BEGIN

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31 – COMPLEJIDAD Y SIMPLICIDAD

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31 – COMPLEJIDAD Y SIMPLICIDAD

5 de mayo, 2043

Debería estar agotada, pero no lo estaba. Silvia llevaba casi dos semanas leyendo, estudiando y aprendiendo todos los entresijos de BEGIN, los entresijos más importantes y estratégicos de áreas en las que no estaba versada o, peor aún, de las que no sabía casi nada. Había dedicado catorce o dieciséis horas diarias, fin de semana incluido, a convertirse en una experta en BEGIN… sí, debería estar agotada, pero la realidad era que estaba eufórica, como dotada de una fuerza sobrehumana. La reunión programada para la mañana de ese día era con Dmitri Semionovich Kopskoff, el responsable del área de Telecomunicaciones y Tecnologías de la Información de BEGIN. Había leído toda la información al respecto en los legajos que le habían entregado y había reparado en que era un área central en la estrategia de BEGIN, lo que no era extraño, debido a que la información se había convertido en uno de los activos más críticos en cualquier organización, y más en una del tamaño de BEGIN.

Silvia acudió puntual a su cita con el ruso para comenzar su reunión con el tradicional café mañanero… sólo para descubrir que Dmitri tenía en el lugar preferente de su despacho un auténtico samovar con el que preparaba litros y litros de té. Dmitri le ofreció uno, Silvia aceptó y se halló tomando uno de los mejores tés que había tomado jamás.

—Excelente, ¡está excelente!, Dmitri —exclamó Silvia, degustando con fruición el té ruso.

—Claro, Silvia. El samovar es la forma tradicional de preparar el té en mi tierra. Si dispones de un buen té y un buen samovar, no hay ninguno mejor en el planeta. El té es del valle de Darjeeling, uno de los mejores del mundo, y mi samovar… ¡Mi samovar está en mi familia desde hace doscientos años, desde la época de los zares! —contestó, orgulloso, Dmitri—. Pudiendo tomar este té… ¿quién necesita café? —sentenció Dmitri, finalizando con una sonora carcajada.

—Buenísimo, realmente delicioso… Bien, ¿comenzamos?

—Claro, Silvia, ahora mismo. Acompáñame a la mesa, por favor…

Entraron rápidamente en materia.

Era evidente que la tecnología de la información y las telecomunicaciones eran absolutamente centrales en la sociedad del siglo XXI. La penetración de la informática en casi todos los ámbitos de la vida, el acceso casi universal a internet, la movilidad proporcionada por redes inalámbricas cada vez más potentes, la posibilidad de compartir experiencias o imágenes con personas ubicadas en la otra punta del globo, todo ello había cambiado completamente la sociedad, en lo que se había bautizado «la Tercera Revolución Industrial».

Grandes ventajas para las personas, pero también grandes peligros. Los virus informáticos, que empezaron hacía 60 años como un divertimento, como un medio de hacer gracias por unos pocos descerebrados, pronto se convirtieron en una amenaza de primer nivel. Al despuntar el siglo XXI mafias organizadas contrataban hackers, los mejores expertos en informática que pudieran encontrar, para asaltar las sedes informáticas de organizaciones, empresas o gobiernos, bien para hacerles chantaje, bien para simplemente robar toda la información que pudieran… y era mucha, y cada vez más. Con el cambio de milenio ya había quedado claro que, si querías tener a salvo de intrusiones una cierta información archivada en tus ordenadores, estos deberían estar siempre, en todo momento y ocasión desconectados de la red. De internet, de las intranets, de la red corporativa… desconectado, por completo, sin conexión alguna con el mundo exterior.

Esto parece fácil de entender y fácil de realizar. Pero las nuevas generaciones de directores de tecnologías de la información, que habían crecido entre consolas de videojuegos, chats en línea y redes sociales, no llegaron a entender la importancia de mantener la información más sensible alejada de las redes. No podían comprender que hubiera un equipo, un solo equipo, desconectado de sus sacrosantas redes. Y los conectaron. Eso, según ellos, simplificaba la gestión, facilitaba la actualización remota de las nuevas versiones y abarataba el mantenimiento de los sistemas, mantenimiento que en muchas ocasiones estaba subcontratado a empresas en el otro confín del planeta, donde sueldos y condiciones laborales eran infinitamente peores. Sí, a corto plazo abarataron la gestión y el mantenimiento de sus amados ordenadores… pero a costa de poner todos los secretos de la empresa al albur de ser robados por cualquiera que se lo propusiera. Y se lo proponían… ¡vaya si se lo proponían!

