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7 – INVESTIGACIÓN

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—¿Rara? —interrumpió Antón—. Rara no, Javier. Imposible, al menos que yo sepa.

—¿Imposible? —ahora Javier estaba a punto de alucinar—. ¿Cómo que imposible?

—Pues sí, imposible. Imposible con la tecnología actual. Mira, las características físicas de cada uno de los materiales empleados, más allá de su coste o su rareza, hacen imposible que formen parte de una aleación que forme un todo, al menos con la tecnología que yo conozco, y me tengo por una persona bien informada. Tienen puntos de fusión y de oxidación tan alejados entre sí que para cuando llegaras a la temperatura exigida para que funda el tungsteno, el carbono que forma el grafeno se habría combinado mucho antes con cualquier material del horno, y desde luego habría perdido su bonita forma de panal de abeja, y el titanio seguramente habría reaccionado con cualquier impureza que hubiera podido entrar en el cualquier punto del proceso… Para conseguir un material que contenga estos tres elementos aleados formando un todo haría falta inventar un método completamente nuevo de fusión o laminación, con temperaturas o presiones inimaginables para nuestros hornos actuales. Hoy, que yo sepa, no hay nadie en el mundo que sepa cómo hacer algo así. Nadie.

Antón miraba fijamente a Javier, que no sabía qué decir ni dónde meterse. Sin embargo, por detrás su mente estaba dando vueltas una y otra vez al problema de siempre: ¿

Qué es, quién lo puso ahí, cómo ha llegado hasta allí? Antón volvió a la carga:

—Javier, por favor… ¿de dónde has sacado estas limaduras? O mejor, aún ¿puedo ver la «radio» o lo que sea? ¿Puedo examinarla, tocarla, analizarla?

—No, no, lo siento, yo… no tengo nada más que esta muestra que me pasó un amigo que… yo no sé…

—Mira, Javier, necesito ver el material, necesito ver que es real. Conociendo las cualidades de cada uno de los componentes y su proporción me hago una idea de cuáles deben ser las características de ese material. Fíjate: Una dureza similar o superior al diamante, pero muy liviano. Una conductividad eléctrica fuera de lo común y además con poquísima propensión a calentarse, es decir, con características cercanas a las de los superconductores, pero a temperatura ambiente. Autorreparante hasta cierto punto. Casi indestructible. Un material virtualmente mágico.

—Pero si es tan duro, Antón —acertó a intervenir Javier—, ¿cómo han podido obtener unas limaduras con una simple lima de hierro?

—Es que hay que distinguir diferentes tipos de dureza o resistencia. Ese material sería muy resistente a la deformación, a la tensión y a la compresión. Es decir, ante un golpe, por ejemplo, sería muy difícil abollarlo o romperlo, o estirando de él apenas cedería por mucho peso que se aplicara, pero no tendría por qué ser tan duro a la abrasión mecánica. Es decir, sí, podría ser posible limarlo, por muy resistente que fuera en cualquier otro aspecto. Por eso debo insistir en que debo ver, tocar, analizar ese material, Javier. ¡Es un material que revolucionaría nuestro mundo, Javier!

Antón dijo esto último casi gritando, suplicando. Javier desvió la mirada y dijo simplemente:

—Lo siento, Antón, pero sólo tengo la muestra que te pasé. Prometí a la persona que me lo entregó que no diría nada, pero es que además nada sé, aparte del nombre de esa persona… No sé de dónde lo sacó, ni siquiera qué es ni para qué sirve —en eso, al menos, sí que decía la verdad—. Disculpa, Antón. Lo siento mucho.

—¡No me puedes dejar así, Javier! No me puedes enseñar el cielo por una puerta entreabierta y luego darme un portazo en las narices. ¡No puedes hacerme eso!

—Es imposible, Antón. No sé nada, no puedo contarte nada más… —Javier no sabía ya qué decir, y a la desesperada intentó tranquilizar a Antón dándole alguna esperanza—. Mira, hablaré con mi amigo, le diré lo que me has contado, la importancia de ese material y le pediré que hable él personalmente contigo, a ver si le convences… ¿qué te parece? No puedo hacer más.

Antón no se lo creyó, o al menos no se lo creyó mucho, pero decidió que si seguía presionando o suplicando no iba a conseguir mucho más, así que se agarró a ese clavo ardiendo.

—Gracias, Javier. Es importante, de veras. Mucho. Si supiéramos cómo construir ese material revolucionaríamos la industria mundial, pero sobre todo la industria española, Javier, que ya sabes cómo está la industria española.

Sí, Javier sabía cómo estaba la industria española (desmantelada), y las finanzas españolas (intervenidas), y el comercio español (bajo mínimos), pero también sabía cómo se comportaba lo que en «Save the Brave World» llamaban «la casta», esa amalgama informe entre la oligarquía financiera y empresarial y la administración pública española (corrompida hasta el tuétano), así que la «invención» de un nuevo material procedente de un yacimiento del Paleolítico Superior seguramente acabaría siendo explotada por la multinacional que más pagara al consejero, ministro o partido de turno, y no por una empresa española. Ahora fue Javier quien miró con condescendencia a Antón, pero mintió de nuevo:

—Sí, sí, claro, Antón, cuenta con ello…

La llegada de los postres terminó con la conversación sobre el tema, pues Antón, viendo que no iba a conseguir nada más, lo dejó correr, y al final de la comida se despidieron cordialmente deseándose suerte… suerte en lo que fuera que la necesitara cada uno.

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