avión, mi madre había olvidado el motivo por el que íbamos. No creo que se acordase siquiera de Susan ni de

Jugada decisiva. No dejaba de explicarme una y otra vez que los grandes directores americanos estarían allí, y que ahora ellos eran lo más importante.

Habíamos reservado una gran

suite que daba a la fachada del Carlton y que tenía una vista preciosa sobre el mar y sobre la Croisette. Mi tío Daryl, el hermano de mamá, de quien ya has oído hablar, llenó la habitación de flores, y sin embargo no debió haberse preocupado porque Gallo había enviado cuatro docenas de rosas y Blair Sackwell también había enviado rosas blancas, y además un tal Marty Moreschi de la United Theatricals había enviado por lo menos doce ramos de flores surtidas, o sea, que había flores en todas partes.

Yo no creo que mi madre esperase todo aquello. Incluso con el tema del homenaje creo que se esperaba que le dieran unas palmaditas y nada más. Y como siempre sucede con mamá, tantas atenciones le provocaron más miedo. Trish y Jill tuvieron que encargarse de que comiera algo, pero ella no pudo digerirlo. Comenzaron los vómitos, y yo tuve que estar con ella en el baño hasta que terminó. Luego volvió a intentarlo.

Por fin le dije que yo tenía que encontrar a Susan. Y ella me contestó que no comprendía cómo podía yo pensar en cosas como aquélla en un momento así.

Traté de explicarle que Susan esperaba que nosotras nos pusiéramos en contacto con ella, pero a esas alturas ya estaba llorando, y eso quería decir que se le había estropeado el maquillaje, así que le dijo a Jill que yo estaba cambiando mi actitud hacia ella, que yo ya no era la misma de antes, y Jill le contestó que aquello sólo era cosa de su imaginación y que yo no iba a ir a ninguna parte, ¿verdad que no?

En aquel momento yo ya no sabía qué hacer, pero entonces llamaron a la puerta.

Era Susan. Iba vestida con una camisa de seda de espiguillas plateada y pantalones plateados, y estaba preciosa, pero mamá ni siquiera la miró; volvía a tener vómitos, así que me llevé a Susan al dormitorio y averigüé que la película iba a ser proyectada al día siguiente por la mañana, que después del pase tendría lugar la conferencia de prensa y que era entonces cuando mi madre tenía que hacer su aparición.

Le expliqué a Susan que todo saldría bien. Mi madre se encontraba mal en aquel momento, pero estaría bien por la mañana, que así era como ella se comportaba. Siempre era puntual. En cuanto a mí, iría a verla antes de la proyección, pero ahora no podía marcharme de allí.

Entre tanto, Trish había llevado a mamá a su habitación para que hiciera la siesta. El tío Daryl y un nuevo agente de Hollywood que se llamaba Sally Tracy estaban tomando una copa en la salita de la

suite, así que entré con Susan y la presenté.

Le dirigieron sendas sonrisas a Susan, pero casi de inmediato le dijeron con mucho tacto que, después de todo, no creían que mamá pudiese asistir a la conferencia de prensa. Al parecer había mucha gente que deseaba entrevistarse con ella. Y que la conferencia de prensa sobre la película de Susan no era el tipo de difusión que le convenía a mi madre en aquel momento. También le dijeron que sin duda ella comprendería que ahora tenían que ocuparse de organizar las cosas.

Bueno, chico, Susan no lo comprendió. La cara se le volvió púrpura al mirar a aquel par. Se dio la vuelta y me miró a mí. Inmediatamente le dije que en cualquier caso yo sí iría a la conferencia de prensa en calidad de hija de Bonnie y que algo podríamos avanzar con ello.

Susan asintió con la cabeza, luego se levantó, dijo con su estilo tejano: «Encantada de haberles conocido» a Daryl y a Sally Tracy, y se marchó. Por lo que se refiere a mí, me quedé perpleja, pero no tanto como para no dirigirme a tío Daryl y recordarle la razón por la que habíamos venido a Cannes.

Pero tanto él como Sally Tracy me explicaron con delicadeza y casi con cierta alegría que el tipo de películas que hacía Susan no podía tener público en América y que lo más inteligente era no profundizar más en ello. Yo repuse que mamá se lo debía a Susan y que ellos lo sabían. Que no había ninguna forma ética de darle esquinazo a Susan. Podía sentir cómo iba sonrojándome.

