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5 – UNA CONFERENCIA

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»No se puede. Al menos, yo no puedo explicarlo. Y a partir de hechos como éste, no de éste en concreto, pues ocurrió la semana pasada, sino de otros similares, comencé a pensar que algo estaba mal en toda esta teoría del egoísmo inevitable, del egoísmo director diseñador de las acciones de todos los individuos. Comencé a pensar que quizás el egoísmo era el resultado de una serie de situaciones que, no teniendo por qué, se habían vuelto endémicas en toda sociedad humana. Si tú no tienes nada y alguien lo tiene todo, es más que probable que te preguntes si es posible cambiar la situación e intercambiar los papeles, pero ¿qué ocurriría si estuvieras satisfecho con tu vida, con tu situación? Y cuando me refiero a “satisfecho” no me refiero a la satisfacción temporal que se siente tras un éxito profesional, tras una buena comida o una buena relación sexual. Aquí “satisfecho” debe entenderse como “permanentemente satisfecho”, algo así como una satisfacción estructural, completa, que proviene de una aceptación total de las circunstancias y del papel que cada uno juega en ellas.

»¿Qué pensarían esos genes egoístas que gobiernan nuestros actos si tuvieran la certeza de que cualquier cambio sería a peor, de que cualquier acción para cambiar el status del individuo sería contraproducente no sólo para el individuo, sino para la supervivencia de los propios genes? Vale, los genes no “piensan”, pero los individuos sí. Entonces podemos reformular la pregunta anterior:

»¿Qué pensarían los individuos si tuvieran la certeza, la certeza

absoluta de que cualquier cambio sería a peor, de que cualquier acción para cambiar su status de individuo particular sería contraproducente para él mismo y para sus familiares y, por ende, para la sociedad en su conjunto?».

—Buena pregunta —interrumpió Barrash.

—Sí, buena pregunta, ya lo creo que sí —asintió Silvia, que tras otro trago de agua prosiguió imperturbable su charla… Una vez metida en harina en su especialidad parecía que no había forma de pararla.

«En efecto, históricamente no ha habido sociedades en que esta idílica situación fuera plausible. No está documentado ningún grupo humano en ninguna época de la historia en que estas circunstancias se dieran de forma absoluta y de forma prolongada en el tiempo, por lo que no es posible conjeturar qué hubiera ocurrido en ese caso. Sí que hubo filósofos que defendieron la bondad intrínseca del hombre frente a las tiránicas ideas de Hobbes y quienes tenían sus mismas ideas, por ejemplo el gran Jean Jacques Rousseau, coetáneo de Voltaire y Montesquieu, pero que sin embargo tuvo una visión más naturalista, más “buenista”, si es que la palabra existe en español. Pero, naturalmente, siguió siendo una batalla de ideas, en la que la posición social y las creencias religiosas de los contendientes, o la falta de ellas, orientaban la posición que cada pensador mantenía al respecto. Era, pues, una batalla adulterada desde el principio por los intereses más o menos bastardos de los integrantes de cada bando que,

mutatis mutandis, estaban siendo dirigidos cual marionetas por sus malditos genes egoístas. Y así ha sido hasta ahora.

»Como sabrás, en realidad sí que ha habido momentos en la historia en los que un cierto grupo humano ha parecido funcionar durante un tiempo en base a estos criterios de “perfección moral” que llevaban a alguna clase de “satisfacción plena”. Comunidades religiosas de diferentes creencias que se establecen para buscar un retiro espiritual, por ejemplo ciertos monasterios de clausura cristianos o budistas. Rebeldes a una causa, un monarca, una nación o un grupo competidor contra el que se levantan y forman un tipo de comunidad que lo comparte todo en aras a vencer a su enemigo. Comunas de corte anarquista que se establecen para practicar sus ideas ácratas… Sí, ciertamente ha habido ejemplos, pero no son relevantes por varias causas, normalmente por la escasa duración del experimento debido a causas exógenas, por ejemplo esos rebeldes que son finalmente masacrados por su enemigo, o por cambios en las circunstancias iniciales, como esa comuna anarquista en la que de pronto surge alguien que quiere a toda costa ser el líder, o el fallecimiento de los iniciales fundadores de la comunidad, que son reemplazados por otros que no tienen las mismas ideas…

