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1 – DESCUBRIMIENTO

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17 de junio, 2016

Javier López Berrio no estaba para fiestas. El joven paleontólogo riojano decidió que no iba a ir a la maldita fiesta. Todo el resto de integrantes de la excavación lo haría, claro está. Una excavación en un yacimiento arqueológico dejado de la mano de Dios no es un lugar muy divertido, así que todo el mundo iría encantado a la fiesta de inauguración de la temporada buscando algo de diversión y un poco de alcohol. Algo lógico, sobre todo en esta excavación del Valle de Leza, en la Rioja, al norte de España, tan pequeña y aislada que quienes allí trabajaban apenas tenían contacto con el exterior una vez que comenzaba de verdad el trabajo.

El yacimiento estaba ubicado en pleno cañón del Leza, un espectacular cañón excavado por el río del mismo nombre a lo largo de millones de años, un lugar bellísimo donde hacía bastantes años que se habían encontrado huellas de dinosaurios, pero en el que recientemente se había descubierto una gruta con algunas pinturas rupestres en no muy buen estado y restos humanos datados hacía unos 20000 años. Algunos expertos aseguraron que el yacimiento podría ser tan importante como la Gruta de Lascaux o la de Altamira, aunque otros ciertamente lo dudaron. En cualquier caso, la Universidad de La Rioja vio su oportunidad para estar en primera línea de la investigación arqueológica, así que organizó rápidamente un equipo para profundizar en el conocimiento de la Gruta de Leza. Un equipo pequeño, nada que ver con el nutrido grupo que trabajaba en Atapuerca, muy cerca de allí, pues la propia Universidad riojana era pequeña y con pocos recursos. Eso sí, compensaban la escasez de medios con un gran entusiasmo.

Ésta de 2016 era ya la tercera temporada de excavaciones; las dos primeras habían reportado alguna pintura interesante pero no muy bien conservada, bastantes restos líticos, unos cuantos huesos humanos, bastantes más de otros animales como osos y venados y muchas expectativas de encontrar algo realmente valioso en las dos galerías que un desprendimiento había cegado hacía miles de años. Sin embargo, según revelaron las exploraciones geológicas con radar, tras ese tapón pedregoso ambas galerías estaban expeditas, y una vez se despejara de tierra y piedras la entrada podían contener cualesquiera maravillas… o no, pero eso lo verían cuando por fin pudieran entrar. En la temporada pasada habían prácticamente terminado de despejar la entrada de la galería de la derecha, pero la campaña llegó abruptamente a su fin a mediados de septiembre, cuando una furiosa tormenta produjo una enorme crecida del río que dejó impracticable el campamento… y que casi se lleva por delante a buena parte de los integrantes del equipo. Tuvieron que recoger precipitadamente todo lo que pudieron salvar, que no fue mucho, y posponer todo hasta esta campaña de 2016.

Javier había participado en las dos campañas anteriores, en los veranos de 2014 y 2015. Había acabado la carrera de Paleontología dos años antes de que se descubriera la gruta de Leza y el nuevo yacimiento, y tanto él como su novia, Inma, habían presentado su solicitud para trabajar en la excavación. Se habían conocido en el primer año de la carrera, juntos la habían estudiado, juntos la terminaron y ambos habían sido admitidos en el Departamento de Paleontología de la Universidad gracias a que ese año se habían jubilado dos de los profesores y otro más había pedido el traslado a la mucho más prestigiosa Universidad Autónoma de Madrid. No había sido un mal negocio para la siempre escasa de recursos universidad riojana: cambiar tres profesores con experiencia y con muchos trienios, y por tanto con sueldo elevado, por dos recién licenciados mucho más baratos… así se hacían las cosas en España aquellos años de crisis inmisericorde, a pesar de lo cual ambos, Javier e Inma, se sintieron las personas más dichosas de la Tierra. Cuando se planteó formar un equipo para estudiar el yacimiento, a ambos les pareció natural solicitar participar en la excavación que dirigiría el prestigioso arqueólogo Julio Pérez de Ávila, de la Universidad de Sevilla. No se pagaba mucho a los nuevos adjuntos, pero era una gran oportunidad de practicar su especialidad sobre el terreno en lugar de en los despachos, así que no lo dudaron.

Lo que no se podía imaginar Javier es que el gran Julio Pérez de Ávila, además de un reconocido arqueólogo, fuera un consumado galán. En las dos campañas anteriores había desplegado sus encantos con toda mujer bella que se le pusiera a tiro… e Inma lo era, vaya si lo era. Alta, morena, con unos ojos negros que derrochaban fuego y un cuerpo dotado de las curvas exactas en el lugar apropiado, Inmaculada Fernández era

una mujer de bandera, como se decía en aquellos lejanos tiempos del siglo pasado en los que los hombres sabían cómo piropear a una dama.

