BEGIN

BEGIN


3 – CONVOCATORIA INTEMPESTIVA

Página 6 de 73

3 – CONVOCATORIA INTEMPESTIVA

22 de abril, 2043

Silvia Ruiz estaba almorzando con otros compañeros del Instituto Barrash de Ciencias Sociológicas de Loeches, cerca de Madrid, cuando un mensajero uniformado con el omnipresente logo de B.E.G.IN., el árbol y el sol, se presentó en el comedor donde tomaba su ensalada y su pescado. El mensajero se acercó sin dudar a ella y le preguntó, sin siquiera saludar antes:

—¿Es usted Silvia Ruiz?

—Sí, lo soy —contestó Silvia.

—¿Podría enseñarme su identificación, por favor?

Silvia se sorprendió. Siendo como era, a pesar de su juventud, la más importante socióloga del prestigioso Instituto, no estaba acostumbrada a enseñar su documentación al primero que se la pidiera. Cuestión de status. Sin embargo, a un representante de B.E.G.IN., incluso a un simple mensajero, no se le podía ignorar fácilmente, así que le mostró su placa, que el mensajero escaneó para comprobar su identidad.

Pero al menos sí quiso dejar constancia de su malestar, preguntando con gesto hosco:

—¿Y cuál es el motivo de su presencia aquí, señor?

—Traigo un mensaje urgente y confidencial para usted, señora —fue la respuesta del mensajero mientras le entregaba un sobre cerrado y lacrado con un sello como si se hubiese expedido en el Siglo XVII.

—Gracias —contestó Silvia, haciendo ademán de guardar el sobre en el maletín que hacía las veces de bolso.

—Lo siento, señora —dijo compungido el mensajero—. Mis órdenes son que debe usted leer el mensaje inmediatamente.

—Pero ahora estoy comiendo, luego lo leeré…

—Inmediatamente, señora. Lo siento —interrumpió firmemente el mensajero.

—De acuerdo, ahora mismo lo leeré —suspiró Silvia, haciendo ademán de abrir el sobre allí mismo.

—Perdón, señora… en privado. Debe usted leer el contenido del sobre inmediatamente, pero en privado. Debo cerciorarme de ello. Lo siento. Son órdenes precisas.

Silvia no salía de su asombro. ¿Qué demonios podía ser tan importante como para interrumpir de esta manera su almuerzo con sus compañeros, posiblemente el único momento de asueto que se permitía en su extenuante jornada laboral? Suspiró de nuevo y, sin decir palabra, emprendió el camino a su despacho. El mensajero la siguió y entró con ella al despacho, a pesar del ademán de Silvia de cerrar la puerta en sus narices. Simplemente sujetó la puerta y entró tras ella, cerrándola entonces para eliminar ojos u oídos indiscretos, porque la verdad es que medio Instituto estaba siguiéndoles con la mirada llena de curiosidad para intentar enterarse de lo más posible. Por muy sociólogos de postín que fueran todos, en el fondo eran también bastante cotillas, como casi todo el mundo, y acontecimientos como ése eran bastante infrecuentes en el tranquilo y muy educado Instituto de Ciencias Sociológicas.

Silvia Ruiz era en 2043 la primadonna del Instituto Barrash de Ciencias Sociológicas, sito en el centro de una bella parcela arbolada en Loeches, un pueblo de las afueras de Madrid. Este Instituto se había convertido inevitablemente en el referente mundial de la investigación sociológica tras su fundación en 2024 por Francis Barrash, el presidente y propietario único de Barrash Energy Global Industries. Tras la generosa donación fundacional por parte del hombre más rico del mundo, el Instituto se dotó de los mejores medios y atrajo a los mejores investigadores en sociología de todo el mundo, convirtiéndose pronto en el más avanzado en su campo. Barrash realizó fundaciones parecidas de Universidades e Institutos dedicados a casi todas las ciencias, excepto, por algún motivo que se analizaba hasta la saciedad, de Economía. Y a la capital de la República Española le correspondió Ciencias Sociológicas, disciplina que, tras la creación y rápido crecimiento de BEGIN y su nueva forma de entender los negocios y el mundo, se había convertido en una de las más importantes áreas de investigación científica del momento.

