Behemoth

Behemoth


Treinta y cinco

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TREINTA Y CINCO

El muchacho solo se lo quedó mirando, de nuevo sin mediar palabra.

Allí de pie en la oscuridad, Alek podía escuchar los latidos de su propio corazón resonando en sus oídos. Decir aquellas primeras palabras le había costado toda la determinación que poseía.

Pero ahora que Volger se había ido, guardar el secreto él solo era una carga demasiado pesada. Y Dylan le había demostrado lealtad más de una docena de veces.

—Es del Santo Padre —dijo Alek, alzando el estuche del pergamino.

Deryn tardó un momento en comprenderlo, pero luego dijo:

—¿Te refieres al Papa?

Alek asintió.

—Cambia todas las condiciones del matrimonio de mis padres y me nombra heredero de mi padre. Creo que te he estado mintiendo, no soy solo un príncipe.

—¿Entonces eres… archiduque?

—Soy el archiduque de Austria-Este, príncipe real de Hungría y Bohemia. Cuando mi tío abuelo muera, tal vez yo pueda detener esta guerra.

Deryn abrió mucho los ojos, poco a poco.

—¡Porque entonces tú serás el maldito emperador!

Alek suspiró, yendo hacia el gran sillón de brazos tapizados con borlas que había sido su favorito. Se dejó caer en él, de pronto exhausto.

Echaría de menos aquella habitación de hotel, con todo su esplendor levantino. En la semana que se había ocultado allí se sintió… al mando, por primera vez en su vida, sin tutores o mentores a quienes complacer. Pero ahora se había unido a un comité de revolucionarios y tenía que discutir todos y cada uno de los detalles.

—Es complicado. Francisco José ha nombrado a otro sucesor, pero eligió a mi padre primero —Alek miró las llaves cruzadas que había sobre el estuche de piel, un signo de la autoridad papal que ningún fiel austriaco podía pasar por alto—. Este documento puede poner la sucesión en duda si la guerra va mal y la gente quiere cambiar. Mi padre solía decir: «Un país con dos reyes siempre flaqueará».

—Sí —estuvo de acuerdo Deryn, acercándose—. ¡Y si aquí estalla una revolución, entonces los alemanes estarán completamente solos!

Alek sonrió.

—No eres tan memo después de todo, ¿verdad?

Deryn apoyó un brazo en el sillón, con aspecto de estar confundido y asombrado.

—Perdóneme su principidad, pero todo esto ya es demasiado para mí. Primero me cuentas lo de ella… —Deryn hizo un gesto con la mano en dirección de la habitación de Lilit—. Y ahora esto.

—Lo siento. Nunca he pretendido mentirte, Dylan. Pero me enteré de lo de esta carta la noche misma que te conocí. Todo esto aún es bastante raro para mí.

—¡Pues para mí también es rematadamente raro! —dijo Deryn, poniéndose de pie de nuevo y paseando por la habitación—. Terminar esta maldita guerra solo con un trozo de papel, aunque sea un elegante pergamino… ¿Quién va a creer que es real?

Alek asintió. Él se sintió de la misma forma cuando Volger le mostró la carta. Parecía un objeto demasiado insignificante para cambiar tanto. Pero aquí, en Estambul, Alek había empezado a comprender lo que significaba realmente aquel pergamino. El Leviathan había sido llevado hasta la cima de aquella montaña y luego le había traído hasta allí. Le correspondía a él, Aleksandar de Hohenberg, terminar la guerra que la muerte de sus padres había iniciado.

—Volger dice que el propio Papa me respaldará, mientras yo mantenga esta carta en secreto hasta que mi tío abuelo fallezca. El emperador cumplió ochenta y cuatro años la semana pasada. Puede morir el día menos pensado.

—¡Caramba! ¡No me extraña que los alemanes estén tan empecinados en atraparte!

—Cierto. Eso hace que todo sea más peligroso —Alek miró el estuche del pergamino—. Por esta razón hemos tenido que regresar aquí otra vez. Y porque estoy dispuesto a negociar con el oro de mi padre para hacer que la revolución del comité funcione. Lo que hagamos aquí puede cambiarlo todo.