El mismo día de la gran tormenta que acabó con la campaña de 2015 Inma y Javier tuvieron su propia tormenta particular… que dejó a Javier compuesto y sin novia, literalmente. Comenzaron a salir en segundo año de la carrera y al poco tiempo eran novios, aunque la palabra «novios» no estaba precisamente muy de moda en esos tiempos. Estaban muy enamorados y lo demostraban siempre que podían, pero una vez acabada la carrera, y habiendo comenzado a trabajar juntos, se fueron poniendo de manifiesto algunas diferencias de carácter entre ambos. Inma era ambiciosa, lo que está bien, quería convertirse en una paleontóloga de máximo nivel, lo que está bien también, y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para lograrlo, y eso a Javier le parecía mal.

Él, en cambio, era perfeccionista, amante del trabajo bien hecho, idealista y muy poco dispuesto a buscar atajos para ascender en su escalafón profesional. Poco a poco Inma había ido distanciándose de Javier de forma imperceptible, pero continua, y la irrupción del bien parecido Julio Pérez de Ávila con su elegante galantería sólo había precipitado lo que, desde el punto de vista de Inma, era una ruptura anunciada.

Al acabar la campaña de 2015 Inma solicitó su traslado a la Universidad de Sevilla, donde casualmente Julio necesitaba incorporar un joven licenciado a su equipo. Un par de meses después, Julio e Inma eran amantes y otro mes más tarde Inma vivía ya con Julio. Javier, hombre tranquilo, reflexivo y muy reservado, lo pasó mal, sobre todo porque, aunque sabía que algo no iba demasiado bien entre ellos, no lo había visto venir, no se había percatado de los coqueteos entre ambos, tan enamorado estaba de Inma, y si ciertamente no montó alguna desagradable escena con su exnovia fue porque Logroño distaba ni más ni menos que 850 kilómetros de Sevilla. Con el paso de los meses y la distancia lo fue superando, así que cuando se estaban haciendo los preparativos para la campaña de 2016 no tuvo inconveniente en confirmar su participación, a sabiendas de que tanto Julio como Inma estarían también allí. Pensaba que lo había superado.

No lo había superado. Al poco de llegar y comenzar a montar el campamento tras el desastre de la campaña pasada tuvo una discusión con Julio, discusión que comenzó porque éste les ordenó a él y a otros tres colegas que habilitaran una nueva zona para levantar las tiendas del campamento, ya que la que usaron durante las dos primeras campañas estaba arruinada por la riada del año anterior. Entretanto, él e Inma «reconocerían el yacimiento», cosa que hicieron más o menos entre arrumacos y tonteos mientras Javier, Asier, Roberto y José Luis sudaban la gota gorda bajo un sol de justicia para limpiar una explanada lo suficientemente amplia como para dar cabida a todas las tiendas del campamento. Cuando por fin aparecieron los dos tortolitos, riendo a carcajadas y derrochando felicidad, Javier, derrotado por la paliza que se había dado, reventó. O mejor dicho, algo que ni siquiera sabía que tenía dentro reventó. Les increpó a voces, les recriminó que ellos dos hubieran estado remoloneando mientras los demás se mataban a trabajar, se enzarzaron en una riña cada vez más áspera, y de ahí a llamar a Inma «mujer que comercia con su cuerpo, horizontal, cuatro letras», y a Julio «mal hombre que vive de su mujer, ésa que comercia con su cuerpo, horizontal, cuatro letras» faltó poco. El ambiente estaba tan cargado como el famoso día de la tormenta de 2015, rayos y truenos incluidos, por mucho que José Luis y Asier intentaran poner calma, aunque ellos estaban derrengados también.