Grandes convulsiones hubo, sobre todo en la década de 2010, por el robo continuado de información sensible por parte de organizaciones criminales que luego la usaban para venderla al mejor postor. En muchos casos se producían ataques a la medida, encargados y pagados por un gobierno u organización y diseñados específicamente para entrar en la red de una empresa o un gobierno concreto y robar una cierta información o provocar algún daño específico.

Algunas veces estos robos masivos de información llegaron al conocimiento del público, como cuando a una de las mayores empresas de videojuegos online le robaron impunemente toda su base de datos de millones de jugadores en todo el mundo, o cuando a una empresa de financiación le robaron los datos de varios millones de titulares de tarjetas de crédito… pero la cruda realidad era que en un porcentaje elevadísimo de las ocasiones el robo no salía a la luz, para que la empresa robada no pasara por el desprestigio de reconocer que le habían birlado su información más confidencial en sus narices… y que no sabía quién había sido ni cómo lo había hecho. Y eso en el caso de que se enteraran del robo, que en muchos casos, ni eso.

La seguridad informática, como todos los tipos de seguridad, es cara, y sus resultados no se ven fácilmente. Mucho director de tecnología de la información, de forma miope, irracional o directamente criminal, decidía dotar de más o menos dinero a las distintas áreas en función de los resultados obtenidos. Una podía presumir de haber creado un nuevo sistema o un nuevo dispositivo. Otra, de haber expandido el negocio, y otra más, de haber mejorado los márgenes… y ¿qué resultados obtiene un buen área de seguridad? Todos son negativos: No hemos tenido robos; No se han producido ataques exitosos; No se han satisfecho chantajes. No hay novedad reseñable. No; No; No… Muchos pensaron que estaban tirando el dinero que invertían en «seguridad informática». Restringieron las inversiones. Todos se arrepintieron, tarde o temprano.

Pero todo esto no era nada comparado con el robo sistemático, organizado y global de información que perpetraban todas las grandes compañías tecnológicas, con la anuencia y colaboración de los gobiernos… o sin ella. Toda la actividad en la red de cada persona era monitorizada, almacenada, controlada y estudiada al microscopio mediante poderosos algoritmos de minería de datos, y no sólo una vez. Cada compañía de telecomunicaciones, cada compañía de contenidos, de software, cada plataforma de juegos… todo el mundo almacenaba todo el tráfico que pasaba por sus servidores y se analizaba para determinar quién se comunicaba con quién, qué distintos alias tenía cada quién, cómo vivían, qué compraban y qué gustos tenían… todo el mundo. En el siglo XXI no había privacidad. No había ni siquiera ilusión de privacidad. Era la selva.

En ese momento apareció BEGIN. De momento no hizo nada en esta área, salvo sacar de la red toda la información realmente sensible, que pasó a almacenarse en salas blindadas y electrónicamente protegidas, completamente aisladas de la red de redes, y prohibir capturar información que no fuera estrictamente necesaria para realizar las transacciones. A partir de ahí, su estrategia, sus movimientos fueron opacos para la competencia. No había hacker que pudiera llegar a ellos, pues no estaban en la red. Y eran movimientos muy sencillos, en realidad.

Adquirió ciertas compañías de telecomunicaciones y esas compañías comenzaron a aplicar precios justos por sus servicios, sin almacenar información ni buscar nichos de clientes ni segmentar el mercado ni aplicar ninguna de las técnicas de marketing que se habían vuelto tan comunes, incluso reduciendo al mínimo la publicidad. Revolucionó el mercado simplemente dando servicio. Atendiendo a sus clientes con diligencia, resolviendo sus problemas cuando los tenían, no cobrándoles continuamente servicios no contratados ni obligándoles a llamar a teléfonos de pago para comunicarse con ellos, dándoles de baja de forma diligente si lo solicitaban… Nada espectacular, tan solo dando un buen servicio por un precio adecuado. Hacer lo de toda la vida: cuidar al cliente. Muy fácil. ¡La revolución!

