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51 – INTERLUDIO

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51 – INTERLUDIO

29 de octubre, 1983

Durante todo el transcurso del año 1983 Javier tenía la sensación de dirigir un circo de tres pistas. O de cuatro o cinco… Y sin embargo estaba exultante. Sus planes iban cumpliéndose poco a poco y él estaba cada vez más ilusionado, casi como poseído.

Tras haber contratado el alquiler del apartamento en Nueva York, ahora podía desplazarse allí con comodidad con el TaqEn. Ya tenía dos «puertas estelares», como jocosamente él mismo las había bautizado, en 1983: la de su piso alquilado en la zona de Ópera de Madrid y la del también alquilado apartamento neoyorquino. En 2017 tenía también ya varias: los apartamentos adquiridos en cada ciudad, más su piso de Logroño y su apartamento de Benicassim. En unos meses, entre 1984 y 1986, comenzaría a adquirir los mismos apartamentos que ya había comprado en 2017… o hacía sólo unos meses, según contara el tiempo. ¡Qué raro era todo!, se decía con frecuencia.

Había ido vendiendo los bonos del Tesoro al portador en diferentes paquetes y en diferentes bancos estadounidenses y londinenses. A pesar de la prevención que tenía sobre que quizás estuvieran marcados, no había tenido el menor problema y los había convertido en efectivo que había repartido entre sus diversos depósitos y sociedades. Si no fuera por la hoja electrónica guardada en su ordenador portátil no tendría ni idea de dónde estaba invertido cada pedacito. En ella anotaba la cuenta o depósito y el banco en que estaba, a nombre de quién estaba dicha cuenta, la fecha, el tipo de activo en que estaba invertido, el precio de entrada y el importe de la operación, así como el día y el precio objetivo de salida. Todo su plan y toda su vida, o mejor, sus vidas, estaban archivados en esa hoja electrónica, hoja de la que hacía varias copias de seguridad que guardaba en distintos dispositivos y lugares cada vez que la actualizaba. Si la perdía por cualquier motivo tendría serios problemas para organizarlo todo de nuevo.

Había establecido sociedades patrimoniales con sede en las ocho ciudades que le interesaban, los principales centros financieros de Occidente, las había dotado de fondos y señalado la política de inversión a sus gestores. De momento debía fiarse de que ejecutaran sus órdenes con precisión. Más adelante pensaba controlar que así lo hicieran saltando a uno de sus apartamentos al futuro próximo, por ejemplo uno o dos meses después de la ejecución de la orden, y revisar entonces que los fondos estuvieran como debían estar; si encontrara cualquier incidencia, como que la gestora se hubiera «olvidado» de ejecutar alguna orden o se hubiera «confundido» al ejecutarla, entonces volvería inmediatamente al pasado, justo al momento posterior a dar la orden, y la cancelaría… junto con todas sus cuentas en esa gestora. Sería complicado, pero no estaba dispuesto a que ningún gestor desaprensivo le robara ni un centavo.

Había viajado a diferentes lugares y momentos para dar las órdenes oportunas que indicaban sus hojas electrónicas de resumen de cotizaciones del futuro, comprando lo que iba a subir y vendiendo lo que iba a bajar, al menos la mayor parte de las veces, ya que de vez cuando «se equivocaba» para no dar la sensación de infalibilidad absoluta. Su patrimonio subía velozmente, ahora sí, aunque a costa de un gran esfuerzo por su parte. Esperaba ansioso la invención y proliferación de internet para facilitarle la vida, pero para eso faltaban todavía entre diez y quince años del tiempo de 1983.

También había seleccionado agencias de Real Estate en las diferentes ciudades que le interesaban y les había dado el mandato de buscar un apartamento de un tipo muy preciso situado en una zona muy concreta en cada ciudad. En su momento comenzaría a dar resultados su búsqueda.

En cuanto estuvo operativa la sociedad offshore encargada al bufete de Masters, Smith & Bolton, la dotó de un importante capital que empezó a mover inmediatamente… con bastante éxito.

Y se veía con Marion. Siempre que podía, aunque coordinando cuidadosamente las fechas en su tiempo local para que fuera fin de semana y ella estuviera disponible. Cuando se desplazaba a Nueva York, siempre a su apartamento alquilado y no ya en avión, sino mediante el TaqEn, tomaba una habitación de hotel a nombre de Thomas Carpenter y luego llamaba a Marion al despacho o bien a su casa para quedar con ella. Cada encuentro era maravilloso. Para ella quizás habían pasado una o dos semanas desde el último, pero para él solamente eran uno o dos días, tanto necesitaba estar con su amada.

