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19 – OBSERVATORIO

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19 – OBSERVATORIO

2 de noviembre, 2016

Javier condujo cuidadosamente hasta llegar al Observatorio. La carretera está bien asfaltada, pero es estrecha y muy sinuosa. Además, tuvo buen cuidado de hacerlo cuando aún no había anochecido, pues sabía que las estrictas normas de control de las emisiones lumínicas igual le hubieran impedido viajar en su cochecito alquilado de noche, pues no estaban permitidas las luces del vehículo que podrían despistar a los sensibles instrumentos ubicados en el Roque de los Muchachos.

Al llegar al GranTeCan se identificó y rápidamente le hicieron pasar a una pequeña salita mientras avisaban a Gonzalo. Al cabo de unos minutos apareció, exultante, el joven astrofísico, quien recibió efusivamente a Javier y le invitó a seguirle en la improvisada visita guiada.

Es una auténtica delicia poder visitar cualquier centro científico avanzado cuando el cicerone es uno de los científicos que trabajan en él. Gonzalo, apasionado de su trabajo como Javier lo era del suyo, fue mostrando todos los pormenores de la formidable maquinaria que compone el GranTeCan, explicando la utilidad de cada componente, de cada aparato, su funcionamiento y un sinfín de detalles. El momento álgido llegó cuando Javier miró directamente por el ocular la imagen captada.

—En estos tiempos lo normal es que la imagen tomada por el telescopio la capte una cámara fotográfica digital de gran resolución —explicó Gonzalo—, pues así se envían las imágenes a cualquier parte del mundo en segundos, pero siguen teniendo un ocular óptico que los astrónomos pueden usar para buscar el objetivo, calibrar el aparato… ¡o mirar por él! Es una gozada mirar directamente cómo son las galaxias a miles de millones de años luz reflejadas en el gran espejo de 10 metros del telescopio.

Javier no pudo estar más de acuerdo. La vista era espectacular. Gonzalo le dijo de qué galaxia se trataba, la que estaba investigando en ese momento el gran telescopio, pero su nombre, unas siglas de letras y números, no le dijo nada a Javier.

—Yo creo que la única galaxia que conozco es la galaxia de Andrómeda, y eso por la vieja película de ciencia-ficción… —comentó Javier, y preguntó—: ¿Cómo se vería Andrómeda por este telescopio?

Gonzalo prorrumpió en una estruendosa carcajada que sorprendió a Javier. «¿Habré dicho una tontería», se preguntó, cuando Gonzalo le aclaró, aún entre risas:

—No te ofendas, Javier, pero este telescopio no es el instrumento más adecuado para ver la galaxia de Andrómeda, te lo aseguro —ya un poco más serio, Gonzalo continuó su explicación—. Mira, poca gente lo sabe, pero es que la galaxia de Andrómeda vista desde la Tierra es simplemente enorme, su tamaño aparente en el cielo, su diámetro, es unas seis o siete veces mayor que el de la luna llena…

Ante el gesto de extrañeza de Javier, Gonzalo aclaró su respuesta:

—Andrómeda es una galaxia del llamado Grupo Local, que también componen nuestra Vía Láctea y algunas galaxias pequeñas más. Es algo mayor que la Vía Láctea, se trata de una galaxia de tamaño respetable y, lo que es más importante, está muy cerca de nosotros, en términos galácticos, desde luego: unos dos millones y medio de años luz. Sí, está cerca y además cada vez más cerca, porque lleva un rumbo de colisión con nuestra galaxia… No, no tienes que preocuparte, en primer lugar porque faltan unos pocos miles de millones de años para que choquen, y en segundo lugar, porque aunque las dos galaxias choquen, es poco probable que las estrellas choquen unas con otras, porque en ambas galaxias están muy separadas entre sí. Por ejemplo, la estrella más cercana a nuestro Sistema Solar, Próxima Centauri, está a más de cuatro años luz de distancia, y te aseguro que eso es mucho, pero que mucho espacio vacío entre medias. Podrían pasar decenas de sistemas estelares entre ambas estrellas sin provocar prácticamente ningún efecto importante, aunque, claro, hay tantos miles de millones de estrellas en cada una de las galaxias que por puro cálculo de probabilidades, algunas sí que chocarán… y te aseguro que eso será un acontecimiento muy interesante para los que estén aquí para verlo.