»Yo también me preocupé de estos asuntos, centrales a la sociología y a la filosofía actual, pues son básicos para definir las relaciones entre las personas en tanto en cuanto forman una sociedad… aquello a lo que los sociólogos dedicamos nuestros estudios. No llegaba a ningún resultado, claro, como la práctica totalidad de mis colegas… hasta que un día se me ocurrió aplicar técnicas matemáticas al estudio de esta cuestión.

»La pregunta que en definitiva ha intentado responder la sociología desde su fundación, la misma que han intentado responder filósofos y pensadores desde la Antigüedad, es, expresada en términos coloquiales: ¿

Cuál es el estado normal del hombre, o mejor dicho, de la sociedad humana? ¿La batalla permanente por mejorar su status, sus recursos, sus condiciones particulares a costa de sus semejantes? ¿O quizás, satisfechas sus necesidades más íntimas, la sociedad tiende necesariamente a la cooperación desinteresada entre individuos, a la filantropía?

»Yo, una socióloga joven y recién licenciada, soñaba con ser capaz de dar de una vez por todas una respuesta definitiva a la pregunta. ¡Poder resolver el acertijo al que muchísimas mentes brillantes han dedicado años de estudio! ¿Egoísmo intrínseco o filantropía consustancial? En términos escolásticos, ¿el mal es inevitable o al final se impone el bien?

»Pronto me di cuenta de que aplicar los métodos tradicionales, los métodos lógicos, los que se han aplicado toda la vida, no me llevaría a ningún lado. Territorios una y mil veces transitados por gigantes como Kant, Descartes, Rousseau… Entonces me di cuenta de que si quería obtener conclusiones definitivas, medibles, contrastables, debería emplear un método radicalmente distinto para atacar el problema.

»Ya sabrá usted… ehhh, perdón, ya sabrás que no sólo estudié sociología en mis años mozos, sino también matemáticas y estadística. La estadística, porque es clave para la interpretación de resultados en este campo, pero las matemáticas puras no lo son tanto. En cuanto empecé mis estudios tuve la certeza de que era muy complicado llegar a ser un buen estadístico sin una buena base matemática, así que me matriculé también en “Ciencias Exactas”, como se siguen llamando en la Universidad de Salamanca, que para algo es una de las más antiguas del mundo. Y me enamoré de ellas. Terminé la carrera, simultaneándola como buenamente pude con Sociología, por puro placer, aun sabiendo que nunca, nunca me serviría para nada en mi profesión… Y hete aquí que de pronto, cuando apliqué al estudio del problema que me ocupaba una orientación matemática… de “Ciencias Exactas”, si se me permite la expresión, entonces resulta que el problema de determinar el cariz de las relaciones humanas en función de las circunstancias sí era atacable.

»Atacable, sí, pero virtualmente imposible. Para poder hacer algo así había que ponderar las dichosas y evanescentes circunstancias completas desde un punto de vista numérico, y eso es algo que nadie había hecho antes, porque es imposible o, al menos, es imposible hacerlo de modo práctico y eficaz para un grupo considerable de humanos, una nación, una ciudad… ¡no digamos para la Humanidad en su conjunto!».

Silvia quedó en silencio, pensando. Barrash respetó su silencio, animándola silenciosamente a continuar. Por fin, Silvia prosiguió:

—No sé cómo seguir, señor Barrash, sin empezar a escribir ecuaciones y más ecuaciones llenas de símbolos matemáticos.

—Seguro que puedes, Silvia. Y llámame Francis, por favor. Y tutéame.

—De acuerdo, lo intentaré, Francis —concedió Silvia, que retomó su exposición.

