Behemoth

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Treinta y cuatro

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TREINTA Y CUATRO

—¡Caraculo! —exclamó Deryn—. ¡Yo que ya estaba soñando!

—Debemos irnos —dijo Alek.

Deryn refunfuñó. Había estado ayudando a Lilit con la Araña todo el día, transportando piezas y bandejas de caracteres de imprenta y le dolían todos los músculos de su cuerpo. Ahora entendía por qué los clánkers estaban siempre de mal humor: el metal era rematadamente pesado.

En su sueño había estado volando. No en una aeronave o en un Huxley sino con sus propias alas, ligera como una telaraña. Había sido fantástico.

—¿No podemos dejarlo para otra noche? Estoy molido.

—Hace una semana que ya dejamos el hotel, Dylan. Eso es lo que acordamos.

Deryn suspiró. De nuevo podía ver aquel brillo de desesperación en la mirada del muchacho. Se la veía cada vez que hablaba de su carta perdida, aunque no le decía por qué era tan rematadamente importante.

Alek apartó la manta de Deryn a un lado y esta saltó para taparse aunque dormía con su uniforme de mecánico, como siempre hacía ahora. Allí debía tener mucha precaución. Los pilotos que venían para entrenarse en el almacén de Zaven sentían todos mucha curiosidad por el extraño muchacho del fondo que no conocía ninguno de los idiomas del Imperio otomano. De modo que Deryn se pegó a Lilit, para trabajar en la Araña, y ayudó a Zaven en la cocina, aprendiendo los nombres de nuevas especias y cortando ajo y cebollas hasta que sus dedos apestaron.

—¡Déjame! —exclamó—. ¡Ya me levanto!

—Silencio. No quiero que los demás empiecen a preguntarnos adónde vamos.

—Sí, ya vale. Espera fuera un minuto.

Él dudó pero finalmente la dejó sola.

Deryn se cambió y se puso sus ropas, murmurando sobre los distintos defectos del carácter de Alek. Aquellos últimos días, a menudo hablaba sola: vivir entre clánkers la estaba volviendo loca. En lugar de los murmullos de bestias y el constante zumbido del flujo del aire, Deryn se pasaba los días rodeada del matraqueo de los engranajes y de los pistones. Su piel olía a grasa de motor.

De todas las máquinas con las que había trabajado la última semana, la Araña era la única por la que sentía algo de apego. Su danza de cuchillas y cinturones transmisores era tan elegante como cualquier ecosistema, un remolino de papel y tinta que convergía en pulcros fajos de información, y sus enormes patas se extendían como las ramas de un viejo árbol. Pero incluso aquella leve sugestión de una cosa viva solo hacía que Deryn echase de menos su aeronave hogar mucho más.

Y todo ello por ayudar a un maldito príncipe.

Salió hacia el patio de entrenamiento, donde estaba el último grupo de caminantes, con sus lanzadoras de bombas de especias medio terminadas. Un Genio se alzaba sobre el resto, con sus poderosos brazos cruzados, sus boquillas aún húmedas por las pruebas. Puesto que también eran musulmanes, los árabes tenían una dispensa del sultán para armar a sus caminantes con cañones de vapor. El cañón no lanzaba proyectiles, pero, en caso de apuro, el Genio podía desaparecer entre una nube de humo blanco.

La puerta exterior del patio estaba entreabierta, apuntalada con una cuña. Deryn pasó por la rendija y encontró a Alek esperando en la calle.

Lilit también estaba allí, vestida con un elegante vestido europeo.

—¿Qué hace ella aquí?

Alek alzó una ceja.

—¿No te lo dije? Necesitamos a alguien que el personal del hotel no reconozca. Lilit alquiló una suite ayer.

—¿Y exactamente cómo va a ayudarnos?

—Mi habitación está en el piso superior, igual que la de Alek. A dos puertas de distancia. Y ambas habitaciones tienen terrazas —dijo Lilit.

Deryn frunció el ceño. Tenía que admitirlo, escalar por las terrazas era un poco más fácil que forzar la cerradura. Pero ¿por qué nadie le había contado el plan?

—Puedo escabullirme igual que vosotros dos —dijo la chica—. Pregúntale a Alek lo fácilmente que le seguí.

