Belinda

Belinda


Primera parte » Capítulo 25

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25

Estaba amaneciendo cuando salí de la furgoneta y me dirigí por el camino de gravilla hacia la entrada en mi casita en Carmel. Dentro el aire era cálido y estaba repleto del olor de los leños que humeaban en el hogar. Había una luz blanquecina que se iba haciendo más brillante a medida que pasaba el tiempo y yo contemplaba el suelo de losas iluminado, las confortables sillas antiguas, la rústica mesa y las altas vigas oscuras de madera por encima de mi cabeza.

Subí por la escalera de madera que conducía a la mullida cama. Olí el perfume de Belinda.

Ella estaba acurrucada sobre un ovillo de sábanas de algodón, y el dorado bronceado de sus hombros desnudos se recortaba contra la blancura de aquéllas. Algunos mechones de su cabello se habían pegado a su mejilla y a sus labios húmedos. Los aparté y ella se dio la vuelta estirándose sobre su espalda; la sábana se resbaló y dejó sus senos desnudos al descubierto, la suave piel de sus párpados temblaba.

—Despierta, bella durmiente —le dije. La besé. Su boca al principio carecía de vida, pero se fue abriendo despacio y entonces percibí que su cuerpo se avivaba bajo el mío.

—Jeremy —susurró, y dirigió sus brazos hacia mi cuello, lo rodeó y me apretó contra sí, casi con desespero.

—Vamos, pequeña —dije yo—. Lo tengo todo en la furgoneta. Anoche llamé a mi ama de llaves de Nueva Orleans. Estará todo preparado para cuando lleguemos. Si nos ponemos en marcha ahora y no dejamos de conducir, llegaremos a la casa de mi madre pasado mañana.

Tenía los ojos vidriosos, pero los abrió y los cerró varias veces para quitarse el sueño de encima.

—¿Me amas? —susurró.

—Te adoro. Ahora ven conmigo abajo. Prepararé el desayuno para los dos. Hay un par de cosas que deseo comentarte, después nos pondremos en marcha de inmediato.

Cogí las provisiones que estaban en la furgoneta, preparé los huevos con beicon y el café, y cuando ella bajó y se sentó en la mesa volví a besarla. Había recogido una buena parte de su largo cabello con el pasador, y le caía por detrás de la espalda como un haz de luz. Se había vestido con los pantalones tejanos blancos y con uno de esos jerséis sueltos de algodón que a mí me gustaban de modo especial. Parecía una flor blanca de tallo largo.

—Siéntate —le pedí cuando me di cuenta de que trataba de ayudarme. Serví la comida en los platos y vertí el café en las tazas—. Tal como te dije, nunca más volveré a hacerte preguntas. —Me senté enfrente de ella—. Pero quiero que sepas lo que he hecho. He leído toda la basura escrita en edición de bolsillo que he podido encontrar, sobre ti y tu madre. He leído todas las revistas que he encontrado. Incluso he enviado a una persona a averiguar cosas al sur. Sé toda la historia. Te lo confieso ahora, cara a cara.

Sus ojos miraban fijamente detrás de mí. Tenía una expresión apática muy parecida a la de su madre. Sin embargo las lágrimas amenazaban con salir.

Alargué mi mano por encima de la mesa y cogí la suya. No opuso resistencia.

La vi más derrotada que nunca.

—Quiero cerrar este capítulo y olvidarlo todo, tal como te prometí —le dije—. No habrá preguntas. Ninguna. Pero hay algunas cosas que debes saber. Susan Jeremiah te ha estado buscando. Quiere que hagas una película con ella.

—Eso ya lo sé —comentó quedamente—. Eso puede esperar.

—¿Estás segura? Si quieres verla, te ayudaré. Pero tu tío Daryl la está vigilando. Imagina que podrá cogerte si lo intentas.

—También lo sé.

—Muy bien. Y ahora la última cosa y la más importante. No quisiera hacerte ningún daño y tampoco querría que me odiaras por ello. Pero tengo que decírtelo. No puede haber ni más misterios ni más mentiras.

En su manera de estar callada y en la solemnidad y vacío de su cara, se parecía mucho a su madre; la noche anterior no había caído en ello, mientras estaba en aquella habitación, sin embargo lo había observado en Belinda infinidad de veces.

Aspiré profundamente.

—Tu madre vino a verme —le expliqué.

No hubo respuesta.

—No sé cómo nos ha encontrado, hasta es posible que mi propio abogado, al meter la nariz para hacer averiguaciones, le haya dado una pista. Pero comoquiera que haya sido, ella vino a verme y a decirme que cuidara de ti. Ella está muy preocupada por ti y no quiere que su hermano te encuentre ni que cree problemas por tu causa. Lo único que desea es que tú estés bien.

Como si no pudiera asimilarlo y no fuese capaz de admitirlo, se quedó mirándome.

—Comprendo que esto pueda ser un duro golpe, una desagradable sorpresa, y desearía no tener que hablar de ello, pero creo que debes saberlo. Le dije que te amaba. Le dije que la informaría de vez en cuando de cómo estás.

No podía entender su expresión. ¿Se sentía más triste? ¿Estaría a punto de llorar? Se quedó impasible, y de pronto la vi muy mayor, muy cansada y también muy sola.

—Pues bien, ya está —continúe—. Y si puedes perdonarme por hacer indagaciones, Belinda, comprenderás que lo peor ha pasado ya y que ahora vamos a estar muy bien.

Frunció el ceño, su labio inferior temblaba y, sí, estaba a punto de llorar. Aunque incluso para eso necesitaba más fuerza de la que tenía en aquel momento.

—No lo hagas, cariño, todo está bien, de verdad —le dije—. No habrá más secretos que nos hagan daño, Belinda. Ahora vamos a estar mejor que nunca. Ahora somos de verdad libres.

—Te amo, Jeremy —susurró—. Nunca hubiese dejado que te hiciesen daño. Te lo juro. Es verdad.

La forma en que lo dijo me rompió el corazón, como si en realidad fuese yo al que hubieran de proteger.

—Sí, mi amor —le dije—, y yo tampoco dejaré que te hagan daño. Y ahora nos marcharemos lejos, nos alejaremos de ellos.

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