Tras cursar con magníficas notas sus estudios universitarios en Sociología, Psicología, Matemáticas y Estadística en la prestigiosa Universidad de Salamanca, Silvia envió su currículum al Instituto, y lloró de alegría cuando su candidatura fue aceptada. Tras más de diez años de arduo trabajo, Silvia había destacado por la elaboración de su teoría del «hombre satisfecho», en la que exponía que el estado natural del ser humano es la filantropía. Teorías similares o, mejor dicho, pensamientos filosóficos similares los había habido a lo largo de la historia de la filosofía, sobre todo a partir de la Ilustración y los escritos de Jean Jacques Rousseau. Pero la orientación de Silvia era mucho más científica, puesto que no se limitaba a establecer una teoría filosófica más que habría que criticar en el nivel del pensamiento, sino que por primera vez había aportado técnicas objetivas de medición de los estados anímicos del ser humano. Técnicas de medición basadas en evidencias matemáticas y susceptibles de mejorar con cada iteración del ciclo ajuste-medición-comprobación. En una palabra, había proporcionado la forma de demostrar o refutar matemáticamente su teoría. La había convertido en falsable, transformando de esta manera una disciplina tradicionalmente unida a las doctrinas de pensamiento, y por tanto sumamente difícil de verificar en la práctica, en ciencia. Ella aseguraba que de sus mediciones y datos preliminares se deducía que la probabilidad de que el hombre tendiera naturalmente a la filantropía era superior a la que había de que tendiera hacia el egoísmo.

Su novedosa orientación había sido recibida inicialmente con escepticismo, incluso desprecio, por la comunidad científica, debido a la evidencia intemporal de que el egoísmo era el que había dirigido siempre el mundo. Pero, conforme fueron publicados más datos, lentamente se había ido afianzando entre los sociólogos de todo el mundo la validez de su teoría, al constatarse que buena parte de sus conclusiones teóricas se ajustaban como un guante a las nuevas condiciones sociológicas existentes en casi todo el mundo. De este modo, su influencia llegaba incluso a otras ciencias y disciplinas que en principio no estaban relacionadas con la sociología.

Una vez en su despacho, amplio, luminoso y decorado con reproducciones de obras inmortales del Museo del Prado de Madrid, Silvia se sentó en el sillón de su mesa de despacho, dejando ostensiblemente de pie al incordiante mensajero, tomó un abrecartas y rasgó el sobre, del que extrajo un tarjetón de cartón similar a los que se usaban en el Siglo XX para comunicar bodas, bautizos o comuniones, con un bonito logo con un árbol y un sol, en el que, escrito con una bella letra cursiva, se podía leer:

“A Doña Silvia Ruiz Castro, Instituto Barrash de Ciencias Sociológicas

Le ruego humildemente que acompañe al mensajero que le ha entregado este sobre para tener una reunión conmigo.

Es importante para mí que acepte usted visitarme en el Edificio Barrash,

en la Nueva Castellana de Madrid, lo antes posible.

Su seguro servidor:

Francis Pendelton Barrash

Presidente de Barrash Energy Global Industries”

Afortunadamente Silvia se había sentado. De otro modo quizás se hubiera desplomado, pues notaba las piernas como flanes. Volvió a leer el tarjetón y, no, no cabía duda. Francis Pendelton Barrash, el hombre más poderoso y misterioso del mundo, estaba citándola para tener una reunión en el nuevo Edificio Barrash… una reunión «lo antes posible», y eso para alguien como el presidente de BEGIN significa «ya mismo». Incluso había firmado la tarjeta ¡con su puño y letra!

