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16 – COSMÉTICA

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16 – COSMÉTICA

28 de abril, 2043

A las nueve en punto Petra entró en el despacho de Silvia con dos cafés de máquina, uno en cada mano.

—Buenos días, Silvia. Cortado con sólo una pizca de azúcar, ¿verdad? —afirmó más que preguntó Petra.

—Sí, efectivamente, así es, muchas gracias —repuso Silvia, sorprendida una vez más de todo lo que BEGIN, o Barrash, o quien fuera, sabía sobre ella y sus gustos.

Ambas se quedaron de pie al lado de la ventana, tomando cada una su vaso de café en silencio mientras miraban a las nubes correr por el cielo azuzadas por el potente viento que se había levantado esa mañana. Aún no tenían muchos temas comunes de los que comentar, y a Silvia le pareció algo estúpido hablar del último cambio del loco tiempo primaveral de Madrid, así que prefirió estar callada. Petra también se mantuvo en silencio mientras terminaba su propio brebaje. Era una mujer de mediana edad, morena, más baja que Silvia y de cuerpo compacto, dotada de un rostro franco al que unas gafas de pasta conferían un cierto toque de sabiduría ancestral.

Al cabo de un par de minutos, ambas depositaron los vasos vacíos en la papelera y se sentaron, Silvia en su sillón y Petra en la cómoda silla de confidente al otro lado de la mesa.

—Bien, Silvia, ¿has podido leer algo del memorando que Francis te pasó ayer? —preguntó Petra, sin preámbulo alguno. Estaba claro que aquí en BEGIN todo el mundo iba al grano.

—Sí, desde luego… —contestó Silvia—. No todo, porque son centenares de páginas de datos y términos de los que una mayoría son desconocidos para mí, pero sí, he leído una parte. Un tercio, más o menos.

—Bien, no se suponía que lo fueras a hacer en menos de una semana… hay mucha información ahí. ¿Has podido leer la parte correspondiente a Salud, que es de la que yo me ocupo?

—Sí, Petra, lo he hecho. Conociendo que hoy íbamos a reunirnos, comencé precisamente por esa área.

—¿Y…?

—Si no he entendido mal, se ha implantado un modelo de investigación médica y farmacéutica que prima la obtención de resultados… cómo decirlo… sociales, médicos, no sé, en cualquier caso, que no prima los resultados económicos.

—Sí, aproximadamente así es. Queremos ganar dinero, claro, pero se reinvierte en investigación prácticamente el 99% de los beneficios obtenidos. Y tienes razón, las líneas de investigación que más se están impulsando no son precisamente las que más beneficios pueden dar a las respectivas industrias, sino las que intentan solucionar los más graves problemas de salud que aquejan a la población.

—Pero… ¿no es esto exactamente lo que se supone que deberían hacer los laboratorios farmacéuticos, los de investigación, todos ellos?

Petra soltó una pequeña y muy educada carcajada y, risueña, contestó a Silvia:

—Tú lo has dicho, Silvia, eso es exactamente lo que se supone que deberían hacer los laboratorios farmacéuticos. Y durante el siglo XIX y principios del XX eso era más o menos así: el que se dedicaba a la medicina en cualquiera de sus aspectos lo hacía, generalmente, por vocación. Vocación de curar enfermedades, de mejorar la vida de sus semejantes, de salvar vidas… Pero, de hecho, a fines del siglo XX y principios del XXI, tanto los laboratorios como casi toda la industria médica mundial estaba orientada a otra cosa mucho más prosaica: maximizar beneficios. Beneficios económicos, claro, no médicos. Los beneficios de todo el mundo: de laboratorios farmacéuticos, hospitales, centros de salud, de los propios médicos… Siendo como es ésta una industria clave para el bienestar de la población, a principios del Siglo XXI estaba completamente adulterada. Pero me parece que toda esta historia no viene en la documentación que te hemos entregado, así que, si me permites, y para ponerte en situación y que entiendas el giro radical que en BEGIN hemos dado a la «Industria de la Salud», te voy a soltar un pequeño discurso… ¿Preparada?