El boca a boca funcionó rápidamente y muchos ciudadanos cambiaron de compañía, para comprobar que efectivamente recibían el servicio prometido al precio contratado, sin más artificios ni estafas. El resto de compañías no tuvieron más remedio que seguir el camino. Era eso o quedarse fuera.

Luego, BEGIN se negó a compartir información con ningún gobierno. Porque no la tenía: no la almacenaba, así que no podía acceder a ella, pero además, y esto lo recalcaban sus responsables cada vez que podían, aunque la tuvieran no se la entregarían a nadie. Era de sus clientes, no suya, ellos eran meros depositarios y no la compartirían con nadie. Si la necesitaban, concluían, pídansela a sus verdaderos dueños: los ciudadanos.

Como es de suponer, la mayor parte de poderes fácticos y gobiernos intentaron eliminar a tan insumiso jugador en un área tan sensible como el de la información, y para ello utilizaron todos los medios a su alcance. Promulgaron normas, leyes, condicionantes… BEGIN no se inmutó, como de costumbre. Siguió a lo suyo. Únicamente avisó a los gobiernos e instancias judiciales involucrados que, si intentaban paralizar su actividad mediante métodos que terminaran en juicio, explicarían al señor juez todos y cada uno de los documentos, requisitorias y peticiones ilegales que les habían enviado en el pasado, para que éste pudiera juzgar la cuestión de la mejor forma posible. Si esa información llegaba al conocimiento del gran público… bien, ellos no podrían hacer nada por evitarlo.

Esto no podían tolerarlo los gobiernos de cualquier país y signo político, pues seguramente significaría su caída. Entonces comenzaron a negociar. Llevaban toda la vida negociando, la negociación es la actividad básica de la política. BEGIN no negoció nada. No tenía nada que negociar. Su negocio era muy sencillo: dar a los clientes el servicio prometido y cobrar por él lo estipulado. Y nada más. Como siempre decían: «los contratos están para cumplirlos». De ahí no hubo forma de sacarles.

Años hubo de pelea legal, de amenazas, de decisiones unilaterales, de intentos de expropiación… Al final la propia presión de los ciudadanos terminó con las disputas. No estaban dispuestos a ser engañados, a que sus datos fueran robados impunemente por nadie, ni siquiera por gobiernos más o menos bienintencionados que los usarían para aumentar la seguridad global y eliminar amenazas de atentados y todo eso… pero sobre todo para todo eso. Ya no colaba.

Se inició una nueva era de transparencia global. Una era de honestidad, de volver a hacer negocios de forma limpia y sincera, sin engaños, sin amenazas, sin incumplimientos ni ayuditas bajo cuerda de la Administración de turno, sin sobornos, propinas ni gavelas. Y así continuaba.

Dmitri Kopskoff, además de preparar un té excepcional, era, como no podía ser de otra forma en BEGIN, un brillante orador además de un eficaz director de su área. La reunión, que duró toda la mañana como estaba previsto, fue nuevamente muy instructiva para Silvia. Estuvieron hablando largo y tendido de los planes estratégicos de la compañía, cómo pensaba aumentar su presencia en los pocos países donde aún no había podido establecerse, cómo mejorar el servicio donde ya estaban, qué nuevas aplicaciones poner a disposición de los clientes… Las cuatro horas pasaron en un suspiro para Silvia, que cada vez estaba más impresionada con la capacidad de BEGIN en todas las áreas.

Al finalizar la reunión, Silvia se despidió de Kopskoff y se dirigió a su despacho para dejar allí las notas que había tomado antes de salir a tomar su frugal almuerzo, pero al doblar una esquina del pasillo se dio de bruces con el mismísimo Francis Barrash en persona, que se hizo el encontradizo con ella. Silvia estaba casi segura de que el encuentro no era casual, pero decidió hacer como si lo fuera.

—Hola, Silvia —saludó afectuosamente Francis—, ¿cómo van tus reuniones? —la tomó del brazo y la acompañó hacia su despacho.

—Bien, estupendamente —contestó Silvia. Si se dio cuenta de que Francis estaba más demacrado que la última vez que le vio, hacía menos de dos semanas, no lo expresó—. He aprendido muchísimo de BEGIN y de cómo hace las cosas. A pesar de que tenía toda la documentación que me habías pasado y de que la había leído concienzudamente, las reuniones están siendo fascinantes… e interesantísimas.