También se dio cuenta de que la invitación estaba escrita en perfecto español, cosa que la sorprendió, porque la lingua franca del Instituto, y de hecho de todas las instalaciones de BEGIN, era el angloshin. Toda comunicación interna, todo memorando o mensaje que se escribiera en la compañía debía serlo en angloshin; aunque se permitía que en conversaciones informales los trabajadores usaran los diferentes idiomas locales, se les animaba a usar angloshin también en ellas para, según decía el documento que se entregaba a cada trabajador el primer día de su contrato en la empresa, favorecer la integración de las personas provenientes de otras áreas geográficas, cosa muy habitual en BEGIN.

Se trataba de un idioma de laboratorio similar al esperanto, basado en el inglés, idioma del que tomaba su estructura y la mayor parte del vocabulario, pero con bastantes añadidos de otras lenguas: francés, alemán, español, ruso y, sobre todo, chino. Los diseñadores del angloshin, un Instituto Filológico de Birmingham que, casualmente, había sido fundado por Francis Barrash al poco de que BEGIN subiera a la palestra, habían eliminado buena parte de las irregularidades del inglés común, esas molestas excepciones que convierten el aprendizaje de cualquier idioma en una tortura. El caso es que el angloshin se estaba convirtiendo rápidamente en el idioma de referencia de toda la raza humana; había expertos filólogos que aseguraban que en no más de 50 años todos los seres humanos hablarían angloshin y se acabaría de una vez la necesidad de traducir de una lengua a otra.

El mensajero, tras dejarla un par de minutos para que se hiciera a la idea, le preguntó amablemente:

—Señora… ¿Me acompaña, por favor?

Por un momento se acordó Silvia de su ensalada a medio comer y del triste pescado con patatas, seguramente ya frías, que esperaban su turno en el comedor, pero también se dio cuenta de que se le había pasado el hambre. Recogió su maletín y se dispuso a acompañar al mensajero cuando se le ocurrió preguntar:

—¿Debo llevar algo, algún informe, algún papel… algo?

—No, señora, no es necesario. Sólo acompáñeme, por favor. Ahora.

—Vamos, pues —respondió Silvia, cada vez más nerviosa, mientras se disponía a seguir al mensajero.

Tomaron el ascensor hasta el aparcamiento del edificio, donde esperaba una berlina gris, discreta, sin logotipos de ningún tipo, en la que un uniformado conductor aguardaba con las puertas abiertas. A Silvia la sorprendió que el automóvil tuviera conductor… un signo de reconocimiento y status al que no estaba acostumbrada, dado que todos los vehículos tenían instalado el sistema de conducción automática que tan cómodo y seguro resultaba… y que todo el mundo usaba. Un poco amedrentada, Silvia se acomodó en la parte posterior, el mensajero tomó asiento al lado del conductor y el automóvil arrancó inmediatamente camino de la Nueva Castellana.

El viaje duró alrededor de cuarenta minutos durante los cuales, arrullada por el ronroneo del silencioso motor eléctrico del automóvil, Silvia no paró de pensar febrilmente en qué podría querer de ella el hombre más rico del Universo. Por más vueltas que le daba no se le ocurría nada, pero es que en realidad prácticamente nada sabía de su próximo interlocutor, ni cuáles eran sus propósitos más allá de los públicamente declarados para BEGIN. Silvia sabía lo poquísimo que todo el mundo sabía de hombre tan poderoso, pero sobre todo sí que sabía, y mucho, sobre su creación, sobre la empresa que estaba dando la vuelta al mundo como un calcetín en los últimos veinte años: BEGIN. Mentalmente fue repasando toda esa información conocida de Barrash, la escasa información que tenía, preparándose lo mejor posible para lo que fuera…