Deryn dejó de pasear por la habitación, con los puños apretados como si estuviese luchando por su cuenta con alguien secreto.

—Gracias por confiar en mí, Alek —la muchacha miró al suelo—. Yo no siempre he confiado en ti. No en todo.

Alek se levantó del sillón y se acercó a Deryn. Apoyó las manos en los hombros de la muchacha.

—Sabes que puedes confiar en mí, Dylan.

—Sí, eso creo. Y hay algo que debería contarte. Pero tendrás que jurarme que no se lo contarás a nadie más, ni a Lilit, ni al comité. A nadie.

—Yo siempre guardaré tus secretos, Dylan.

La muchacha asintió lentamente.

—Este es un poco más complicado que los demás.

Guardó silencio de nuevo y la pausa se alargó.

—¿Se trata de tu misión aquí, verdad?

Deryn dejó escapar un suspiro, un sonido de alivio y cansancio.

—Sí, supongo que sí. Nos enviaron como avanzadilla para sabotear las redes antikraken del estrecho. Todo ello formaba parte del plan de la doctora Barlow desde el principio.

—Pero tus hombres fueron capturados —Alek hizo un gesto preocupado con la cabeza.

—Mis hombres fueron capturados, pero hicimos nuestro trabajo. Ahora mismo aquellas redes están siendo devoradas por minúsculas bestias. Y está sucediendo tan lentamente que los otomanos no se darán cuenta hasta que ya sea demasiado tarde.

—De modo que vosotros los británicos no estáis esperando a que el sultán se una a la guerra. Vosotros queréis asestar el primer golpe.

—Sí, dentro de tres semanas. La doctora Barlow dice que las redes entonces ya estarán hechas trizas. Cuando vuelva a haber luna nueva, por la noche, el Leviathan guiará a una nueva bestia por el estrecho. Es la criatura compañera del Osman, el barco que lord Churchill robó a los otomanos. ¡Se llama Behemoth, y es condenadamente grande, como el mundo jamás ha visto antes nada igual! Los días de los acorazados alemanes están contados.

Alek apretó más fuerte contra su pecho el estuche del pergamino. El punto más débil de los planes del comité siempre habían sido los acorazados alemanes. Pero con una especie de monstruo de la Marina Real de camino, los escollos disminuirían considerablemente.

—Esto es exactamente lo que necesitamos, Dylan. ¡Tenemos que contárselo al comité!

—No podemos —dijo Deryn—. Confío en Zaven y su familia, pero hay cientos de personas más implicadas. ¿Y si uno de ellos es un espía clánker? ¡Si los alemanes averiguan que el Leviathan está de camino, el Goeben podría sorprenderle en cualquier parte con su cañón Tesla cargado!

—Por supuesto —Alek se estremeció ligeramente, al recordar el relámpago recorriendo todo su cuerpo—. Pero ¿y el plan de Zaven? Va a dirigir caminantes cargados con bombas de especias contra los acorazados. Klopp dice que es una locura.

—Sí, una completa estupidez —dijo Deryn—. ¡Pero no se lo digas a Zaven! Si ellos atacan durante la noche de luna nueva, el Goeben se hundirá antes de que siquiera lleguen hasta allí.

Alek asintió lentamente con la cabeza, pensando bien en todo aquello. En una intensa batalla por la ciudad, el sultán enviaría a sus caminantes a las calles y confiaría a los buques de guerra alemanes la protección del palacio. Pero si los buques iban a parar al fondo del océano, la revolución se podría acabar en una sola noche. Miles de vidas podrían salvarse.

Por supuesto, si se tenía que proceder al ataque en una oscuridad total, aquello significaría que los pilotos del comité deberían entrenarse para conducir los caminantes por la noche. Ya le había explicado los principios a Lilit y los había captado bastante deprisa. Más que nada, les daría a los revolucionarios otra ventaja más.

—Le ordenaré a Klopp que les diga que ha cambiado de opinión, que cree que bombardear el Goeben con especias funcionará. Lo más probable es que refunfuñe un poco, pero hará lo que se le ordena. Aunque ¿cómo haremos para que el comité elija precisamente esa noche?

