Behemoth

Behemoth


Cuatro

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CUATRO

Deryn se levantó lentamente, parpadeando para intentar alejar los puntos negros que veía ante sus ojos.

¡Un maldito rayo! Es lo que había surgido disparado del buque de guerra clánker y cruzado el cielo como una centella. Había danzando por cada resquicio de metal de la parte superior del Leviathan. El cabrestante del Huxley había desprendido, en todas direcciones, una gran cantidad de chispas cegadoras, que la habían dejado medio aturdida en el proceso.

Deryn miró hacia todos los lados, aterrada por si veía incendios propagándose por la membrana. Todo estaba a oscuras excepto los puntos luminosos que aún quemaban su visión. Los rastreadores debían de haber hecho su trabajo de forma eficiente antes de la batalla, pues no se había derramado ni una gota de hidrógeno por la piel.

Entonces se acordó: el Leviathan había dado media vuelta justo a tiempo. Toda la nave se retorció como un perro intentando morderse la cola.

Hidrógeno…

Alzó la vista para mirar el oscuro firmamento y entonces se quedó con la boca abierta. Allí estaba Newkirk, agitando los brazos como un loco, con el Huxley en llamas sobre su cabeza como un pudin de Navidad aliñado con coñac caliente.

Deryn se sintió mal de pronto, igual que en los cientos de pesadillas en las que volvía a visualizar el accidente de papá, tan parecido a la horrible visión que tenía encima de ella. El Huxley tiraba de su cable, impulsándose más arriba por el calor de las llamas, y haciendo girar la manivela. Pero, un instante después, su hidrógeno se agotó, y la aerobestia empezó a caer.

Newkirk se estaba retorciendo en el aparejo del piloto, milagrosamente aún vivo. Entonces Deryn con la escasa luz de las estrellas vio una especie de vaho alrededor del Huxley. Newkirk había derramado el lastre de agua para evitar quemarse. Un chico inteligente.

El caparazón muerto de la aerobestia se hinchaba hacia fuera como un paracaídas rasgado, aunque aún caía deprisa.

El Huxley estaba a unos mil pies de altura y si no conseguía chocar contra la parte superior del Leviathan, caería otros mil pies antes de que el cable lo detuviera. Lo mejor era que su viaje fuese lo más breve posible. Deryn fue a coger el cabrestante pero se quedó con la mano paralizada en el aire.

¿Estaría cargado de corriente?

¡Dummkopf! —se dijo a sí misma, obligándose a coger la manivela de metal.

El cabrestante no desprendió chispas, de modo que empezó a darle vueltas lo más rápido que pudo. Pero el Huxley bajaba más deprisa de lo que ella estaba recogiendo la línea, de modo que el cable empezó a retorcerse por la espina de la aeronave, enredándose en los pies de los hombres y los rastreadores que pasaban corriendo.

Mientras rodaba la manivela salvajemente, Deryn alzó la vista. Newkirk colgaba desmayado por debajo del caparazón quemado que se alejaba a la deriva del Leviathan.

Los motores se habían detenido y los focos también se habían apagado. Los tripulantes usaban las linternas eléctricas para llamar a los murciélagos y a los halcones bombarderos y para que regresaran por el oscuro cielo. Aquel artefacto clánker había fundido todo.

Pero, si la aeronave estaba sin energía, ¿por qué el aire estaba alejando a Newkirk? ¿No deberían estar todos navegando a la deriva a la misma velocidad?

Deryn bajó la vista para mirar a los flancos con los ojos muy abiertos.

Los cilios aún se movían, alejando a la aeronave del peligro.

—Caramba, sí que es extraño —murmuró.

Normalmente un respirador de hidrógeno sin motores navega a la deriva. Desde luego, la aerobestia había estado actuando de forma extraña desde que se habían estrellado en los Alpes, o era que los motores clánker le habían aturdido la mollera.

Pero ahora no era el momento de pensar en aquello. Newkirk estaba planeando tan solo a unos cien pies de distancia, lo suficientemente cerca para que Deryn pudiese ver su rostro ennegrecido y su uniforme empapado, y además no parecía moverse.

—¡Newkirk! —gritó la muchacha con la mano casi en carne viva sobre la manivela del cabrestante.

El chico pasó por su lado mientras caía sin responder.

Las bobinas de cable sin tensar empezaron a agitarse, como un nido de serpientes esparcidas por la parte superior. El Huxley estaba arrastrando su cable tras él a medida que caía por debajo de la aeronave.

—¡Despejen aquellos cables! —gritó Deryn agitando los brazos a un tripulante que estaba entre los rollos serpenteantes.

El hombre se alejó dando saltos, con el cable golpeando sus tobillos e intentando arrastrarle también hacia abajo.

