Belinda

Belinda


Primera parte » Capítulo 15

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15

Tres días después Dan se presentó aporreando la puerta.

—¿Dónde demonios has estado? ¿Por qué no has contestado mis mensajes?

—Oye, mira, estoy trabajando —contesté. Tenía el pincel en la mano porque estaba casi terminando la tela de la cama de latón—. No quiero que ahora entres en mi casa.

—¿Qué?

—Dan, mira…

—¿Está ella aquí?

—No, se ha ido a montar a caballo, pero volverá en cualquier momento.

—¡Eso es fantástico!

Entró en el vestíbulo como un trueno.

—Cuando ella esté aquí, ni siquiera quiero venir a esta casa.

—Pues no lo hagas.

—¡Mira esta fotografía, idiota! —exclamó. La llevaba en un sobre de papel manila y la sacó. Cerré la puerta tras él y encendí la luz del recibidor.

Sin duda se trataba de Belinda. Era una fotografía, hecha en papel Kodachrome de doce por diecisiete, en la que ella llevaba un vestido blanco y estaba apoyada en una barandilla de piedra de una terraza. Tras ella el cielo era azul. Me resultó chocante verla en otro lugar. Aborrecí tener que mirarla.

—Dale la vuelta —dijo él.

Leí la notita escrita con rotulador en el reverso: su altura, su peso…, su edad, dieciséis años. No había ningún nombre. «¿Ha visto usted a esta chica? Se la busca para participar en una película de cine con un papel importante. Se remunerará cualquier información sobre su paradero. No se harán preguntas. Póngase en contacto con la agencia de Eric Sampson». Había una dirección de Beverly Hills.

—¿De dónde has sacado esto?

Cogió la foto y la volvió a meter en el sobre.

—De una posada que está en el Haight —repuso—. Ese tipo, Sampson, parece que ha venido hasta aquí y ha repartido esto por la calle, entre los jóvenes que se hospedan en ella. Cualquiera que encuentre a la prometedora actriz será recompensado. Sólo hay que llamar a su número de teléfono. Yo le llamé. Me dijo que uno de los grandes estudios la está buscando, que hizo una prueba para un papel y que después desapareció. Él no sabe su nombre.

—No me lo creo.

—Yo tampoco. Pero ese tipo es duro. Y sabe muchas cosas respecto a ella, es todo lo que te puedo decir. Enseguida hice dos nuevos intentos por teléfono. No, la chica es muy educada, trilingüe, como él dice. Y su cabello no está teñido en absoluto. Y hay algo más. Hice un par de llamadas a Nueva York y allí sucedía lo mismo, tal como me había imaginado. Sampson ha estado en la Costa Este distribuyendo estas mismas fotografías.

—¿Y cuál es tu conclusión?

—Dinero, Jer, mucho dinero. Quizás un apellido importante. Esta gente quiere recuperarla desesperadamente, y está gastando un montón de dinero, pero no lo están haciendo público. He hecho comprobaciones una y otra vez con personas desaparecidas, jóvenes que faltan de sus casas, y no saben nada.

—Eso es de locos.

—No tienen intención de colgarle un cartel encima que diga: «Secuéstreme». Pero eso no significa que ellos no vayan a gastar su dinero para llevarte a juicio con todos los cargos morales imaginables…

—Ya hemos hablado de eso.

—Por cierto, también he hecho comprobaciones sobre el tal Sampson y no es ningún agente, es un abogado que tiene una agencia de esas que manejan negocios. Es la clase de personas que no bromean.

—Lo que resulta extraño es…

—¿Qué?

—No es del todo imposible. Podría tratarse de una estrella de cine o algo así. Me refiero a que no es algo descabellado.

—Entonces ¿por qué no le han dicho su nombre? No, todo es mentira desde el principio.

—¿Qué sabes de Susan Jeremiah, la directora de cine que te mencioné?

—No tiene nada que ver. Bueno, sí, ella está de moda, muy de moda, hizo algo muy artístico que enardeció al público en Cannes y que la convirtió en una famosa directora de televisión, allí la consideran un genio. Pero no ha comunicado la desaparición de ninguna hermana, prima, sobrina o hija. Pertenece a una gran familia de Houston, de esas que tienen una fortuna en tierras. Es una niña de papá, y aunque no te lo creas conduce un enorme y reluciente Cadillac. Es una mujer que sigue su propio camino.

—Pero nada…

—Ni lo más mínimo.

—Muy bien. Has hecho todo lo que has podido. Pero ahora deberíamos olvidarnos de todo este asunto.

