Behemoth

Behemoth


Treinta

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TREINTA

El Hotel Hagia Sophia era puro lujo.

Deryn hizo un gesto de sorpresa. Debería haber esperado encontrar a Alek en un lugar como aquel. Solamente el vestíbulo ya tenía una altura de tres pisos y estaba iluminado por una lámpara de araña y un tragaluz de cristales de colores. Unos porteros uniformados guiaban sus carritos de equipajes mecanizados por entre la animada multitud. Un tramo de escaleras subía en espiral hacia los entresuelos y las terrazas, mientras los ascensores a vapor resoplaban en el aire como cohetes alzando el vuelo.

Incluso si Alek hubiese elegido aquel hotel para que concordase con el nombre de su madre, Deryn no estaba segura de si él habría encontrado otra pista para que el conde la usase, una que le condujese a algún lugar un poco menos principesco. Al fin y al cabo, los alemanes aún lo estaban buscando.

Por supuesto, aquello significaba que Alek no se habría registrado en el hotel con su verdadero nombre. Entonces, ¿cómo iba a dejarle un mensaje?

Deryn se quedó allí plantada, esperando ver por casualidad a Alek, Bauer o al profesor Klopp en el vestíbulo. Pero la multitud estaba repleta de rostros desconocidos y pronto Deryn sintió la mirada de un portero con guantes blancos sobre ella. Su uniforme robado estaba arrugado y sucio después de dormir en el callejón y destacaba en aquel lugar como una mancha en un elegante plato de porcelana china. Solamente le quedaban unas pocas monedas, aunque seguramente no las suficientes para pagar una habitación, por lo menos no allí.

Tal vez podría comprar café y algo para almorzar. A juzgar por lo que había desayunado, había peores lugares que Estambul para llegar arrastrándose por la playa medio muerta de hambre.

Deryn se sentó a una pequeña mesa en el comedor del hotel, asegurándose que tenía vistas sobre las puertas del vestíbulo. El camarero no entendía inglés, pero hablaba clánker, no mejor de lo que lo hacía ella. Regresó con un recipiente de café fuerte y un menú, y pronto Deryn se dio un festín de nuevo, esta vez picadillo de cordero con frutos secos y pasas sultanas, cubierto con una gelatina de ciruela tan oscura como un morado antiguo.

Comió lentamente, sin quitar la vista de las puertas principales del hotel.

La gente entraba y salía, muchos de ellos viejos clánkers adinerados. El hombre que estaba en la mesa contigua a la suya llevaba un monóculo, lucía un bigote de manillar y estaba leyendo un periódico alemán. Cuando el hombre se fue, Deryn cogió el periódico y hojeó las páginas para ocultar que se estaba atragantando con la comida.

La última página eran todo fotografías, la última moda, nuevos criados de mecanismos de cuerda para el hogar y señoras bien vestidas en un salón de patinaje sobre ruedas. No había nada de máxima trascendencia, hasta que los ojos de Deryn se posaron en tres fotos que estaban en el fondo de la página. Una era el Leviathan sobrevolando la ciudad, otra era el Dauntless arrodillándose en la calle después de su conducta violenta, y la última mostraba a dos hombres detenidos escoltados…

Se trataba de Matthews y Spencer, los supervivientes de su desastrosa primera misión al mando.

Miró de reojo la foto, enojada porque Alek no le había enseñado a escribir ninguna palabra en clánker. No se podía considerar que aquellas tres fotos juntas fuesen precisamente buenas noticias. El Leviathan partiría aquel mismo día de Estambul bajo una oscura nube, a menos que los otomanos se hubiesen enfurecido lo suficiente como para obligar a la aeronave a que se fuese antes.

Deryn frunció el ceño. El conde Volger planeaba escapar la pasada noche, ¿verdad? Después de pasar casi la noche en vela, se había olvidado completamente de él.

Bajó el periódico, mirando más atentamente a los aburridos viejos clánkers que estaban en el vestíbulo. Ninguno de ellos tenía la estatura de Volger, ni era delgado ni tenía el bigote gris. Sin embargo, al conde no le habría sido preciso ir a la biblioteca para consultar el nombre de la madre de Alek. ¡Tal vez él y Hoffman ya estaban arriba, tomando una taza de té con Alek y los demás!