Silvia sabía que Francis Barrash era un hombre solitario y reservado, que siempre trabajaba encerrado en su despacho de los centenares de edificios que su empresa tenía diseminados a lo largo y a lo ancho del mundo, como el de la Nueva Castellana de Madrid, despachos similares entre sí y equipados de forma muy simple, con una mesa de trabajo y una silla muy funcionales y nada ostentosos y una mesa de reuniones con no más de diez sillas, y decorados con reproducciones de cuadros o esculturas extraídas de los mejores museos locales, nunca con obras originales. Allí mantenía reuniones con sus colaboradores más directos, convocadas siempre con sólo algunas horas de antelación, en ocasiones ni eso, y que nunca duraban más de veinte o veinticinco minutos, en las que normalmente se limitaba a dar instrucciones directas que tenían que ser cumplidas sin dilación y sin preguntas. Casi nunca preguntaba nada sobre la situación de tal o cual filial en algún punto remoto del planeta. Todo lo sabía ya de antemano, situación financiera, política, comercial, todo, sin que nadie supiera exactamente la forma en la que la información le llegaba, pues no se sabía de nadie que le enviara memorandos, ni de nadie que se reuniera con él para informarle del estado de la compañía más allá de su Consejo de Dirección. Nadie le contaba nada, pues nada preguntaba. Cómo le llegaba la información de forma tan rápida y eficaz era un misterio… uno más entre tantos que rodeaban su persona.

Siempre viajando en alguno de los helijets propiedad de la compañía, que aterrizaban en los helipuertos privados que había en todos y cada uno de sus edificios y que eran una especie de marca de la casa, llegaba a la sucursal de Hanoi, Dallas o Hamburgo sin avisar, convocaba a los directores a una reunión en la que diseccionaba la situación con la precisión de un relojero suizo y daba instrucciones concretas sobre qué hacer y cómo hacerlo, tras lo cual tomaba de nuevo su helijet para viajar a velocidad supersónica a Shanghai, Chicago o Barcelona, donde proseguía con su ritmo implacable de trabajo. Nadie tenía la menor idea de dónde vivía ni de dónde tenía su hogar. Sólo podía vérsele, los pocos que podían, en los edificios de la compañía, así que nadie sabía dónde tenía su residencia privada… si es que la tenía.

Barrash tenía un aura sobrenatural entre sus empleados, que se contaban por millones y, por ende, en todas partes. Lo sabía todo sobre todo y siempre sabía exactamente lo que había que hacer, pero es que además casi siempre acertaba plenamente con sus decisiones. Parecía tener una mefistofélica capacidad para adelantarse a los acontecimientos, a los mercados, a los gobiernos. Sus millones de empleados lo idolatraban por su eficacia con una mezcla de admiración y miedo, entre rumores de todo tipo, desde pactos con el diablo hasta que fuera un robot sometido a las Leyes de la Robótica al estilo de los inmortales robots de Asimov, pasando por increíbles historias de tecnologías superavanzadas desconocidas para todo el mundo menos para él, telepatía u otros esotéricos poderes igualmente quiméricos. Las pocas personas que le conocían en realidad sólo lo hacían de vista. Ni tan siquiera los Jefes de Gobierno de los países más poderosos tenían el privilegio de poder hablar con él, siempre lo hacía por mediación de empleados de BEGIN de su confianza, pues nunca, nunca utilizaba medios electrónicos para comunicarse con nadie. Desde luego con ella no los había utilizado, estaba claro.

No se le conocían amoríos, ni amigos íntimos, ni, ya puestos, amigos de ningún tipo, ni aficiones ni mucho menos escándalos. Francis Barrash suponía un enorme interrogante para todo el mundo… y para Silvia también. Ni que decir tiene que todos los directores de todos los periódicos del mundo habían encargado a sus mejores reporteros que rastrearan la biografía del hombre más poderoso del mundo: dónde había nacido, quién era su familia, dónde estudió, de dónde obtuvo los fondos para crear Barrash Energy Global Industries, la omnipresente BEGIN que era cada vez más grande, más influyente, más poderosa… y nada. Y lo mismo podía decirse de los Servicios de Información de todos los países del mundo, que habían gastado considerables recursos para averiguar todo lo posible sobre el hombre más poderoso de la Tierra… y nada. No hay registros de Francis Barrash en ninguna parte del mundo. No hay partida de nacimiento, no hay inscripción en registro alguno, no hay constancia de que estudiara en ningún colegio, en ninguna universidad del mundo. No hay rastro. Miles, decenas de miles de detectives, periodistas, espías y curiosos habían husmeado en todos los registros públicos de todas las ciudades y pueblos del planeta buscando un cabo, un hilo suelto al que poder agarrarse para vender la exclusiva del siglo… pero sin ningún éxito. Francis Barrash, el hombre más rico e influyente del Universo, era un completo desconocido para todo el mundo.

