BEGIN

BEGIN


9 – CONTRATO

Página 13 de 73

9 – CONTRATO

24 de abril, 2043

—Acepto.

Antes incluso de saludar, antes de llegar hasta donde le esperaba Barrash, nada más entrar en su despacho Silvia dijo la palabra que sabía que iba a decir desde el mismo momento en que escuchó la oferta del dueño y presidente de BEGIN, como si hubiera estado pugnando por salir de su boca y no fuera capaz de mantenerla confinada allí más tiempo.

Durante los dos días que éste le había dado de margen había estado pensando sin cesar en la propuesta, en cómo afectaría a su vida, su por otra parte monótona y aburrida vida, buscando alguna excusa en que escudarse para decir que no, para continuar su proyecto y, sobre todo, para no involucrarse en algo que era muy grande… Sí, había dado vueltas y más vueltas buscando una razón para negar la evidencia: que desde el primer momento en que escuchó las palabras de Barrash sabía que iba a aceptar, que iba a abandonar su proyecto más querido para involucrarse en otro proyecto de mucha mayor complejidad y ambición… pero también la continuación lógica del suyo propio. Porque, una vez establecida firmemente su teoría del «hombre satisfecho», una vez demostrada hasta el punto en que no fuera posible atacarla, entonces, ¿qué haría? ¿A qué otro estudio, otra teoría, otra investigación iba a dedicar el resto de su vida?

Definitivamente, nada podía competir con la oferta de Francis Pendelton Barrash, ninguna experimentación podía ser comparable a la aplicación de sus teorías a escala planetaria. Era el colofón perfecto y la continuación lógica a más de diez años de trabajo.

Sí, le daba pena no poder rematar su teoría, que fueran otros los que cerraran el círculo que ella había comenzado a curvar hacía tanto tiempo, para lo que seguramente necesitarían bastante más esfuerzo y tiempo de los que ella hubiera empleado, pero eso era un mal menor. Y sí, le daba miedo, literalmente le aterrorizaba abandonar un ámbito puramente académico, donde sus decisiones erróneas sólo podían causar que los papeles en que estaban impresas acabaran arrojados a la papelera, para pasar al mundo real, donde seres de carne y hueso, con familias y necesidades y sentimientos reales podrían ver alterados su bienestar, su economía, incluso su vida debido a una mala decisión suya.

Sin embargo, en lo más profundo de su intelecto Silvia ya sabía desde el minuto uno cuál iba a ser su respuesta, que dijo en español:

—Acepto. Incondicionalmente.

Y Barrash también parecía saber de antemano que ella aceptaría su oferta, porque no se alteró lo más mínimo, simplemente sonrió y dijo, pasando al angloshin oficial en BEGIN:

—Estupendo, Silvia. Buena decisión. Bienvenida a BEGIN.

Ni siquiera un «gracias». Era obvio que Barrash daba por hecho su aceptación. Tomó a Silvia por el brazo y salió con ella del despacho hacia el ascensor, en el que entraron cuando llegó al piso 22, mientras le daba las primeras instrucciones.

—Bien, esperamos que te incorpores a BEGIN el lunes mismo, así podrás recoger tus cosas del Instituto, dejar instrucciones y todo eso. En cuanto a las condiciones de tu contrato con nosotros, no hemos hablado nada de ello, pero estoy seguro de que no te defraudarán, ya sabes que una de las máximas de BEGIN es ser generoso con sus empleados, y más con los de máximo nivel, como es tu caso. Conviene que vayamos a Recursos Humanos, para formalizar el papeleo…

En ese momento llegaban al piso 10, donde estaba ubicado dicho departamento. Barrash dirigió a Silvia a un despacho donde entró sin llamar, indicando a la persona que estaba en él:

—Joanna, por favor, atiende a Silvia Ruiz, ya sabes que se incorpora con nosotros. Explícale todo y cuando terminéis, llévala al piso 22 de nuevo, por favor.

