Belinda

Belinda


Tercera parte » Capítulo 4

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—¡Oh, Dios!

—Jeremy, he de advertirle que vamos a ponerle bajo vigilancia; si intenta usted irse de San Francisco, será arrestado al instante.

—¡No me haga reír! —le espeté—. Ande, lárguese de mi casa. Vaya ahí fuera y suélteles sus sucias sospechas a los reporteros. Dígales que un artista que ama a una adolescente tiene que matarla, y no acepte que un hombre y una mujer pueden simple y llanamente sentir algo bueno y normal.

—Yo que usted no haría tal cosa, teniente —dijo Dan—. De hecho, si yo fuera usted, no mencionaría la sospecha de homicidio hasta que hablase con Daryl Blanchard.

—¿A qué se refiere, Dan? —dijo Connery con mucha educación.

—¿Daryl sabe algo de ella? —pregunté.

—Acabamos de recibir una llamada —aclaró Dan—. Daryl es ahora el tutor oficial de su sobrina y el departamento de policía de Los Ángeles acaba de hacer un comunicado oficial para que se la arreste sobre la base de que es una menor con un comportamiento inmoral y una vida disoluta, que no tiene la adecuada supervisión.

Connery no pudo ocultar su malestar.

—¡Ah, eso es fantástico! —dije yo—. Si ella intenta acercarse a mí, quedará arrestada. Malditos hijos de puta, también queréis encerrarla a ella en la cárcel.

—Lo que quiero decir, teniente —siguió Dan—, es que si hace tal acusación, bueno, un comunicado para arrestar a una persona asesinada, sería algo que…

Alexander terminó la frase:

—Resultaría exculpatorio.

—Correcto, exacto —dijo Dan—, de modo que difícilmente puede acusar a un hombre de homicidio e intentar al mismo tiempo arrestar a la…

—Entiendo su mensaje, consejero —dijo Connery haciendo un extraño gesto de asentimiento.

Se dio la vuelta, como si fuese a marcharse, pero volvió a mirarme a mí.

—Jeremy —dijo con sinceridad—, ¿por qué no me dice lo que le sucedió a la chica?

—¡Dios mío, ya se lo he dicho! Aquella noche se fue de Nueva Orleans. Ahora dígame una cosa…

—Eso es todo, teniente —dijo Alexander.

—¡No, quiero saberlo! —insistí—. ¿De verdad cree usted que yo pude hacerle a ella algo parecido?

Connery volvió a abrir el catálogo. Sostuvo la página de

Modelo y artista frente a mí. Yo abofeteaba a Belinda.

—Quizá se sentiría usted mejor, Jeremy, si hablara con claridad de lo sucedido.

—Escuche, maldito hijo de puta —repuse—. Belinda está viva. Y vendrá cuando se entere de todo esto, si su orden de arresto no la asusta. Y ahora, arrésteme o lárguese de inmediato de mi casa.

Se estiró, puso el catálogo de nuevo en el bolsillo y con la misma expresión amable que había tenido todo el tiempo, dijo:

—Jeremy, se le acusa de homicidio en relación con la desaparición de Belinda Blanchard, y debo recordarle que tiene derecho a permanecer en silencio y a que un abogado esté presente cuando se le interrogue; desde ahora todo lo que diga puede ser utilizado contra usted.

A lo largo de los minutos siguientes no sucedió nada digno de mención, excepto que Connery se había ido, Dan y Alexander estaban en la cocina y deseaban que me uniera a ellos, y yo me había dejado caer en el sillón otra vez.

Levanté la mirada. Alex se había marchado, y también G. G.

Por un momento sentí algo muy próximo al pánico, algo que no había sentido en toda mi vida.

En ese instante apareció G. G. junto al brazo del sillón con una taza de café en la mano.

Me la pasó.

Oía la voz clara de Alex que hablaba desde el porche. Estaba con los reporteros:

—Sí, hace muchos años que le conozco. Jeremy es uno de mis mejores amigos. Le conozco desde que era un muchacho en Nueva Orleans. Es una de las mejores personas que he conocido en mi vida.

Me levanté y me dirigí al despacho de la parte de atrás, apagué el contestador automático y grabé un nuevo mensaje.

—Soy Jeremy Walker. Belinda, si me llamas por teléfono, cariño, déjame que te diga que te quiero y que estás en peligro. Se ha emitido una orden de arresto contra ti y mi casa está bajo vigilancia. Esta línea puede estar intervenida. Sigue adelante, amor mío, pero ten cuidado. Yo reconoceré tu voz.

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