Precisamente en aquel momento Deryn vio que una pareja joven entraba por las puertas del vestíbulo. Iban vestidos como locales y la muchacha tal vez tenía unos dieciocho años, y era bastante hermosa con su largo pelo oscuro peinado con dos tirantes trenzas.

Deryn tragó saliva: el chico era ¡Alek! Apenas lo reconoció vestido con una túnica y un fez con borlitas. No es que esperase que el muchacho pasease por Estambul vestido con uniforme de piloto austriaco, pero tampoco había esperado que pareciese tan… otomano.

Alek se detuvo un instante y buscó con la mirada por el vestíbulo, pero Deryn alzó el periódico ocultando su cara.

¿Quién era aquella extraña chica? ¿Era uno de sus aliados? De pronto, aquella palabra adquirió completamente un nuevo significado en la mente de Deryn.

Un segundo después de que Alek y la chica se dirigiesen hacia los ascensores, Deryn se puso de pie rápidamente. Fuese quien fuese aquella chica, Deryn no podía permitirse el lujo de perder aquella oportunidad. Dejó bruscamente sobre la mesa las monedas que le quedaban y fue tras ellos.

Un ascensor abrió las puertas ante la pareja y el botones les guio al interior. Deryn agitó el periódico y el botones asintió con la cabeza, sosteniendo la puerta. Alek y la chica estaban hablando atentamente en clánker y apenas se dieron cuenta de que entraba tras ellos.

Cuando la puerta se cerró con suavidad, Deryn abrió el periódico fingiendo leer.

—Parece que tenemos buen tiempo —dijo en inglés.

Alek se giró hacia ella, con una expresión de perplejidad en su rostro. Abrió la boca, pero de ella no surgió ningún sonido.

—Dylan —dijo ella cortésmente—. Por si lo has olvidado.

—¡Por los clavos de Cristo! ¡Eres ! ¡Pero qué haces…!

—Es una larga historia —dijo Deryn, mirando a la chica—. Y, en realidad, un poco secreta.

—Ah, por supuesto… debo hacer las presentaciones —dijo él y luego miró de reojo al botones del ascensor—. O mejor… las hacemos después.

Subieron el resto del trayecto en silencio.

Alek les acompañó hasta unas puertas dobles que se abrieron a una amplia habitación, toda llena de sedas y borlas, con su propia terraza y una centralita de brillante latón para llamar a los criados. No se veía ninguna cama, solamente un par de puertas francesas medio abiertas que dejaban ver otra habitación.

Deryn se fijó en que la otra chica abría mucho los ojos y se sintió un poco aliviada. Al parecer, aquella chica tampoco había estado en un lugar como aquel antes.

—Casi tan lujoso como tu castillo —dijo Deryn.

—Y con bastante mejor servicio. Aquí hay alguien a quien deberías conocer, Dylan —Alek se dio la vuelta y gritó—: Guten tag, Bovril!

Guten tag! —repuso una voz que provenía de ninguna parte y entonces una pequeña bestia se acercó bamboleándose desde detrás de las cortinas.

Parecía un cruce entre un mono mayordomo y algún tipo de juguete adorable, con sus enormes ojos y sus minúsculas y hábiles manos.

—¡Arañas chaladas! —soltó Deryn con un resoplido. Se había olvidado por completo de la bestia perdida de la doctora Barlow—. ¿Es lo que creo que es?

Señor Sharp —dijo la bestia sarcásticamente.

La muchacha parpadeó.

—¿Cómo diablos me conoce?

—Esa sí que es una pregunta interesante —dijo Alek—. Bovril parece que escuchaba mientras aún estaba dentro del huevo. Pero también escuchó tu voz en la horrible rana de aquel reportero.

—¿Estás diciendo que aquel caraculo nos estaba grabando?

Alek asintió con la cabeza y Deryn maldijo en voz baja. ¿Cuántas amenazas de Volger habría repetido aquella rana?

La extraña chica tampoco parecía sorprendida en absoluto de ver a Bovril. Sacó una bolsa de cacahuetes de su bolsillo y la bestia se encaramó a ella y empezó a comerlos.

Deryn recordó su conversación con la doctora Barlow a bordo del yate aéreo del sultán. La científica había sido bastante vaga acerca de los propósitos de la criatura. Deryn aún no sabía lo que significaba «perspicaz» y también estaba aquel asunto de la fijación al nacer, que le había parecido un poco siniestra, aunque los bebés patos también la tuviesen.