—Klopp les dirá que es mejor atacar a los acorazados en plena oscuridad.

Deryn se encogió de hombros.

—Entonces les indicaremos que el 19 de septiembre es luna nueva y dejaremos que decidan por su propia cuenta —Alek sonrió—. Y con tus encantos masculinos podrás convencer a Lilit de que abogue por nosotros.

Deryn puso los ojos en blanco y se puso roja como un tomate.

—Hablando de secretos, tampoco le contarás a Lilit nada sobre esta conversación, ¿verdad? Solo complicaría las cosas.

Alek se echó a reír. El muchacho siempre había oído que los darwinistas eran bastante francos sobre los temas de biología, hasta el punto de llegar a ser vulgares. Sin embargo, Dylan parecía completamente avergonzado al hablar de todo aquello, más como un colegial que un soldado.

Era divertidísimo.

—Como te he dicho, todos tus secretos están a salvo conmigo.

—Sí, bien, entonces —Deryn dudó—. Y… ¿tú estás completamente seguro de que le gusto yo y no tú?

Alek soltó una carcajada.

—Eso espero. Al fin y al cabo si nos gustásemos, tendría que poner tierra de por medio.

—¿A qué te refieres?

—Por el amor de Dios, Dylan. Lilit es una plebeya, muchísimo más normal de lo que era mi madre —Alek alzó el estuche del pergamino—. Crecí sin saber que esto podría suceder. Sin saber quién era en realidad y siempre pensando lo fácil que sería para todo el mundo si yo no hubiese nacido. Jamás les haría yo esto a mis hijos, ni en mil años.

Deryn se quedó mirando fijamente el estuche del pergamino con tristeza.

—Debe de ser duro ser príncipe.

—Ya no, gracias a esto —Alek dio una palmada al hombro de Dylan de nuevo, feliz de que su único amigo de verdad supiera su secreto—. Salgamos de aquí. Debemos planear una revolución.

Lilit abrió la puerta de la otra habitación con la preocupación reflejada en su rostro.

—Habéis tardado mucho los dos. Pensaba que os habíais metido en algún lío.

—Hemos estado conversando un poco —Alek hizo un guiño a Deryn y luego alzó el estuche del pergamino—. Pero lo encontramos.

Lilit los miró a ambos intrigada y Deryn se volvió azorada y se dirigió hacia la escalera de servicio.

Alek se encogió de hombros mirando a Lilit y después le siguió.

Mientras bajaban por las escaleras, parecía que el hotel empezaba a despertar a su alrededor. Los ascensores de vapor hacían ruido y siseaban, acumulando presión para soportar el tráfico matutino, y pronto un chasquido se oyó desde abajo.

Deryn se detuvo y alzó una mano.

—Los cocineros aún están en la cocina. No podemos salir por allí.

—Entonces salgamos directamente por las puertas del vestíbulo —dijo Lilit—. Si nadie ha encontrado tu carta, entonces no habrá agentes alemanes por los alrededores.

—¡Sí, pero a nosotros nos buscan por ladrones de taxis! —dijo Deryn.

Alek negó con la cabeza.

—Todo saldrá bien. Saldremos por la puerta antes de que nadie nos mire dos veces.

—Intentad no parecer sospechosos —dijo Lilit, abriendo de un codazo la puerta del salón comedor.

Los condujo hacia las mesas vacías, con un paso tan seguro de sí mismo como si fuese la propietaria del hotel. Un joven con un fez alzó la vista de la cubertería de plata que estaba limpiando pero no dijo ni una palabra.

Pasaron por su lado y se encaminaron hacia el vestíbulo, que estaba vacío, excepto por un turista de aspecto bastante andrajoso esperando a que le diesen una habitación…

El hombre alzó la vista de su periódico, sonrió y los saludó con la mano.

—Ah, príncipe Alek —llamó—. Pensé que estaría en alguna parte, por los alrededores.

Alek iba a dar otro paso pero se quedó paralizado: era Eddie Malone.

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