Lo que yo pensaba era que aquélla también era mi película, maldita sea. Yo aparezco en la película, vaya que sí, y nosotros habíamos venido al festival a darle nuestro apoyo. Sin embargo, lo que impidió que siguiera discutiendo fue que al hacerlo me sentía como mi madre, igual de egoísta que ella. Me quedé en silencio pensando en aquello, en que no deseaba parecerme a mi madre, y entonces el tío Daryl me llevó a un lado y me explicó que multitud de personas de todas clases se habían puesto en contacto con él para hablarle de mi madre. Que seguramente yo lo comprendía.

Sally Tracy me hizo preguntas sobre la película de Susan, sobre si había escenas de amor en las que yo participase. Le expliqué que eran de muy buen gusto, que eran casi revolucionarias porque tenían lugar entre dos mujeres, a lo que ella sacudió negativamente la cabeza y dijo:

—Creo que tenemos un problema.

—¿Cuál? —pregunté yo.

Y entonces Daryl me dijo que yo no asistiría a la conferencia de prensa, no, señor.

—Ya lo creo que sí —dije.

Estaba a punto de irme en dirección a la habitación de Susan, cuando de la otra habitación de la

suite salió aquel hombre. Ahora te hablo de Marty Moreschi, pero por supuesto en aquel momento yo no le conocía. Voy a explicarte su aparición.

Marty no es un hombre tan guapo como tú. No tiene ni tu actitud ni tu frialdad, y cuando tenga tu edad carecerá de tu encanto. Marty es un hombre que se ha hecho a sí mismo, y lo que podríamos decir bien alto, un vulgar chico de Nueva York en muchas de sus cosas. Sus rasgos son muy comunes y su cabello liso y negro. No hay nada de extraordinario en él, excepto que todo en él parece extraordinario, en especial su voz profunda y rasposa, que le sale del pecho, también debo mencionar sus ojos, que son muy brillantes, como si tuviera fiebre.

Pero al igual que Susan, Marty es muy impresionante y también muy sensual. Es vigoroso y fuerte, uno de esos tipos increíblemente fuertes. Siempre está moreno, está en constante movimiento y es muy hablador. De modo que tienes que reaccionar, tanto ante su forma de llevarte, como de coger tu mano, reír y decirte: «¡Belinda, bonita! ¡La hija de Bonnie, muy bien, esto es sensacional!, ¡ésta es la hija de Bonnie! Ven aquí preciosa, deja que te vea». Tienes que reaccionar, por eso y por la forma en que te mira. Es un hombre muy ardiente. Lo digo en todos los sentidos. En el caso de Marty no se trata sólo de sexualidad, que en él es algo compulsivo, sino de que él se hace cargo de todo.

Vestía con un traje de tres piezas de color gris plateado y llevaba cosas de oro por todas partes: la correa del reloj era de oro, los anillos también, gemelos de oro en los puños, y la verdad es que a mí me dio muy buena impresión, pero que muy buena. Era lo que se dice un hombre de buen ver. A lo que me refiero es a que la forma de su pecho, lo bien que le sentaban los pantalones y demás, causaban una buena impresión desde el primer momento.

En cualquier caso, él salió con sigilo de la habitación de mi madre y dijo lo que acabo de contarte, e inmediatamente me dirigió esa atención que te atrapa, que suele significar atracción, aunque por supuesto pudo haberse tratado de adulación, de simple y llana adulación. Evidentemente, Marty me juró después que no había sido ése el caso. De cualquier modo, me dijo que mi madre era una mujer sensacional, increíble, irreal y todo eso, y que el haberla conocido era la experiencia de su vida, que ella era una estrella de ensueño, una superestrella, el tipo de estrella que ya no existía y todas esas cosas.

En aquel momento ya estábamos sentados uno junto al otro en el sofá, y él me preguntaba si me gustaría ir a Los Ángeles y ver cómo mi madre se hacía famosa de nuevo, más famosa e importante que ninguna otra actriz. También empezó a soltarme frasecitas como: «¿De qué signo eres? No, no me lo digas, has de ser Escorpión, querida, igual que yo. Yo soy un doble Escorpión. Y he sabido que tú lo eras desde el primer momento, porque eres una persona independiente».

Al tratar de describirlo me parece cursi y poco hábil, pero había en Marty un inmenso poder de convicción cuando iba diciendo estas cosas. Al momento me estaba cogiendo la mano y yo sentía que algo me llegaba a través de ese contacto. Quiero decir que percibía algo físico en él que me sobrecogía, y me preguntaba cuántas mujeres debían percibir lo mismo al instante, por el mero contacto, igual que me sucedía a mí.