La mente analítica de Javier estaba sorprendida por su reacción visceral. Nunca había explotado de tal manera, y la parte reflexiva de sí mismo observaba estupefacta a la parte irracional y vociferante, casi desde fuera de su ser como si de un viaje astral se tratara, sin comprender del todo cómo era posible que Mr. Hyde hubiera tomado de esa forma el control de su cuerpo, dejando al pobre Dr. Jeckyll relegado como un mero espectador impotente…

Por fin Javier-Jeckyll se hizo con el control de sí mismo y arrinconó a Javier-Hyde en lo más profundo de su ser, y entonces se dio la vuelta y se largó lo más lejos que pudo, que no era mucho, en realidad. Los días siguientes, mientras se acababa de preparar todo para el comienzo oficial de los trabajos, Javier, por un lado, e Inma y Julio, por el otro, se ignoraron todo lo que pudieron, aunque eso, en un lugar tan pequeño, era bastante difícil. Una semana más tarde por fin se había acabado el trabajo preliminar y estaban preparados para comenzar a explorar de nuevo el yacimiento, momento en el que la tradición exigía que, aprovechando que era viernes, que la semana acababa y que tenían un fin de semana por delante, se hiciera una fiesta de inauguración de la campaña. Estas fiestas no eran nada del otro mundo: un estéreo y algo de música bailable, unas pizzas, unas cervezas y muchas ganas de pasarlo bien.

Javier no tenía la menor gana de «pasarlo bien» viendo a Julio e Inma «pasarlo bien». Tenía miedo de perder los estribos otra vez. Nunca antes le había pasado y le aterrorizaba que pudiera volver a ocurrir, por lo que decidió que este año la fiesta debería apañarse sin él, cosa que seguramente los demás comprenderían… y agradecerían. Ni siquiera buscó un pretexto del estilo de «estoy cansado», o «me duele la cabeza». Simplemente dijo que no contaran con él y nadie preguntó nada más. Javier era un buen paleontólogo, eso lo reconocía todo el mundo, pero no era lo que se dice un hombre de muchos amigos.

A las cinco y media de la tarde la música de Beyoncé comenzó a sonar en el estéreo, un poco demasiado alto para el gusto de Javier, que estaba leyendo en su tienda. Al poco se mezclaron las voces y risas de sus colegas, la música subió un poco más de volumen y pronto Beyoncé y Britney Spears fueron sustituidas por música electrónica… eso fue demasiado para Javier. Dejó el libro y decidió que daría una vuelta por la excavación para comprobar cómo estaba la galería, cosa que aún no había hecho en la semana que llevaban allí. Pensó en avisar a alguien de que iba a entrar en la gruta, pero eso significaría acercarse a la música, las risas y los bailes, así que decidió no hacerlo.

Tomó una linterna y se encaminó a la entrada de la gruta. La cancela que la había protegido de visitas inesperadas durante todo el invierno estaba ahora abierta, por lo que accedió al interior sin problemas. Una vez sus ojos se aclimataron a la escasa luz de la gruta, se dirigió a la galería de la derecha, la que a partir del lunes siguiente empezarían a atacar, comenzando por desbloquear el acceso. Su intención no era tanto revisar el estado de la excavación como alejarse del bullicio de la fiesta… y de sus sentimientos, pero una vez entró en la gruta tomó el control su mente intelectual, que comenzó a analizar todo lo que veía de forma profesional. Y rápidamente se dio cuenta de que había algo extraño: aunque se suponía que nadie debería haber hecho ningún trabajo en la gruta desde el precipitado abandono de la campaña anterior, la galería no estaba como quedó entonces. Parte de la tierra que obstruía la entrada aparecía removida, y alguna piedra que en la campaña pasada no estaba ahí ahora asomaba claramente entre la tierra. Quizás la gran tormenta del 2015 hubiera producido algún movimiento, o quizás había habido algún pequeño temblor que hiciera que se desplomara parte de la entrada, pero el caso es que ésta aparecía más despejada de lo que la dejaron el año anterior.

No debería, por supuesto, pero tanto su instinto de paleontólogo como su curiosidad le instaron a acercarse al tapón térreo. Lo revisó detalladamente… esta piedra tiene un saliente que permite agarrarla e intentar removerla… está dura, pero se mueve… poco, unos centímetros… parece que cede… un poco más… ¡Buff, casi me entierra!

La piedra al final salió, pero eso produjo un derrumbe de tierra y piedra que estuvo cerca de enterrar a Javier, que tuvo que dar un rápido salto hacia atrás para evitarlo.

Cuando el polvo se fue asentando y su corazón retomando su pulso normal, Javier tomó la linterna y revisó cómo había quedado el tapón. Su primera impresión había sido de frustración, pues pensaba que el derrumbe habría arruinado buena parte del trabajo de campañas pasadas, y no quería imaginarse la bronca que le iba a caer por parte de Julio, una bronca muy merecida, por otra parte, ya que, por mucho que le hubiera robado la novia, era el director de la excavación, y además muy competente. Pero al iluminar con la linterna el desastre vio con sorpresa que al extraer la piedra se había originado en la parte superior un hueco, un agujero irregular de alrededor de medio metro de diámetro que parecía dar acceso al interior de la galería. Sin pensárselo dos veces, se encaramó por el montón de tierra y piedra hasta llegar al hueco. Iluminó con la linterna a través del agujero y vio que la galería, tras el tapón, aparecía efectivamente expedita, aunque no vio ningún detalle de lo que había allí dentro.