—¿Qué? ¿Has perdido la cabeza? Sal de este embrollo, Jeremy. Dale dinero, dile que se vaya a hacer su vida y quema todo cuanto deje tras de sí. A continuación coges un avión, te vas a Katmandu y te tomas unas largas y bonitas vacaciones donde nadie te encuentre. Si ella lo explicase todo, sería tu palabra contra la suya. Créeme, ni sabes nada ni la conoces.

—Te estás pasando, Dan. Ella no es Mata-Hari. Sólo es una chiquilla.

—Jer, ese tipo, Sampson, reparte billetes de cien dólares por la calle, se los da a cualquiera que le dé una pista del paradero de ella.

—¿Y ha conseguido alguna?

—Si las tuviera a estas horas estarías acabado. ¡Pero este mes ha estado aquí dos veces! Lo único que tiene que hacer es conocer a algún joven de los que viven en la calle Page, o encontrase con el policía que puso tu nombre en la libretita…

—Sí, claro, pero no es tan fácil como parece, Dan.

—Escucha, Jer, ¡los polis que estaban allí te vieron con ella! Escribieron tu dirección. Elige a otra fugitiva, hazme caso, hazte con cualquier cría abandonada de la que nadie quiera oír hablar. La policía ni siquiera se molesta en detenerlas si no las encuentra robando en las tiendas. Hay un montón de criaturas ahí fuera para escoger, sólo tienes que bajar a los barrios de Haight o Ashbury y tender la mano.

—Mira, Dan. Por el momento tienes que pensar que hemos terminado.

—No.

—¿Acaso te gusta trabajar sin cobrar? Te estoy diciendo que el caso está cerrado.

—Jeremy, tú no eres sólo un maldito cliente para mí, ¿me oyes?, tú eres mi amigo.

—Sí, Dan, y ella es mi amante. Y yo no puedo hacer nada más en este asunto a espaldas suyas. No puedo. No quiero saber todo lo que sé y no poder decirle nada. ¿Cómo puedo decirle que he tratado de hacer averiguaciones?

—Jer, ese tipo puede seguirla con facilidad hasta la puerta de tu casa.

—Está bien, es posible. Y si lo hace, bueno, pues ella no irá a ninguna parte con él o con ningún otro a menos que ella quiera.

—¡Te estás pasando! Estás jodidamente ido de la cabeza. Tendría que hacer que te encerrasen por tu propio bien. Debes de creerte que ésta es una historia más de tus libros, estás…

—Oye, Dan, tú eres mi abogado. Te digo que estás fuera del caso. Rompe la foto y olvídate de todo lo que te dije. Cuando esté preparada, ya me contará ella misma todo lo que haya que saber. Sé que lo hará. Hasta entonces…, bien, tenemos lo que tenemos como casi todo el mundo, supongo.

—No me estás escuchando, amigo mío. Tus agentes han estado tratando de localizarte durante toda una semana para hablarte del negocio con Rainbow Productions para Angelica y tú lo estás estropeando. Estás reventándolo todo. No se acostumbra hacer películas de dibujos animados en libros escritos por secuestradores o por los que abusan de las niñas.

—Te estoy escuchando. La quiero. Eso es lo que verdaderamente me importa en este momento.

»Y lo que me está sucediendo me importa, el cuadro que está arriba en la buhardilla en este momento es importante, maldita sea, y ahora quiero seguir trabajando en él.

—¡No me vengas a mí con ésas, Jer! Dios mío, ¿acaso esa chica es una bruja? ¿Y qué vas a hacer a continuación?, ¿cirugía estética, teñirte el pelo gris?, ¿vas a empezar a vestirte con camisas abiertas hasta la cintura, llevarás cadenas de oro y pantalones tejanos ajustados a la cintura?, ¿o es que vas a tomar cocaína para que te haga sentir tan joven como ella?

—Dan, mira, tengo confianza en ti y te respeto. Pero no puedes hacer nada para cambiar lo que está sucediendo aquí. Has cumplido con tu deber. Ahora te libro de toda responsabilidad.

—Ni hablar.

Estaba echando humo de veras. Dio una mirada alrededor del recibidor y la sala de estar llena de juguetes. Miraba con actitud crítica las cosas que había visto antes más de mil veces.

—Jer, voy a ir tras ese tal Sampson, voy a desmontar la pequeña historia que está contando, lo haré aunque tenga que ir al sur yo mismo, en persona.

Abrió la puerta delantera. Se oyó el ruido del tráfico de la calle Diecisiete. Ella podría aparecer por la esquina en cualquier momento.