Generalmente quedaban para cenar y luego pasaban la noche en el hotel. En su piso no era posible, le comentó Marion, puesto que su apartamento era muy pequeño y ella vivía con una compañera de piso… no, no estaría bien molestarla, así que usaban los hoteles en que se alojaba Javier-Thomas. En ocasiones Thomas Carpenter tenía que volver a su Tulsa natal o volar a Europa o lo que fuera, pero siempre que podía se quedaba el fin de semana completo con Marion, paseando por Nueva York, yendo a museos o espectáculos de los que hacen a la metrópoli neoyorquina la capital del mundo, o simplemente quedándose encerrados en la habitación del hotel. La pasión de los primeros días estaba dejando paso a un amor más plácido y placentero. Estaban perdidamente enamorados el uno del otro.

Y sin embargo, las cada vez más frecuentes elusivas respuestas de Javier ante preguntas de Marion sobre su vida, su familia, su empresa y sus proyectos estaban comenzando a crear una sutil e invisible barrera entre ambos. En un par de ocasiones Marion se enfadó de veras ante la negativa de Javier a responder a preguntas de muy fácil respuesta, como «¿cuál es el nombre de tu compañía?» o «dime tu número de teléfono para poder llamarte». Respondía que el nombre de su compañía no importaba, o que estaban cambiando la empresa de razón social o cualquier cosa que se le ocurriera. Había descartado dar ningún nombre concreto porque conocía la pericia como abogado de Marion y estaba seguro de que investigaría sobre cualquier denominación que le diera, para descubrir o bien que la compañía no existía o bien que no había ningún Thomas Carpenter dirigiendo nada allí. Y en cuanto al número de teléfono, siempre estaba viajando y no sabía dónde iba a estar el día siguiente…

No colaba. Marion estaba cada vez más incómoda con la situación e incluso a finales de agosto se había negado a verse con él. Los secretos estaban minando su relación hasta el punto de que Javier estuvo considerando seriamente la posibilidad de confesar cuál era la verdad a su amante. No lo hizo. Primero, porque seguramente le tomaría por loco. Un loco peligroso. Y en segundo lugar, porque en el caso de que se lo creyera… ¿qué lugar reservaría a Marion en el futuro que le esperaba?

Cada vez tenía más claro que esta relación no tenía ninguna posibilidad de prosperar en el futuro… en ninguno de sus futuros, pero se resistía a cortar, esperando quizás que ella lo hiciera. Pero Marion tampoco lo hacía, por la misma razón que él: sus encuentros eran tan apasionados, tan perfectos, que entre los brazos del otro ambos se olvidaban de todo.

En septiembre de 1983 Javier sabía que debía dejar de usar los pasaportes y las identidades que había utilizado hasta ahora, todas ellas reales, de personas existentes pero que habían fallecido o lo iban a hacer en muy pocos meses. Entre ellas estaba la de Thomas Carpenter que usaba en sus encuentros amorosos con Marion, puesto que el verdadero Thomas Carpenter reposaba en paz en una tumba de Tulsa desde hacía cinco meses y su identidad podía dejar de ser segura en cualquier momento. Por ello concibió una estrategia para obtener pasaportes nuevos a nuevos nombres sin historia ninguna. Resultó ser relativamente sencillo, al menos comparado con su aventura de Phoenix.

Una vez supo cuáles eran los documentos necesarios para solicitar un pasaporte estadounidense en 1983, comenzó a moverse. Fue al registro civil de Boston y solicitó un certificado de nacimiento a nombre de John Fuller, nacido en Boston, uno de sus pasaportes reales adquiridos en 2017. Le pidieron que rellenara una solicitud y, tras el pago de las tasas, unos pocos dólares, le dieron un resguardo para recoger el certificado dos días después. Al llegar la fecha, tomó el geolocalizador espaciométrico y se lo guardó en el bolsillo antes de pasar de nuevo por el registro civil a recoger el documento. Una vez allí fingió sufrir un mareo debido a una bajada de azúcar. Cuando le atendieron explicó que era diabético y que debía inyectarse insulina de inmediato… ¿podían llevarle a un lugar tranquilo para poder hacerlo? Enseñó una jeringuilla desechable y un frasco de insulina que había comprado previamente en una farmacia para reforzar su petición. Inmediatamente le llevaron dentro, al baño de empleados del registro, donde entró en un cubículo, cerró y pulsó el botón del geolocalizador. Cinco minutos después salía, con mejor cara y agradeciendo a todo el mundo que se hubieran portado tan bien con él, y también con las coordenadas exactas del baño de empleados del registro civil. Todos se alegraron de que estuviera mejor y le acompañaron amablemente a la salida.