En este momento Javier debería haberse vuelto a dar la noticia a sus colegas, pero eso significaría ir hacia la música y los bailes y las risas, así que decidió que no le apetecía estropearles la fiesta, por más que en el fondo sabía que lo que no le apetecía era sorprender a Julio e Inma disfrutando cada uno con la presencia del otro. Más adelante ya daría la noticia, la cueva no se iba a marchar entretanto.

Calculó si cabría por el agujero y dedujo que no, pero que si apartaba algo más de material haciéndolo más grande entonces sí podría pasar, y a ello se puso con entusiasmo. Media hora más tarde había agrandado el hueco lo suficiente como para poder pasar reptando. Se aseguró de que la linterna funcionaba perfectamente y, tomando aire, se introdujo por el hueco y reptó durante dos o tres metros hasta llegar a su final. Sólo cuando ya había pasado y estaba al otro lado, en la galería abierta, comenzó a pensar en algunos detalles prácticos: ¿sería capaz de hacer el camino de vuelta otra vez? ¿habría oxígeno suficiente en la cueva como para poder respirarlo? ¿aguantaría la batería de la linterna? Sobre la cobertura para el móvil no se preguntó nada, pues ya sabía que allí dentro no habría, dado que tampoco había fuera, en el valle.

Menudencias, se dijo, presa de la excitación. Era el primero que había pisado aquella galería en miles de años y no iba ahora a amilanarse por tonterías.

Comenzó a avanzar cuidadosamente, procurando no tocar nada que pudiera romperse. La galería continuaba durante unos veinte metros, en los que a primera vista y a la luz de la linterna no había nada interesante, y desembocaba en una sala aproximadamente circular, de quizás treinta metros de diámetro, en la que…

Javier se quedó sin aliento, y no por la falta de oxígeno, del que parecía que había una buena provisión. ¡La sala estaba decorada con multitud de pinturas! Barrió las paredes con el haz de su linterna y vio gran cantidad de pinturas, decenas, quizás algún centenar. Caballos, bisontes, osos, venados, captados con un realismo y un colorido que hacía que palideciese la propia Altamira, la llamada «Capilla Sixtina» del arte rupestre. Manos impregnadas en la roca, dibujos geométricos… ¡incluso figuras humanas! muy estilizadas, pero en las que se distinguían perfectamente hombres y mujeres, niños, escenas de caza con lanza… Desde luego que era para dejar sin aliento a cualquiera, cuanto más a un paleontólogo en plena expedición de descubrimiento.

Rodeó toda la sala iluminando las paredes con la linterna. Cada nuevo paso que daba quedaba más arrobado por lo que veía. Javier estaba boquiabierto, ni en sus mejores sueños podía Javier imaginar que existiera algo así. Aquello parecía un compendio del arte rupestre, como si todos los artistas de las cuevas más importantes, Altamira, Lascaux, Chauvet, Cussac, etc, hubieran peregrinado al Valle de Leza para dejar allí muestra de lo mejor de su arte. Aquello era, simplemente, demasiado para poderlo creer, era excesivo. Casi parecía un parque temático del arte del cuaternario.

No, un momento, se dijo, no podía ser, aquello era imposible. ¿Cómo podía ser que estuvieran juntas en el mismo lugar figuras de estilos y épocas tan diferentes? Su mente bien entrenada pronto le comenzó a informar de que algo debía estar mal, que aquello no podía ser. Por mucho que él fuera paleontólogo, especialista en el estudio de fósiles, también tenía una gran formación como arqueólogo, pues son dos disciplinas muy interrelacionadas, y sabía que esas figuras de estilos tan distintos eran muy, muy raras. Comenzó a dar otra vuelta alrededor de la sala, pero esta vez fijándose bien no sólo en las increíbles paredes, sino también en el suelo, y rápidamente encontró herramientas de sílex, restos de un hogar, algunos huesos…

Retrocedió hacia el centro de la estancia, con cuidado para no pisar nada y casi tropezó con una gran piedra más o menos rectangular que estaba situada en el centro de la Sala. Sobre ella había una figura tallada en piedra, una Venus paleolítica, la figura de la madre, la imagen de la fertilidad, con su gran abdomen y generosos pechos, y a su lado…

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