Pero sin embargo su criatura, Barrash Energy Global Industries, conocida universalmente por su acrónimo, B.E.G.IN. o simplemente BEGIN, era muy conocida. De hecho era la compañía privada más conocida de la historia, más que la Compañía de las Indias Orientales del Siglo XVII, más que Ford, Microsoft, Coca-Cola o Google en el Siglo XX y principios del XXI. Prácticamente todos y cada uno de los ocho mil millones de seres humanos del globo conocían a BEGIN. Y no sólo la conocían, sino que la admiraban en todos los continentes, pues, aunque extendía sus tentáculos en todos y cada uno de los países del planeta, no sólo no pretendía ganar más y más dinero cada año, que es lo que hacen y han hecho todas las empresas que en el mundo han sido, sino que lo que pretendía era mejorar la situación de los hombres… de todos los hombres, de todas las mujeres, en todos los países, en todos los continentes. Y lo lograba. Lo iba logrando, al menos hasta el momento.

Su insólito objeto social inicial era «explotar las fuentes de energía del planeta de forma responsable para garantizar el acceso a la energía a todos los habitantes de la Tierra de forma igualitaria y a un precio justo». Posteriormente se habían añadido párrafos similares sobre «las fuentes alimenticias», la «tecnología», los «recursos naturales»… En su objeto social no había nada de lo que suele encontrarse en los objetos sociales de las compañías más exitosas hasta entonces, pequeñeces como «ganar dinero», «ganar tamaño» o «retribuir al accionista», en este caso a Francis Pendelton Barrash, propietario de un 99,99% de las acciones de BEGIN. Efectivamente, la compañía más bien parecía lo que a fines del Siglo XX y principios del XXI se llamaba una «O.N.G.».

Sin embargo, claro que BEGIN ganaba dinero. Y mucho. Sin él no podría acometer cada vez más y más proyectos. Claro que BEGIN aumentaba de tamaño. De forma continua. Sin ello no podría estar presente en todas las grandes ciudades de todos los países del mundo. Ahora bien, nunca jamás repartió dividendos, ni hizo splits ni contrasplits de acciones, ni ampliaciones con o sin prima de emisión, ni emisiones de bonos, obligaciones o cualquier otro instrumento financiero al uso, ni siquiera cotizó nunca en ningún mercado organizado. Sus ganancias eran reinvertidas inmediatamente en comprar más y más industrias o en mejorar condiciones laborales, ajustar precios y llevar más alimentos, más energía, más tecnología, y más barata, a los mercados a los que no hubiera llegado aún.

Jamás se conoció que un empleado de BEGIN hubiera aceptado un soborno. O mejor dicho, las pocas veces que un alto empleado de la empresa aceptó un soborno fue inmediatamente despedido y puesto a disposición de la justicia con toda la publicidad posible… y no sólo el empleado corrupto, sino que también el sobornador era inmediatamente detenido, procesado y condenado. Y mucho más raro aún era que un empleado de BEGIN hubiera ofrecido un soborno para ganar un contrato o mejorar condiciones comerciales o cualquier otra cosa. El único caso que se conocía de un empleado suyo ofreciendo un soborno, o al menos el único que Silvia conocía, pues había tenido toda la difusión posible alentada desde la propia compañía, era un caso ocurrido quince años atrás, cuando BEGIN aún estaba consolidando su modelo de funcionamiento. Se trató del director de la oficina de Almati, quien intentó obtener como fuera una concesión de gas y petróleo kazako. Todavía estaba internado en la cárcel de máxima seguridad de Astana, lugar en el que parece que la calefacción no es una de sus máximas prioridades, en una ciudad donde no es raro que la temperatura baje de -30ºC en invierno.

