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53 – UNA DECISIÓN DIFÍCIL

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53 – UNA DECISIÓN DIFÍCIL

29 de octubre, 1983 - septiembre, 2017 - 7 de noviembre, 1983

—¿Em… barazada?

Javier se había quedado de piedra-pómez. La verdad es que era algo que no se le había pasado por la cabeza. Marion le dijo que tomaba medidas anticonceptivas, por lo que en 1983, antes de que la generalización del SIDA eliminara virtualmente las relaciones casuales sin preservativo, Javier no tomaba precaución alguna al hacer el amor con Marion. Además, acostumbrado a los anticonceptivos orales de su época, casi infalibles, no había caído en la posibilidad de que los que tomaba Marion en la década de los 80 pudieran fallar.

Pues fallaron. Le dijo que estaba embarazada de dos meses e inmediatamente le preguntó que qué iba a hacer él al respecto. Marion no se anduvo por las ramas ni un momento y le planteó de cara todas las dudas que tenía sobre él y su misteriosa vida. Aparecía y desaparecía como por ensalmo, cenaban, hacían el amor, paseaban, volvían a hacer el amor y se despedían hasta la semana siguiente o la otra… No sabía nada de él, dónde vivía, a qué se dedicaba, a dónde viajaba… ¡ni siquiera conocía su número de teléfono, por Dios, en 1983…! Javier casi se atraganta al pensar en su época de teléfonos móviles, smartphones, tablets y demás gadgets que permitían que todo el mundo estuviera conectado virtualmente cada minuto.

¿Qué iba a hacer ahora el gran Thomas Carpenter, ocupado empresario de éxito, con su embarazo?, terminó dramáticamente Marion su discurso.

Y Javier-Thomas se quedó sin habla. No sabía qué decir, ni qué pensar, ni cómo actuar. Estaba anonadado. Por un lado se había sentido feliz, orgulloso de tener un hijo, pero también estaba aterrado, porque iba a tener un hijo que sería ¡cuatro años más joven que él mismo! Y, además, no tenía ni la menor idea de cómo organizaría su vida con una mujer y un hijo. ¿Se los llevaba a Logroño, en 2107? ¿O se iba él a vivir definitivamente al Nueva York de 1983? No, esto último no podía ser, se dijo. En ese caso no podría ni acercarse a la conclusión de su gran plan, al que había dedicado muchísimo tiempo y esfuerzo… y en el que además creía, es más, sabía que era muy importante no para él, sino para la Humanidad en pleno. No, no podría sacrificar su plan de mejorar el mundo por crear una familia en el lugar y el tiempo equivocado. Era imposible, no podía ser. No.

¿No?

Y entonces… ¿qué ocurre con Marion, qué ocurre con nuestro hijo? ¿Cómo…? ¿De qué manera…?

Marion aguardaba una respuesta mientras esperaba cruzada de brazos en el medio de la enorme habitación del hotel. Y llevaba ya cinco minutos esperando mientras él la miraba con cara de vaca viendo pasar al tren… un tren de mercancías que acababa de arrollarle. Al fin consiguió ordenar sus ideas lo suficiente como para contestar algo conexo. No muy afortunado, pero conexo. Incluso prácticamente no balbuceó nada.

—Bueno, cariño, no te preocupes, todo irá bien, va a ser estupendo, todo saldrá bien, al bebé no habrá de faltarle de nada… a ninguno de los dos os faltará nada…

Marion explotó. Mientras se desahogaba llamándole cretino, egoísta, cruel, embaucador y algunas cosas más de peor sonido, Javier no podía por menos que asentir, porque la verdad era que tenía toda la razón. Era un egoísta, por pensar más en llevar a cabo su gran plan que en sí mismo y los que tenía alrededor. Era cruel, por mantener una relación imposible con una hermosa e inteligente mujer que no se merecía ese trato. Era un embaucador consumado, no sólo en lo que respecta a ella, sino a todo el mundo. Vivía en una constante mentira. En resumen, sí, era un cretino. Un cretino integral.

Cuando Marion dejó de gritar se volvió hacia la puerta, la abrió y se fue dando un portazo.

Javier se quedó solo, reflexionando profundamente durante horas. Incluso se olvidó de cenar mientras intentaba dar con una solución al dilema. No podía dejar abandonada a su suerte a Marion ni mucho menos a su hijo. No estaba en su naturaleza. Pero no podía tampoco adoptar una salida más tradicional, como casarse y establecerse con su mujer y su hijo en 1984. Y no se le ocurría ninguna solución intermedia.