—Sí, desde luego —contestó inmediatamente Silvia.

Como socióloga que era, y de las mejores, Silvia sabía que casi todas las situaciones que se daban en las sociedades humanas no podían ser comprendidas ni analizadas completamente sin comprender las causas que las provocaban. Sin conocer su historia, en definitiva. Así que se acomodó en su sillón, dispuesta a empaparse de los conocimientos enciclopédicos de la responsable de Salud de BEGIN.

Petra Scholar carraspeó para aclararse la garganta, adoptó la postura del profesor que va a dictar una clase magistral y comenzó su discurso.

«Como decía antes, esta industria tuvo un gran crecimiento durante el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. De hecho, no se puede hablar de “Medicina” en el sentido moderno del término hasta finales del siglo XIX, pues hasta entonces no había gran diferencia con la medicina medieval. Aún no había un conocimiento suficiente de anatomía, fisiología y patología como para crear una industria consolidada. Pero a partir de esos años, una serie de investigadores como Pasteur, Jenner y otros descubrieron las vacunas de algunas de las enfermedades más terribles que aquejaban a nuestros tatarabuelos. Así mismo se descubrieron multitud de principios activos, desde el ácido acetil-salicílico, la popular aspirina, hasta los antibióticos, un descubrimiento casual de Fleming que a la larga salvó la vida a miles de millones de personas…

»Hasta entonces, el interés principal de estos investigadores era sobre todo ayudar a erradicar la enfermedad, a mejorar la vida de sus semejantes. Lo hacían por vocación, por curiosidad, incluso, pero no por dinero. Ninguno de ellos pensó en hacerse rico con sus descubrimientos. En ganar el dinero suficiente como para vivir holgadamente, sí, claro que sí, pero nunca se les pasó por la cabeza que su trabajo por el bien de la Humanidad les fuera a permitir poseer decenas o centenares de casas y mansiones por todo el mundo, yates, limusinas y cuentas corrientes con ocho o diez ceros por la derecha…

»Para llegar a eso hubo que esperar unos años, cuando a la dirección de las grandes empresas farmacéuticas se auparon no científicos ni investigadores, sino gerentes, directores que se preocupaban más de la cuenta de resultados, la de la compañía y la suya propia, que del “bien de la Humanidad”. Y lo mismo ocurrió con la dirección de los grandes hospitales, de las aseguradoras médicas… ¿El resultado? Daré sólo dos ejemplos.

»Seguro que conoces el Síndrome de InmunoDeficiencia Adquirida, AIDS en angloshin o SIDA, en español. Apareció en los años 80 del siglo XX y en el plazo de unos años afectaba ya a millones de personas en el mundo entero. Todos los laboratorios comenzaron a trabajar en su solución, y al cabo de un par de décadas había ya un tratamiento a base de un cóctel de antirretrovirales que permitía prolongar la vida de los infectados de SIDA durante veinte, treinta, quizás más años, un tratamiento carísimo que podía costar del orden de 10000 dólares anuales por enfermo. Un éxito de la industria farmacéutica, ¿no?

»Bueno, según se mire. Para su cuenta de resultados sí, lo fue, un éxito extraordinario, pero para los enfermos actuales y futuros, no, de ninguna manera, porque nadie, nadie investigó en serio una vacuna que protegiera de la infección a los seres humanos, igual que lo hace la del sarampión, la varicela o la viruela. Si se hubiera obtenido una vacuna de un solo uso por persona, la compañía que la sacara al mercado vendería muchísimo… durante unos años, mientras todo el mundo recibía su vacuna. Pero, ¿y después? Después, nada. En cambio, mantener a millones de enfermos de todo el mundo permanentemente enfermos, teniendo que comprar su costosa medicación cada semana o cada mes durante veinte o treinta años, eso sí que era un negocio redondo, y además un negocio durable, como dicen los expertos. Así que la vacuna del SIDA nunca fue ni siquiera investigada seriamente. Las compañías sólo nos decían lo complicado que era conseguirla, porque el dichoso virus mutaba y mutaba y no había forma de lograr una vacuna que se adaptara al virus, que fuera eficaz. Y tenían razón en una cosa: no había forma de lograr una vacuna eficaz, pero porque ni siquiera se intentaba.