Lo único que yo hice fue mirar su mano, el vello negro de su muñeca que asomaba del impecable puño blanco y la correa del reloj en contacto con el vello. Esas cosas me parecieron ya atractivas. Estaba enloqueciendo.

Podría contarte muchas cosas de ti que me hacen sentir lo mismo, como la forma en que dejas que el pelo te crezca con un estilo salvaje, la expresión de tu cara cuando me miras o el profundo sentimiento que me produce dormir sobre tu pecho.

Sin embargo, lo que trato de explicarte ahora es la forma en que la atracción me asaltó, me electrocutó sin que yo estuviera preparada para aquello.

Marty, al mismo tiempo, sintonizaba con el resto de gente de la sala, diciendo:

«¿Puedes ver su natural independencia, te das cuenta, Sally?»

Y la verdad es que casi no conocía a Sally, la acababa de conocer. Y:

«No les importará que fume, ¿verdad, señoritas? Daryl, ¿qué te parecería ese whisky ahora? ¿Crees tú que a la dama (refiriéndose a mi madre) le importará si tomamos una copa, Daryl? ¡Estupendo!»

Y entonces ya rodeaba a Daryl con el brazo, y éste ya traía las copas.

—Escucha, querida, tú y yo hemos de ser buenos amigos —estaba diciendo—. Y debes permitirme que yo haga que tu madre vuelva a ser importante en América, y quiero decir muy importante, preciosa. ¿Qué puedo hacer por ti mientras estás en Cannes? ¿Qué necesitáis tú y la dama? Llamadme, éste es mi número…

Etcétera, etcétera. Y durante todo el tiempo le brillaban los ojos, como si lo que estuviera sucediendo fuese a desencadenar un terremoto y él hubiera de despegar.

—Yo también lo deseo —repuse. Y me dirigí a la puerta, antes de que pudieran impedírmelo para reunirme con Susan, mientras él se quedaba despidiéndose, besando a Sally Tracy y estrechando las manos a los demás.

Pensé que Susan debía estar histérica por el desplante de mi madre. Pero no lo estaba. Llegué a punto para ensayar la conferencia de prensa. Me enteré de que ella ya había hablado con dos compañías distribuidoras del continente europeo. Era seguro que llevarían la película a Alemania y a Holanda. Y United Theatricals estaba muy interesada, y por supuesto, United Theatricals era una de las mayores distribuidoras de todo el globo. Conseguir que fueran los distribuidores sería un verdadero sueño, y ella tenía la íntima convicción de que querrían la película, pues sabía que ellos habían oído el rumor de que ésta tenía una buena línea narrativa.

Cuando regresé a la habitación me enteré de que habían tenido que sedar a mamá porque no podía dormir. Se sentía mal. Me dirigí a su habitación y la vi estirada en la cama, con todas aquellas flores a su alrededor, y te aseguro que era muy parecido a un funeral. Aquella estatua perfecta de mujer, con el cubrecama de seda y toda la habitación llena de flores. Me pareció verla respirar muy poco, y a mí siempre me daba mucho miedo que estuviera drogada de aquella manera.

El pase de su más famosa película en el Palais des Festivals seguía adelante, con la celebración de una cena a continuación y un reconocimiento público a mi madre, y en todo ello parecía estar involucrada la United Theatricals.

Bueno, ya está, pensé, y Susan tendrá razón. Parece que después de todo conseguiremos que la United Theatricals la distribuya.

A pesar de todo lo que sucedió después, la proyección de

Jugada decisiva, a la mañana siguiente, fue una experiencia que nunca olvidaré. Cautivamos de verdad a la audiencia. Se podía sentir en el ambiente. Y cuando aparecieron aquellas escenas y vi a la recién estrenada yo (no a la niña que yo había sido en las películas de mamá años y años atrás) en la pantalla, bien, ¿qué puedo decir? Antes ni siquiera había podido ver la película completamente montada. Me quedé estupefacta y llena de agradecimiento hacia Susan por lo bien que nos había hecho quedar a todos.

Cuando el público nos dedicó la ovación, todos en pie, Susan nos tenía cogidas de la mano a Sandy y a mí. Me apretaba con fuerza y me hacía daño, pero al mismo tiempo era maravilloso.