Al final dejó la habitación del hotel en medio de la noche, fue a su apartamento alquilado, programó el TaqEn y viajó a Logroño, a la calma y la soledad de su casa de toda la vida, el piso heredado de sus padres, para poder pensar. Caía una suave lluvia otoñal, dado que en Logroño era ya septiembre de 2017. Cada vez que viajaba al pasado y volvía a su época lo hacía teniendo en cuenta llegar siempre después de haber salido, no por mucho, pero sí lo suficiente como para que su vida «normal» al menos tuviese un hilo temporal coherente al que agarrarse. A veces volvía unas horas después, a veces uno o dos días, nunca más, pues no quería arriesgarse a tener sorpresas.

Ya en Logroño puso en el estéreo su «música de pensar», la impresionante Sinfonía número 3, de las Lamentaciones, de Heinryk Gorecki, y, dejándose llevar por la obstinada melodía que se repite una vez y otra y otra más mientras salta de los contrabajos a los violonchelos, de estos a las violas y de éstas a los violines segundos y por fin a los primeros, consiguió pergeñar un plan aceptable, al menos para él. Un plan que le dolía en el alma y le hizo muy desgraciado, pero el único aceptable.

Rompería con ella. Definitivamente. Por mucho que le doliera, rompería con ella. No podía seguir con su relación. Sería malo para ella y para él. Tenía que dejarla libre de rehacer su vida.

Desde luego no iba a pedirle que abortara, ni tampoco que no lo hiciera. Sería decisión de Marion, y él no interferiría en absoluto. En cualquier caso, establecería un fideicomiso dotado de una buena cantidad de dólares, no excesiva, pero suficiente para poder asegurar el futuro de Marion y de su hijo. La cifra que barajaba era de unos 300000 dólares, que en la época no estaba nada mal sin ser una cifra escandalosa.

Y se alejaría de ellos, al menos personalmente. Cerraría sus relaciones con Masters, Smith & Bolton… de todos modos Thomas Carpenter iba a fallecer en cualquier momento. Así dejaría de tener que ver a Miss Pollock. No intentaría ir a Chinatown ni llamaría más a Marion, salvo una carta de despedida que redactaría en la que se disculparía por todo y le haría entrega del fideicomiso. Ahora bien, no estaba dispuesto a dejar de saber de ambos, de Marion y del bebé, por lo que contrataría una agencia de detectives que debería informarle periódicamente de sus movimientos, de su vida. A Marion la quería muchísimo, y su hijo… Pero su peculiar situación no le permitía tomar otra decisión. En ningún momento se planteó olvidarse de su plan para salvar al mundo… no podía hacerlo, era superior a sus fuerzas. Sólo pensar en ello le ponía enfermo.

Intentó empezar a escribir la carta… varias veces… pero no pasaba del encabezamiento. Bueno, pensó, debería esperar a tener la cabeza más fría. Se puso una chaqueta, agarró un paraguas y se fue a pasear por su Logroño bajo la melancólica lluvia, esperando que sus calles familiares y acogedoras le sirvieran como un bálsamo, y poco a poco lo hicieron. Acabó en una taberna muy conocida degustando varias tapas típicas acompañadas de un par de vasos o tres de vino de Rioja. Desde luego, concedió, lo que no pudiera arreglar un buen vino de Rioja no lo arreglaba nadie.

Al llegar a su piso de nuevo se sentó en la mesa del despacho y redactó del tirón la carta en español. Le era imposible escribir semejante carta en inglés, por muy bilingüe que fuera. Hay cosas que sólo pueden decirse y expresarse en el idioma materno, el que se ha mamado con la leche de la madre. Una vez acabada la tradujo al inglés. No era una traducción perfecta, pues no expresaba exactamente sus sentimientos, pero serviría.

Al día siguiente volvió a desplazarse a Nueva York, el día 7 de noviembre del 83, un lunes nueve días después de haber salido, aunque para él hubiera sido el día anterior. Buscó un bufete de abogados y les encargó la creación del fideicomiso dotado con 400000 dólares. Más valía pasarse un poco que quedarse corto, pensó. Terminado el asunto, que por lo que vio era rutinario para el bufete, localizó una agencia de detectives y les hizo el encargo de seguir la vida de Marion y de su bebé, si lo tenía, y que le remitieran los informes a su apartamento. Pagó varios años de trabajo por adelantado. Por fin depositó en un buzón su carta, en la que enterraba definitivamente varios meses de apasionado romance. Sabía que quedaría como un cerdo, pero no había otro remedio.

Cansado más anímica que físicamente, volvió a su apartamento para viajar inmediatamente a Logroño de nuevo y meterse en la cama para dormir doce horas… Había hecho lo posible. Estaba emocionalmente destrozado, pero tranquilo. El bienestar futuro de la Humanidad demandaba la infelicidad de un par de míseros seres humanos, así que decidió ofrecer esa infelicidad, la de ellos dos, en el ara de sacrificios del dios de la burla y del retruécano.

Tardó en dormirse, pero cuando por fin lo hizo estuvo durmiendo catorce horas seguidas.

Cuando se levantó era un hombre nuevo. Apesadumbrado, hambriento y triste, pero nuevo. Había aprendido la lección.

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