Javier sonrió al evocar qué resulta al traducir «un acontecimiento interesante» en boca de un astrofísico al lenguaje corriente: «una altamente destructiva explosión de padre y muy señor mío». O algo así.

Gonzalo bajó hasta el nivel del gran espejo segmentado del telescopio, fabricado en un material cerámico muy sofisticado llamado zerodur, que apenas sufre alteraciones con los cambios de temperatura y que está todo él recubierto de una finísima capa de oro para mejorar la captura del infrarrojo. Javier estaba impresionado. Acostumbrado a manejar pequeños fósiles y buscar restos ínfimos en las muestras excavadas, tanto gigantismo le abrumaba.

Un par de horas después de comenzar la visita, Gonzalo llevó a Javier a «el lugar más interesante del observatorio»: ¡la sala que funcionaba como cocina y comedor! Allí encontraron tomando un café a otro científico que Gonzalo presentó inmediatamente: Pedro Luis Altable, valenciano y astrofísico como Gonzalo. Tras las presentaciones comenzaron a charlar, mientras ellos dos se preparaban a su vez un café bien cargado.

—¿Qué es lo que está observando esta noche el Telescopio? —preguntó Javier.

—Pues de momento no mucho —contestó Gonzalo, abatido—. Hoy hay calima, el cielo tiene nubes que, sin ser muy profundas, son lo suficiente como para molestar mucho la observación… De todos modos, estamos observando NGC 3938, una galaxia espiral relativamente cercana, a sólo 43 millones de años luz de nosotros. Está situada prácticamente de frente a nosotros, por lo que se pueden distinguir con nitidez sus brazos espirales y, lo que es más importante, su núcleo. Y eso es lo que estamos precisamente mirando: su núcleo, donde hay un agujero negro cuyas emisiones intentamos discernir.

—43 millones de años luz… Lo decís como si nada, como si fuera una nadería.

—¡Porque es una nadería! —intervino Pedro Luis—. Piensa que el Universo tiene una edad aproximada de unos 13 800 millones de años de edad, y que se han llegado a captar galaxias situadas a unos 13000 millones de años luz, cuya luz fue emitida cuando el universo era muy joven. 40 millones de años luz no es nada, en comparación.

—Pero si habéis captado galaxias situadas a 13000 millones de años… eso quiere decir que su luz lleva todo ese tiempo viajando por el espacio hasta llegar a nosotros… o sea, que la luz que ahora vemos se emitió hace 13000 millones de años —ambos científicos asintieron a la afirmación de Javier—. Pero si la edad del universo es de ¿cuánto dijiste? ¿13 700, 13 800 millones?, eso quiere decir que la luz que emitieron lo hicieron cuando sólo habían transcurrido 700 u 800 millones de años desde el comienzo, desde el Big Bang… ¿correcto?

—Correctísimo —contestaron al unísono Pedro Luis y Gonzalo—. Bien deducido.

—Entonces —prosiguió Javier—, esa luz lleva prácticamente toda la edad del universo viajando hasta nosotros… ¿O sería posible algún tipo de atajo? Que la luz se acelerara o lo que sea por el camino.

—No, Javier, eso es imposible, por lo que conocemos. La velocidad de la luz en el vacío es el límite absoluto que un objeto puede alcanzar, incluso tratándose del fotón, que no tiene masa. Nada puede alcanzar la velocidad de la luz. Einstein lo dejó bien claro en su Teoría de la Relatividad Especial.

—Pero yo he leído en algún sitio que hay ciertos comportamientos de partículas que desafían a la Relatividad, porque se producen simultáneamente en partículas alejadas…

Pedro Luis y Gonzalo se miraron. Al fin Gonzalo dijo:

—Sí, es consecuencia del entrelazamiento cuántico. Es un efecto bien estudiado y conocido y sí, una partícula cambia su estado instantáneamente cuando cambia el de su partícula entrelazada… esté donde esté.