»Comparemos este caso con el de la gripe. Como sabes, porque alguna vez la habrás padecido como casi todo el mundo, la gripe es una enfermedad vírica, molesta, que te deja hecha un guiñapo durante unos días… pero que al cabo de una semana o así se cura ella sola, o mejor, el sistema inmunológico del cuerpo es capaz de acabar con los dichosos virus. Es molesta, pero no es peligrosa salvo para enfermos que tengan patologías graves de antemano. Una enfermedad fastidiosa que afecta a muchísima gente durante unos días, pero casi nunca mortal. Si establecemos un rango de enfermedades por “necesidad de tener una vacuna contra ellas”, objetivamente diríamos que la gripe no debería estar en un lugar muy prominente, ¿no?, y en cualquier caso por debajo de enfermedades que sí son mortales o muy peligrosas, como la malaria, el dengue o el propio SIDA…

»Pues el caso es que para la gripe sí que había vacunas. Vacunas que cambiaban cada año, para adaptarse a la mutación prevista del virus. Que exigían, por tanto, que los enfermos de riesgo pasaran cada otoño por el trámite de vacunarse… y pagar la vacuna, claro, lo hicieran ellos directamente o su Sistema de Salud o su Aseguradora Médica, eso a los laboratorios no les importaba lo más mínimo.

»Resumiendo: una vacuna contra un virus elusivo, que muta cada año y por lo tanto requiere de vacunación anual, que sirve para evitar o minimizar una enfermedad molesta pero no grave… Pues esa vacuna sí que existía, y se vendían cientos de millones de dosis cada año. Si no existiera la vacuna, los afectados tomarían quizá algún antitérmico o analgésico durante unos días, o nada en absoluto… Poca cosa y, por consiguiente, pocos ingresos. Si haces la “cuenta de resultados” de una y otra situación, rápidamente te darás cuenta de que es mucho más rentable para las grandes compañías vender la vacuna de la gripe que no hacerlo. ¿Conclusión? La vacuna de la gripe existe y funciona razonablemente bien.

»Haz ahora esa misma “cuenta de resultados” de una hipotética vacuna contra el SIDA. Aquí la cosa está muy clara. Es mucho más rentable para las compañías que no exista, y vender a cambio millones de dosis de antirretrovirales muy costosos durante años y más años…».

Petra hizo una pausa que aprovechó para acercarse a la fuente a beber un vaso de agua y, mientras tanto, Silvia se removió en su sillón, incómoda. Nunca se había planteado nada acerca de la existencia o no de un determinado medicamento. Suponía que si un cierto medicamento, vacuna o lo que fuera no existía sería porque no había sido posible aún su descubrimiento. Ahora el discurso de la responsable del área de Salud de BEGIN le había abierto los ojos de golpe. Había hecho en su cabeza una aproximación a la «cuenta de resultados» de la que hablaba Petra… y no le gustaron nada las conclusiones a las que llegó. Pero nada.

Petra se sentó de nuevo y prosiguió su discurso:

«El otro ejemplo que quería citar es el de los antibióticos. Tras el descubrimiento de la penicilina por Sir Alexander Fleming en los años 40 del siglo XX, hubo un sinfín de investigaciones para obtener nuevos antibióticos más potentes o más eficaces contra determinadas cepas bacterianas. Todo eso terminó abruptamente a partir más o menos de 1973, con la primera gran crisis del petróleo. Desde ese momento apenas se hizo investigación de base en nuevos antibióticos. Las compañías iban lavando la cara a los mismos antibióticos de forma que pudieran renovar sus patentes una y otra vez. Así, por ejemplo, al ciprofloxacino le siguió el levofloxacino, con minúsculas diferencias tanto de fórmula como en sus resultados terapéuticos, pero con un nuevo periodo de quince o veinte años de patente a exprimir.