«Bien, el problema es, en primer lugar, discernir qué circunstancias ambientales y sociales afectan directamente a la

sensación de satisfacción de los seres humanos. Son infinidad de ellas, como es fácil imaginarse. Mirando a la sociedad en su conjunto son evidentes el régimen político imperante, que ofrezca más o menos libertades para el pueblo y su desarrollo, la situación económica general, el grado de corrupción de las castas dominantes, las ideas religiosas más implantadas y con qué fuerza lo estén, los factores migratorios, el sentimiento nacional… ésas son sólo quizás las más importantes, pero hay miles, tal vez millones de ellas. Y aún más si nos fijamos en las circunstancias que afectan al hombre particular, al individuo: la salud, las relaciones familiares, las sentimentales, las condiciones laborales…

»Hay que identificar y clasificar todas y cada una de estas posibles circunstancias, hasta la más estúpida, como que haya una interrupción temporal de unos minutos en el servicio telefónico, o que gane o pierda el equipo deportivo favorito de aquellos que lo tengan, o que la vecina con la que te cruzas por la calle te sonría o no… hasta el detalle más nimio suma, por así decirlo, en la sensación de satisfacción genérica de cada individuo. O resta, claro. Esto ya, de por sí, es algo dificilísimo de conseguir…

»Pero no es sólo eso, porque además es preciso asignar grados, o valores desde el punto matemático, a los posibles estados diferentes que pueden tener estas circunstancias. Es decir, asignar, por ejemplo, un valor de uno si la situación económica general es boyante, dos si es buena, tres si es estable, hasta ocho si es desastrosa… este ejemplo es una simplificación abyecta, claro está. La cosa es muchísimo más complicada porque, siguiendo con el ejemplo, primero hay que determinar cuál es realmente la situación económica de la sociedad en que se mueve el individuo, pero luego hay que valorar cuál es la situación económica

percibida por cada individuo, que no tiene por qué ser la misma que la situación genérica de la sociedad en su conjunto… Una vez valoradas, ahora hay que asignar valores numéricos a cada grado percibido de cada una de ellas, y pueden ser centenares, claro… y así con todas, con miles y miles de posibles circunstancias. Y no sólo eso. Es que la propia situación personal de cada individuo afecta en mayor o menor medida a los individuos cercanos, y por cercanos quiero decir a los que se pueden ver afectados en alguna medida por dicho individuo. Un presidente de gobierno que está más o menos satisfecho con su situación personal afecta directamente a sus gobernados, a unos más y a otros menos… ¡pero al revés también ocurre! La mayor o menor satisfacción personal de los gobernados influye de forma importante, o al menos debería influir en la satisfacción personal del gobernante. Ya sabes, la satisfacción por el deber cumplido y todas esas zarandajas…

»En realidad no tenía ni idea de cómo poder llegar a establecer esta traslación de datos, pero también de sensaciones, a una colección de valores numéricos susceptibles de ser analizados y estudiados, pero una vez conseguido, en el caso de poder conseguirlo, quiero decir, sería factible establecer una relación medible, y ésa es la clave,

medible, entre el estado de satisfacción de un individuo o de una sociedad en un momento determinado y su mismo estado en un cierto momento siguiente. Entonces sería posible por fin pasar de la conjetura a la teoría avalada con datos y determinar por fin cuál de las dos alternativas enfrentadas, filantropía intrínseca o egoísmo congénito, es la que realmente es inherente al ser humano, a la condición humana… ¡u otra diferente!».

—Un reto ciclópeo —interrumpió Barrash.

—Pues sí. Ciclópeo, como bien dices.

—Pero lo resolviste, Silvia. Lo resolviste.

—Tuve suerte —dijo Silvia mientras bebía más agua de su vaso.

—No llames «suerte» a lo que en realidad es «genio», Silvia.

—Bueno, no voy a discutir eso, pero la realidad es que sí que tuve suerte, un poco, al menos.

—¿Y eso? —Barrash se acomodó de nuevo en su sillón, con aire divertido.

—Pues sí. Pero para proseguir no me queda más remedio que ponerme un poco más técnica que hasta ahora…

—Adelante. Si me pierdo, aviso.