Tendría que vigilar a aquella bestia.

—¿Le has puesto Bovril? —preguntó a Alek.

—De hecho se lo puse yo, el nombre —dijo la chica hablando en inglés lentamente y escogiendo las palabras—. Este estúpido chico seguía llamándole «la criatura».

—¡Pero se supone que no se debe poner nombre a las bestias! Si empiezas a sentirte demasiado unido a ellas, no puedes usarlas como es debido.

¿Usarlas? —preguntó Lilit—. Qué forma tan horrible de pensar en los animales.

Deryn puso los ojos en blanco. ¿Es que ahora Alek se relacionaba con Monos Ludistas?

—Sí, señorita, ¿y es que nunca ha comido carne?

La chica frunció el ceño.

—Sí, claro, por supuesto. Pero no sé, esto parece diferente.

—Solo porque está acostumbrada a ello. Y además, ¿por qué diablos le ha puesto Bovril? ¡Eso es una especie de jugo de carne!

La chica se encogió de hombros.

—Pensé que debería tener un nombre inglés y Bovril es la única cosa inglesa que me gusta.

—En realidad es escocesa —murmuró Deryn.

—Hablando de nombres, he sido algo descortés —Alek se inclinó un poco—. Lilit, este es el cadete Dylan Sharp.

—¿Cadete? —preguntó Lilit—. Debes de ser del Leviathan.

—Sí —dijo Deryn mirando severamente a Alek—. Pensaba que esto debía mantenerse en secreto.

—Secreto —repitió Bovril, y luego hizo un ruido como una risa.

—No te preocupes. No hay secretos entre Lilit y yo —aseguró Alek.

Deryn se quedó mirando al chico, esperando que aquello no fuese verdad. No podía haber contado a aquella chica quiénes eran sus padres, ¿o sí?

—Pero ¿dónde está Volger? —preguntó Alek—. Tenías que haber escapado con él.

—Para nada he escapado, bobo. Estoy aquí en… —miró de reojo a Lilit—. Misión secreta. No tengo ni idea de dónde está ese conde.

—¡Pero la rana dijo que tú ibas a ayudar a escapar a Volger!

Deryn alzó una ceja, preguntándose qué más habría repetido la rana. Por supuesto, Eddie Malone no había comprendido de qué iban las amenazas de Volger y tampoco Alek.

Señor Sharp —repitió de nuevo la criatura, aún riendo.

Deryn no le hizo caso.

—Planeaba ayudarles a escapar, a él y a Hoffman, pero me asignaron una misión. Tal vez se las arreglaron por su cuenta —Deryn alzó el periódico—. Aunque me parece que no van a tener tiempo.

Alek le cogió el periódico de la mano y echó un vistazo a las fotos. «Se le había concedido al Leviathan quedarse en la capital cuatro días más; pero, la noche anterior, el valiente ejército otomano descubrió a saboteadores darwinistas en los Dardanelos. Todos ellos fueron abatidos o capturados. Ultrajado por esta afrenta, su Excelencia el sultán ha ordenado que la aeronave abandone la capital inmediatamente».

Dejó caer el periódico.

—Sí, eso creo —dijo Deryn—. Volger estaba planeando escapar ayer noche, pero si la nave tuvo que partir ayer…

—Entonces el conde se ha ido —dijo Alek en voz baja.

Deryn asintió con la cabeza, al darse cuenta de que también el Leviathan se había ido.

—¿Adónde lo llevarán? ¿A Londres?

—No. Volverán al Mediterráneo —dijo Deryn—. Misión de control.

Por supuesto, su misión consistiría en mucho más que patrullar. La aeronave esperaría la llegada del Behemoth. Serían semanas de ejercicios de entrenamiento, prácticas guiando a la gigantesca bestia a través de los angostos estrechos. Ejercicios de batalla y alertas de medianoche. Y allí estaba ella, atrapada en aquella ciudad extraña, sola, excepto por Alek y sus hombres, el loris perspicaz y aquella chica desconocida.

—Pero Dylan, si no escapaste, entonces ¿por qué estás aquí? —quiso saber Alek.

—¿Es que no lo ves? —Lilit intervino—. Eso es un uniforme de marino alemán, un disfraz —se giró para mirar a Deryn—. ¿Tú eres uno de los saboteadores, verdad?