»La realidad en la segunda década del siglo XXI es que no había ni una sola clase de antibiótico que no tuviera al menos treinta años de antigüedad. En 2020, el antibiótico considerado como “la última línea de defensa”, el que sólo se prescribe cuando todo lo demás ha fallado, la última arma a la que encomendarse antes de darse por vencido ante la infección seguía siendo la vancomicina. ¡Por favor! ¡Un antibiótico descubierto en la década de 1950! Estaban apareciendo cepas de virus resistentes a todos los antibióticos conocidos, que en caso de propagarse en forma de epidemia podían dejar a la Peste Negra del siglo XIII en un chiste… pero nadie hacía nada.

»De hecho, la mayor parte de los ingresos por venta de fármacos de los laboratorios farmacéuticos provenían de productos para tratar la hipertensión, la hipercolesterolemia, la ansiedad o, no digamos, la impotencia. Todas ellas enfermedades típicas del llamado primer mundo, con sus millones de habitantes sedentarios y alimentados en exceso con comidas grasientas, habitantes que prefieren tomar pastillas de por vida y seguir atiborrándose de hamburguesas, pizzas y demás comida basura que cambiar de dieta y hacer algo de ejercicio.

»No digo yo que no sean necesarios este tipo de medicamentos, pero la malaria, el dengue, la tuberculosis… las enfermedades que de verdad estaban matando millones de personas cada año, ésas prácticamente no recibían atención alguna.

»Durante esos años apenas se dedicaban recursos a la investigación en fármacos, porque el 80% de los recursos de investigación de la industria farmacéutica se invertían en… ¡Cosmética! ¡El 80%! Regeneradores faciales, antiarrugas, antimanchas, bálsamos antiedad… estos productos copaban literalmente la totalidad de los esfuerzos en investigación de las empresas del sector. Productos con retornos económicos inmediatos, y además con muy pocas posibilidades de tener efectos secundarios adversos. ¡Dinero fácil! ¡Dividendos crecientes! Y, sobre todo… ¡enormes compensaciones económicas para los gerentes de las compañías!, en pago a su “excelente gestión” al frente del laboratorio. Excelente gestión, sí, pero… ¿para quién? Ésa es la cuestión, siempre lo ha sido».

Petra hizo una nueva pausa. Silvia estaba ahora realmente enfadada. Nunca se había planteado así las cosas, pero una vez explicadas en toda su crudeza, la conclusión era tan obvia, tan evidente, que sólo había una reacción posible: indignación.

«Además, para que todo este montaje fuera posible era necesaria la colaboración de investigadores, médicos, editores de revistas científicas… Ningún problema, claro. Las compañías financiaban proyectos de investigación a los grandes centros científicos del mundo… investigaciones y estudios que casualmente siempre llegaban a la conclusión que más interesaba a las compañías sufragadoras. Así hemos visto, por ejemplo, que se han ido reduciendo los límites que se consideran aceptables para muchos de los componentes normalmente analizados en la sangre. Colesterol, glucosa, hormona tiroidea… hay muchos más casos. Valores considerados normales en personas sanas hasta un cierto momento, de pronto se convertían en inaceptables tras una reclasificación debida a sesudos estudios avalados por grandes institutos científicos que defendían con centenares de datos que había que bajar esos límites. Estudios financiados de forma altruista por las grandes farmacéuticas, que curiosamente eran las grandes beneficiadas de que millones de personas “sanas” de pronto estuvieran “enfermas” y necesitaran ser tratadas de por vida para curar su “enfermedad”… enfermedad que sólo existía en los estudios obtenidos mediante la manipulación o la simple alteración de los datos en que se basan para llegar a la conclusión pedida. Ésta era la tónica general en las Ciencias de la Salud antes de BEGIN».