Deryn siguió con la manivela de nuevo, hasta que el cable se tensó con fuerza con un nauseabundo tirón. Deryn puso el freno y comprobó las marcas del cable: justo por encima de los quinientos pies.

El Leviathan medía doscientos pies de arriba abajo, de manera que Newkirk estaría colgando a menos de trescientos pies por debajo de ellos. Atado al aparejo del piloto, lo más probable es que se encontrase bien, a menos que el fuego le hubiese alcanzado o que la fuerte sacudida le hubiese partido el cuello…

Deryn inspiró profundamente, intentando que las manos le dejasen de temblar. No podía darle a la manivela al revés para subirle. El cabrestante estaba diseñado para un Huxley lleno de hidrógeno y no para tirar de un peso muerto.

Deryn siguió el cable tensado, bajando por los flechastes por el flanco de la aerobestia. Desde el talle de la nave, podía ver la oscura forma del Huxley revoloteando contra las blancas crestas de las olas.

—¡Maldita sea! —murmuró.

El agua estaba mucho más cerca de lo que había previsto.

El Leviathan estaba perdiendo altura.

Por supuesto, la gran aerobestia estaba intentando encontrar el viento más fuerte para alejarse de los acorazados alemanes y no se preocupaba de si aplastaba al pobre y quemado Newkirk contra la agitada superficie del océano.

Por otra parte, los oficiales no podían dejar caer lastre y arrastrar a la aeronave contra su voluntad. Deryn sacó su silbato de mando y sopló para llamar a un lagarto mensajero y luego miró de nuevo hacia el Huxley que tenía debajo.

Desde donde estaba no podía apreciar ningún movimiento humano. Newkirk por lo menos debía de estar aturdido. Y, seguramente, no dispondría del equipo adecuado para escalar por el cable. Nadie esperaba tener que subir por el cable de un elevador.

¿Dónde estaba aquel maldito lagarto mensajero? Vio que uno subía por la membrana y silbó pero el lagarto sencillamente se la quedó mirando y farfulló algo sobre un mal funcionamiento eléctrico.

—Genial —murmuró ella.

¡El impacto del rayo clánker había confundido los cerebros de aquellas diminutas bestias! Por debajo de ellos, las oscuras aguas parecían más cerca a cada segundo.

Tendría que rescatar a Newkirk ella sola.

Deryn rebuscó en los bolsillos de su traje de vuelo. En la clase de aviación el señor Rigby les había enseñado cómo los aparejadores «amarraban», que en la jerga del Ejército era deslizarse cuerda abajo sin romperse el cuello. Encontró algunos mosquetones y suficiente cuerda para convertirla en un par de enganches de fricción.

Después de unir su mosquetón de seguridad al cable del Huxley, Deryn lo cerró con fuerza. No podía enrollar la cuerda alrededor de sus caderas porque el peso muerto del Huxley podría cortarla por la mitad. Pero tras manosearla un momento, unió más mosquetones a su arnés y pasó el cable por ellos.

«Seguro que el señor Rigby no aprobaría este método», pensó Deryn mientras se impulsaba con los pies para apartarse de la membrana.

Se deslizó hacia abajo con saltos cortos, y la fricción de los mosquetones evitó que cayese demasiado rápido. No obstante, notaba la cuerda caliente bajo los guantes, sus fibras se deshilachaban cada vez que se detenía bruscamente. Deryn dudaba de que aquel cable estuviese diseñado para sostener el peso de un Huxley muerto y dos cadetes.

El océano hacía un ruido atronador bajo Deryn y el aire cada vez era más frío ahora que el sol se había puesto del todo. La cresta de una gran ola chocó contra la membrana caída del Huxley, resonando como un disparo.

—¡Newkirk! —gritó Deryn, y el muchacho se removió en su aparejo de piloto.

Un escalofrío de alivio recorrió su cuerpo: estaba vivo. No como papá.

Se dejó caer las últimas veinte yardas, con la cuerda siseando con fuerza y desprendiendo un olor a quemado que se mezclaba con el aire salado. Aun así, sus botas aterrizaron suavemente en la inestable membrana de la aerobestia muerta, que olía a humo y a sal, como una medusa asada en las brasas de una chimenea.

—¿Dónde demonios estoy? —murmuró Newkirk, en un tono apenas audible por el rumor de las olas.

Tenía el pelo chamuscado y la cara y las manos ennegrecidas por el humo.

—¡Estás en el maldito océano, ahí es donde estás! ¿Puedes moverte?

El chico se quedó mirando sus manos ennegrecidas, moviendo sus dedos y luego se desabrochó él solo el arnés. Se puso de pie temblorosamente en el borde del aparejo del piloto.