—¿Y eso no desafía a la Relatividad? —Javier iba poco a poco introduciendo el tema que de verdad le había llevado a la isla de la Palma. Tanto Gonzalo como Pedro Luis estaban algo incómodos, por un lado, pero también expectantes ante un lego que hacía preguntas que ponían el dedo en la llaga.

—Pues sí… y no. Es complejo, en realidad —dijo al fin Pedro Luis.

—O sea, que las teorías actuales tienen agujeros, ¿no?

—Sí, los tienen —suspiraron los dos astrofísicos como si se hubieran puesto de acuerdo. Javier vio al fin una puerta abierta para introducir el tema que no le dejaba dormir los últimos días. Dijo:

—Ya veo. ¿Y qué pasa con el tiempo? ¿Se podría viajar en el tiempo? ¿Viajar al futuro, conocer los resultados de las carreras de caballos y volver al pasado para apostar sobre seguro, como ocurría en las viejas pelis de «Regreso al Futuro»? ¿Por qué el tiempo sólo fluye en una dirección?

—Pues básicamente… ¡el tiempo fluye en una dirección porque nadie ha conseguido que fluya en la contraria! —fue Gonzalo quien contestó a Javier—. El caso es que en nuestras teorías más avanzadas eso no tiene por qué ser así. El resto de dimensiones que conforman lo que Einstein llamó «el espaciotiempo», o sea, las tres dimensiones espaciales, ya sabes, alto, ancho, profundo, sí que permiten moverse en cualquier sentido, hacia delante y hacia atrás, y esto es obvio para nosotros. Tú puedes caminar por una carretera en un sentido y luego en el contrario, subir a una montaña y luego bajar. Eso implica poder moverse en un sentido de una dimensión, por ejemplo hacia delante, y también en el contrario, hacia atrás. Nada lo impide. Pero con el tiempo eso no es posible, y en la práctica nadie sabe exactamente por qué.

—Entonces, ¿no son posibles los viajes en el tiempo? —preguntó Javier.

—Posibles, posibles… ¡quién sabe! —respondió esta vez Pedro Luis—. Hay grandes científicos que admiten la posibilidad de viajar en el tiempo y otros que lo niegan. Stephen Hawking, por ejemplo, el gran físico británico, pensaba que podía haber viajeros en el tiempo, así que en 2009 invitó a una gran cantidad de personas a una fiesta que se celebraría antes de que se enviaran las invitaciones. El día de la fiesta no acudió nadie, a pesar de que uno o dos días más tarde envió efectivamente las invitaciones. ¿Es porque los posibles viajeros en el tiempo no recibieron las invitaciones, o porque no hay viajeros en el tiempo? No se sabe. También se han hecho sesudos estudios en internet buscando personas que hubieran exhibido conocimiento cierto del futuro, que hubieran hecho profecías que resultaron cumplidas… y no se ha llegado a ningún resultado válido. Ahora bien, ¿de verdad hay viajeros del tiempo entre nosotros? Nadie lo sabe.

Javier había conseguido exponer el tema y ahora estaba dispuesto a agotarlo hasta el final, a exprimir el cocimiento de los dos astrofísicos todo lo posible. Era evidente que les gustaba hablar de ello, de la teoría y la práctica de la física, su profesión, y además lo hacían evitando los términos más complicados para los legos como él, así que sólo había que darles pie para que se explayaran. Y se lo dio.

—No, no, un momento —dijo Javier—. ¿No es posible el viaje en el tiempo? ¿Ni con una tecnología muy, pero que muy avanzada, que ni siquiera podamos ni soñar ahora?

—Quizás —repuso Gonzalo—. En un futuro quizás se pueda, ¿por qué no? Pero ahora mismo no hay nadie que sepa cómo hacerlo. De todos modos, deberías hablar de «viajes por el espaciotiempo». El tiempo está indisolublemente unido a las tres dimensiones espaciales, en realidad no se puede hablar de uno sin hablar de las otras.