Ahora Petra hizo una pausa ligeramente más larga, más teatral. Silvia seguía expectante, sin despegar la boca y bastante enojada, no tanto por la actuación de tanto desaprensivo exclusivamente interesado en su medro personal, sino más bien por su ingenuidad, pues debía reconocer que muchos de estos datos los conocía, pero no había llegado a reflexionar sobre ellos para conectarlos como había hecho Petra, que prosiguió:

«Desde que BEGIN compró buena parte de los laboratorios del mundo, esto, como sabrás, Silvia, ha cambiado bastante. Se sigue investigando en cosmética, claro que sí, pero la parte del león de los recursos invertidos en investigación se la lleva ahora la búsqueda pura de nuevos fármacos, nuevas vacunas, nuevos medicamentos que curen, no que te mantengan enfermo durante muchos años. Como sabes, la vacuna del SIDA está ya en pruebas y esperamos que en uno o dos años se pueda distribuir por todo el mundo, y con la de la malaria ya se han vacunado centenares de millones de personas que viven en las áreas afectadas. Hay nuevos antibióticos mucho más eficaces que los de siempre, nuevos medicamentos para muchas enfermedades olvidadas… Ése es el espíritu de BEGIN en esta área. No ganamos mucho dinero, pues los medicamentos que vendemos lo hacemos al coste más un cierto margen para mantener la inversión en investigación y nuestras cuentas saneadas, pero estamos cambiando el futuro de muchísima gente que antes, simplemente, no lo tenía».

Petra calló finalmente. Silvia estaba admirada de la perfección de su discurso. Un discurso sencillo, elocuente, conciso y al grano, y además recitado sin la menor vacilación. Y un discurso que la había dejado en un estado a mitad de camino entre el desasosiego y la indignación. ¿Cómo era posible que unos cuantos individuos fueran capaces de ganar cantidades desorbitadas de dinero a costa de simplemente dejar morir a sus semejantes?

Petra no lo había mencionado, pero Silvia sí conocía cómo en determinados hospitales, ante un ingreso de urgencia, lo primero que preguntaban era «¿Quién va a pagar nuestros honorarios?». Si la respuesta era negativa, rechazaban al paciente. Si moría o no… no era problema suyo. O Compañías Aseguradoras de Salud que denegaban tratamientos necesarios para la supervivencia de los pacientes por el mero hecho de «ser muy caros». Juntando todo esto con la información que le había dado Petra no podía por menos que sentirse avergonzada como componente de la especie humana.

¿Tendría Hobbes razón cuando aseguraba que «el hombre es el lobo para el hombre»? Silvia esperaba con todas sus fuerzas que no fuera así y que el filantropismo y el altruismo fueran en realidad los motores básicos de las relaciones humanas… como preconizaba su teoría, a la que había dedicado toda su vida y que finalmente había conseguido traerla aquí, al mismo epicentro de la compañía más importante del momento y, posiblemente, de la historia.

Tras un par de minutos de pausa que ambas utilizaron para poner en orden sus ideas, Petra preguntó:

—Bien, ¿alguna pregunta?

—Sobre todo esto, no —respondió Silvia—, pero sí que tengo dudas acerca de la situación actual de las investigaciones para la obtención de nuevos remedios contra el cáncer. He leído en el documento que me entregó Francis que se están produciendo avances significativos en…

Silvia expuso durante el resto de la mañana todas las dudas que tenía tras la lectura del documento y Petra, que demostró por qué Barrash la había elegido para ese puesto, no sólo se las aclaró, sino que además explicó muchos aspectos secundarios que no estaban en el documento, pero que aportaban información importante para que Silvia se pusiera al tanto de los entresijos de BEGIN lo antes posible.

Si creía que la gente que trabajaba en BEGIN era buena, se equivocaba. ¡Era mucho más que buena!

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