BEGIN nunca ofrece sobornos, ni los acepta. Silvia lo sabía como lo sabía todo el mundo. Nunca vende a precios desorbitados ni compra a precios de hambre. Si pierde un contrato de cualquier clase no toma represalias de ningún tipo ni contra el comprador ni contra el vendedor. Es más, normalmente el director envía una nota de felicitación a ambos por haber llegado a un acuerdo más satisfactorio del que ellos hubieran podido ofrecer. Los bienes y servicios que entrega BEGIN son siempre de la máxima calidad, siempre ajustada a su precio y a sus especificaciones en el contrato. Además, BEGIN siempre paga sus facturas como máximo a una semana; si por cualquier causa se retrasara el pago de una factura más de una semana, aunque sólo sea un día, pagará inmediatamente el doble del valor de la factura, sin preguntas, excusas ni remoloneos, con la eficacia que demuestra en cada una de sus acciones. Claro que a cambio tampoco acepta cobrar sus propias facturas con más de una semana de retraso. Si esto ocurriera, el deudor sólo tiene dos alternativas: disculparse y pagar inmediatamente el doble de lo estipulado, u olvidarse de volver a tener a BEGIN como proveedor. Y esto sí que representa un problema, porque en muchas áreas no hay competencia alguna. O se le compra el producto o el servicio a ellos o simplemente no se puede adquirir en otra parte. Esta política draconiana se aplica tanto a particulares como a empresas como a gobiernos. Si quieres hacer negocios con Barrash Energy Global Industries tienes que ser serio, lo seas en realidad o no. Y demostrarlo cada día. Su lema no escrito es que «Los contratos están para cumplirlos», y BEGIN siempre cumple su parte.

Ni que decir tiene que al principio muchas empresas y, sobre todo, Gobiernos y Administraciones de todo el mundo se negaron a aceptar tales condiciones de pago, tan acostumbrados estaban a pagar en tres plazos: tarde, mal y nunca. Ésta era una de las causas más importantes de la corrupción generalizada existente a lo largo y a lo ancho del planeta: si sabes que vas a cobrar con 6, 9 o 12 meses de retraso, incrementas el coste financiero de la demora en el coste de la mercancía que vendes… con creces… y eso deja margen más que suficiente para pagar comisiones, ofrecer corruptelas y esquilmar las arcas públicas. Si sabes que vas a cobrar siempre como máximo en una semana, no hay excusa para sobreprecios. Ni para comisiones ilegales, ya puestos.

Los que se negaron a firmar tales cláusulas de pago rápido fueron ignorados por BEGIN. No represaliados, ni castigados. Simplemente ignorados, condenados al ostracismo. La gran mayoría tuvo que volver al redil con el rabo entre las piernas. Algunos hubo, sobre todo Gobiernos, que sí firmaron y luego no cumplieron sus obligaciones, cosa que hasta entonces habían hecho normalmente con total impunidad. BEGIN se limitó a recordarles sus obligaciones firmadas, de una forma idéntica en todo el mundo, con una sola y lapidaria frase, su mantra: «Los contratos están para cumplirlos», y no volvió a contratar nada con dichos gobiernos, no participó en ofertas, ni siquiera descolgó el teléfono ante sus llamadas. Esos gobiernos debieron ir a otro lado a adquirir sus bienes y servicios, constatando que lo que estaban adquiriendo era de peor calidad y a mucho mayor precio. La presión que sufrieron en sus respectivos países hizo caer a la mayoría de estos gobiernos en un plazo más corto que largo, y los nuevos se apresuraron a cambiar leyes y métodos de actuación para poder volver a ser dignos de que BEGIN les ofertara sus servicios.