—Vale, lo entiendo —ofreció Javier—. Yo he leído diferentes novelas que tratan el viaje en el tiempo y he visto películas que también lo hacen. Desde el clásico de H. G. Wells, «La máquina del tiempo», hasta «El fin de la Eternidad», de Isaac Asimov, pasando por «22/11/1963», de Stephen King, y películas como «Encuentros en la Tercera Fase», «El final de la cuenta atrás» o «Timecop», y varias más. El tema del viaje en el tiempo da mucho juego, pero en todas ellas se producen los viajes y ya está, por arte de magia o casi, incluyendo a Asimov. Y éste es un tema que me interesa desde antiguo… —esto era una mentirijilla, pero daba consistencia al argumento—. Mirad: en mi trabajo he visto algunas cosas bastante inexplicables, incluso en la propia Cueva de Leza. Restos de animales, o de humanos, que aparentemente no son de la misma época que el resto del yacimiento. En la profesión normalmente se achacan estas incongruencias a «contaminación posterior», es decir, que por algún motivo los restos más antiguos se han mezclado con los más modernos. Pero esta explicación en muchas ocasiones no es realmente una explicación convincente. ¿Cómo explicar, por ejemplo, que en la Cueva de Leza se encuentren restos de seres humanos con características claramente modernas mezclados con restos de humanos arcaicos, de rasgos morfológicos Cro-Magnon, por entendernos. Las dataciones de ambos tipos de restos son coherentes: unos 20000 años. Pero no se puede explicar fácilmente cómo es posible que un humano con morfología tan moderna haya podido aparecer en la Cueva y tener una antigüedad de 20000 años. Ya sé que es casi imposible, pero éste sería un caso evidente de un viajero del futuro que hubiera aparecido en plena Edad de Piedra de algún modo.

—Pero seguro que hay alguna explicación… no sé… alguna mutación casual que le haga parecer moderno, o mera casualidad, ¿no? —intervino Pedro Luis.

—Podría ser, desde luego, es la explicación más sencilla… la navaja de Ockham, ya sabéis, pero es que no es un solo rasgo, el fémur, el arco supraciliar, el metacarpo… ¡son todos! Para ser una mutación, sería una mutación altamente improbable. Todos mis colegas mantienen que, aunque efectivamente es una rareza, no hay nada tan extraño en este esqueleto como para suponer hipótesis tan fuera de lo normal… pero a mí me sorprende mucho. No me cuadra. Nada.

Javier hizo una pausa, esperando el efecto que esta declaración suya medio verdad medio mentira había causado en sus amigos, y vio que había dado en el clavo. Ambos se miraron e instintivamente adoptaron una actitud mucho más profesional, menos distendida que hasta el momento.

Gonzalo miró la hora y dijo:

—Mira, Javier, ahora tenemos que ir a la sala de control del telescopio para ajustarlo y ver cómo va hoy la observación… hoy no es un buen día por la calima, cosa rara en este lugar, pero así es. Vamos a ver si podemos salvar la noche. Quédate aquí en la sala de descanso, hay café, bebidas frías y algo de comer. También hay un televisor, ya lo ves, aunque a estas horas de la noche no te garantizo que vayas a encontrar nada interesante, y también hay algo de lectura. Nosotros volveremos en hora y media o dos horas y hablaremos más detenidamente del tema… un tema apasionante, como puedes imaginar.

—¿Dos horas? De acuerdo. Os espero aquí, tomando café para no dormirme…

Los dos jóvenes astrofísicos salieron de la sala y dejaron a Javier solo, pensando si no se había pasado un poco con la historia del esqueleto viajero… claro que, si era cierta la historia de Tomei Belaskes, no había dicho nada más que la pura verdad. Sólo que la verdad era en este caso tan increíble que como tapadera resultaba mejor que cualquier mentira.

Se preparó un café, sacó un sandwich de la máquina dispensadora y se acomodó tranquilamente en un sofá a esperar que sus amigos volvieran para iluminarle en su pequeño dilema. Al cabo de un rato se quedó dormido. Si soñó con viajeros del tiempo que venían a entregarle una caja negra hecha de titanio, wolframio y grafeno… no se acordó de nada al despertarse unos tres cuartos de hora más tarde.

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