—De acuerdo. Procuraré no ser demasiado incomprensible… Desde hace muchos años hay una solución matemática más o menos evidente para lidiar con este tipo de problemas: el cálculo matricial.

Barrash asintió y Silvia siguió su exposición. Su lenguaje corporal demostraba que cada vez se sentía más cómoda en presencia del gran hombre, como si hubiera olvidado con quién estaba hablando y lo intempestivo de la convocatoria… Silvia estaba en su salsa, no cabía duda.

«Sí, las viejas matrices podían ayudar a resolver el problema… pero este problema concreto necesitaría un tipo de matrices bastante especiales, dado que deben contemplar muchos miles o millones de situaciones, circunstancias que pueden afectar a los individuos, que son millones… muchos millones, de hecho. Éste es un problema de un tamaño gigantesco, muy difícil de resolver porque involucraría billones o trillones de cálculos… pero teóricamente no muy complicado. Es decir, no lo sería si todo se quedara aquí. Pero no, no se queda ahí, porque, como expliqué antes, el estado de satisfacción que tiene cada individuo, que es el resultado de cómo le afecten todas y cada una de las circunstancias que tengan que ver con él, es decir, con las entradas de la matriz, también afecta al estado de satisfacción de los individuos con los que se relaciona. ¡Es una matriz retroalimentada! Y más aún, porque el estado genérico resultante de la sociedad estudiada nuevamente influye en los estados individuales de las personas que componen dicha sociedad, que a su vez influyen en los demás individuos y que determinan el estado conjunto de la sociedad, que a su vez influye en el estado de satisfacción personal de quienes la componen… ¡Una locura!

»Durante meses intenté desarrollar un método que permitiera, si no acertar con los resultados, sí al menos acercarse lo suficiente, incluso con simplificaciones o reducciones… pero no me era posible. Mis matrices recursivas siempre tendían a infinito y, por más vueltas que le di, no encontré ninguna solución para eliminar los infinitos, positivos y negativos, que aparecían por todas partes. Estaba a punto de tirar la toalla cuando tuve suerte…».

Barrash levantó una ceja, en señal de interrogación, y Silvia se aprestó a continuar:

«Sí, no me mires así, tuve suerte, suerte pura y dura. Estaba buscando por enésima vez en la Base de Datos Mundial de Tesis Doctorales, intentando localizar algún método mágico para resolver mi problema, cuando por casualidad me encontré con la reseña de la tesis de un tal Gabriel Hernán Füscher, dictada en la Universidad Autónoma de Madrid en 1997, titulada: “Reducciones estereotrópicas en un entorno autodefinido de matrices diferenciales recursivas n-dimensionales”. ¡Matrices recursivas n-dimensionales! Ahí era donde yo estaba atrancada y resulta que alguien había estudiado el tema antes…

»Inmediatamente solicité una copia de la tesis de Gabriel Hernán al departamento correspondiente de la universidad madrileña, puesto que no estaba siquiera digitalizada. Mientras esperaba su llegada, busqué el rastro de Gabriel… sólo para constatar que había fallecido de leucemia en 1998, sólo unos meses después de doctorarse, sin dejar familia, ni esposa ni hijos, y también su director de tesis, Miguel Ángel Campollano, había fallecido hacía ya algunos años, así que no había nadie a quién preguntar nada. ¡Y buena falta me hubiera hecho!

»Cuando por fin me entregaron la tesis de Gabriel, quedé anonadada. ¡No entendía prácticamente nada! Usaba unas matemáticas tan avanzadas para mí que apenas podía comprender los conceptos, cuanto menos las demostraciones y conclusiones. Yo no era ni mucho menos una advenediza en esta rama de las matemáticas, pues había pasado muchos meses estudiándola. En resumidas cuentas, estaba perfectamente al día… y sin embargo apenas podía seguir los razonamientos a duras penas.