—Sí, ya me ha contado esa historia más de una vez —dijo Deryn—. Es solo que…

Intentó pensar qué decir. En realidad Lilit no era una mala opción. La muchacha tenía mucha mano con las máquinas y era igual de buena pilotando cualquiera de ellas que cualquier hombre. En cierto modo, estaba utilizando el mismo engaño que había utilizado Deryn, actuando como un hombre, sin fingir serlo, y ello era un tipo espléndido de anarquía, tenía que admitirlo.

Pero la muchacha tenía la costumbre de aparecer siempre que Alek y Deryn estaban solos, lo que era rematadamente fastidioso.

¿Por qué Alek no le había mencionado que ella también vendría? ¿Qué otros secretos le ocultaba acerca de ella?

—¿Es porque soy una chica? —preguntó Lilit con rigidez.

—Por supuesto que no —Deryn negó con la cabeza—. Solo es que estoy dormido.

Lilit se quedó allí, mirando una crucecita y esperando escuchar algo más. Pero Deryn únicamente se dio la vuelta y se encaminó hacia la parte elegante de la ciudad.

El Hotel Hagia Sophia estaba oscuro y silencioso, con una única luz de gas encendida sobre la puerta de entrada. Deryn y Alek observaron desde las sombras cómo Lilit entraba y el portero la saludaba al pasar.

—Es un poco idiota por nuestra parte tener que colarnos. ¿De veras crees que nos reconocerían? —susurró Deryn.

—No lo olvides —dijo Alek—. Si encuentran mi carta, entonces habrá una docena de agentes alemanes en el vestíbulo, día y noche.

Deryn asintió. Eso era muy cierto. Cualquier rastro de un príncipe austriaco desaparecido podría provocar mucho más alboroto que un taxi robado.

—Va a reunirse con nosotros ahí atrás.

Alek condujo a Deryn hacia una callejuela, donde la basura se amontonaba delante de la cocina de la puerta del hotel. Al parecer él y Lilit habían estado haciendo un montón de planes juntos.

Deryn apartó los celos de su cabeza. Era un soldado en una misión, no una estúpida jovencita soñando en un baile de pueblo.

Se acercó lentamente y echó un vistazo por una ventana. El interior estaba oscuro, los brazos inmóviles de un lavaplatos mecánico proyectaban unas extrañas sombras. Al cabo de unos pocos minutos, una forma silenciosa se deslizó entre la oscuridad y la puerta se entreabrió.

—Hay alguien en la recepción —susurró Lilit—. Y un hombre leyendo en el vestíbulo, así que guardad silencio.

Cuando entraron sigilosamente, los aromas de la comida llenaron el olfato de Deryn, tan deliciosos como recordaba de los dos días que había pasado allí. Cuencos de dátiles y albaricoques y pálidas patatas amarillas se amontonaban en una nudosa mesa de madera, una hilera de berenjenas de color púrpura brillaba en la oscuridad, esperando que los resplandecientes cuchillos la cortasen.

Pero el olor a paprika le provocó una mueca. Zaven le había ordenado estar todo el día mezclando bombas de especias y a Deryn aún le dolían los ojos.

Lilit los condujo desde la cocina hasta un oscuro y vacío comedor. Todas las mesas estaban dispuestas, con las servilletas pulcramente dobladas como si los huéspedes estuviesen a punto de llegar y Deryn sintió el mismo escalofrío que siempre sentía cuando estaba en lugares elegantes.

—Hay una escalera trasera para el servicio —susurró Lilit, dirigiéndose hacia una pequeña puertecilla que estaba en la pared del fondo.

La escalera era estrecha, estaba oscura como la boca del lobo y se quejaba a cada paso. La madera clánker siempre sonaba tan antigua e infeliz, como las tías de Deryn en una húmeda mañana de invierno. Ella suponía que era lo que sucedía por cortar árboles en lugar de fabricar tu propia madera.

Los tres subieron lentamente intentando no hacer ruido y, unos interminables minutos después, Lilit los condujo a un amplio pasadizo que ya les era familiar.

Deryn sintió un ligero escalofrío cuando pasó ante la habitación de Alek. ¿Y si alguien había encontrado su carta y ahora media docena de agentes clánkers estaban esperando dentro?