—Desde luego, señor Barrash. Encantada, señora Ruiz…

Barrash salió del despacho, dejando a su Jefa de Personal explicando a Silvia las escasas complejidades del contrato de trabajo en BEGIN. Cuarenta minutos después, Joanna acompañó de vuelta a Silvia al despacho de Barrash, quien de inmediato le preguntó si le habían parecido correctas las condiciones que le había ofertado Joanna, a lo que Silvia respondió que le parecían no sólo «correctas», sino realmente generosas.

—No te hagas ilusiones, Silvia —contestó Barrash, sonriendo—. Apenas vas a tener tiempo para disfrutar de tus «generosas» condiciones… Antes de que vuelvas al Instituto a ordenar los archivos o recoger tus cosas o lo que tengas que hacer, déjame decirte lo dichoso que estoy de que te unas a nosotros. Realmente es necesaria tu colaboración de forma urgente.

—Pero, señor Barrash… eh, Francis —Silvia volvió al tuteo al ver cómo frunció el ceño su interlocutor cuando usó el «señor Barrash»—, ¿por qué es tan importante la colaboración urgente de alguien como yo, una simple socióloga sin experiencia en el mundo real, una especie de rata de biblioteca, en una compañía que va viento en popa como lo es BEGIN en estos momentos?

—No, Silvia, tú no eres una «simple socióloga». Eres la visionaria creadora de una teoría de las relaciones humanas que debe ser el germen para modelar la sociedad en algo mucho más justo y ético de lo que lo ha sido durante muchos siglos. Tu visión es necesaria en BEGIN, y rápido. Permíteme que de momento no te diga mucho más, ya tendremos tiempo más adelante, una vez comiences tu trabajo con nosotros y conozcas más de nuestra organización.

—Pero, ¿no es tan urgente la cosa…? ¿Por qué no explicarme los motivos de esa urgencia lo antes posible? Así podría hacer mejor mi trabajo, sea el que sea, sin ir a ciegas…

—Créeme, no sería correcto ni eficaz que te contara lo más importante antes de que tengas suficiente información como para poder comprender la situación. Si te pusiera al corriente de todo ahora mismo, quizás saldrías huyendo, ¡aunque espero que no lo hicieras!, pero en cualquier caso te causaría zozobra que seguramente tendría consecuencias en tu concentración… y la necesitas toda para lo que te espera las próximas semanas.

—Mmmm. No sé, Francis, no sé si me dejas más tranquila o más preocupada. ¡Siempre he odiado los secretos!

—Bueno —Barrash sonreía ampliamente—, aquí también los odiamos, como bien sabes, pero permíteme que me guarde este pequeño secreto, este secretillo de nada, hasta que estés lista para conocerlo.

—De acuerdo, me has convencido… ¿o tengo otro remedio? —Barrash ahora lanzó una carcajada, antes de contestar:

—Pues no, en realidad no lo tienes. Bien, el lunes, aprovechando que tenemos una reunión del Sanedrín, te presentaré al resto de miembros del Consejo de Alto Nivel de BEGIN.

—¿Sanedrín? Suena muy judío.

—Bueno, así lo llamamos, aunque al menos de momento no hay judíos… ¡pero sí un Sumo Sacerdote, o sea, yo! —una nueva carcajada. Parecía que Barrash estaba de un excelente humor—. Bien, ahora te acompañarán al Instituto. Te espero el lunes a las 8:30. Buen fin de semana, Silvia.

—Igualmente, Francis.

Silvia acompañó al mensajero, Juan, que parecía haberse materializado de la nada en el momento en que era necesaria su presencia. Silvia ahora no sabía si era un mensajero, un secretario, un factótum o qué, pero estaba claro que gozaba de toda la confianza por parte de Barrash. Al cabo de cincuenta minutos en los que nadie abrió la boca, Juan dejó a Silvia en la puerta del Instituto y le dijo al despedirse:

—El lunes, a las ocho en punto, estaremos en su domicilio para recogerla. Buenos días, señora Ruiz.

Era obvio que conocía dónde estaba su domicilio, porque, sin esperar respuesta, volvió a entrar en el automóvil, que arrancó sin la menor dilación dejando a Silvia en la escalinata de entrada al Instituto, mirando ensimismada cómo se alejaban calle abajo las luces del silencioso vehículo.

Ir a la siguiente página

Report Page