Ahora que sabía cómo era un certificado de nacimiento estadounidense y que había constatado que no había cámaras de seguridad, puesto que en 1983 todavía no las habían instalado, estaba en disposición de emitir los que necesitara. En cuanto llegó a su piso neoyorquino programó el TaqEn para viajar al baño del registro bostoniano el domingo anterior a las tres de la mañana. Una vez allí, salió a la zona de trabajo de los funcionarios, completamente vacía, y se hizo con certificados de nacimiento en blanco, unos pocos. Volvió al baño y de allí a su piso neoyorquino. Con la máquina de escribir que había comprado, de letra similar a la usada en los certificados, rellenó todos ellos con datos inventados, de personas nacidas en diferentes lugares y en diferentes fechas, pero con edades similares a la suya real. Cuando los tuvo rellenos volvió al baño del registro, esta vez a las tres y media de la mañana, y con los certificados que tenía buscó los sellos que validaban que era un certificado verídico y los aplicó en los lugares que correspondían. Una vez hecho esto, volvió de nuevo al baño y desapareció de allí, cargado de certificados de nacimiento absolutamente legales, pero de personas ficticias.

Con los certificados de nacimiento ya podía pedir el número de la Seguridad Social que necesitaría para prácticamente todo en Estados Unidos, ya que de facto funcionaba como el DNI español. Lo hizo en diferentes ciudades del Este de Estados Unidos: Nueva York, Boston, Philadelphia, Baltimore… Durante un cierto tiempo se había ido haciendo unas cuantas fotografías de estudio, todas ellas con diferente vestimenta y diferente aspecto: pelo corto o largo, teñido de un color u otro, barbilampiño o con incipiente barba o bigote… Armado con estos documentos fue a las oficinas del Departamento de Estado también en distintas ciudades donde, con el certificado de nacimiento, la tarjeta de la Seguridad Social original y una fotocopia, las fotos de pasaporte y el pago de las tasas correspondientes, solicitó los pasaportes, que estuvieron disponibles en unos días.

Como consecuencia de tanto ajetreo ya tenía varias identidades sólidas, oficiales y completamente irrastreables, porque llevarían finalmente a unos certificados de nacimiento de unas personas que, simplemente, no habían nacido.

Utilizó una técnica similar en el Reino Unido y en España, cada cual con sus peculiaridades. Al final del proceso tenía a su disposición dieciséis personalidades diferentes, completamente legales y listas para su uso.

Entonces comenzó a traspasar la propiedad de las sociedades a sus nuevos dueños, así como a crear sociedades nuevas, y posteriormente fueron las cuentas las que fueron paulatinamente traspasadas.

A finales de octubre de 1983 se había deshecho de prácticamente todas las identidades iniciales, las basadas en los documentos que había comprado y manipulado en 2017, y todo su capital estaba transferido a nombre de los nuevos dueños. Con dos de estas identidades alquiló nuevos pisos en Madrid y Nueva York y dejó los antiguos. Ya tenía una vida legal en 1983 en lugar de una robada. No, en realidad tenía dieciséis vidas legales… a veces Javier pensaba que iba a volverse esquizofrénico, si es que no lo estaba ya. Pero su plan marchaba a velocidad de crucero. Periódicamente iba dando las órdenes oportunas que le hacían ganar más y más dinero cada vez, y su patrimonio se iba incrementando con índices de crecimiento estratosféricos.

Sólo conservó el pasaporte de Thomas Carpenter. Lo necesitaba para poder seguir viendo a Marion el tiempo que pudiera antes de que la relación se rompiera definitivamente, pues sabía que tarde o temprano se rompería. Y efectivamente se rompió, pero por causas con las que no contaba.

El sábado 29 de octubre, en vísperas de Halloween, Marion le hizo un «truco o trato» a Javier-Thomas. Uno realmente bueno: le comunicó que estaba embarazada.

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