Lilit se detuvo dos puertas después, bastante alejadas entre sí, y sacó una llave. Un momento después, todos estaban en una suite tan elegante como la de Alek. Deryn se preguntó otra vez por qué aquella carta era tan rematadamente importante. ¿Era realmente necesario gastar tanto dinero en aquella suite, un dinero que podría haber ido a parar a los caminantes del comité?

Lilit señaló con el dedo:

—La terraza.

Deryn cruzó la habitación y salió al frío aire de la noche. Allí, en el piso superior, las terrazas eran casi tan amplias como las propias suites. Era bastante fácil pasar de una a otra, con el tipo de saltos que un aviador hacía cada día.

No obstante, se volvió a Alek y susurró:

—Si me hubieseis contado el condenado plan hubiese traído un cabo de seguridad.

Él sonrió.

—¿Es que ya has perdido tu sensibilidad aérea?

—Casi —Deryn puso un pie sobre la barandilla con las manos extendidas para guardar el equilibrio.

Alek se volvió hacia Lilit.

—Quédate aquí. Puede que haya alguien dentro esperándonos.

—¿Es que crees que no sé luchar?

Deryn hizo una pausa antes de saltar, intrigada por saber qué le respondería Alek. ¿Estaba el muchacho más preocupado por la seguridad de Lilit que por la suya propia? ¿O es que no quería que una simple chica le ayudase?

Ambas cosas eran totalmente enojosas.

—No es que no sepas luchar —dijo él—. Pero si te capturan, alguien podría reconocer que eres la hija de Zaven. Y eso conduciría a la policía directamente al almacén.

Deryn parpadeó, tal vez era que Alek estaba siendo sensato.

—¿Y si os capturan a los dos? —preguntó Lilit.

—Entonces deberéis derrocar al sultán y liberadnos.

Lilit se enfurruñó un poco, pero asintió con la cabeza.

—Id con cuidado, los dos.

—No te preocupes por nosotros —dijo Deryn, y saltó.

Aterrizó en el otro balcón con un ruido apagado y luego esperó para echarle una mano a Alek. El muchacho saltó con un aspecto sombrío en su cara, y su mano temblaba un poco cuando ella la cogió para ayudarle a recuperar el equilibrio.

—¿Quién ha perdido ahora su sensibilidad aérea? —susurró.

—Bueno, esto está bastante alto.

Deryn soltó un bufido. Después de hacer equilibrios a mil pies de altura, media docena de pisos no era nada. Deryn cruzó la terraza, se encaramó en la otra barandilla y saltó otra vez, sin casi siquiera mirar al suelo.

Hizo un gesto a Alek para que esperase mientras ella miraba en el interior.

La habitación estaba a oscuras y no se veía a nadie. Deryn introdujo su navaja marinera en la rendija que había entre las puertas para alzar el pasador, las abrió y escuchó: nada.

Se deslizó en el interior y se escabulló sin hacer ruido hacia las puertas del dormitorio. La cama estaba vacía y el cubrecamas y la almohada impecable, sin una arruga. Si alguien había registrado aquella habitación, los del hotel la habían limpiado después.

De hecho, toda la suite tenía el mismo aspecto que Deryn recordaba: las plantas en macetas, la banqueta para los pies favorita de Bovril, el diván bajo donde ella había dormido mientras Alek roncaba en la comodidad del esplendoroso dormitorio.

Escuchó un ruido sordo y se dio rápidamente la vuelta: era Alek que estaba entrando desde la terraza. Sacó un destornillador de su bolsillo y se dirigió directamente hacia la brillante centralita de latón que había en la pared.

—¿Este aparato no es para llamar a recepción? —susurró ella.

Durante los dos días que había estado allí, Alek había usado la centralita para hacer que les trajesen manjares deliciosos como por arte de magia.

—Sí, claro. Pero no voy a activarla.

Hizo girar los dedos y pronto el panel frontal se deslizó entre sus manos. Depositó el panel cuidadosamente en el suelo e introdujo la mano en las entrañas de aquel aparato. De entre aquella maraña de cables y campanillas, sacó un largo cilindro de piel.

Deryn dio un paso adelante, intentando ver algo en la oscuridad.