El resultado de tan sólo unos años aplicando a rajatabla esta sencilla política ha sido espectacular: todo el mundo cumple sus contratos, con la coletilla adicional de que todo el mundo paga lo que debe y cuando debe, así de sencillo, y no sólo a BEGIN, porque la gran mayoría de compañías y gobiernos del mundo han adoptado la misma política, vistos los resultados obtenidos.

Y todos los códigos penales de prácticamente todos los países del mundo han sido cambiados para perseguir de forma implacable la corrupción, el cohecho, la prevaricación… Esos delitos que tradicionalmente han sido indisolubles del poder político y económico están en franca regresión. Cárceles como la de Astana esperan con los brazos abiertos a los que utilicen su cargo para enriquecerse ellos mismos o a sus amigos o familiares.

Además, BEGIN no oculta nada. Practica una transparencia sin límites, algo nunca visto con anterioridad. En primer lugar, no tiene filiales. Ninguna. Sólo hay una empresa, aunque lógicamente con delegaciones en cada país, un logotipo único y una razón social: BEGIN. No tiene filiales en paraísos fiscales, ni realiza ingeniería financiera, ni facturación interempresas ni ninguno de los mil ardides que tradicionalmente han usado las grandes empresas que en el mundo han sido para «optimizar inversiones», «mejorar la cuenta fiscal» o «aprovechar las facilidades del mercado», lo que en realidad quiere decir «distraer fondos de la empresa para meterlos en el bolsillo del presidente o ejecutivo de turno», «eludir impuestos» o «incrementar artificialmente el precio de los productos», respectivamente. En BEGIN no puede encontrarse ninguno de estos comportamientos tan habituales en los negocios.

Y por si fuera poco, a pesar de no cotizar en ningún mercado organizado, sus cuentas son públicas desde su creación y son actualizadas cada semana, con el máximo detalle y ningún maquillaje. Cualquiera puede consultar cualquier aspecto de su gestión, dónde había invertido cada céntimo, qué contratos había ganado o perdido, dónde estaban depositados sus gigantescos fondos y cuánto obtenía por ellos, cuánto ganaban sus directores, sus mandos intermedios, sus oficinistas o sus vigilantes, y todo ello sin ninguna cortapisa. Este sin par ejercicio de transparencia, que inicialmente fue duramente criticado por todo el mundo, al final había calado en casi todas las grandes compañías del orbe y en las pequeñas también, sobre todo porque los consumidores finales se lo exigieron de la forma más desagradable: dejando de adquirir los productos de empresas «no transparentes». Transparencia a la fuerza, de acuerdo, pero transparencia al fin. Y a los Gobiernos, muy a su pesar, no les quedó más remedio que aplicar la misma política, pues también les quedó claro que el que no se «transparentaba» era fulminantemente barrido del poder en las siguientes elecciones. O en el próximo golpe de estado, que de todo había.

Silvia conocía todo esto, como lo conocían todos los seres humanos. BEGIN había cambiado todo, y en muy poco tiempo, no más de veinte años. Nadie sabía de dónde habían salido los fondos para crearla, pero desde su creación y espectacular entrada en el mundo de los negocios, el mundo había comenzado una nueva era. Una más de las incógnitas que rodean a Francis Barrash es si al fundar la «Barrash Energy Global Industries», cuyo anagrama es un nombre tan apropiado como «BEGIN», ya tenía en mente que la compañía efectivamente sería la palanca de cambio para comenzar esta nueva época. Silvia estaba convencida de que sí, que el nombre no había sido elegido al azar ni mucho menos, pero otros lo dudaban. El caso es que desde la aparición de la nada de BEGIN, veintiún años atrás, el mundo había cambiado. Mucho. Y para bien.