Deryn frunció el ceño. Ciertamente aquella chica era rápida.

—Sí, soy el único a quien no cogieron. Aquellos tres pobres tipos eran mis hombres.

Alek se sentó en una adornada silla, maldiciendo en voz baja en clánker.

—Lo siento por tus hombres, Dylan.

—Sí, yo también. Y lo siento por Volger —dijo Deryn aunque no estaba segura de si lo sentía de veras. El conde era demasiado listo para su gusto—. Realmente quería reunirse contigo.

Alek asintió con la cabeza despacio, mirando al suelo. Por un momento pareció más joven de sus quince años, como si fuera un niño. Pero se recompuso y se la quedó mirando.

—Bueno, supongo que tendrás que hacerlo, Dylan. Al fin y al cabo eres un buen soldado. Estoy seguro de que el comité estará contento de contar contigo.

—¿De qué estás hablando? ¿Qué comité?

—El Comité para la Unión y el Progreso; pretenden derrocar al sultán.

Deryn miró a Lilit y a continuación de nuevo a Alek, con los ojos muy abiertos. ¿Derrocar al sultán? ¿Y si el conde Volger tenía razón y Alek se había unido a un estúpido grupo de anarquistas? ¡Y además de anarquistas, Monos Ludistas!

—Alek —dijo Lilit en voz baja—, no puedes seguir contando nuestros secretos a este chico. No por lo menos hasta que se reúna con Nene.

Alek hizo un gesto con la mano ante sus protestas.

—Puedes confiar en Dylan. Él hace una eternidad que sabe quién era mi padre y nunca me traicionó ante sus oficiales.

Deryn se quedó con la boca abierta. ¿Alek ya le había contado a aquella chica anarquista lo de sus padres? ¡Pero si solo hacía tres condenados días que estaba en Estambul!

De pronto se planteó si debería simplemente salir por la puerta. Había visto a una docena de cargueros ondeando banderas británicas. Tal vez uno de ellos la devolvería al Mediterráneo y de nuevo a la sensatez.

¿Por qué había abandonado su deber al que había prestado juramento por un maldito príncipe?

—Además —dijo Alek poniéndose de pie y descansando una mano en el hombro de Deryn—, el destino ha devuelto a Dylan a Estambul. ¡Claramente está destinado a ayudarnos!

Deryn y Lilit se miraron y ambas pusieron los ojos en blanco.

Alek no hizo caso de sus miradas cargadas de escepticismo:

—Escúchame, Dylan. Vosotros, los darwinistas, queréis mantener a los otomanos fuera de la guerra, ¿cierto? Es la única razón por la que la doctora Barlow nos trajo hasta aquí.

—Sí, pero ahora todo se ha ido al garete. El único resultado de todo lo que hemos hecho hasta ahora ha sido empujar aún más al sultán hacia las manos alemanas.

—Tal vez —dijo Alek—. Pero ¿y si el sultán es derrocado? Desde la última revolución, los rebeldes han despreciado a los alemanes. Nunca se unirían al bando clánker.

—Los británicos son igual de malos. Todas las grandes potencias se aprovechan de nosotros. Pero lo que sí es bastante cierto es que no queremos tener nada que ver con vuestra guerra. Solo queremos que se vaya el sultán —dijo Lilit.

Deryn se quedó mirando a la chica sin saber si confiar en ella.

Al parecer, Alek ya lo hacía, puesto que le había confesado estúpidamente todos sus secretos. Pero ¿y si él estaba equivocado?

«CHARLAS EN EL HOTEL»

Bueno, en aquel caso él necesitaba a alguien en quien pudiese confiar.

—Grandes potencias —murmuró Bovril y luego siguió comiendo cacahuetes.

Deryn dejó escapar lentamente un suspiro. Ella había venido a Estambul para ayudar a Alek, y al fin y al cabo allí estaba él, pidiendo ayuda. Pero aquello era mucho más grande de lo que había esperado.

Si pudiesen echar al sultán de su palacio, entonces el estrecho permanecería abierto y el Ejército ruso no se moriría de hambre. El gran plan de los clánkers de extender su influencia a Asia quedaría frenado en seco.

Aquella era una oportunidad no solamente de ayudar a Alek sino de cambiar el curso de toda aquella condenada guerra. Tal vez su obligación era quedarse justo allí.

—Muy bien entonces. Haré lo que pueda —dijo ella.

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