—Oye, Dan. Hay una cosa que comprendí hace algún tiempo. En realidad no quiero saber la verdad sobre Belinda. Lo único que quiero es oír algo que me confirme que hago bien teniéndola conmigo.

—No te molestes, Jer, me di cuenta de eso desde el momento en que viniste a verme.

—Bueno, Dan, cuando uno sólo puede aceptar una clase de respuesta para una pregunta, es mejor no hacerla.

—En cuanto sepa algo más te llamaré —dijo él—. Y tú harás el favor de contestar el maldito teléfono. Y llama a tu agente, por el amor de Dios. Ha estado tratando de localizarte durante tres días.

Parecía como si la casa todavía estuviese vibrando a causa de su furor. Me quedé allí de pie, con el pincel en la mano. Bien. Una llamada. Habían pasado casi tres semanas. Entré en casa y llamé a Clair Clarke. Destapa el champán.

El negocio se había cerrado con Rainbow Productions, e incluía ocho de los libros de Angelica para hacer dos películas de dibujos animados. Estuvieron de acuerdo en aceptar nuestras condiciones. Las películas se basarían en la trama de los libros y todos los derechos sobre los personajes seguían en nuestras manos. Los contratos estarían listos dentro de una semana.

—Por cierto, ¿cómo te está quedando? —dijo ella.

—¿El qué?

—El nuevo libro.

—¡Oh! No sé, Clair. Celebremos este pequeño giro de los acontecimientos durante un tiempo, no aceleremos las cosas.

—¿Sucede algo malo?

—¡No! Todo marcha bien, y si me apuras, mejor que nunca. —Consideré que había terminado y colgué.

Volví a la buhardilla, y a los seis paneles: Belinda en la cama de latón.

Belinda aparecía siempre tras las barras y dormía con un camisón en el primero. En el segundo había cambiado de posición y se había subido el camisón. En el tercero el camisón estaba arrugado y se veían los pechos desnudos. En el cuarto estaba totalmente desnuda. Una vista más próxima de cintura para arriba constituía el quinto. Y en el sexto el enfoque era sólo de su cara girada hacia el observador, enmarcada entre las barras y durmiendo sobre el almohadón.

El pincel se movía como si mi mano derecha tuviese su propia mente. Yo decía: hazlo. Y mi mano lo hacía.

No pensaba en ninguna otra cosa.

Eran las cuatro de la madrugada. Ella estaba otra vez en la cocina. Podía oír su voz muy lejana.

Me fui a la buhardilla igual que lo había hecho la vez anterior. No dejaba de pensar en las cosas que Dan me había dicho.

Oí que ella se reía ligeramente. Contenta como días atrás. Bajé despacio las escaleras hasta el lugar en que se hallaba el pilar y pude verla a través de la puerta de la cocina. Dijo algo muy deprisa al teléfono y a continuación colgó.

—Te he vuelto a despertar, ¿no es cierto? —me preguntó mientras venía hacia mí.

—No le digas dónde estás —le pedí.

—¿A quién? —Una sombra cruzó por su cara, el labio le tembló un poco y su mirada era distinta a las que había visto antes.

—Al chico con el que estabas hablando, a tu mejor y más viejo amigo en el mundo, al que está en Nueva York. Se trataba de él, ¿no?

—¡Ah, sí! Había olvidado que te he hablado de él. —Tenía la mirada triste y perdida. Si era una mentirosa, se merecía el premio Sarah Bernhardt.

—Puede que alguien te esté buscando, algún detective privado. Podría hacer preguntas a la gente. Podrían darle explicaciones.

—Estás medio dormido —dijo ella—. Tienes la voz de un oso. Venga, volvamos arriba. —Parecía cansada, como si le doliera la cabeza, tenía esa clase de pesadez en los ojos.

—No le habrás dado a él la dirección, ¿verdad?

—Te estás poniendo nervioso por nada —susurró—. Él es mi mejor amigo, nunca le contará a nadie lo que le digo.

—Lo que no tienes que hacer es juntarte con los chicos de la calle, ¿de acuerdo? No tienes que verles más ni llamarles, ¿vale?

Ella no me miraba. Me estaba empujando, estaba intentando que yo volviera a subir las escaleras.

—No quiero perderte —le dije. Cogí su cara entre mis manos y la besé despacito.

Cerró los ojos y dejó que la besase, abrió la boca y su cuerpo se quedó relajado entre mis brazos.

—No tengas miedo —me dijo con el más suave de los susurros, enarcando las cejas—. No te sientas culpable y no tengas ningún temor.

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