Después tuvo lugar la conferencia de prensa en el vestíbulo del Carlton, donde Susan sacó a colación el tema del sexo, explicando que ésta era la película de una mujer, que versaba sobre mujeres y que el sexo era algo limpio. La idea era que la mujer de la película había tenido una experiencia privada que le hizo darse cuenta del vacío que existía en la agitada vida que llevaba, y todo eso. La banda de Tejas, formada por aquellos contrabandistas de droga, lo había arriesgado todo por lo de la cocaína. Y a pesar de ello, mientras estaban escondidos en la isla, se daban cuenta de que no tenían ni idea de qué hacer con el dinero. La jugada definitiva que representaba aquella operación de droga no iba a cambiar sus vidas ni un ápice. En cambio, para la heroína, el interludio con la otra mujer sí había significado un cambio. El hecho de que pudiera ser considerada una película de homosexuales limitaba su contenido. Trataba de un tipo nuevo de mujer que prueba varias experiencias en su vida y que tiene las presiones y las libertades de un hombre.

De ahí pasó a hablar de las mujeres en el cine. ¿Acaso tenían igual reconocimiento que los hombres? También se habló sobre si ella misma se consideraba una cineasta americana, y por supuesto respondió que sí. Sus contrabandistas de droga eran americanos de Tejas. A continuación Susan comentó el hecho de que Bonnie había contribuido a financiar la película, y que era una situación en la que una mujer ayudaba a otra, igual que Coppola ayudó una vez a su amigo Ballard para que éste pudiese hacer

Black Stallion, y así siguió hablando.

Aquello dirigió la atención sobre mí, y comenzaron las preguntas sobre la financiación de mi madre. Con lo que yo intenté mantener mi voz en un tono estable mientras explicaba cuánto creía mi madre en el cine con integridad que ella había protagonizado en el pasado.

Después me preguntaron si yo creía que las escenas de amor de la película eran de buen gusto y si tenían relación con las que había hecho mi madre, a lo que yo respondí que sí. ¿Deseaba yo hacer más películas? Dije que sí, que por supuesto. ¿Cómo me sentía yo por tomar parte en una película que no tenía edad para ver en Estados Unidos? En ese momento saltó Susan y explicó que bajo ningún concepto la película iba a ser calificada «X». Les preguntó a los reporteros si habían asistido a la proyección y qué habían visto. No cabía duda de que

Jugada decisiva iba a obtener una calificación «R» de recomendada para una cierta edad. Después habló de mí y de Sandy como de dos de las actrices más significativas de la escena actual.

Acto seguido le llegó el momento a Sandy, y quizá le sacó tanto o más partido a sus respuestas, en forma de monosílabos, del que cualquier mujer hermosa hubiese sacado nunca. Después de todo, nosotras éramos lo menos importante de cuanto sucedía en Cannes. Nadie esperaba que ganásemos ningún premio. Nadie salió a recibirnos. Y aquél fue nuestro momento glorioso, en el que todo el mundo estaba de nuestro lado.

Por todas partes se oía el rumor de que United Theatricals iba a distribuir nuestra película. Pero Susan no tenía ninguna intención de perder a sus distribuidores en el continente europeo. Se quedó todo el tiempo en la habitación respondiendo al teléfono, pues la expectativa de contar con United Theatricals atraía más y más ofertas.

Los periodistas se abalanzaron sobre nosotras cuando salimos a tomar unas copas. Nos inundaron de preguntas. Sobre si yo tenía ofertas. Sobre si Susan pensaba trabajar en Hollywood. Y nosotras le hablamos a todo el mundo sobre

De voluntad y deseo, la película que íbamos a rodar en Brasil.

Cuando regresé a la

suite me sentía flotar, aunque también sentía que algo me amenazaba por dentro. Mamá me había hecho daño como nunca antes. Me puse a pensar en el pasado, en muchas cosas terribles, pero hasta en los peores momentos, mamá siempre había sufrido más.

Sin embargo en esta ocasión ella me hizo daño, y esta vez su autodestructividad o su descuido no habían tenido nada que ver. ¡Ni siquiera había asistido a la proyección! Y aquello me había dolido más que el hecho de que no hubiese ido a la rueda de prensa. Mi madre no había visto mi película.

Pero al volver a la habitación tampoco me enfurecí al respecto. No me era posible. Volví a sentirme bloqueada por el temor de parecerme a ella si hacía una escena. Conseguiría atraer la atención hacia mí, igual que mi madre había hecho siempre.

Entré y nadie se dio cuenta de que lo hice. Nadie sabía que yo estaba allí. En la

suite había una enorme confusión. La proyección de la película de mamá se había transformado en una velada especial dedicada a mostrar fragmentos de las mejores películas que ella había protagonizado. Y Leonardo Gallo, que por cierto había filmado mucha basura con ella, iba a ser el responsable de la presentación de la noche. A decir verdad, él tenía necesidad de hacerlo. Incluso era posible que la gente recordase los años en que él era joven, y no la porquería que acabó con la carrera de mamá.