—Sí, solo estoy un poco chamuscado —se pasó los dedos por el pelo, o lo que quedaba de él.

—¿Puedes escalar? —preguntó Deryn.

Newkirk alzó la vista hacia la barriga oscura del Leviathan.

—Sí, ¡pero eso está a millas de distancia! ¿No podías haber dado a la manivela más deprisa?

—¡Y tú podrías haber caído más despacio! —le respondió Deryn.

Desabrochó dos mosquetones y los puso en la mano del muchacho, junto con un trozo corto de cuerda.

—Abróchate un enganche de fricción. ¿O es que no recuerdas las clases del señor Rigby?

Newkirk se quedó mirando los mosquetones y a continuación alzó la vista a la distante aeronave.

—Sí que me acuerdo, pero jamás pensé que tendría que ascender tanta distancia.

«Ascender», por supuesto, era jerga del Ejército para escalar una cuerda sin romperte el cuello. Los dedos de Deryn trabajaron rápidos su propia cuerda. Un amarre de fricción se deslizó libremente cuerda arriba pero se frenó enseguida cuando encontró peso colgado de él. De aquella forma, ella y Newkirk podrían detenerse y descansar sin tener que confiar en la fuerza de sus músculos para no deslizarse de nuevo hacia abajo.

—Tú primero —ordenó.

Si Newkirk resbalaba ella podría detener su descenso.

El muchacho subió unos pies y luego comprobó su amarre, dejándose balancear libremente por la cuerda.

—¡Funciona!

—Sí. ¡Seguro que lo próximo que harás será escalar el Everest!

Mientras hablaba, otra ola golpeó al Huxley, salpicándoles a los dos. Deryn perdió pie, pero su amarre de fricción la sostuvo.

Escupió agua salada y gritó:

—¡Sigue subiendo, bobo! ¡La nave está perdiendo altura!

Newkirk empezó a escalar, ayudándose con las manos y los pies. Pronto ya había ganado la suficiente altura para que Deryn pudiese impulsarse y alejarse del Huxley muerto.

Otra ola golpeó a la aerobestia, sacudiendo con fuerza la cuerda, y Newkirk resbaló hacia abajo hasta quedar prácticamente encima de ella. Si el Leviathan descendía algo más, el caparazón de la bestia se arrastraría por el agua. Si la membrana se llenaba tiraría de la cuerda como un barril lleno de piedras: lo suficiente para romper cualquier cable… Tenía que cortar el cable para desprenderse del Huxley.

—¡Más arriba! —gritó y empezó a escalar a toda velocidad.

Cuando se encontraba a unos veinte pies por encima del Huxley, Deryn se detuvo, justo encima de lo que parecía un punto realmente quemado. Sacó su navaja, alargó la mano y empezó a cortar la línea. El cable del Huxley era condenadamente grueso, pero cuando la siguiente gran ola golpeó a la aerobestia, las fibras se desenredaron rápidamente y se partieron.

Sin el peso muerto de la bestia anclándoles, de pronto, se encontraron balanceándose sobre el negro mar, flotando a merced del viento. Newkirk dejó escapar un grito de sorpresa por encima de ella.

—¡Lo siento! ¡Debí haberte avisado! —gritó Deryn.

Sin embargo, sin el peso del Huxley la cuerda no se rompería… probablemente.

Empezó a escalar de nuevo, deseando por enésima vez tener la misma fuerza en los brazos que un chico. Pero pronto las olas ya no amenazaron sus botas.

A mitad de camino de su escalada, Deryn inspiró profundamente, buscando en el oscuro horizonte los dos acorazados alemanes. Ya no se veían por ninguna parte.

Tal vez la Marina Real estaba cerca y aquello había provocado que los barcos se alejasen. Pero Deryn no pudo ver ninguna señal de barcos de superficie. La única forma sobre el agua era la carcasa del Huxley, una solitaria mancha sobre las olas.

—Pobre bestia —dijo, temblando.

Toda la aeronave y su tripulación podían haber terminado heridos de aquella forma, quemados como el carbón, tan solitarios como una madera a la deriva sobre el negro mar. Si los rastreadores de hidrógeno hubiesen pasado por alto una sola fuga, o la aerobestia no hubiese dado media vuelta sobre sí misma justo a tiempo, todos ellos habrían acabado de igual manera.

—Malditos clánkers, fabricando sus propios rayos —murmuró Deryn.

Cerró los ojos para alejar sus recuerdos, el rugido de un fuego que le ponía los pelos de punta y el hedor de la carne quemada. Aquella vez ella había vencido. El fuego no se había llevado a ningún ser querido.

Deryn se estremeció una vez más y después empezó a escalar de nuevo.

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