—Es mi carta —dijo Alek—. Está en un estuche de pergaminos.

—¡Un estuche de pergamino! ¿Alguien te envió un maldito pergamino?

Alek no respondió, deslizando de nuevo el destornillador en su bolsillo.

—Sí, lo sé: alto secreto —murmuró ella, yendo hacia la puerta delantera de la suite—. Podríamos ir por el corredor. No tiene ningún sentido poner a prueba otra vez tu sensibilidad aérea.

Deryn apretó una oreja contra la puerta: no se escuchaba nada. Pero cuando le miró de nuevo, Alek aún estaba en el mismo sitio, con una expresión pensativa en su rostro.

—¿Has olvidado algo más? —susurró ella—. ¿Otro pergamino? ¿Un lingote de platino?

—Dylan —dijo el muchacho en voz baja—, antes de que nos reunamos con Lilit, debería decirte algo.

Deryn se quedó inmóvil, con la mano en el pomo de la puerta.

—¿Algo sobre ella?

—¿Sobre Lilit? ¿Por qué yo…? —empezó Alek, pero a continuación su expresión cambió a una sonrisa—. Ah, te has interesado por ella.

—Sí, un poco.

Alek rio sin hacer demasiado ruido.

—Bueno, es bastante bonita.

—Sí, supongo.

—Pensaba en cuándo tú te ibas a dar cuenta. Has sido un poco memo sobre eso. Y ella ha estado intentando por todos los medios que te dieses cuenta.

—¿Para que yo me dé cuenta? Pero ¿por qué…? —Deryn frunció el ceño—. ¿De qué estamos hablando exactamente?

Alek puso los ojos en blanco.

—¡Sigues siendo un completo estúpido! ¿Es que no te has dado cuenta de lo mucho que le gustas?

Deryn se quedó con la boca abierta pero sin saber qué decir.

—No pongas cara de estar tan sorprendido —dijo Alek—. Le gustas desde el principio. ¿Acaso crees que te ha hecho trabajar en la Araña por tus habilidades mecánicas?

—Pero… pero yo pensaba que tú y ella…

—¿Yo? Ella cree que soy un aristócrata completamente inútil —Alek negó con la cabeza—. Realmente eres un memo de veras.

—Pero yo no puedo gustarle —dijo Deryn—. ¡Soy un… maldito aviador!

—Sí, ella cree que también es bastante romántico. Supongo que eres un poco fanfarrón, y que de todos modos tampoco eres feo.

—¡Oh, venga, déjalo ya!

—De hecho, cuando te conocí pensé: vaya, quiero ser como este chico, me gustaría ser como él si no hubiese nacido como un desahuciado príncipe.

Deryn se quedó mirando a Alek, que a todas luces estaba disfrutando de lo lindo, con los ojos brillantes por la risa que bailaba en sus mejillas y que intentaba contener.

Le daban ganas de darle un buen puñetazo, pero aun así…

—¿De veras crees que soy guapo? —preguntó.

—Yo diría que seductor, estoy seguro. Y ahora que eres el autor intelectual de una nueva idea para la revolución, los afectos de Lilit están bastante fuera de control.

Deryn gruñó, sacudiendo la cabeza. Tenía que detener todo aquello antes de que se volviese rematadamente complicado.

—¿Y si discutimos de tu vida romántica en otro momento? —Alek alzó el estuche del pergamino—. Tengo que hablarte de esto.

Deryn se lo quedó mirando en silencio, intentando obligar a su mente a que dejase de dar vueltas. Ya se las apañaría con Lilit. Era solamente una cuestión de… bueno, no de decirle la verdad, por supuesto, sino de decirle algo amable.

Después de todo, era cierto que a las mujeres les gustaba la fanfarronería de los aviadores, el señor Rigby siempre lo decía. Formaba parte de ser soldado. En realidad, parte de ser un chico. Podría inventarse una historia de una chica que le esperaba en su país…

—Está bien, entonces —finalmente consiguió decir Deryn—. ¿Qué es tan rematadamente importante sobre tu pergamino?

—Bueno, la cuestión es esta —Alek inspiró profundamente—. Junto con nuestra revolución, que estamos haciendo aquí en Estambul, creo que esta carta podría poner fin a la guerra.

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