De cualquier manera, mi madre estaba sentada en el sofá con Marty y éste la estaba ayudando a que comiese un poco de pescado frío que había en un plato de porcelana. Mamá estaba maravillosa. Parecía muy frágil y como sin edad. Y Marty la estaba alimentando literalmente, ya que le ponía los trocitos en la boca. Al mismo tiempo le estaba explicando, con voz muy queda, que hacer televisión era incluso más fácil que hacer cine. En aquélla había que rodar un número determinado de páginas en un día y el actor jamás tenía que participar ni en ensayos interminables ni en nuevas tomas. El tipo de profesionalidad de ella era perfecto.

Mi madre intentaba comer. No dejaba de decir que no tenía claro si podría actuar para televisión; algo que, a decir verdad, yo había oído en innumerables ocasiones. La había visto hacer aquello con Gallo en todas las películas, en Alemania y en Dinamarca, y en cada ocasión el director asumía la responsabilidad, movido por la vulnerabilidad y la humildad de ella.

Así que este tipo, Marty, es algo parecido a un director, pensé, y de entre todas las cosas posibles, de televisión. Bueno, mamá, a fin de tener un papel importante en una película americana, hubiese dado cualquier cosa, pero ¿para la televisión? Estuve a punto de reírme a carcajadas. Pobrecito Marty como te llames. Lo mejor que podrías hacer es limpiarte las manos con una servilleta y abandonar.

Me fui a la habitación a ducharme y cambiarme para la cena, y traté de no pensar más en que nadie, ni mamá ni el tío Daryl ni Trish ni Jill, se había dejado ver en la proyección. No dejaba de decirme, no pienses en ello Belinda. Además había un montón de desconocidos que te vitoreaban. Así que ¿qué más me daba a mí que a toda esta pandilla yo no le importase? Sin embargo me iba enfadando más y más hasta que me puse a llorar y dejé que el agua de la ducha corriera y corriera.

Al momento, Trish aporreó la puerta.

—¡Date prisa Belinda! —gritó—. Hay una conferencia de prensa ahora mismo abajo, en el vestíbulo.

La multitud que se había congregado era, por lo menos, cinco veces más numerosa que la de nuestra conferencia. No había la menor posibilidad de comparar. Mamá había conseguido que viniesen todos. Y todo para hacer una declaración de que ella iba a regresar a Estados Unidos para trabajar en una telenovela nocturna para United Theatricals llamada

Champagne Flight.

He de recordarte, ya que creo que sabes cómo es la gente del cine, Jeremy, que para ellos la televisión es una cosa menor. Si no pregúntale a Alex Clementine. La desdeñan. Así que yo me preguntaba, ¿qué está pasando en Cannes?

Al cabo de unos segundos la respuesta quedó clara. Mamá era la Brigitte Bardot americana, decía Marty, y la Brigitte Bardot americana regresaba al hogar. En

Champagne Flight haría el papel de Bonnie Sinclair, una actriz emigrada que volvía para hacerse cargo de las líneas aéreas que habían sido el imperio de su padre, en Florida. Se utilizarían algunos retazos de las películas antiguas de mamá en ciertos episodios de

Champagne Flight. Fragmentos de Gallo, de Flambeaux y de todos los éxitos que había tenido mamá con la Nouvelle Vague serían utilizados en este flamante y nuevo concepto de serie, se pensaba conseguir una combinación de la fuerza de

Dinastía y del estilo de los viejos filmes de mamá.

En resumen, Marty había hecho que noticias propias de la televisión se convirtiesen en noticias de cine, y escogió el momento mejor de lo que cualquiera lo hubiese hecho.

Entonces nos dirigimos hacia el lugar donde se iba a celebrar la cena y el homenaje. Yo tenía que encontrar a Susan y a Sandy, suponía que habían sido invitadas. De pronto alguien me cogió del brazo. Se trataba de un hombre joven de la United Theatricals, del que ni recuerdo el nombre ni si me lo habían presentado. Me informó de que era mi escolta y de que yo tenía que ir con él. Hicimos una marcha triunfal saliendo del vestíbulo, y bajo el sonido ambiental, la enormidad de focos y la locura general, estaba aquella voz interior mía que decía: «En la conferencia de prensa de mamá no se ha dicho nada sobre

Jugada decisiva».

Aunque sinceramente, al salir de allí comencé a sentirme horrorizada, y no porque no nos mencionasen a nosotras, sino por la cuestión de la televisión. ¿Qué diablos iba a hacer mamá en una serie nocturna?

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