—Bien, bien… permíteme una pregunta, Silvia —dijo Barrash justo al llegar a la puerta del despacho de Silvia—. ¿Cuál es la impresión general que tienes hasta ahora? Ya sé que es un atraco, así de sopetón, pero de todos modos, ¿qué te parece hasta aquí cómo hacemos las cosas? ¿Qué crees tú que se puede mejorar en BEGIN?

Silvia se detuvo un instante, y a continuación abrió la puerta e hizo un gesto invitando a Barrash a entrar. Éste lo hizo, seguido de Silvia, pero no se sentó.

—No se trata de que me hagas una tesis, Silvia —dijo Barrash—, sino de que me des tu primera impresión, ahora que llevas un par de semanas con nosotros. No dispongo de mucho tiempo, en realidad.

—Pues… no es fácil de resumir en un par de minutos —repuso Silvia, pensativa—, pero si tuviera que hacerlo, diría que lo que ha hecho BEGIN es, sobre todo, eliminar complejidad.

—¿Complejidad? —Francis abrió más los ojos, expectante.

—Sí, complejidad —Silvia se afirmó. Ahora estaba en su terreno, el de explicar las actitudes y acciones humanas—. El mundo antes de BEGIN era un mundo muy complejo. Lleno de normas complicadas e incluso contradictorias, de interpretaciones, de oscuras maniobras en la oscuridad. De productos tecnológicos complejos, de ofertas comerciales complejas, por no decir incomprensibles, de productos financieros complejos, seguros complejos, impuestos complicadísimos… El mundo de la letra pequeña. El mundo de la complejidad.

—Sí —Barrash seguía con interés el razonamiento de Silvia.

—Por no hablar de la cantidad de intermediarios, comisionistas y conseguidores que siempre aparecen en un sistema así de complejo. Sobornos, dádivas y gavelas de todo tipo estaban a la orden del día. Y, claro, para poder soportar tanto «coste oculto», los precios debían ser mucho más altos de lo que deberían ser. Muchas bocas que alimentar, muchas comisiones que pagar…

—Correcto —Barrash estaba cada vez más interesado.

—Pero entonces aparece BEGIN y comienza a hacer lo contrario. Justo lo contrario. Empieza a ofrecer productos sencillos, sin dobleces, sin cláusulas adicionales. A un precio competitivo, por no decir bajo… o justo, como sé que te gusta decir siempre. No paga ni cobra sobornos, ni comisiones, ni sobres bajo cuerda ni cantidad alguna para «engrasar el engranaje». Todo legal, todo transparente —Francis asintió, encantado—. Lo que hace es sencillo: vuelve a colocar al cliente en el centro. El objetivo de BEGIN es dar servicio a sus clientes, no ganar dinero. El dinero vendrá como resultado del buen servicio. A la gente corriente no le importa pagar un precio justo por un servicio bien prestado, lo que le molesta es que le tomen el pelo. Con BEGIN se acabó el tomar el pelo al personal. Se acabaron las condiciones abusivas, la letra pequeña, las cláusulas ininteligibles en los contratos. Se terminó el demorar pagos con cualquier excusa. Se acabó el escudarse en legislaciones incomprensibles para llevarse el gato al agua. En resumen, pues, se acabó la complejidad.

Silvia hizo una pausa. Francis no dijo nada, sólo continuó atento a las palabras de la socióloga. Por fin Silvia concluyó su resumen.

—La complejidad es buena para que medren multitud de políticos ineptos, empresarios corruptos y personajes de todo tipo que se hacen de oro aprovechando precisamente los recovecos del sistema. Lo que ha hecho BEGIN es muy simple —finalizó Silvia—. Ha cambiado complejidad por sencillez. Nada más. ¡Y nada menos!

Francis Barrash estaba satisfecho de lo que había oído, no cabía duda. Sonrió a Silvia, hizo una ligerísima reverencia y se dirigió hacia la puerta del despacho. Justo antes de abrirla se detuvo, se volvió hacia Silvia y dijo:

—Gracias, Silvia. Ha sido un resumen muy acertado, muy… inspirado, creo yo. Enhorabuena. Debo dejarte, lo siento… —se volvió de nuevo, abrió la puerta y salió del despacho.

Si Silvia le escuchó decir entre dientes mientras salía «No, no me he equivocado… ¡es perfecta… será perfecta!», no hizo nada que sugiriera que lo había oído.

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