»En mi despacho del Instituto de Ciencias Sociológicas dediqué meses a desentrañar aquella tesis increíble. Buceé en todas las publicaciones matemáticas para ver qué repercusiones había tenido tras su publicación… ¡Ninguna! Había sido ignorada, a lo que seguramente contribuyó no sólo lo críptico del lenguaje utilizado, sino la prematura muerte de su autor, lo que no le permitió siquiera publicar un artículo en alguna revista especializada. Sus técnicas matemáticas eran tan avanzadas que pocos matemáticos podrían comprenderlas y, aún peor, se trataba de una tesis sobre un problema teórico sin absolutamente ninguna utilidad inmediata para resolver ningún problema conocido de ninguna disciplina. En fin, Gabriel casi parecía un extraterrestre que hubiera escrito un poema genial en un idioma desconocido para la Humanidad… Demasiado avanzado para su tiempo.

»Lo que me hubiera gustado poder departir con él…».

—Perdona, Silvia, pero hay algo que no acabo de entender —interrumpió de nuevo Barrash—. ¿Un matemático escribe una tesis, lo que significa que utiliza varios años de su vida en investigar y en escribirla, sobre un abstruso tema que no interesa a nadie ni tiene aplicación directa en el mundo real? ¿Es esto lógico?

—Pues sí, sí lo es, más de lo que parecería normal —contestó Silvia—. Las matemáticas son por su naturaleza de índole teórica, las demostraciones buscan en muchos casos soluciones a problemas que están sólo en la mente de uno o varios matemáticos, sin reflejo en la realidad cotidiana. Y a veces con el tiempo se encuentra una utilidad para estas elucubraciones teóricas…

Silvia bebió un poco más de agua y retomó con naturalidad su conferencia.

«Hay bastantes ejemplos de ello a lo largo de la historia, pero con uno bastará: Bernhard Riemann, el célebre matemático de la segunda mitad del Siglo XIX, definió la naturaleza de la geometría no euclidiana, es decir, aquella en la que no se cumple una de las condiciones que dan origen a lo que hoy se llama “geometría euclidiana”, pero que durante muchos siglos era “geometría”, a secas. Para Euclides, y para casi todo el mundo, dos rectas paralelas no se cortan nunca… pero en las geometrías no euclidianas tal como las definió Riemann las paralelas acaban por cortarse en algún punto. ¿Necesitaba la geometría del Siglo XIX algo tan fuera de la intuición como una “geometría no euclidiana”, una que nunca se había visto en nuestro universo? Pues no, no la necesitaba, pero sin embargo Riemann definió completamente el modo de tratar con dichas esotéricas geometrías. Su trabajo al respecto quedó casi como una curiosidad, aunque, afortunadamente para él, no sólo hizo avances en este campo tan etéreo, sino que su definición de la integral de Riemann o de la función zeta de Riemann le llevaron al Olimpo de los Matemáticos…

»Pues bien, resulta que en los primeros años del Siglo XX, sesenta años después de ser publicada, los trabajos del genial Bernhard sirvieron a Albert Einstein para dar el soporte matemático a su Teoría de la Relatividad General… Una curiosidad sobre un campo teórico sin utilidad de pronto se convirtió en la clave para explicar cómo es de verdad el universo. Es más, si Riemann no hubiera publicado su escrito sobre las “geometrías riemannianas”, como ahora se conocen, quién sabe si Einstein hubiera podido formular su Relatividad General. Einstein era un físico extraordinario, pero no era un genio matemático como sí lo fue Newton, que creó una nueva rama de la matemática, el cálculo diferencial, para poder demostrar con ella su Teoría de la Gravitación Universal.