Silvia despertó de su ensoñación cuando el automóvil se detuvo en el aparcamiento del novísimo Edificio Barrash. Ni siquiera se había enterado de cómo habían llegado ni cuánto tiempo habían tardado en hacerlo, tan concentrada estaba en organizar su mente para la inminente entrevista.

El mensajero se apeó, le abrió la puerta y le dijo amablemente:

—Bienvenida a BEGIN, señora Ruiz. Acompáñeme, por favor.

Vaya, si se acordaba de su nombre y todo. Silvia bajó del coche intentando mantener un mínimo glamour, cosa bastante improbable en un auto con el suelo tan bajo y portando un maletín que hacía las veces de bolso, se alisó la ropa y siguió al mensajero, o quizás no era un mensajero, después de todo, hacia el ascensor. Allí, el empleado de BEGIN sacó una tarjeta del bolsillo y la insertó en una ranura junto a la puerta. En breves segundos el ascensor apareció y las puertas se abrieron. Ambos pasaron a su interior, donde su acompañante insertó la tarjeta nuevamente, ciertos botones de diferentes pisos se iluminaron, pero no todos, cosa que no pasó inadvertida a Silvia, y entonces pulsó el botón correspondiente al piso 20, el antepenúltimo. Se fijó en que los botones de los pisos 21 y 22 estaban apagados.

El ascensor subió rápidamente y, cuando las puertas se abrieron, el mensajero, cediéndola cortésmente el paso, dijo a Silvia:

—Por favor, señora, usted primero.

Silvia salió, dando las gracias por la cortesía, y el mensajero tras ella. Se cerraron las puertas del ascensor y se quedaron los dos en el vestíbulo, solos. El mensajero estaba tranquilamente de pie mirando por el gran ventanal que daba a las montañas, a la famosa Sierra de Madrid, mientras Silvia miraba impaciente a todas partes.

—¿Y ahora? —preguntó Silvia, de forma un tanto desabrida. Si la habían interrumpido en medio de su comida para hacerla ahora esperar en un vestíbulo con todas las puertas cerradas, se lo iba a hacer saber a su interlocutor, por mucho Mister Persona Importante que fuera.

—Perdone, señora, es sólo un momento.

Y lo fue, porque inmediatamente se abrieron las puertas del otro ascensor, del que salió una mujer de unos cuarenta años, ataviada con un vestido sencillo, pero elegante, que se presentó de inmediato en angloshin, dando la mano a Silvia:

—¿Señora Ruiz? Soy Miranda Dankova, secretaria del señor Barrash. Le ruego me acompañe. Gracias, Juan.

Y de inmediato, sin esperar respuesta, se giró y entro de nuevo al ascensor. Una vez Silvia hubo entrado tras ella, insertó su propia tarjeta en la ranura del ascensor y esta vez pulsó el 22, el último piso, que ahora sí se había encendido. Silvia se preguntó qué sería de Juan, que se había quedado en el vestíbulo mirando cómo se cerraban las puertas… pero enseguida se abrieron nuevamente en el piso 22.

Miranda hizo un ademán para indicar a Silvia que saliera y, una vez lo hizo, la siguió y la adelantó sin decir palabra, atravesando el vestíbulo desierto y encaminándose con paso firme por el pasillo de la derecha, pulcro, limpio y bien iluminado pero sin un solo cuadro o adorno que mitigara su frialdad aséptica. Al llegar a la última puerta, Miranda la abrió sin llamar y, haciéndose a un lado, indicó a Silvia que entrara a la vez que le decía:

—El señor Barrash la recibirá ahora. Buenos días, señora Ruiz —se despidió Miranda, cerrando la puerta a sus espaldas.

Silvia entró, algo intimidada, en el enorme y medio vacío despacho de blancas paredes y potente iluminación en el que, de pie en medio del despacho y con una gran sonrisa en su cara, la esperaba el gran hombre en persona.

Ir a la siguiente página

Report Page