»Perdona por la digresión… Bien, el caso es que poco a poco fui desentrañando la tesis de Gabriel Hernán y quedé maravillada: era exactamente lo que necesitaba. Aplicando las técnicas y las funciones de Hernán a mis ecuaciones, las matrices de pronto se volvían amigables, dentro de un orden, claro, los infinitos desaparecían y las retroactividades eran incluidas de forma natural y eficiente. Parecía que hacía treinta años Gabriel hubiera escrito su tesis exclusivamente para mí, para que mi trabajo pudiera finalmente llegar a buen puerto… Me hubiera gustado dar todo el crédito que se merece a Gabriel, pero realmente no encuentro a quién dárselo. Él está muerto, pero es que nadie de su familia vive; nadie que le conoció le recuerda, no he llegado siquiera a conocer a nadie que le hubiera conocido, que supiera cómo era ni qué aficiones tenía… es como si tras escribir su tesis se hubiera esfumado. En fin. Así es la vida.

»Construido todo el andamiaje teórico, entonces me enfrenté con los aspectos más tediosos del trabajo, tediosos pero de vital importancia para que el modelo fuera efectivo. Había que asignar coeficientes a los miles y miles de condiciones, de circunstancias de entrada, así como a los propios individuales, los grupos de personas, las naciones… Fueron tres años largos de trabajo sin pausa identificando cada circunstancia de entrada, cómo medirla y qué ponderación relativa debía tener cada una de ellas en la imagen final. Aquí me ayudaron enormemente mis colegas del Instituto, debo agradecérselo, sobre todo a Friedrich Horner, el director, que en cuanto le expliqué mis avances puso la mayor parte de los recursos a mi disposición, lo que siendo yo como era casi una recién llegada dice mucho de él.

»Comenzamos por modelizar un grupo limitado de variables y aplicarlo a una comunidad de personas limitada y de relativamente fácil acceso. Inicialmente nos basamos en la actividad de algunos grupos de personas en la red: redes sociales, grupos de discusión, foros, juegos de rol online… pero enseguida tuvimos que tener en cuenta a los grupos reales de personas, no los virtuales, pues ésas son la interacciones que realmente importan y condicionan a la gente, al menos en la mayor parte de los casos… Poco a poco fuimos ajustando la valoración de cada variable, pero sobre todo aprendimos muchísimo sobre cómo medir qué grado de incidencia tenía cada una de ellas en el grado de satisfacción general de cada individuo y del grupo completo de estudio. Cuando estuvimos confortables con el resultado, ampliamos tanto el número de variables a incluir como el de personas a estudiar. La oportuna llegada al Instituto del superordenador SG1, por entonces el más potente del mundo con sus 9,8 Exaflops, nos permitió analizar más y más información más y más rápido, lo que a su vez nos permitía aumentar los grupos de variables y de personas…

»Por fin, tras varios años de procesar información mientras mejorábamos el modelo, por entonces se habían incorporado al proyecto matemáticos, psicólogos y científicos de la computación además de más sociólogos, llegamos a predecir qué pasaría en ciertas comunidades si variaban algunas de sus condiciones vitales en un sentido o en otro. Evidentemente, tarde o temprano variaban, y entonces podíamos medir qué había pasado y compararlo con las predicciones. Al principio acertábamos alrededor de un 70% de las veces. Ahora lo hacemos un 97,4% y seguimos trabajando para mejorar el modelo y ajustarlo aún más a la realidad. Un 97,4% es mucho, pero no es el 100%. Obviamente nunca llegaremos al 100% de acierto en la predicción, nadie puede hacer tal cosa, pero sí que debemos alcanzar al menos el 99,9%, no podemos darnos por satisfechos con menos. Por eso queda aún bastante trabajo que hacer».

Silvia calló, por fin. Había resumido en apenas tres horas más de diez años de trabajo y, ahora que había terminado, se sentía de repente exhausta. Pero Barrash se inclinó en su cómodo sillón, del que no se había despegado durante toda la charla, y preguntó:

—Y las conclusiones son…

—Las conclusiones preliminares, basadas en ese 97,4% de predicciones correctas hasta el momento, son que si se dan las condiciones adecuadas y los seres humanos se sienten suficientemente cómodos con su situación personal, si tienen un nivel alto de satisfacción personal y no se sienten amenazados, entonces la cooperación entre las personas, la filantropía y el altruismo ganan al egoísmo. Claramente. Por goleada.

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